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El epicentro tecnológico post-pandemia no es un lugar geográfico

El joven imaginario estadounidense depende de historias cuya sombra, a menudo dolorosa, se ha extendido sobre la conciencia de la ciudadanía en los últimos años. Uno de estos mitos maniqueos, construidos por unos y sin presencia de otros, es el avance hacia el Oeste.

Esta expansión, resumida en el «Go West, young man» atribuido a un periodista de mediados del XIX, entronca con la doctrina pseudo-religiosa del destino manifiesto, según la cual el pueblo joven e inocente había sido llamado a crear una civilización próspera que atravesara Norteamérica desde el Atlántico al Pacífico.

Skyline de San Francisco desde la colina de Dolores Park; a diferencia del resto de la ciudad, la zona de negocios se ha transformado con nuevos rascacielos corporativos y residenciales; imagen de Christopher Michel (Flickr CC)

Las expediciones de Lewis y Clark, la senda de Oregón, la malograda expedición Donner, el avance de colonos anglófonos hacia el territorio escasamente poblado del Oeste y Suroeste del país que hoy conocemos, la fiebre del oro californiana y el posterior boom agrario y maderero, contribuyeron a asentar la promesa del Oeste, que acabaría cristalizando en un potencial Eldorado terrenal: California.

Un mito en crisis: el Oeste como sueño, California como meta

Esa California imaginaria, asociada al clima apacible, la luz dorada del atardecer, la abundancia arcadiana de su vasto territorio y una naturaleza dramática con árboles gigantes y valles de belleza indescriptible, fue durante mucho tiempo una aspiración colectiva más próspera y asequible que las tormentas del Golfo de México, el carácter remoto de Hawaii o el clima inhóspito de Alaska.

Se conserva una grabación sonora de un anciano Walt Whitman leyendo en 1890 los cuatro versos que abren America, uno de los poemas entonces más conocidos por la población estadounidense junto al tétricamente melódico The Raven de Edgar Allan Poe, que había fallecido como un mendigo callejero en 1849 pero había sido reivindicado desde entonces a ambas orillas del Atlántico y traducido por, entre otros, Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé y Fernando Pessoa.

La voz en este documento histórico, grave y sosegada, lee toda una declaración de principios sobre un país que se había de sentir en sus caminos y cerca de las oportunidades que ofrecía ese territorio entonces apenas vertebrado por las primeras vías férreas intercontinentales.

Esa América, lee Whitman, es un «lugar de hijas iguales, de hijos iguales», donde todos caben («grandes, pequeños, jóvenes o viejos»), pues es una tierra «fuerte, enorme, justa, imperecedera, poderosa, fértil».

El sueño de un país nuevo, expresado por su poeta

Las palabras de la grabación, que incluye las deficiencias auditivas de los testimonios sonoros de la época, son otra parte más de esa aspiración a avanzar hacia el Oeste, hacia un Eldorado imaginario de los descendientes de europeos, tal y como explica Claude Lévi-Strauss en su ensayo Tristes trópicos.

De ahí, quizá, que la hipertrofiada maquinaria de relaciones públicas haya usado este testimonio libre de derechos de autor para inspirar la promesa de oportunidad que había inspirado al país en momentos de avance, riesgo, penurias y reconstrucción.

En 2009, en pleno choque económico entre la población de a pie estadounidense tras la fallida de Freddie Mac y Freddie Mae, las asociaciones asociadas a los créditos inmobiliarios expuestas al escándalo de las hipotecas subprime, Levi’s, la legendaria compañía de ropa tejana con sede en San Francisco usó la apertura de América por boca de su propio autor como audio de una serie de anuncios a cargo del cineasta Cary Fukunaga bajo el emblema «Go Forth».

La campaña de Levi’s utiliza, además del recurso de Whitman, una estética casual y fragmentaria tipo «direct cinema», y evoca el interior del país más tocado por la desindustrialización, acontecimientos de clima extremo como Katrina en Nueva Orleans en 2005, y profundos problemas socioeconómicos.

Sin caer en el sensacionalismo ni la apología de la pobreza, el anuncio evoca la posibilidad de una reconstrucción y en él resuena la mentalidad de un país alejado de dinámicas históricas presentes en Europa y Asia, donde las poblaciones permanecen sobre localizaciones históricas a pesar de los vaivenes; Estados Unidos, por el contrario, abandona unos lugares para reconstruir sobre otros.

