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El valor de elegir nuestra actitud en cualquier circunstancia

El modo en que respondemos ante la adversidad transforma nuestra visión de las cosas y, en última instancia, nuestra existencia (y nuestra salud a largo plazo).

Quizá merezca la pena empezar por lo que nos parece menos importante, sobre todo en la exigente vida contemporánea. Esas pequeñeces que, en momentos difíciles, se revelan decisivas, porque nos ayudan a sobrellevar momentos que requieren paciencia e improvisación.

«El hombre en busca de sentido», aunque a veces cueste

Las pequeñas cosas nos ayudan a ver un mundo que permite la esperanza, y nos permiten eludir el nihilismo, la misantropía o el fatalismo en momentos difíciles.

La mejor literatura carcelaria, relatos de supervivencia en contextos de violencia o miseria extremas, o historias de celebración de la vida y la supervivencia incluso en las situaciones más proclives a perder la esperanza, nos hacen más fuertes cuando lo necesitamos.

Una lucha a muerte para mantener la esperanza

Viktor E. Frankl, superviviente de los campos de exterminio, decidió explicarnos que, incluso cuando el horror más crudo se halla ante nosotros, siempre es posible hallar la fuerza para salir del atolladero y reconstruir lo que ya no podrá volver a ser igual.

Este psiquiatra austríaco que murió en Viena en 1997 a los 92 años, había perdido perdido a su familia en los campos de exterminio nazis.

Él mismo recluido en Auschwitz y Dachau, se mantuvo con fuerza para publicar un trabajo académico inédito que su mujer le había ayudado a ocultar en el interior del forro de la chaqueta. No pudo salvar el documento, pero se conjuró reescribirlo a partir de la vivencia en los campos, que no le arrebatarían —decidió— algo que no dependía de los carceleros, sino de él mismo:

«La última de las libertades humanas, elegir la actitud de uno mismo en cualquier circunstancia, elegir nuestro propio camino».

Vigencia de «El hombre en busca de sentido»

Frankl se refería a elegir la reacción que uno tendrá ante eventos que, en ocasiones, no podemos evitar, como la injusticia institucional (o una pandemia). Su rebelión personal consistió en sacudirse el pozo sin esperanza que, anímicamente, parecía llegar a la mayoría de los compañeros en los campos.

Observó que quienes dejaban de creer en su futuro, quienes tiraban la toalla, empezaban a mostrar signos irreversibles al descuidar su higiene personal y no reaccionar siquiera ante la perspectiva de las represalias. Entraban en una especie de indolencia emocional.

A los 70 años, escalando en Lutterwand, cerca de Viena (Austria)

Frankl afirmó el sentido de su vida cuando Europa Central había sido engullida por la deformación absoluta de instintos nacionalistas que habían empezado con aparente inocencia a partir del idealismo de mediados del siglo XIX.

El hombre en busca de sentido contenía retazos del manuscrito académico que no había podido salvar en los campos, si bien la obra tomó un giro autobiográfico y la sencillez divulgativa que permitiera a cualquiera usarlo como una herramienta de terapia emocional (para Frankl, como para tantos lectores, todos los buenos libros tenían este fin).

Lo que ocurre, lo que nos afecta… y nuestro empeño

Al leer su relato, en el que logra describir momentos escabrosos y plagados de miseria eludiendo morbosidades y centrándose en esos destellos que lo llenan todo de sentido, las pequeñas incomodidades de nuestro mundo cotidiano vuelven a su irrisorio tamaño real. Lo circunstancial puede hacer las cosas cuesta arriba, pero nuestra actitud ante ellas lo puede transformar todo.

En ocasiones, somos incapaces de elegir las circunstancias en que nos encontramos, pero sí podemos reaccionar de la manera elegida.

Nuestra perspectiva de las cosas puede asistirnos en momentos difíciles, concluyó Frankl, que al escribir el ensayo —publicado en alemán en 1946—, no sospechaba que el texto serviría como uno de los pilares de la psicoterapia contemporánea.

Viktor E. Frankl

Las columnas del Partenón y las estatuas de reyes en la fachada de Notre-Dame no fueron erigidas en la proporción matemática deducible a partir de simples cálculos geométricos, sino que sus constructores incluyeron desviaciones premeditadas para, desde la perspectiva del observador (los miradores aledaños en el caso del Partenón, el suelo frente a la fachada en Notre-Dame), recuperaran el aspecto deseado.

Relatos de Europa Central

El tiempo, la ruina y el fuego no podrán destruir los poderosos resquicios de inspiración que el ejercicio de la perspectiva puede traernos.

Incluso cuando la reconstrucción tras la catástrofe no es posible (cuando, por ejemplo, la Mitteleuropa descrita por Stefan Zweig, Elias Canetti o Max Sebald desaparece para siempre), el propio recuerdo fragmentario es una celebración de lo que ya no está, pues abre posibilidades de celebración y reinterpretación.

