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Emergencia de macrodatos: del perfil aislado al grafo social

Imprimir cada uno de los extensos términos y condiciones de los servicios web más populares en extensos rollos de papel en formato A4 de distintos colores se ha convertido en la obra alegórica I Agree de Dima Yarovinsky, en la que observamos la inabarcable longitud de los términos de servicio asociados a una aplicación que muchos consideran inocua: Instagram, perteneciente a Facebook.

Nada mejor que situarnos, aunque sea virtualmente, ante una obra que nos muestra gráficamente todo lo que hemos consentido al pulsar sobre «Aceptar» para inscribirnos en algún servicio sin haber leído una palabra, faltaría más, del acuerdo formal al que accedemos.

«I agree», obra alegórica de Dima Yarovinsky

Al menos en ese momento, todo son promesas: se trata de servicios casi siempre «gratuitos» al no requerir contraprestación económica inmediata o permanente, y nadie nos pide el número de la Seguridad Social o el de la tarjeta de crédito. Caemos en la ilusión pretendida por el prestador del servicio de que ese «Aceptar» protocolario es una mera formalidad con muchas ventajas y ningún inconveniente.

Sacrificar el derecho a la privacidad

Enrollados, los contratos de términos y condiciones aceptados sin leer se confundirían con una especie de salmo contemporáneo regurgitado por departamentos legales y servido en frío por algoritmos. La críptica jerga jurídica de este tipo de mensajes, que pretende oscurecer el auténtico propósito de estos acuerdos, contribuye tanto a evitar su lectura como lo logra su extensión, si estéticamente se confundiría con el rollo de papel usado por Jack Kerouac para mecanografiar En la carretera a ritmo de bebop.

Quizá dentro de unos años analicemos con mayor esmero uno de los conflictos contemporáneos: la tensión entre protecciones jurídicas surgidas con anterioridad a las redes sociales, diseñadas para salvaguardar nuestra privacidad, y el uso intensivo que los servicios de Internet hacen de nuestra información en Internet, sirviéndose de nuestro consentimiento y nuestra propia promoción: compartimos detalles sobre nuestra rutina, estilo y filosofía de vida, filias y fobias, opciones políticas, identidad percibida… Y, a través de acciones y omisiones, las pistas de lo inconfesable o lo poco analizado por el interesado.

En cierto modo, nos sugiere el ensayista y especialista en medios estadounidense Douglas Rushkoff,

«los algoritmos [de servicios como Facebook] nos empujan a convertirnos en caricaturas de nosotros mismos. Éstos no se limitan a predecir nuestro comportamiento, sino que lo moldean».

Hipertransparencia y comercialización de la imagen

Dado el uso intensivo de teléfono y redes sociales de la mayoría de nosotros durante los últimos años, comprendemos la reflexión Rushkoff, que nos evoca la línea de trabajo sobre el impacto de los nuevos medios en el comportamiento personal y social del filósofo surcoreano afincado en Alemania Byung-Chul Han.

Nos equivocaremos, si reducimos fenómenos como la erosión del concepto del derecho a la privacidad a favor del exhibicionismo generalizado en redes sociales a una mera evolución de costumbres ocurrida con el fatalismo de lo inevitable.

El fenómeno de la transparencia exagerada y el Yo postizo que tanto ha abundado durante estos últimos años es fruto de la concordancia entre nuevas herramientas instantáneas y un software telemático diseñado para financiar su carácter aparentemente gratuito con el acceso ilimitado a la información de los participantes (a la vez que éstos erigían sus avatares digitales a imagen y semejanza de su Yo ideal).

Los dispositivos Stingray interceptan la señal móvil de cualquier teléfono de la cercanía, obteniendo voz y datos y modificando la propia señal

La realidad actual nos depara las aparentes paradojas e incongruencias propias de ecosistemas conectados y dinámicos con sobreabundancia de información: Internet y los principales servicios erigidos sobre la Red se comportan como fenómenos «emergentes» o ecosistemas donde el conjunto contiene mayor significado y valor que la mera suma individual de sus partes.

Contenido azucarado a cambio de ceder la privacidad

Las empresas tras las principales aplicaciones de uso cotidiano se benefician del uso estadístico y a gran escala de la información rastreada con la connivencia de sus usuarios, que ceden un acceso privilegiado a su información y actividad, medidas desde infinidad de puntos de vista y teniendo en cuenta numerosos parámetros. A continuación, es tarea de diseñadores de algoritmos —y del propio aprendizaje automático de éstos— el uso estadístico a gran escala de la información con objetivos utilitarios (influir sobre el comportamiento por motivos publicitario).