Un sueño adaptado a cada coyuntura

El sueño de California había logrado adaptarse a cada período histórico desde su incorporación como Estado de la Unión en plena fiebre del oro; el desarrollo agrario y la industria maderera dieron paso luego a la explotación de, primero, recursos fósiles (el petróleo del sur del Estado) e intelectuales (concentrados en torno a Los Ángeles y San Francisco: a inicios del siglo XX, la industria del cine; y, a finales, la industria tecnológica, respectivamente).

El Estado fue asimismo capaz de absorber influjos migratorios como la de los años 30 del siglo XX a raíz del crac bursátil y la sequía en las grandes praderas del interior del país («Dust Bowl»), como evocará John Steinbeck en Las uvas de la ira (premio Pulitzer en 1940).

Luego, tras la II Guerra Mundial, la Costa Oeste atraería a trabajadores y profesionales de la industria aeronáutica, militar y tecnológica, así como a una nueva generación de profesionales atraídos por trabajo abundante, un nivel de vida al alza, un clima envidiable y alimentos frescos cultivados en el valle Central del propio Estado.

La Sutro Tower, torre de telecomunicaciones de San Francisco en Clarendon Heights; imagen de Christopher Michel (Flickr CC)

Más tarde, ventajas como la red de universidades públicas mejor dotada de Estados Unidos, contribuirían, junto a la polinización cruzada de la inversión pública a discreción (a través de proyectos como la agencia de inteligencia DARPA) y la contracultura, a la eclosión de la informática personal y la Internet comercial.

Hoy, el relato parece haberse transformado para los estadounidenses y la Costa Oeste ha dejado de representar el lugar de la promesa perenne del destino manifiesto.

El lustro del Golden Gate

Hace unos días, el New York Times tenía entre sus artículos más leídos una cobertura del Golden State cuyo titular resume el nuevo estado de cosas: «Llegan los californianos. Y también lo hace su crisis de acceso a la vivienda».

El artículo lo firma Conor Dougherty, autor de Golden Gates, un ensayo sobre el intricado problema del acceso a la vivienda en California, un Estado con una población que se percibe a sí misma como progresista y que, en materias económicas y de vivienda, opera de manera conservadora, con normativas (como la polémica Proposition 13) que ofrecen ventajas fiscales a antiguos propietarios y desincentivan nuevas construcciones.

El periodista Ezra Klein, ahora en el New York Times, argumenta que la paradoja californiana pone en jaque a todo el relato progresista en Estados Unidos, y advierte:

«Si el progresismo no puede funcionar aquí [en California], ¿por qué debería el país creer que puede funcionar en cualquier otro lugar?»

En su columna de opinión, Klein critica que haya departamentos públicos de San Francisco dedicados a temáticas como el cambio de nomenclaturas de las escuelas públicas mientras, por el contrario, este mismo organismo (San Francisco Board of Education), ha sido incapaz de reabrir las clases presenciales a los alumnos del sistema público, una falta de determinación por motivos sanitarios que ha afectado a la mayoría de escuelas públicas de Estados Unidos.

En Europa, como contraste, las escuelas han permanecido abiertas salvo en excepciones temporales asociadas a la proliferación del virus en centros o regiones).

California exporta población… y problema de la vivienda

Si bien el problema del acceso a la vivienda ha tenido consecuencias especialmente dramáticas en California, el fenómeno trasciende las fronteras del Estado y no puede reducirse a un cúmulo de razones exclusivas asociadas a la política local, la zonificación residencial o el carácter ambivalente de las zonas residenciales más reticentes a cualquier cambio (incluso cuando se autodefinen como «progresistas», con condados como Marin, al norte de San Francisco, como arquetipo del fenómeno).

Hasta el inicio de la pandemia, los residentes en torno a San Francisco y Los Ángeles citaban ya la inseguridad y la proliferación de asentamientos informales con una población de habitantes sintecho que se ha disparado en toda la Costa Oeste desde la gran recesión.

A inicios de 2021 y pese a la corrección causada por la pandemia, el coste medio de la vivienda en California supera los 700.000 dólares, presupuesto lejos del alcance de los jóvenes y peor remunerados, que dejan el Estado por iniciativa propia o expulsados de facto del mercado laboral y de alquiler.

