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Emergentismo: cuando el todo supera la suma de sus unidades

Hubo un tiempo en que ser liberal clásico (individualista, positivista, con tendencias políticas anarquistas y celo por intromisiones en la vida privada de administraciones y cualquier otra organización) no estaba penado socialmente como políticamente incorrecto.

Jorge Luis Borges, que se murió sin Nobel por no haber sido políticamente correcto, explicó en innumerables entrevistas cómo su mundo fue forjado por la enorme biblioteca de su padre. Demasiado incorrecto, lo de autodefinirse como liberal conservador en un mundo donde lo liberal conservador es percibido como carca, injusto, elitista.

Ni sobrenatural ni mecánico: el todo es más que la suma de las partes

Borges reconocía también que su padre, un ilustrado profesional bonaerense con tendencia racionalista y ácrata, leía a Herbert Spencer y ello no le causaba desazón entre las numerosas relaciones del Buenos Aires intelectual.

En la actualidad, los liberales positivistas probablemente tengan cuernos y huelan a azufre, a ojos de una opinión pública más interesada en la dialéctica agresiva y superficial entre contertulios (expertos intercambiables que parecen haberse ganado el derecho, sin sentir vergüenza, de ser expertos de todo).

(Imagen: Auguste Rodin daguerrotipado en París en 1862 por Charles Hippolyte Aubry)

Así que las ideas sobre sociología y la autorregulación del mercado (el de bienes y mercancías, y no el mercado financiero, desentendido del primero y con vida -especulativa- propia) en unas condiciones ideales (o sea, en una economía ideal que no actúe, gracias a la influencia distorsionadora de regulaciones inducidas por grupos de presión y de capitalismo de amigotes), sintetizadas en la imagen de la mano invisible, han sido enmendadas antes incluso de conocerse por el gran público.

Adam Smith no era esquizofrénico: la mano invisible existiría (si no hubiera capitalismo de amiguetes)

Para algunos expertos que no son sospechosos de “liberal de derechas celoso de su intimidad y políticamente incorrecto”, Adam Smith no era esquizofrénico y no se equivocaba tanto como sus críticos han sostenido desde entonces. 

Para que el mercado se autoorganizara equilibradamente según las leyes de la oferta y la demanda, Adam Smith concebía un “mercado” abierto donde todos pudieran concurrir en igualdad de condiciones y tuvieran los mismos derechos y responsabilidades: gobiernos y grupos de presión (a menudo relacionados con empresas o grupos de empresas) se han ocupado de que esta “igualdad” exista sólo sobre el papel.

De modo que, en opinión de Matt Ridley, lo que criticamos como “fallo de sistema” del capitalismo es un fallo de una interpretación reduccionista, viciada y corporativista del capitalismo, hecho a la medida por quienes tienen capacidad para estar presentes -de manera legítima o no- e influir en la política, las leyes y, en última instancia, el acceso al mercado, que deja de ser “libre”.

Entidades que se autoorganizan para sobrevivir

El mercado globalizado actual de bienes y servicios (es importante puntualizar que el mercado financiero se ha desentendido de la realidad y su regulación evitaría la estafa) tiene poco de Adam Smith, pero la idea original del pensador escocés conserva, al menos, la belleza de comportarse, en condiciones no encorsetadas, en un modelo humano autoorganizado que garantizaría su supervivencia. 

En otras palabras: la mano invisible de Adam Smith -como las ideas y personalidad de seres políticamente incorrectos del pasado que creyeron en la madurez intrínseca de estas ideas, como el padre ácrata y spenceriano de Jorge Luis Borges-, se comporta con propiedades de emergencia o surgimiento.

Los cristales conformados por la sal, las organizaciones de insectos sociales como hormigas, termitas o abejas, los diseños fractales en la naturaleza o en conceptos matemáticos, las organizaciones humanas como las ciudades y su tráfico, e infinidad de otros fenómenos comparten una propiedad que los hace “emergentes“: el sistema (o realidad compleja de la suma de las partes) no es reducible a las propiedades de las partes que lo constituyen.

