Volvemos a Europa tras más de dos meses de trabajo y aventuras por Estados Unidos, incluyendo un viaje peripatético de costa a costa.
Porque, como a veces tenemos que aclarar cuando se nos pregunta, en nuestro caso no hay una línea clara entre trabajo, ocio, crianza de nuestros hijos, aprendizaje, descanso.
Los vídeos, artículos y fotografías de *faircompanies combinan estos ámbitos sin que haya habido a menudo planificación previa: a veces, llegamos a una ciudad con intención de grabar un vídeo y, si la situación lo aconseja, aprovechamos para aprender.
El arte de viajar ligero
Viajar ligero y adaptarse a cada situación no es siempre fácil, especialmente cuando se viaja en familia y el equipaje, por muy liviano que sea, debe incluir videocámara, cámara fotográfica, dos portátiles, numerosos discos duros y una fruición de cables, baterías, etc.
En ocasiones, es fácil combinar jornadas irrepetibles con lugares para pernoctar igualmente recomendables; pero, en nuestro caso, el objetivo no es pernoctar en un lugar especialmente fotogénico (realizando así, la fotografía de recibo para redes sociales), sino todo lo que implica haber acabado en un lugar.
Nos interesa más lo que aporta el trayecto que supeditar la aventura a la caza del escenario pintoresco (como parecen hacer algunos cazadores de paisajes en hashtags de Instagram como #vanlife).
Jaula de hierro
Lo que menos nos preocupa es encontrar supuestas pompas que, más que completar las amenidades de un lugar, recrean lujos urbanos convertidos en mercancía con un coste marginal que tiende a cero. Los viajes en que nos inspiramos han catalizado arte e innovación, y rememorarlos -con libertad, sin ser esclavos de ellos- es ya aprender.
Si a finales del siglo XX el típico profesor universitario explicaba anécdotas como la capacidad de determinadas corporaciones para garantizar su distribución hasta en los lugares más remotos, a este paso la manida historia lectiva del nuevo siglo se referirá a la universalidad de los servicios de telefonía celular y, en paralelo, a la historia del ascenso de un nuevo “lujo”: el retiro introspectivo en lugares sin conexión a nuestro torrente de actividades cotidianas, tanto físicas como digitales.
La desconexión temporal como actividad exclusiva. Un antídoto a la tendencia hacia lo que el sociólogo Max Weber llamó racionalización y burocratización de la vida social, o “jaula de hierro”.
Encontrarse confortable en cualquier lugar
Viajar sin depender de supuestas amenidades cotidianas ayuda también a acercarse al otro, a escucharlo, a averiguar su historia, sus motivaciones, su contexto. En el mundo del periodismo, esta actitud equivale a enfrentarse a lo percibido sin llevar un guión precocinado, evitando el fenómeno del periodismo incrustado (“embedded”).
Algo así como imaginar que uno es Claude Lévi-Strauss enfrentándose a la escritura del ensayo Tristes Tropiques: el bagaje cultural propio forma parte de la historia, pero no debería escribir la historia de los encuentros.
El periodista se convierte en aprendiz del protagonista del reportaje. Incluso hay momentos en que, cuando el contexto lo hace propicio, nuestros hijos asisten en primera persona a lo que acontece, respetando el ritmo de la conversación y esperando el momento propicio para aclarar o repetir algo que los haya encandilado.
Viajar para conocer vs. viajar para “descansar”
Asistir al desarrollo de una entrevista es algo parecido a tocar una pieza musical, escribir un texto, leer un buen pasaje literario o disfrutar de una conversación: la situación avanza de acuerdo con un guión improvisado sobre el que influyen tanto entrevistador/es como entrevistado/s.
Otras veces, cuando la situación no fluye con naturalidad y se imponen rigideces en el discurso o la situación, siempre hay maneras de prestar un poco de atención para que surja la auténtica historia.
De vuelta en Europa. Dieciocho de agosto de 2016. Aterrizamos en París tras un vuelo de 11 horas desde San Francisco. Recogemos el equipaje y, con el sueño cambiado, tomamos los dos trenes que nos llevarán a París y finalmente a Fontainebleau, donde reponemos fuerzas y, sin recuperarnos del todo del jet lag, ponemos rumbo, esta vez en coche, hacia España, donde visitaremos a los abuelos y acudiremos a una boda en otro punto de la geografía ibérica.
Al atravesar Aragón y la Meseta rumbo al Oeste, hacia el punto del norte de Cáceres donde nos encontramos, volvemos a topar con folletos publicitarios y conversaciones que nos recuerdan la emergencia de un neologismo con el que es difícil sentirse del todo cómodo: “glamping”.
