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El precio de materias primas impulsa al fin su reutilización

La economía circular ha llegado a los grandes simposios, a la jerga política, las notas de prensa y los departamentos de relaciones públicas; su promesa ha entrado de lleno en el presupuesto de la Unión Europea para los próximos años (Pacto Verde). Poco más. La economía circular dista mucho de ser una realidad.

Dos tendencias disonantes conviven en medios y realidad: por un lado, empresas influyentes de mundos como el textil animan a sus clientes a comprar menos ropa y de manera más concienzuda; por otro, la compra en línea se encomienda a «influencers» y las aspiraciones de la nueva clase media en el mundo emergente impulsan el consumo (y desecho) de materiales a menudo no biodegradables.

Los materiales y procesos que posibilitan los bienes, servicios y alimentos en el centro de nuestro estilo de vida fueron diseñados para un uso finito que hemos desconectado conceptualmente de la gestión de desechos: los sistemas de reciclaje actuales para empresas y hogares no evitan la acumulación de alimentos y objetos descartados, muchos de ellos tóxicos y potencialmente dañinos para la vida en ríos, estuarios y océanos.

Escasez y apreciación de madera… y arena (!)

Las necesidades de construcción de edificios e infraestructuras de China y otros países emergentes contribuyen a la escasez de un material al que no hemos aprendido a otorgar valor: la arena adecuada para la construcción (más gruesa que la de los principales desiertos).

Otros materiales de construcción de menor impacto que el cemento o el acero, como los derivados resistentes y a veces reciclados de la madera y de fibras vegetales (entre ellos, la madera laminada cruzada —CLT— y el hempcrete), son alternativas minoritarias que, sin embargo, contribuyen a la fuerte demanda de madera para la construcción, que ha visto cómo aumenta el precio en mercados clave como el estadounidense.

En Estados Unidos, la técnica de construcción más popular se efectúa con armazones de madera, «balloon framing». Debido a esta apreciación, el coste de una vivienda unifamiliar media se ha incrementado en 36.000 dólares.

El volumen global de exportaciones derivadas de la madera (incluyendo pulpa de papel y madera laminada) creció el 68% entre 2000 y 2019 y representa un volumen de 244.000 millones de dólares.

En parte debido al boom de los proyectos de bricolaje y DIY durante los meses de confinamiento estricto debido a la pandemia, el precio de la madera sin tratar se ha disparado (1.000 pies cuadrados —92 metros cuadrados— de madera de 1 pulgada —2,54 centímetros— de grosor pasó del rango de 200-400 dólares durante la década pasada a una horquilla entre los 1.000 y los 1.400 dólares.

La huella de la transición hacia el coche eléctrico

En paralelo, varios fenómenos como el auge de la economía remota (exacerbado por la pandemia), el minado de criptomonedas y contenidos que requieren mayor capacidad de proceso por su dependencia de contenidos gráficos en alta definición (vídeos, videojuegos y otro contenido multimedia), han creado una escasez en el mercado de los microprocesadores gráficos, y empujado a empresas como Apple y Google (que ya fabrica sus propios chips para codificar vídeos de YouTube) a garantizar su propio aprovisionamiento.

En paralelo, inversores y fabricantes internacionales aceleran la construcción de factorías automovilísticas en China, el principal mercado mundial y el que cuenta con mayor potencial de crecimiento en las próximas décadas.

Tesla, principal fabricante de turismos eléctricos, cuenta con su propia fábrica en el país con el mayor mercado de autobuses eléctricos y uno de los mercados donde la marca podría vender sus futuros camiones Tesla Semi.

Además, la demanda de materias primas para baterías en todo tipo de dispositivos y vehículos ha creado una economía en torno al reciclaje de baterías desechadas que preocupa por su impacto sobre la salud de sus operarios y el medio ambiente.

Con un mercado automovilístico en plena transición hacia trenes eléctricos, los expertos demandan recursos para crear una economía circular segura y rentable en torno al reciclaje de baterías eléctricas desechadas.