El síndrome del miembro amputado descrito por Max Sebald a través del periplo del protagonista de Austerlitz confrontado a su pasado como niño de la guerra en la Europa Central que exterminó a su familia, es la constatación de la auténtica fuerza del humanismo en situaciones extremas.

De manera similar, aunque difícilmente comparable en sufrimiento, nuestra conciencia necesita afrontar el ejercicio de situarse ante tesituras distintas que nos ayuden a valorar nuestra situación, y conocer lo que realmente nos importa, lo que realmente podemos hacer para mejorar nuestra situación y la de otros, etc. Esta toma de perspectiva puede tomar distintas formas, en función del observador y sus circunstancias.

Sísifo

Un siglo después de que el idealismo lograra su preeminencia en el pensamiento europeo, gracias a Hegel y sus derivas (nacionalismo, materialismo dialéctico), Viktor Frankl se enfrentaba a su propia muerte por tortura e inanición en un campo de exterminio nazi. En los momentos de mayor debilidad física, mental y espiritual, Frankl siempre encontró una fuerza inquebrantable en lo que ansiaba recuperar: el reencuentro con su mujer, sus trabajos en psicología, el retorno a un mundo donde el humanismo volviera a la centralidad.

Al sobrevivir a la liberación —explica en El hombre en busca de sentido— tuvo que afrontar las duras noticias: conocer la muerte de su mujer embarazada y del resto de su familia, saber que no se trataba de una pesadilla macabra.

Frankl en 1947, un año después de que se publicara en alemán «El hombre en busca de sentido»

Pese al dolor, Frankl se negó a culpabilizar a todo un pueblo y no abandonó Austria pese a las oportunidades para seguir su carrera en Estados Unidos. Había decidido rehacer su vida en un lugar que —él mismo había decidido— no había dejado de sentir parte suya. Una decisión difícil.

A propósito de la importancia de cultivar un fuero interno que nadie pueda doblegar, Nelson Mandela (influido por el pensamiento de la conciencia vitalista que une a Thoreau, Tolstói, Gandhi y MLK) declaró a propósito de sus años de cárcel:

«Al cruzar la puerta que me llevaría a mi libertad, supe que si no dejaba mi amargura y mi odio detrás, aún permanecería en prisión».

Esta actitud entronca, asimismo, con la que expresó Malcolm X al retornar de su viaje por Oriente Medio, poco antes de ser asesinado. Su nacionalismo racialista había evolucionado hacia un humanismo cada vez más profundo y alejado de la dialéctica de la confrontación.

Voluntad de sentido y las cosas pequeñas

En su ensayo El hombre en busca de sentido, encontramos algunos de los pasajes más crudos del siglo XX, y nos reconciliamos a la vez con la esencia de los valores compartidos por esa construcción a medio hacer y derruir (según el sentido de esta labor de Sísifo) que llamamos Occidente, Europa o sucedáneos.

Las pequeñas cosas. Las cosas pequeñas tienen un dios, nos dice la escritora india Arundhati Roy, y las situaciones traumáticas dejan huella, pero no destruyen si estamos determinados a que así sea.

Una melodía, la pregunta de un niño, un gesto de bondad que no busca nada a cambio, el respeto de quienes ven en otros la humanidad (y no la condescendencia, la diferencia, la persona con quien competir, el enemigo)… Hay infinidad de cosas pequeñas que nos hacen saborear lo que Viktor Frankl llamó «voluntad de sentido».

Viktor E. Frankl frente a Sísifo

La existencia tiene sentido, y siempre es posible ir a buscar cuál es ese sentido intrínseco en nuestro caso particular.

Quizá dar una oportunidad a la lectura de El hombre en busca de sentido de Frankl es un buen inicio. No es el único, pero sí el que me ha venido a la mente al pensar en las cosas pequeñas que tanto importan.

Recado cotidiano en tiempo de pandemia

La destilación cotidiana de estas pequeñas cosas podría desarrollarse de la manera siguiente: varias semanas (¿cuántas?) después del inicio del primer confinamiento (habrá más hasta que se encuentre la vacuna) a causa de la pandemia causada por el coronavirus, me dispongo a hacer algo de pan.

Observo que faltan ingredientes, entre ellos la harina que preferimos y levadura que permita iniciar una nueva masa madre. Como ha ocurrido últimamente, me acerco a las tiendas de proximidad y observo que será difícil encontrar levadura; la harina preferida también parece agotarse con rapidez, pero hay alternativas. Primera tienda, segunda, tercera y última tienda.

