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Clima: el gran reto que no interesa (y qué hacer al respecto)

¿Por que los grandes retos que definen una época se perciben desde adentro, cuando están ocurriendo, como algo difuso y no conclusivo, y que por tanto uno puede ignorar? El gran problema difuso de nuestro tiempo es especialmente complejo, pues sus efectos son distribuidos, diferidos y a menudo difíciles de aislar de otros procesos complejos.

Asimismo, el cambio climático se ha convertido en uno de los problemas más aburridos para la audiencia, tal y como han aprendido tanto los medios tradicionales como digitales. Con una salvedad: las teorías conspirativas que aseguran que el calentamiento de la atmósfera terrestre debido a la actividad humana es un bulo.

Esta paradoja informativa podría pasar factura, pues sin concienciación de la opinión pública sobre la urgencia de mitigar los peores efectos de este proceso irreversible en los próximos años, los efectos del fenómeno seguirán agravándose.

La dificultad de explicar un problema difuso y diferido

Debido a su carácter difuso y diferido, las emisiones de CO2 acumuladas en años pretéritos tienen consecuencias sobre fenómenos que se producen ahora y cuyos efectos serán más claros en el futuro. La compleja causalidad del problema, así como nuestra corresponsabilidad en él en tanto que humanidad, sin importar fronteras ni generaciones, nos desarma para atajarlo sin paliativos.

Tal y como ocurrió con las dos guerras mundiales, el cambio climático ha servido para crear marcos de actuación que deberían hacerse operativos y que pasan por foros multilaterales capaces de poner de acuerdo a gobiernos regionales y aspirar a un «gobierno mundial» en temas que implican la viabilidad de nuestra civilización y, en última instancia, la supervivencia.

Si el cambio climático es la temática más importante de nuestro tiempo y la que debería inspirar al periodismo, las aspiraciones de medios y audiencia son muy distintas y nadie ha sido capaz de atraer grandes audiencias con programas especiales sobre el aumento de la temperatura terrestre y sus consecuencias, desde el aumento y recrudecimiento de eventos extremos a la transformación de grandes patrones que regulan los gases en la atmósfera, la acidificación de los océanos, las corrientes oceánicas y el deshielo en los polos y glaciares.

Explicar el aumento de las temperaturas

La temática es aburrida o medios, periodistas y expertos no han dado todavía con un tono sugestivo que atraiga el interés de la audiencia, más interesada en arrimarse a un ciclo informativo frenético y en constante actualización (o hiperventilación) cuando eventos como un incendio masivo oscurece el cielo de Australia o de la Costa Oeste de Estados Unidos durante semanas, o cuando una ola de frío sin parangón en zonas áridas de Texas obligan a una población desesperada a quemar muebles para evitar morir congelados.

Nuestra empatía por el desastre consumado y las temáticas apocalípticas al estilo de The Road, la novela de Cormac McCarthy llevada al cine por John Hillcoat en 2009, contrasta por el desdén generalizado a la hora de prestar atención a estudios de patrones climáticos, consensos científicos sobre las simulaciones climáticas para las próximas décadas o soporíferos paneles intergubernamentales que se pierden en los entresijos bizantinos de la diplomacia internacional.

La percepción del problema a cargo del gran público, o más bien una ausencia de preocupación que roza la negligencia y la despreocupación en torno al futuro, recuerda la actitud de los recién nacidos ante el descubrimiento traumático de que su mente y cuerpo son una entidad separada de la madre y del entorno exterior percibido: es en este momento cuando observamos que los bebés confunden la ausencia de percepción (taparse los ojos con la mano) con la desaparición de lo que se encuentra ante ellos.

La importancia del encuadre

Colectivamente, nuestro nivel de interés y conocimiento actual del problema no difiere tanto del de los integrantes de esas sectas milenaristas que optan por el suicidio colectivo al haber interiorizado que el fin del mundo se acerca (el suyo es un Apocalipsis surgido de la superstición y no del razonamiento científico).

Es como si, al ser confrontados con un fenómeno que no puede interpretarse como un hecho aislado y desprovisto de su complejidad, tanto los medios como la audiencia se encomendaran al fatalismo propio de la incertidumbre.

En periodismo y en cualquier disciplina de las humanidades comprometida a interpretar la realidad de manera fehaciente (aunque en ocasiones esta interpretación no tenga el resultado inequívoco del cálculo matemático), el encuadre o esquema de interpretación desde el que interpretamos los eventos, determina a menudo la percepción de un fenómeno.

Fotograma del cortometraje de animación «A Tale of Momentum and Inertia» (2014); pulsar sobre la imagen para ampliar

De momento, hemos sido incapaces de conceder al problema (entendido como el aumento de las temperaturas con respecto a la época pre-industrial debido a la actividad humana y el efecto dominó de sus consecuencias) un encuadre sugestivo que sea de interés y aumente la concienciación reflexiva de la población, y no su ansiedad.