Fenómeno “glamping”: ¿marketing o modelo?
El “glamping”, término que ya hemos oído en Francia y Estados Unidos, combina “glamour” y “camping”, como si fuera necesario otorgar la etiqueta de turismo comodón y lujoso (todas las amenidades, ningún inconveniente) a un tipo de viaje que por definición demanda una actitud más paciente y espartana, si bien no necesariamente más incómoda.
Huyendo de horarios repletos, masificación y entornos urbanos, muchos optan en los últimos años por recrear aventuras de grandes viajeros romántico, sin renunciar a un mínimo de confort: tiendas de campaña, autocaravanas y otros vehículos recreacionales, así como hoteles en parajes alejados de los circuitos tradicionales, tratan de encontrar el equilibrio entre lo remoto y lo accesible, entre lo cómodo y lo que requiere ser descubierto.
El “glamping” se sirve de un reclamo tan intangible como irresistible en un mundo hiperconectado: contemplar la naturaleza y, siguiendo la aspiración panteísta de los románticos, convertir el descubrimiento de lo que nos rodea en una indagación de nosotros mismos.
Naturaleza y libros
O, en terminología de Ralph Waldo Emerson, asomarse a la naturaleza con atención es mirar hacia nuestro interior, y a la inversa:
“La naturaleza y los libros pertenecen a los ojos que los ven.”
O explicado en Walden por Henry David Thoreau, su amigo y vecino en Concord:
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; confrontar sólo los hechos esenciales de la vida y comprobar si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme averiguar, en el momento de morir, que no había vivido.”
El lujo depende de nuestra percepción
Pero el “glamping” es también una etiqueta y, como cualquier otro reclamo, invita a los malentendidos: por ejemplo, los alojamientos rústicos en plena naturaleza a menudo incorporan las amenidades de cualquier habitación de hotel, convirtiendo una tienda, yurta, cabaña en un árbol o habitáculo diseñado para un entorno concreto, en otro lugar más conquistado por las amenidades que nos rodean en nuestra vida cotidiana.
Alojarse en un paraje sugestivo con intención de asomarse al entorno y uno mismo, tanto solo como en pareja o en familia, y acabar demandando las amenidades que nos alejan de la introspección en lo cotidiano, es una de las tensiones con potencial de convertirse en contradicción a las que se asoma el concepto de “glamping”.
Medios como The New York Times han dedicado varios artículos, alguno de ellos de opinión, al fenómeno desde que el anglicismo apareciera citado por primera vez en el Reino Unido a mediados de la década pasada. Diez años después, hoteles con “pods”, yurtas o cabañas en plena naturaleza aparecen en todo el mundo… hasta masificar la tendencia escapista.
Meden agan
En junio de 2015, una carta al editor enviada por Chelsea Bateman a The New York Times a propósito de un artículo sobre amenidades “glamping” en torno a Seattle, sintetizaba las contradicciones que cualquier entusiasta de viajar ligero y descubrir parajes al aire libre afronta con una tendencia hasta ahora asociada con el turismo más pasivo y hedonista:
“Uno supone que acampar no es glamuroso -dice Chelsea Bateman en su carta al editor-. Acampar es lo que uno hace cuando quiere evadirse de la civilización y fundirse con la naturaleza.
“El término ‘glamping’ es una ridícula yuxtaposición de lujo y naturaleza -prosigue Bateman-. La gente que disfruta con una acampada no debería dejar que su espacio en medio la naturaleza se transformara en suntuosos establecimientos, porque fueron al bosque precisamente para escapar de ello.”
El trascendentalismo de Thoreau y Emerson entronca con una tradición de aprecio de lo esencial sin necesidad de intermediarios ni fastos excesivos, cuyos orígenes se remontan a la máxima griega que recomienda la moderación (el “meden agan” griego, traducible por “nada en exceso”, es el equivalente práctico de la máxima socrática y délfica del “conócete a ti mismo”), especialmente valiosa para los estoicos.
Manjares, ambrosías… y percepción
Un estoico influyente en la Antigüedad sobre el que apenas han sobrevivido un puñado de aforismos y menciones, el romano Musonio Rufo (maestro del esclavo liberto Epicteto), recomendaba a sus conciudadanos acomodados que afrontaran jornadas de humildad y relativa penuria, para aprender a disfrutar así del lujo que en ocasiones constituye un mendrugo de pan, si uno se encuentra con la actitud adecuada.