Lo inexplicable de una reacción química

En otras palabras: la autoorganización o supervivencia de sistemas naturales o artificiales, o incluso de colonias de insectos o humanos (ciudades), se conforma por sistemas que crean una realidad con características distintas que trascienden sobre la suma de sus partes.

John Stuart Mill llamó a este tipo de fenómenos leyes heteropáticas, al no cumplir el principio de la composición de causas debido a los efectos reactivos de la suma de las partes. 

Una reacción química, comprobó Mill, estaba conformada por un compuesto resultante que no equivalía a la suma de las propiedades de los compuestos reactivos iniciales.

El sucedáneo que identificamos erróneamente como capitalismo

Partiendo del concepto filosófico de emergencia, el mercado, funcionando según las leyes de la oferta y la demanda y sin la influencia de unos pocos, actuaría como antídoto del sucedáneo que identificamos como capitalismo, manejado a base de regulaciones a conveniencia de unos pocos y con conversaciones a las que no todo el mundo puede acceder.

Paradójicamente, las intervenciones que evitan que el sistema actúe con el potencial que tiene de “emergencia” (un proceso con “inteligencia” superior a la suma de sus partes) deben ser contrarrestadas, según la intelectualidad y opinión mayoritaria prevalentes, con mayor intervencionismo y con “menos capitalismo”.

El propio concepto de “emergencia” surge a finales del siglo XIX entre pensadores que alertaban ante el auge de las ideas reduccionistas en ciencias sociales y naturales, para las que el ser humano y la organización del propio universo eran conceptos “cuantificables” mediante meras operaciones matemáticas surgidas de la visión dualista y fatalista del universo (visto como un engranaje descomunal con sus leyes y consistencia, desde lo más pequeño a lo más grande). 

El poder de lo orgánico: estética romántica, poder reactivo

Sin adentrarse en la metafísica ni en el mundo de las ideas platónicas que desembocarían en el idealismo, los postuladores del concepto de “emergencia” pretendían demostrar que, en muchos sistemas naturales y artificiales, desde un grupo de insectos a una ciudad o a la propia conciencia humana, la suma de las partes no equivalía al todo, sino que las propiedades o procesos del todo no eran reducibles a sus partes.

Pero, ¿qué es esa vuelta de tuerca y por qué existe tanto en el universo en estado bruto como en procesos intangibles como nuestra conciencia, o en creaciones de ésta en forma de herramientas, obras de arte, organizaciones, etc.?

Partiendo de la idea taoísta y estoica recuperada por Michel de Montaigne de que ignoramos lo que buscamos, pero conocemos lo que no buscamos y deberíamos tratar de evitarlo, el autor de Antifragile, Nassim Taleb, expone su idea de estrategia vital exitosa (evitar un único punto de ruptura, evitar lo que no funciona para aclarar objetivos) en unos términos similares al “emergentismo” filosófico.

Cómo la conciencia emergió de la materia

El propio concepto de emergencia evita el reduccionismo idealista y materialista dialéctico de que muchos individuos (intercambiables, intrínsecamente predictibles, como si se tratara de robots o de seres de cartón piedra) conforman un todo con una fuerza equivalente a la suma de las partes. 

Si pudiéramos sumar todas las neuronas y procesos químicos del cerebro y el sistema nervioso, no queda nada claro que pudiéramos explicar la conciencia. De ahí que especialistas como el profesor de antropología biológica Terrence W. Deacon se pregunten, con una aspiración que evita el reduccionismo (y el triunfalismo tecnológico que afirma que pronto las máquinas tendrán una conciencia equiparable a la nuestra), cómo la mente emergió de la materia.

El positivismo lógico y el mecanicismo han tratado, desde finales del XIX, de refutar el concepto emergente de que hay sistemas complejos que son más que la suma de sus partes y que sólo se explican a partir de este fenómeno complejo que supera el aglutinamiento gregario de partes idénticas.