Bien, hay un par de paquetes de la preparación de levadura que he dado mejor resultado. Pero, como ocurriría en las mejores tragicomedias, observo cómo otro urbanita en la misma tesitura gastro-existencial se aproxima a los estantes que denotan el inusitado boom de la panificación de confinamiento y se hace con los tres últimos paquetes del preparado.

Quizá mi interés por el producto y súbita decepción iniciaran un modo perceptivo equiparable en el lenguaje tecno-audiovisual contemporáneo al efecto de cámara lenta del móvil, el mismo que despierta un estado de conciencia capaz de entrever los pequeños gestos de quienes nos rodean.

El dios de las pequeñas cosas

Todavía estoy a una cierta distancia de quien ha acaparado las últimas existencias —de la jornada, o quizá de la semana— del preparado con levadura natural que habría preferido.

Observo, no obstante, que el sentido de compartir una situación en un momento histórico particular también aumenta nuestro sentido de la existencia compartida: al constatar que alguien se aproximaba al estante, la persona que había acaparado los productos más próximos al agotamiento ha optado al fin por acaparar más de una unidad de los que contaban con un número considerable de inventario en los estantes.

Las pequeñas cosas también nos permiten reconciliarnos con momentos que, en situaciones corrientes, dejamos resbalar sin otorgarles el mínimo valor o importancia. De repente, ser conscientes de la fragilidad de quienes nos rodean es también una llamada que nos inspira para apreciar, compartir, crear.

Viktor E. Frankl

No es casual que muchos de los trabajos que nos vienen a la mente en cualquier disciplina imaginable parten de momentos difíciles o los consideran como motivo alegórico. Cuando lo fundamental está en riesgo, el apego por lo mundano da paso a una visión más lúcida sobre lo auténtico, lo esperanzador, lo bello, lo noble, lo justo, lo resistente, lo sustancioso.

El bienestar duradero no elude los momentos agridulces, nos recuerdan los filósofos más lúcidos, cada uno desde su visión particular; algunos, con grandiosas «teorías de todo»; otros, modestos como una hormiga que intuye la inteligencia del hormiguero, pero se conforma con explicarnos hasta qué punto es la simple «intuición» la que propulsa su fuerza interior.

Vitalismo

El resto son detalles epistemológicos, sobre todo cuando la inestabilidad en la coyuntura (lo que Nietzsche llamó la «plaza pública») nos anima a acercarnos (virtualmente) a las redes sociales a mecernos al calor de las últimas ocurrencias de charlatanes que modulan el humor de la jornada como lo que son: meros termómetros de algoritmos, voceros de la superficialidad.

Si, reconociendo su insignificancia, limitación espiritual y mortalidad, el estoico Marco Aurelio logró paradójicamente la inmortalidad, las voces más populares de cada momento parecen lograr lo contrario: el evolucionismo cultural (la «vitalidad» del contenido) hace que sus voces resuenen con un poderío ubicuo…

Hasta que al instante siguiente surge otra ocurrencia digna de otra oportunidad para captar la atención con lo popular a insustancial, ese contenido que no pretende conducirnos al bienestar duradero y que, prometiéndonos entretenimiento, nos aleja de los resquicios de tranquilidad y grandeza que abren para nosotros el gesto no demandado de un desconocido, la melodía siempre fresca de una vieja canción apreciada, el pasaje de una obra literaria, serie o película, la atención recobrada a una obra de arte que nos agrada o intriga.

Cuando Arundhati Roy dice que una pandemia actúa como un portal, se refiere a nuestra capacidad para aprovechar los momentos de transformación como situaciones en que la incertidumbre obliga a tomar partido y dar lo mejor (o lo peor) de nosotros.

Discernir lo importante entre lo supletorio, comprender, redescubrir el significado de los pequeños gestos que pueden importar a alguien, a unos pocos, a muchos, aunque no mire ninguna cámara y no existan más contrapartidas que el efecto del propio gesto.

Actitud y oportunidad

En el siglo XX comprendimos que el sufrimiento puede alcanzar dimensiones industriales y servirse de burocracias técnicas que amplifican sus efectos.

También pudimos descubrir que, en el propio epicentro de ese sufrimiento, algunos mantenían viva la llama del humanismo, con la simple herramienta de la propia conciencia y la capacidad para transmitirla.

En el siglo XXI, cada uno a nuestra escala relativa, podremos poner a prueba con inquietante periodicidad nuestro comportamiento y conciencia, que podremos desperdiciar o alinear (según nuestras fuerzas o circunstancias).

En ocasiones, puede que prevalezca en nosotros una «voluntad de sentido» capaz de inspirar en otros la pequeña aventura personal de encontrar su propia llama. Su «voluntad de sentido» personal e intransferible.

Una última reflexión de Frankl en El hombre en busca de sentido:

«Cada día, cada hora, ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, una decisión que determinaba si te rendías o no a esos poderes que amenazaban con arrebatarte tu libertad interior».