Un mendrugo de pan puede ser, para el maestro de Epicteto (así como para el noble y cristiano anarquista ruso que elevó la literatura hacia nuevas cotas, Lev Tolstói, que hace que uno de sus personajes, el noble Pierre -un hedonista afrancesado, amante de los excesos, del buen vino y la buena carne-, disfrute de un mendrugo con unos soldados apresados por los franceses durante el sitio de Moscú por las tropas napoleónicas), el manjar más exquisito con la actitud adecuada.
La misma actitud de apreciación de lo esencial convierte cualquier chozo esencial en medio del monte en todo lo necesario para disfrutar de una velada frente a frente con lo circundante, cerrando los ojos ante las estrellas.
Historias de Arabia
La apreciación de los estoicos o del anarquista cristiano Lev Tolstói por lo mesurado entronca con la espartana comodidad que nómadas y viajeros se han proveído desde tiempos inmemoriales. Cazadores y recolectores y grupos nómadas de todo el mundo suscribirían estas palabras de Gerónimo:
“Fui calentado por el sol, sacudido por los vientos y cobijado por los árboles como otros niños indios. Vivía en paz cuando la gente empezó a hablar mal de mí. Ahora puedo comer bien, dormir bien y estar satisfecho. Puedo ir a cualquier lugar con una buena sensación.”
Muchos pueblos tradicionales en zonas áridas y desérticas conservan una generosa cultura de la hospitalidad que garantiza la supervivencia de cualquier viajero o familiar lejano de paso, siguiendo un viejo dicho de los antiguos nómadas de Arabia:
“Yo contra mis hermanos; mis hermanos y yo contra mis primos; mis primos, mis hermanos y yo contra el mundo.”
Rutas y viajeros
Sin embargo rencillas e incluso guerras deben atender el ritmo del viajero y el compromiso ancestral de la hospitalidad, abriendo la tienda y compartiendo la humilde comodidad de su interior con el forastero.
La ruta de la sal, desde el Congo hasta la Europa medieval; la ruta de la Seda, que permitió el intercambio de productos e ideas en Eurasia desde la Antigüedad; o las grandes peregrinaciones a lugares sagrados en todos los continentes han abierto rutas y permitido el perfeccionamiento de tiendas y alojamiento.
También lo hicieron las guerras: muchas ciudades europeas deben su fundación a un campamento militar romano, que a menudo recordaba en su nombre al emperador del momento.
Las tiendas de campaña de generales romanos y emperadores durante conquistas en la Galia, Hispania o Germania seguían la disposición euclídea de la futura colonia, y la disposición de mandos y soldados del ejército romano inspiraría a viajeros posteriores en campaña:
- los sultanes otomanos viajaban con un lujo y séquito que pretendía contrarrestar el apuro o la incomodidad del viajero;
- Napoleón, tan conocido por sus innovaciones bélicas como por un cierto gusto por la pomposidad ritual que la época del Terror había sustituido por la guillotina, comprendió la importancia de alojamiento portable, vituallas y equipo médico en campañas bélicas de larga duración.
El fardo de Napoleón
El museo del palacio de Fontainebleau (en el departamento de Sena y Marne, donde ahora vivimos la mayor parte del año) conserva el equipo de campaña completo de Napoleón Bonaparte: tienda de lona con dormitorio, sala de visitas, camastro, taburetes, sillas y mesas plegables, así como botiquines para el aseo y los primeros auxilios médicos destacan tanto por su sencillez como por su modernidad.
Acudimos a menudo al museo del Château de Fontainebleau, cuyo mobiliario original de la etapa regia se dispersó durante las ventas revolucionarias y fue recuperado y ampliado por el propio Bonaparte. El museo conserva intactas la pequeña sala donde el antiguo emperador firmó su abdicación antes de ser conducido a Elba, así como su mencionada parafernalia de viaje.
En la era del acceso universal a bienes de consumo cada vez más asequibles para un porcentaje de la población mundial que no para de crecer, el turismo que trata de ofrecer comodidades en parajes apartados deberá recordar que, más que acceso a televisión por cable, mueble bar bien provisto y cama turca, los viajeros deseosos de introspección buscan instintivamente un contacto con el entorno que carezca del precinto aséptico de la modernidad que nos mantiene técnicamente interconectados.
Entre Esparta y el sultán
Eso sí, disfrutamos de una interconexión cotidiana que ha olvidado la importancia de otra conexión: la de conciencia, forma física y lo que nos rodea.
Los establecimientos que ofrecen confort en medio de la nada deberían recordar qué tipo de experiencia puede beneficiarnos más, tal y como recuerdan estudios sobre los efectos beneficiosos del paseo por el bosque y actividades al aire libre.
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