Dolores Park en San Francisco, tiempos de Covid-19; imagen de Christopher Michel (Flickr CC)

Varios factores explican el agotamiento de California como aspiración, y la mayoría pasan por el precio de la compra y alquiler de vivienda, minada por una escasez estructural de oferta en torno a los epicentros económicos y laborales, restricciones de zonificación (en las últimas décadas se ha priorizado la vivienda unifamiliar y penalizado la densificación), una actitud beligerante ante cualquier cambio inmobiliario radical —con el carácter NIMBY, “no en mi patio trasero” como paradigma simbólico—, así como una discriminación estructural de los más vulnerables, obligados a comprar o a alquilar en lugares cada vez más alejados del lugar de trabajo.

Pero California no pierde únicamente habitantes incapaces de afrontar el coste de la vida en el Estado: la pandemia de coronavirus ha acelerado una tendencia ya presente entre los profesionales de sectores más adaptados al trabajo remoto, interesados en aumentar su calidad de vida a precios más razonables en ciudades más amables y asequibles que San Francisco o Los Ángeles.

La pandemia acelera el nomadismo digital

Pero, como era de esperar, este fenómeno repercute sobre el alza de precios en polos tecnológicos alternativos a la bahía de San Francisco o Seattle, tales como Austin (Texas) y, últimamente, Miami (Florida), además de transformar localidades del Oeste de Estados Unidos hasta el momento más asociadas a su acceso a deportes al aire libre y a su población universitaria que al mundo profesional y tecnológico.

Tal y como explica Conor Dougherty, al dejar California en busca de más espacio, acceso a deportes como el esquí y sistemas educativos solventes, los profesionales mejor adaptados al teletrabajo contribuyen a exportar también la crisis inmobiliaria que vive el Estado, al pujar al alza por propiedades que dejan de estar al alcance de la población local.

El nuevo fenómeno afecta a localidades de Estados del Oeste como Idaho y Montana, donde poblaciones como Boise, Ketchum-Sun Valley, Missoula, Bozeman o incluso Billings empiezan a notar los efectos del influjo de nuevos vecinos con elevado poder adquisitivo y un presupuesto medio para comprar su propia vivienda muy superior (en el caso de Boise, los recién llegados disponen de una media de 738.000 dólares, mientras el presupuesto familiar local para comprar una casa —que incluiría elegibilidad para pedir un préstamo, ahorros, etc.— es de 494.000 dólares).

Al menos una parte de la compleja crisis del acceso a la vivienda que han experimentado las ciudades con una economía digital más dinámica se debe, en parte, al desfase entre la capacidad para atraer a trabajadores con alto poder adquisitivo y una oferta de la vivienda limitada, cara y homogénea. Eso sí, el epicentro de esta tendencia es San Francisco, que también ha sufrido un mayor deterioro de su imagen como ciudad amable y polo de atracción.

Corrección inmobiliaria en San Francisco

El fenómeno podría ser temporal, si bien la pandemia contribuyó a obrar lo que parecía impensable hasta hace poco: en 2020, el alquiler medio bajó en San Francisco un 27% (o 1.000 dólares por mes), si bien en algunos segmentos y localizaciones el descenso ha sido mucho más pronunciado (en apartamentos individuales o estudios, el descenso es del 35%). Esta tendencia, no obstante, empieza a frenarse, a tenor de los primeros datos inmobiliarios de 2021.

El efecto corrector de la pandemia sobre los alquileres en ciudades como San Francisco ha transformado un mercado donde antes los inquilinos carecían de capacidad de negociación.

Sin embargo, y también a causa de la pandemia, la situación laboral de trabajadores de servicios afectados por las medidas de distanciación aplicadas ha reducido también el poder adquisitivo de quienes más podrían aprovechar el relativo descenso del alquiler en lugares donde había alcanzado cotas que fomentaban la exclusión efectiva de los residentes con menor poder adquisitivo.

Una de las preocupaciones que compartirían tanto propietarios como inquilinos, autoridades y población sintecho en las urbes californianas es el aumento de la inseguridad y los delitos con violencia, que aumentan en todo el país y que los analistas asocian con el agravamiento de la exclusión social de los más vulnerables desde inicios del primer confinamiento en marzo de 2020.

Miami quiere atraer talento tecnológico

Pero no todas las tendencias avanzan en un único sentido. Por un lado, proliferan artículos donde jóvenes profesionales del sector tecnológico abandonan sus habitaciones o pequeños apartamentos en San Francisco para vivir de manera más económica y en mayor espacio en otros lugares del país; se trata de una historia sobrerrepresentada en los medios por su atractivo entre la audiencia (dejar San Francisco dando un portazo genera clics en estos momentos), y encontramos a quienes se quejan de pagar «ensaladas de 17 dólares» y a quienes se mofan de ellos por su utilitarismo desprovisto de toda voluntad de arraigo y participación en una comunidad (lo que comporta la existencia de corresponsabilidad).