El uso a gran escala de la información rastreada a usuarios contiene un valor proporcional a la pericia de la empresa en custodia de la información para explotarla: durante el último lustro, hemos asistido a la carrera algorítmica para afinar al máximo la conversión de la actividad de usuarios en beneficios publicitarios, aunque ello fuera en detrimento de la privacidad de éstos o de fenómenos como el auge de la polarización y el populismo, la propaganda personalizada y fenómenos análogos.

Como si estuviéramos ante una realidad cuyas consideraciones a gran escala pierden su equivalente individual (y la posibilidad de replicar fenómenos a partir de hipótesis a que se sostienen a distintas escalas), la información que a título individual tiene un precio testimonial en el mercado (por ejemplo, todos los datos y trazas que genera un usuario tipo en redes sociales), alcanza un valor fabuloso a una escala determinada: lo valioso no es nuestra información en abstracto, sino su pertenencia a un contexto.

El reportero que vendió sus datos personales por criptomonedas

Uno por uno, los perfiles de usuario carecen de utilidad (a no ser que se trate del perfil de alguna de las modalidades postmodernas de «celebridad», de líderes de opinión, representantes de la sociedad civil, empresas o instituciones, etc.); sin embargo, una «muestra» que ayude a vender un producto, popularizar un servicio o decantar unas elecciones, alcanza valores difíciles de calcular sin sentir vértigo.

Es el nuevo «hasta el infinito y más allá» del análisis de mercado y de la manipulación de masas, fenómenos que vuelven a rozarse, como ocurriera durante los inicios de las relaciones públicas, tan cercanas a la propaganda de guerra, la AgitProp y el psicoanálisis gracias al rol de personajes como Edward Bernays.

Dispositivo para el espionaje de teléfonos móviles, usado tanto por fuerzas de seguridad (teóricamente, bajo mandato judicial), por espías a sueldo y por el crimen organizado

La dicotomía entre el valor marginal de la información aislada, que en términos de utilidad económica para las empresas que explotan el sector se convierte en una mercancía indistinguible del «spam», y el valor cada vez más elevado de las muestras relevantes de información a gran escala debidamente contextualizada (acceso a la salsa del «big data» —«macrodatos» o «inteligencia de datos»—, se asemeja cada vez más a lo que el experto en criptografía y pionero en criptomonedas Nicholas Szabo ha definido como «pensamiento cuántico», dado el comportamiento errático de la información: más que el comportamiento individual de la partícula, la gestión de datos a gran escala se interesa por el funcionamiento entrelazado de ecosistemas de datos (en física cuántica, las partículas conformarían la «función de onda»).

Para ilustrar la aparente paradoja entre el comportamiento de la «partícula» con un valor marginal cercano a cero patatero (un conjunto de bases de datos y trazas de usuarios que pueden revelar información relevante, a la carta y bajo demanda, como un determinado perfil demográfico en una red social con fines propagandísticos o publicitarios), y el elevado valor de una muestra relevante de macrodatos de un ecosistema determinado, recurrimos a experimentos y eventos recientes.

Productos digitales con trazas de otros productos digitales

Gregory Barber explica en un artículo para Wired su intento de vender la información de su «perfil digital» (constituyente del «grafo social», o toda la información relevante sobre él que las redes sociales guardan en ficheros y proporcionan al usuario si éste lo pide), a cambio de criptomonedas. La cantidad de dinero electrónico obtenida por el reportero en su experimento: 162 WIB, 1 DAT, 0 NRN. O, convertido en dólares, un equivalente a 0,3 céntimos de dólar.

Lo que cuesta una fortuna como valor agregado o estadística dinámica y relevante, vale 0 como entrada de datos individual. El valor obtenido en el mercado por Barber no coincide con el valor marginal de esta información, si el cálculo se realizada tomando una muestra suculenta, logrando un precio elevado y dividiendo este coste real de la muestra entre cada una de las unidades que la conforman. En este supuesto, la información vendida por Gregory Barber (quien nos informa que el comprador es un perfecto desconocido en Argentina).

Desafortunadamente, el mundo de los macrodatos carece a menudo del carácter inocuo para los usuarios y abstracto que promocionan los documentos de términos y condiciones que aceptamos sin leer; en estos documentos, se nos informa en un tono simplón, como quien no quiere la cosa, que nuestra información podría ser usada o no para otras cuestiones, si bien estos datos no irían asociados a nuestra identidad, que sería omisa.