Metales, tierras raras y emisiones de CO2

Otros materiales estratégicos en la economía actual, los metales y tierras raras presentes en los dispositivos tecnológicos, se siguen extrayendo de sus principales centros de explotación, pero de momento no han instigado a reguladores y fabricantes de dispositivos a diseñar con vistas a facilitar la recuperación de materiales valiosos que, abandonados en el entorno, son contaminantes y peligrosos.

Existen más tendencias que no parecen alinearse con los ambiciosos objetivos medioambientales de los próximos años son las tendencias del consumo alimentario global, que dedica la mayoría de sus recursos a producir en exceso un alimento que ha pasado de una posición marginal en la dieta mundial a ostentar un rol simbólico primordial: la carne roja.

Si bien el consumo de carne se estabiliza en Europa y América del Norte, crece sobre todo en Asia, donde se concentra también el aumento de la producción. La carne constituye, de momento, uno de los símbolos de prosperidad para los consumidores que aumentan su poder adquisitivo en economías como la china.

La orientación de estas y otras tendencias de producción, y el dinamismo de mercados de consumo como el chino —cuya economía y tejido productivo se han recuperado de los efectos de la pandemia con mayor rapidez que en las economías avanzadas más afectadas por las medidas sanitarias diseñadas para atajarla—, relativizan cualquier cambio de tendencia observado en los países donde se concentran los esfuerzos de la economía circular, se estanca o disminuye el consumo de carne, etc.

El nivel de emisiones tardará menos en recuperarse y superar niveles previos a la pandemia que la propia economía productiva en los países más afectados. La Unión Europea, el principal mercado de comercio de emisiones y líder en soluciones de captura de CO2, con un mercado en ciernes de firmas público-privadas que convierten CO2 capturado en energía y materiales.

Sin embargo, el impacto de iniciativas individuales como compensar el impacto de CO2 con una donación equivalente o ajustar el consumo conforme a los propios valores medioambientales, es apenas un hecho simbólico y quijotesco.

Si el plástico que flota en los océanos tuviera un uso…

Ya hay quien compara el activismo en un estilo de vida de menor impacto como el equivalente postmoderno al mercado de las indulgencias establecido por la Iglesia de antaño para financiar la institución (al conceder el perdón a los pecadores a cambio de un aporte económico para construir la basílica de San Pedro).

El consumo de plástico y su presencia prolongada en el medio al fin de su vida útil es uno de los retos de nuestro tiempo, con proyectos —como el de Boyan Slat a través de la organización The Ocean Cleanup— que tratan de rescatar plástico en los océanos debido a su impacto sobre la vida acuática y a su intromisión —a través de su descomposición— en la cadena trófica.

La empresa holandesa PlasticRoad instala un tramo de uno de sus pavimentos de plástico reciclado para carriles bici de altas prestaciones

Hemos diseñado productos con una vida útil que representa la fracción de una única jornada en nuestra vida y, sin embargo, permanecen en el medio después de su uso. Un vaso de polietileno necesita 50 años para biodegradarse; una lata de refresco, 200 años; un pañal sintético, 450 años; una botella de plástico no biodegradable, 450 años.

Y, en plena pandemia, caminar unos minutos en cualquier rincón del planeta nos permitirá descubrir mascarillas de un solo uso, abandonadas como si nada: también tardan 450 años en descomponerse por completo.

En plena era del plástico, no bastará con prohibir las bolsas o contenedores de un solo uso, sino tratar un problema global con mecanismos que aborden el fenómeno del abandono irregular de desechos plásticos como el tema se merece. Según Our World in Data, Norteamérica y Europa emiten un 0.87% de todos vertidos plásticos incontrolados a ríos y océanos, mientras los vertidos efectuados por las Filipinas representan el 36% del total.

Dónde ocurren los vertidos plásticos

Pero el tratamiento estricto de derechos no biodegradables como los polímeros plásticos no garantiza su desaparición del medio, sino que la mayor parte acaba en vertederos a menudo expuestos a un entorno que envía sustancias tóxicas a cursos de agua y océanos. La nueva política medioambiental china, que ha prohibido la importación de desechos plásticos de terceros países, aumenta la presión para hallar soluciones creativas a un problema que ya no puede barrerse bajo la alfombra.

La concienciación del público y legislaciones locales no podrán reducir el impacto del plástico en los océanos si estas medidas no llegan a los países donde los vertidos descontrolados han transformado el paisaje en torno a ciudades, ríos y estuarios.