Las situaciones complejas cuya percepción depende de un encuadre controvertido en el que influyen diversos intereses muestran todas sus contradicciones cuando somos capaces de recurrir a símiles alegóricos capaces de atraer la atención del gran público. Tomemos dos ejemplos con una probada resiliencia memética.

La incapacidad de comprometerse más allá del aquí y ahora

El primero de ellos es el fragmento de un cortometraje de animación estadounidense de 2014, en el que un gigante de piedra cruza su destino con el de una aldea pintoresca entre el mar y la falda de una colina. Un gigantesco risco se desprende de la montaña y acelera hacia la aldea, cuya destrucción parece tan irremisible como el destino de Pompeya y Herculano, las localidades romanas de la bahía de Nápoles sepultadas por la erupción del Vesubio en 79 d.C.

El gigante, no obstante, decide actuar y frena la trayectoria del risco gigantesco cuando se encuentra a las puertas del plácido pueblo. El esfuerzo es titánico y el gigante es arrastrado por el momento de inercia que la roca había acumulado; como consecuencia, el gigante destruye fortuitamente un edificio del pueblo con el pie, lo que se transforma en quejas de la población del pequeño pueblo, que empieza a disparar proyectiles contra el gigante.

Los habitantes del pueblo se muestran incapaces de crear un encuadre suficientemente rico y realista como para comprender que el risco es el auténtico riesgo, y no lo que ocurre ante ellos en ese preciso instante (la destrucción de un edificio de las afueras a cargo de un gigante).

La miopía y el egoísmo de la población local, obsesionada por el corto plazo y los eventos que ocurren en el lugar (la destrucción fortuita de una casa a cargo del gigante, arrastrado por la inercia de la roca en su acto heroico), impide analizar el auténtico problema subyacente.

Como consecuencia, el gigante, que observa la paradoja, decide abandonar su noble propósito y se aparta de la trayectoria entre la roca y el pintoresco pueblo costero, que acaba arrasado a raíz de una pobre lectura colectiva de la realidad.

Oleaje de nuestro tiempo

El desfase entre nuestra tendencia a considerar fenómenos locales que ocurren en el presente y los auténticos riesgos de nuestra época (de carácter complejo, difuso y diferido) ha animado también alguno que otro meme desde el inicio de la pandemia.

El dibujante canadiense Graeme MacKay, ilustrador del Hamilton Spectator, es el autor de una ilustración que ya habíamos comentado en un artículo de mayo de 2020, en la que se observa a una población costera amenazada por 3 olas consecutivas.

Desde la población surge una voz con instrucciones sobre el peligro inminente, los estragos ocasionados por Covid-19:

«Asegúrate de lavarte las manos y todo irá bien».

Lo que ocurre es que esta primera ola no puede aislarse de otros fenómenos, como la recesión posterior (segunda ola). La primera y segunda ola, a punto de romper sobre la localidad de la ilustración, empequeñecen en comparación con el riesgo de nuestro tiempo, el cambio climático (tercera ola). Posteriormente, el propio Graeme MacKay ha compartido la misma ilustración con una cuarta ola en la que se lee: «colapso de biodiversidad».

Ponderar popularidad e importancia

Los eventos que avanzan a fuego lento representan un auténtico quebradero de cabeza para el periodismo, surgido en una época pretérita en que cubrir «lo que está pasando» implicaba las ventajas de la inmediatez otorgadas por las rotativas y, posteriormente, la comunicación instantánea de los medios de masas.

Pero hay riesgos que deben acercarse a la audiencia desde el análisis y un encuadre suficientemente realistas y elocuentes. De lo contrario, seguiremos consumiendo información sobre catástrofes consumadas (el sensacionalismo de las catástrofes cuando se producen atrae a la audiencia) y eludiendo una información todavía más importante: la que nos ayuda a conocer y a prevenir o mitigar las mismas catástrofes.

Cuesta menos constatar un problema que tratar de solucionarlo: ¿cómo tratar la información sobre el cambio climático de tal modo que interese a la audiencia y logre combatir las campañas de desinformación al respecto? Tal y como sugieren Kyle Pope y Mark Hertsgaard en The Guardian, la tarea no es fácil, sobre todo después de cuatro años de escepticismo climático en la Casa Blanca.

Pope y Hertsgaard inician su artículo con una mención de los desmesurados incendios que azotan California en los últimos años a medida que la combinación de varios fenómenos (entre ellos, el efecto del aumento de las temperaturas sobre los ciclos de sequía y las corrientes oceánicas, que repercuten sobre la pluviometría y las nevadas en las Montañas Rocosas, a su vez decisivas para alimentar ríos y acuíferos en la región) recrudece el problema.