La frivolidad de este tipo de cláusulas recuerda el etiquetado de algunos productos alimentarios, de ambivalencia legendaria: este producto puede contener o no trazas de [introducir aquí un alimento ridículamente alejado del que adquirimos], este producto ha sido producido en países de la UE y de fuera de la UE (o sea, el contenido podría proceder de cualquier rincón del mundo y seguir cumpliendo con la «afirmación» del etiquetado, auténtico reto para la lógica aristotélica).

Comprando las coordenadas en tiempo real de tu propio teléfono

El rastreo de datos de usuarios puede convertirse en un negocio suculento y peligroso, tanto en el mercado legal como en la Internet oscura: pese a las leyes de protección de la intimidad, firmas de análisis de mercado y oscuros intermediarios de todavía más oscuros «servicios» de Internet permiten a cualquiera, previo pago, emular la labor de agencias de espionaje electrónico como la NSA estadounidense o su equivalente ruso.

El reportero Joseph Cox explica en un artículo para Motherboard cómo compró legalmente —a través de un intermediario de datos de empresas de análisis de mercado y telefonía celular— y por un módico precio de 300 dólares, las coordenadas de la localización en tiempo real de su propio teléfono. Cualquiera podría haber comprado esas coordenadas con la intención de espiar a Cox o, peor aún, [introducir aquí cualquier supuesto comercial, recaudador, sociopático o mafioso].

¿Necesitamos convertir los inacabables y opacos documentos de términos y condiciones en arte para prestarles la atención adecuada?

A diferencia de lo que ocurre en la Unión Europea, que trata de establecer límites regulatorios al abuso actual en el rastreo de datos electrónicos de la ciudadanía (el Reglamento General de Protección de Datos, o GDPR, está en vigor desde el 25 de mayo de 2018), en Estados Unidos los operadores de telefonía móvil no comenten ningún delito si venden a terceros acceso a la información de localización de los usuarios activos en su red.

El teléfono de un joven político

Este escandaloso abuso de los términos y condiciones de uso que aceptan los usuarios de servicios de telefonía y aplicaciones de Internet sin leer jamás la documentación no empezó en 2016, como parecen sugerir las informaciones centradas en el mal comportamiento de las redes sociales a raíz de fenómenos de agitación propagandística que culminaron en el voto de castigo del Brexit y la elección de Donald Trump, entre otras muestras de polarización y auge de los mensajes simplones y confrontacionales.

En 2012, el político y miembro de la ejecutiva del Partido Verde alemán Malte Spitz presentó su caso particular como ejemplo de la deriva panóptica de la sociedad de la información. Durante una conferencia ante público y medios, que tituló «Tu compañía telefónica te vigila», Spitz describió su caso: tras llevar a los juzgados a su operadora, Deutsche Telekom, por no facilitar los datos personales que había compilado sobre él, la firma fue obligada a facilitar la información.

Spitz recibió un fichero de datos con 35.830 líneas de información recopilada a lo largo de 6 meses (en aquel momento, el máximo permitido por las leyes alemanas):

«Se trata de 6 meses de mi vida […] Se puede ver dónde estoy, dónde duermo por la noche, qué hago.»

La Internet ubicua se ha convertido en un sueño hecho realidad para actores dedicados al rastreo de datos. Gracias a capacidades de banda ancha y terminales equiparables a ordenadores en prestaciones y capacidad de proceso (salvo que con sensores especialmente adecuados para transformar la navegación GPS y la triangulación a través de repetidores de señal), cualquier operadora puede facilitar localización, hábitos y centenares de detalles que, procesados con la información de otros perfiles, a actores que podrían explotar esta información por motivos no legítimos.

De la Stasi a los Stingray de oferta

El periodista alemán Kai Biermann elaboró un artículo con los datos cedidos por el propio Malte Spitz; el reportaje para Die Zeit (versión en inglés) contenía mapas detallados con la localización precisa y los hábitos de Spitz.

Si nos atenemos al uso de redes sociales y su capacidad de influencia o índice de penetración, Alemania es una anomalía en Europa Occidental, al mostrarse más reticente a compartir su información a través de redes sociales; un pasado especialmente traumático relacionado con el propio surgimiento del adoctrinamiento de masas durante el Tercer Reich y la experiencia de la ciudadanía de la RDA con la policía política, Stasi, mantendría un cierto peso en el imaginario alemán, explorado por el director de cine Florian Henckel von Donnersmarck en su película La vida de los otros (2006).