Por otro lado, hay profesionales con una posición más ventajosa que aprovechan el enfriamiento del mercado inmobiliario en San Francisco o Los Ángeles para adquirir alguno de los nuevos apartamentos en los rascacielos construidos recientemente (San Francisco), una casa junto a la playa (Los ángeles) o una vivienda próxima a la naturaleza, a buenas escuelas y a la sede de varias de las mayores firmas tecnológicas (Silicon Valley).

Dolores Park, San Francisco; imagen de kimoco88 (Flickr CC)

Ni Texas ni Florida —explica Sarah McBride en Bloomberg— pueden competir con la costa californiana en clima, acceso a talento y servicios, o acceso a capital riesgo.

Varias compañías de Silicon Valley han trasladado recientemente su sede a Texas (SpaceX, Palantir, Charles Schwaw, Hewlett Packard) y varios inversores de capital riesgo y emprendedores han anunciado públicamente su traslado (en ocasiones, meramente administrativo por las ventajas fiscales) a Miami, ciudad que aprovecha, a través de gestos de su alcalde, el contexto actual.

Emblemas de desigualdad

Patrick McGee aporta detalles sobre el perfil de los nuevos compradores en San Francisco en un artículo para el Financial Times. Es el caso de quienes se sienten atraídos por complejos residenciales como Four Seasons Private Residences, apartamentos de lujo en una nueva torre de cristal de 26 plantas en el centro de negocios de la ciudad y en un edificio anejo de 10 plantas, no lejos de las nuevas oficinas de Salesforce en el rascacielos que pretende restar protagonismo a la pirámide de Transamerica y a la Coit Tower.

Giovanni Colella es uno de los compradores en el rascacielos Four Seasons: una vivienda «penthouse» de 46 millones de dólares. Según Colella:

«La ciudad siempre vuelve. Me encanta ir a la ópera, me encanta la orquesta sinfónica, está todo aquí al lado… El lago Tahoe [destinación de esquí para los habitantes de la bahía de San Francisco] no encajaría en mi caso».

La ciudad del Golden Gate, en pleno escrutinio y con una imagen que pierde enteros, atrae sin embargo a quienes esperaban el momento oportuno para comprar con capacidad para negociar precios, lo que explicaría que la venta de propiedades de más de 2 millones de dólares aumentara el 85% en diciembre de 2020 con respecto al mismo período de 2019.

Los expertos no dudan en que el mercado inmobiliario se recupere incluso en San Francisco, urbe donde la tensión entre sus distintos segmentos de población, desde los sintecho y desplazados económicos a los trabajadores tecnológicos menos interesados en echar raíces en el lugar.

El problema de la vivienda en California no se resolverá sin la combinación de varios efectos derivados tanto de cambios regulatorios (por ejemplo, madurez suficiente para afrontar los estragos de leyes como Proposition 13) como de mentalidad (considerarse progresista se alinea en demasiadas ocasiones con una acción decididamente conservadora y excluyente en los lugares más prósperos de California), así como profesionales.

Sueños en la nube

Según una encuesta de la firma de capital riesgo Initialize, San Francisco sigue siendo el lugar físico preferido por los empresarios tecnológicos para iniciar su actividad, si bien hay un «lugar» que supera con creces a San Francisco y su área de influencia: el trabajo remoto o distribuido. La «nube».

El trabajo remoto o distribuido, una tendencia al alza en los últimos años ha recibido su impulso definitivo desde inicios de la pandemia e incluso Salesforce, que apenas ha inaugurado el rascacielos que aloja sus nuevas oficinas, ha anunciado su nueva vocación remota.

Trabajar desde cualquier lugar es más sencillo que nunca. ¿Por qué no combinar la calidad de vida de, pongamos, un lugar de nuestro agrado en el Mediterráneo, con un empleo solvente ejecutado de manera remota? Las ciudades sobreviven y los trabajadores mejor adaptados se emancipan de la hipercompetición que agota a la clase media en los centros urbanos más caros.

Quizá, el viejo sueño de avanzar hacia el Oeste se haya desmaterializado.