En plena emergencia mediática sobre los incendios en California, un editor de Longform preguntaba al periodista de MSNBC Chris Hayes por qué nadie trataba los efectos del cambio climático en los grandes medios generalistas, pues quedaba claro que el fenómeno repercutiría sobre las vidas de todos. Hayes respondió con una cruda realidad en los medios privados: la importancia de la popularidad de las temáticas elegidas.

«Cada vez que lo hemos tratado, el tema ha sido un problema de audiencia palpable. De modo que los incentivos no son halagüeños».

Escépticos del clima, conspiracionismo y redes sociales

El nuevo panorama mediático, condicionado por el ascenso y uso de las redes sociales, así como por el fenómeno de la desinformación y las burbujas informativas que crean «realidades a medida» a partir de un sesgo que toma a menudo un carácter conspirativo, ha sido incapaz de atraer a la audiencia con información de interés sobre el aumento de las temperaturas en el planeta y sus consecuencias.

La opinión pública estadounidense, especialmente sujeta a los vaivenes de la Administración Trump y a campañas personalizadas de desinformación en torno al cambio climático, podría tomar posiciones más próximas al consenso científico sobre la materia a medida que se recrudecen los eventos de clima extremo que azotan el país con cada vez más virulencia en los últimos años.

Dos publicaciones Columbia Journalism Review y la revista The Nation, colaboran en métodos para informar sobre temáticas que son del interés de la audiencia aunque sea a su pesar (el carácter de los medios de «servicio público» conllevaría el compromiso implícito de informar sobre lo que el público en ocasiones quiere eludir).

Pero ni la toma de responsabilidad de los medios ni más información sobre el tema causarán el impacto necesario para limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 grados Celsius. La audiencia estadounidense ha evolucionado desde un abierto escepticismo sobre el riesgo del cambio climático (encuesta de Pew Research en 2016) a una «preocupación creciente» sobre el efecto amplificado de las catástrofes asociadas al fenómeno.

La importancia del «pathos» narrativo

El cambio climático es una historia que puede contarse desde múltiples puntos de vista y con un encuadre tan veraz como atractivo. En ello coinciden expertos como el alemán Wolfgang Blau, ex directivo de Condé Nast y miembro de la Fundación Ellen MacArthur y el Reuters Institute, o el veterano periodista medioambiental estadounidense Bill McKibben, autor del primer ensayo de gran difusión sobre el calentamiento global: The End of Nature (1989).

Blau ha declarado centrar ahora todos sus esfuerzos en construir un encuadre que comunique mejor al gran público la relación entre nuestras acciones y los fenómenos climáticos que se recrudecen en los últimos años, que podrían alcanzar niveles mucho más preocupantes en las próximas décadas si somos incapaces de limitar el aumento de las temperaturas.

McKibben insiste en que el problema climático tiene todas las características del drama y el conflicto, y la labor periodística en los próximos años consistirá tanto en vulgarizar la información científica de manera inteligible y sugestiva, así como emocionalmente atractiva.

En su retórica, Aristóteles recuerda que el «pathos» narrativo ofrece conexión emocional con una información («logos») sobre la que debemos erigir un encuadre («ethos»).

Europa depende de la corriente del Golfo

Hay varios fenómenos asociados con el clima que merecen ser tratados con recursos y el «pathos» del mejor periodismo de investigación (o documentalismo, ensayística, etcétera). Entre ellos, la sospecha fundada de que la corriente oceánica en el Atlántico Norte que evita que el norte de Europa se hiele la mayor parte del año debido a su latitud, tal y como explican Chris Mooney y Andrew Freedman en un artículo para el Washington Post.

Uno de los escenarios que temen los expertos y que podrían desencadenar un cambio más abrupto de los patrones climáticos ya tiene lugar a una cierta escala en el Atlántico Norte, a medida que el aumento de las temperaturas ha acelerado el deshielo acumulado en Groenlandia y en el Polo Norte, fenómeno que altera la corriente del Golfo y podría aumentar la inhospitabilidad en Europa.

Y, tal y como sugiere Stewart Brand, el aumento de las temperaturas creará amplias zonas inhóspitas en torno al Ecuador y una asimetría entre población y territorio disponible en los dos hemisferios augura un problema mucho mayor en las próximas décadas para los países en desarrollo, donde se concentra el crecimiento de población, y los países desarrollados, mayoritariamente en el hemisferio norte.

El momento de tratar estas temáticas desde distintas perspectivas y fomentar el debate en torno a los posibles escenarios es ahora, y no cuando empiecen a acelerarse e inspiren ese periodismo anclado en la emergencia, a la vez tan adictivo y anclado en el derrotismo.

Si los incentivos periodísticos se encuentran en el lugar equivocado, quizá haya llegado el momento de crear nuevos modelos de reporterismo y análisis.