Stingray, un dispositivo fabricado por la firma estadounidense Harris Corporation, sirve para capturar la identidad del abonado móvil de un aparato en concreto. Una vez detectados el IMSI —Identidad de Abonado Móvil Internacional— y Número de Serio Electrónico —ESN—, la identidad es asociada a un terminal al que se puede realizar un seguimiento personalizado: modificar la señal, interceptar el contenido y conocer la localización en tiempo real.

El mercado negro del espionaje de bajo coste

Activistas contra el espionaje masivo a través del rastreo de datos, como el investigador austríano Wolfie Christl, denuncian la extensión de lo que consideran un uso sin control de la información de los usuarios, a la que no sólo acceden fuerzas del orden tras una petición judicial, sino que, como ilustra el caso expuesto por Joseph Cox en su artículo para Motherboard, se puede adquirir por cualquiera (en el mercado negro o incluso legalmente), más allá de su identidad o intenciones.

Cox explica cómo las operadoras telefónicas estadounidenses venden la localización en tiempo real de sus clientes a intermediarios, que la ofrecen a su vez a terceros: desde empresas de alquiler de vehículos, detección de fraudes y morosos, cazadores de recompensas, detectives privados contratados por cónyuges (socios empresariales, o enemigos políticos…).

Los rollos de términos y condiciones de los principales servicios «gratuitos» de la Red: auténticos libros de mala literatura

La diferencia entre el interés limitado de la opinión pública logrado por Malte Spitz en 2012 y la cobertura extensiva sobre los excesos del modelo de negocio que ha catapultado a las principales firmas de Internet, basado en el rastreo de los datos y la actividad de los usuarios, quizá confirme que nos encontramos en un punto de inflexión.

Lo que ocurre en tu teléfono

Un auténtico termómetro para conocer la percepción de los principales actores del mercado de telefonía e Internet consiste en analizar la inversión publicitaria y los mensajes desplegados en lugares estratégicos (medios prestigiosos, sistemas de transporte metropolitano de ciudades cosmopolitas, aeropuertos, ferias sectoriales de alcance mundial, etc.).

Los últimos terminales móviles de Apple se resienten en el mercado chino, y los analistas debaten si se trata de un fenómeno fruto del enfriamiento de la economía del país asiático, de los precios más elevados de los últimos terminales, de la mayor competencia a cargo de firmas locales o de la combinación de estos y otros fenómenos.

Sin embargo, la publicidad elegida por Apple para promover sus móviles en el mercado occidental se centra… en la supuesta escrupulosidad de la compañía con la privacidad de datos. Quizá Apple haya estudiado con detenimiento unos estudios de mercado que muestran tendencias a las que la prensa todavía no ha tenido acceso o no ha analizado en toda su amplitud.

En la última edición de la mayor feria tecnológica estadounidense, CES, Apple erigió una enorme pancarta donde se lee el último lema de la firma que popularizó el «Think Different» (y, de tanto promover su carácter de pequeño David para creativos y académicos, se convirtió en Goliath): «What happens on your iPhone, stays on your iPhone.», reza el nuevo mensaje impreso en negativo, acompañado de la silueta posterior del iPhone XR y de la dirección con la información a la que hace referencia la campaña.

In-your-face

«Los productos Apple están pensados para proteger tu privacidad», explica esta página.

La respuesta no se ha hecho esperar: ni siquiera Apple, cuyos estándares sobre protección de datos son más estrictos al centrar su negocio sistemas operativos y terminales (y no en la explotación publicitaria de la actividad de los usuarios), puede garantizar la privacidad de datos como la localización en tiempo real de sus terminales conectados a redes de telefonía.

Mientras tanto, el Departamento de Justicia de Estados Unidos presiona a los fabricantes para obtener un acceso privilegiado al sistema (puerta trasera) y las firmas de telefonía occidentales, empezando por Apple (iOS) y Alphabet (Android), sacrificarán cualquier escrúpulo sobre protección de datos de los usuarios en mercados como el chino, el mayor del mundo (con 1.300 millones de suscriptores).

De momento, ningún empleado público estadounidense puede forzar a ningún ciudadano a desploquear su teléfono obligando a usar una clave numérica o usando la función de reconocimiento facial presente en algunos modelos.

El Partido Único chino experimenta con un sistema de puntuación de ciudadanos (sistema de crédito social) y la represión de la minoría uigur, etnia de religión árabe que habita la región de Sinkiang en el noreste del país, la cual hace frente al destierro en campos de «reeducación».