Según Our World in Data, el 80% del plástico en los océanos llega allí desde ríos y vertidos costeros (las redes de pesca descartadas o extraviadas, representan la mayor parte del 20% restante). Asimismo, entre el 60% y el 90% de todos los desechos en los océanos proceden de vertidos en 10 ríos, la mayor parte de ellos en Asia (el 81%).

El caso de los vertidos en ríos de Filipinas es especialmente preocupante, con siete de ellos entre los diez que más plástico emiten a los océanos (uno en Malasia y dos en India completan la lista).

Ni apelar a la responsabilidad personal ni incluso la prohibición generalizada del uso de plásticos de un solo uso, lograrán frenar los vertidos de gran volumen en países carentes de una gestión de desechos efectiva en todo su territorio: se calcula que en 2040 habrá 1.300 toneladas de plástico en el medio ambiente.

Economías de escala para el plástico descartado

Mientras llegan las políticas regulatorias que aseguren un mayor control de estos vertidos, se han propuesto numerosas soluciones para abordar el problema de los desechos plásticos, desde el uso a gran escala de microorganismos que se alimentan de polímeros plásticos a nuevos procesos que conviertan estos desechos en nuevos plásticos con una calidad equivalente.

Más allá de las promesas solucionistas sobre bacterias que comen plástico o procesos efectivos de transformación eficiente y limpia de viejos polímeros en plástico virgen (la alquimia de nuestro tiempo), una técnica efectiva se expande ya por todo el mundo: consiste en transformar residuos plásticos en material ideal para crear pavimentos técnicos que amortiguan, reducen el ruido y la abrasión, ventajas que han interesado al sector de la obra civil.

Varios países usan un nuevo tipo de asfalto con desechos plásticos incorporados (hasta una tonelada de desechos por kilómetro asfaltado).

En la India, un departamento de química aplicada de la escuela de ingeniería de Thiagarajar coordinado por Rajagopalan Vasudevan ha desarrollado una técnica para crear pavimentos más flexibles y de mejores prestaciones con la adición de plástico desechado.

Las pruebas realizadas hasta el momento han dado los resultados previstos y el artículo científico publicado al respecto argumenta que el proceso es, asimismo, ecológico y económico (con un ahorro potencial de 670 dólares por kilómetro de carretera asfaltada).

Lidiar con los excesos de una era

De este modo, un problema potencial (la gestión de desechos plásticos en un país donde predominan los vertidos incontrolados a ríos y estuarios) podría solventar los retos de mantenimiento en una red de carreteras limitada y deficiente: Vasudevan confirma que añadir polímeros plásticos al asfalto mejora la flexibilidad de la superficie de la carretera, reduce el ruido en entornos urbanos y evita el agrietamiento y los baches.

La iniciativa de Rajagopalan Vasudevan y su equipo ha contribuido a un cambio en su país: tras donar la patente de la invención al gobierno indio, en 2015 la Administración india hizo obligatorio el uso de asfalto con polímeros plásticos en ciudades de más de 500.000 habitantes.

Asimismo, la firma holandesa PlasticRoad construyó en 2018 el primer carril bici creado íntegramente con plástico reciclado. La firma recoge desechos plásticos localmente y extrae el polipropileno, que se convierte en la base de un material durable, flexible y que absorbe tanto ruido como impactos, y añade únicamente una fina capa mineral en la superficie.

Cada metro cuadrado de carril bici plástico contiene 25 kilogramos de plástico reciclado, y reduce en un 52% el impacto de emisiones con respecto a construir el mismo tipo de infraestructura con adoquines convencionales u otras técnicas corrientes.

Cada año, la India incorpora a su red 10.000 kilómetros de carretera asfaltada, uno de los ritmos de crecimiento más elevados del mundo, mientras que los Países Bajos han hecho de la bicicleta un medio de transporte urbano e incluso interurbano prioritario. El potencial de crecimiento de ambas iniciativas está garantizado y éstas podrían inspirar retos similares en otros puntos del mundo.

Si no existe una economía auténticamente circular, es porque nadie ha contribuido a hacerla realidad. Hasta ahora.