Sobre hormigas y hormigueros

Las hormigas, una por una (explican expertos como el entomólogo más célebre y creador del concepto de biofilia, Edward O. Wilson), tienen una capacidad intelectual y de acción muy limitada; no así la colonia. 

Del mismo modo, la composición fractal de elementos naturales, como una estructura cristalina, o la de un copo de nieve se entiende y desarrolla sólo en forma de patrón repetido sin fin debido al propio marco global del fenómeno que, por presión física circundante (la presión de un cristal o una partícula de agua congelada incidiendo sobre otra), tiene lugar por la existencia de un proceso emergente.

El movimiento aleatorio de moléculas de cristal o de agua en un entorno natural conductivo genera un sistema distinto a la suma de las partes, fenómeno observable en fenómenos naturales, biológicos y climáticos. E incluso en fenómenos simbióticos cuyos misterios apenas hemos empezado a desentrañar, a menudo sosteniendo hipótesis erráticas y/o contradictorias, como el surgimiento de la conciencia a partir de procesos -hasta donde sabemos- biológicos.

Libre albedrío, responsabilidad individual y emergentismo

El emergentismo es, sobre todo, una explicación que deja lugar a la realidad compleja y es coherente con conceptos abstractos como el libre albedrío, la responsabilidad o la propia conciencia. 

En un símil literario, el emergentismo equivaldría al rico lienzo naturalista, tan bien urdido que se aproxima a nuestro concepto de existencia, descrito por Lev Tolstói en Guerra y paz o Anna Karénina; mientras el positivismo se conformaría con un realismo acartonado, que a menudo percibimos como un decorado. 

En Guerra y paz, Tolstói deja claro que una cosa es la perfección clínica de la estrategia bélica, realizada en una sala y bajo circunstancias que no tienen en cuenta intangibles como la moral, el estado de las tropas, el clima o los acontecimientos fortuitos, el valor individual y tantos otros microacontecimientos que deciden la victoria; y otra cosa muy distinta la realidad. 

Conexiones

El invierno ruso sea quizá, en términos bélicos, la victoria del emergentismo sobre el positivismo de las tradiciones bélicas napoleónica y prusiana, paladines del racionalismo y herederas de la estrategia romana.

(Auguste Rodin en su taller: Rodin fue contemporáneo de los expresionistas y, como ellos, buscó más allá del mecanicismo)

El orden espontáneo puede emerger de sistemas artificiales e intangibles, como la idea de “mercado” que teorizó Adam Smith o los procesos de una ciudad, pero también de sistemas físicos inertes y el sistemas biológicos. La propia teoría de la evolución, pilar de la filosofía y sociología del proto-libertario Herbert Spencer, sería consecuente con el emergentismo.

Así que, después de todo, el oscuro, olvidado y anglófilo padre de Jorge Luis Borges, individualista y spenceriano en una sociedad idealista y gregaria, tuviera una posición vital e intelectual más sólida que su popularidad desde entonces.

El padre de Borges y los trascendentalistas

La influencia sobre su hijo privó a éste de un Nobel, pero nadie podrá acusar a Borges de adaptar su carrera a lo que la gente quería leer en sus páginas u oír en sus entrevistas. Todo lo contrario a la (muy poco emergente y muy de culturas gregarias y/o totalitarias, en fondo, en forma o ambas cosas) corrección política actual que mantiene secuestrado el discurso de cualquier personaje con cierta proyección pública.

El padre de Borges, Jorge Guillermo Borges, abogado, filósofo y escritor menor, no fue el único aspirante a un individualismo cultivado en huir del reduccionismo en su época, finales del siglo XIX, tan convulsa ideológica como socialmente: el propio Lev Tolstói reconoció la influencia del pensadorher británico.

Tampoco es casual que dos de las mayores influencias de Tolstói, los trascendentalistas estadounidenses Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson, proto-libertarios cristianos, panteístas y ecologistas avant la lettre en Nueva Inglaterra (mediados del siglo XIX), conocieran estrechamente el trabajo de Herbert Spencer.

Autoorganización y supervivencia

También sabemos que Ralph Waldo Emerson se encontró con Herbert Spencer durante la visita del primero desde su Concord natal, en Massachusetts, al Reino Unido. 

El trascendentalismo, una adaptación idealista del universo fatalista y predeterminado de los estoicos, es una corriente filosófica romántica, interesada en el crecimiento orgánico y la exuberancia de la naturaleza no condicionada por la civilización; sus postulados, atentos a las libertades individuales y la capacidad autoorganizativa de la naturaleza -ondas, fractales y otros fenómenos- son compatibles con postulados posteriores del emergentismo.

Las fuentes de Jorge Luis Borges son, por tanto, tan proto-libertarias y proto-emergentistas como los propios Spencer, en Europa; y Thoreau y Emerson, en Nueva Inglaterra.

El emergentismo se relaciona con los conceptos de autoorganización y supervivencia, tan ligados a procesos naturales y biológicos, pero también con procesos que trascienden la propia materia: del mismo modo que la mente emergió de la materia, el objetivo de la inteligencia artificial es idear algún día una mente que supere en su globalidad a la capacidad de proceso de sus partes.

Una respuesta a la tendencia mecanicista al reduccionismo

Durante el siglo XX y lo que llevamos de XXI, el emergentismo, cuyo principal crédito es su capacidad para explicar de manera inteligible por qué hay sistemas que como conjunto son mucho más que la suma individual de sus partes, ha competido con dos ideas filosóficas y científicas similares, pero en ningún modo idénticas: la teorías del caos y de la complejidad.

Las tres teorías, emergentismo, caos y complejidad, huyen del principal riesgo de aplicar el mecanicismo en todos los ámbitos y caer en el reduccionismo, una trampa de la que ningún filósofo o científico, sea cual fuere su brillantez, han estado exentos desde la Época Clásica y, sobre todo, desde la Ilustración.

El propio Einstein, animado por un entorno exultante después de su trabajo cumbre, la teoría de la relatividad, se tomó demasiadas libertades para intentar lograr una teoría del todo consistente, capaz de aunar la física de lo grande en el universo (relatividad) con lo pequeño (física cuántica, que había dado un salto cualitativo con las aportaciones de Erwin Schrödinger). 

Caos, complejidad y emergentismo

El trabajo de Einstein no logró su objetivo debido a su celo por intentar adaptar la realidad del universo a las necesidades de sus teorías, y no a la inversa.

En la actualidad, científicos como Stephen Hawkin sostienen posturas opuestas y creen que no hay teoría del campo unificado. Pero, ¿no es su falta de conocimiento suficiente una demostración de que su postura entra igualmente en el reduccionismo?

Las teorías del caos, complejidad y emergencia comparten la idea de que nos encontramos en un universo más complejo que el expresado por los dogmas religiosos o el positivismo científico a ultranza, ya que somos incapaces de explicar muchos fenómenos, desde procesos que conforman nuestra mente hasta partículas que desconocemos, por no hablar de conceptos con cada vez más peso en la física como el de inflación cósmica, en el que trabaja el físico teórico de Stanford Andréi Linde.

Hasta aquí las similitudes.

El reduccionismo del aleteo de las alas de la mariposa

La teoría del caos explora sistemas dinámicos (fenómenos físicos que evolucionan con el tiempo, desde una avalancha a una inundación, pasando por ataques de histeria o fenómenos gregarios como manifestaciones, revueltas y revoluciones, en las ciencias sociales), que son muy sensibles a las variaciones de las condiciones iniciales.

El ejemplo más usado para exponer la teoría del caos nos trata de sorprender al asegurar que el aleteo de las alas de una mariposa puede originar o incidir sobre un acontecimiento mucho mayor en el otro extremo del planeta. 

(Imagen: Auguste Rodin)

Si bien la teoría del caos puede parecer a simple vista el colmo de la complejidad y la aleatoriedad, su concepción la convierte en reduccionista: al relacionar la influencia de fenómenos aparentemente nimios y minúsculos con sistemas dinámicos extremadamente sofisticados, la teoría del caos establece que, si se pudieran contar hipotéticamente todas y cada una de las variaciones de un sistema dinámico, su suma equivaldría al propio sistema.

Más allá de los modelos computacionales (sin caer en el vitalismo)

El objetivo de las supercomputadoras más complejas es llegar algún día a la sofisticación necesaria que permitiera estudiar modelos de sistemas dinámicos en toda su complejidad: la propia teoría del caos hace plausible esta hipótesis.

Ocurre algo parecido con la teoría de la complejidad. La complejidad es usada en campos como la física, la teoría económica, la gestión empresarial o la sociología para explicar con el mayor detalle posible un sistema o fenómeno en el que distintas partes interaccionan entre sí de múltiples maneras.

Pero un sistema complejo, si es definido como la suma e interacción de distintas partes, podría explicarse en toda su extensión a partir del estudio de sus unidades y los fenómenos que las relacionan. 

A diferencia de las teorías del caos y la complejidad, el emergentismo no es reduccionista, ni tampoco trata de relacionar la diferencia del sistema con respecto de la suma de las partes a partir de lo sobrenatural, como haría el vitalismo, defendido -entre otros- por Friedrich Nietzsche o José Ortega y Gasset.

El arte de medir la temperatura de una estancia

Como si se tratara del canto trascendentalista a lo natural y orgánico y sus secretos, el emergentismo presenta un problema que no agrada ni a reduccionistas ni a quienes aspiran a acelerar procesos artificiales que logren el equivalente a la mente humana, o desentrañen los secretos de la autoorganización del universo, o del instinto de supervivencia de los sistemas biológicos y su capacidad para generar sistemas no reducibles a las propiedades de sus partes constituyentes.

Gracias a la ayuda computacional, filosofía y ciencia conocen con cada vez mayor detalle las características que posibilitan desde nosotros mismos o lo que nos rodea en una habitación, hasta los lugares más recónditos del universo conocido: los sistemas adaptativos complejos a menudo comparten principios de auto-organización, complejidad, emergencia, interdependencia, espacio de posibilidades, co-evolución, caos, auto-similaridad…

Pero nos sigue sorprendiendo que, para medir la temperatura de una estancia, no podamos encontrarla en una de las moléculas que constituyen el lugar: la temperatura se encuentra en la estancia, y no en sus partículas.

Una explicación incompleta de la naturaleza

El emergentismo nos recuerda que nuestra mente es mucho más que la suma de sus neuronas, que el arte es mucho más que la conjunción de todos los fenómenos y procesos que lo crean.

Una novela es más que la suma de sus palabras, como trató de exponer Ernest Hemingway con su teoría del iceberg (si lo poco que hay está bien expresado, el lector percibirá que hay un mundo complejo detrás: la parte sumergida del iceberg es mucho mayor que lo que asoma en la superficie). 

Un poema esconde más en lo que no dice que en lo que aparece en el texto. 

Ocurre lo mismo con una buena escultura.

Naturaleza cuántica de los procesos físicos… y del arte

Quizá, cuando la filosofía y la ciencia coincidan en una explicación para el concepto de emergencia, conoceremos el común denominador entre la inteligencia de una colonia de termitas u hormigas y nuestra fascinación por el arte.

Será difícil que un sistema de computación desentrañe las verdades que basculan entre lo científico y lo metafísico. 

Por eso necesitamos el arte que, a diferencia de las religiones, aspira a explicar o sugerir sin dogmas. Como la propia naturaleza y lo que nos inspira, diferente en cada momento y lugar.