Nos hemos empecinado en comparar nuestra época -en la que una crisis superada lega, una década después, descontento y polarización política en Europa y Norteamérica- con los inicios del siglo XX.
Pero algunos de los retos actuales, desde la desigualdad a servicios monopolísticos, pasando por el impacto de la automatización, nos retrotraen a las convulsiones políticas, sociales y económicas la segunda mitad del siglo XIX.
A mediados del siglo XIX, política, filosofía y corrientes artísticas se debatían entre las ideas liberales (derechos individuales, utilitarismo) y el surgimiento de la idea de progreso científico y social, con raíces en el enciclopedismo: el inicio de la sociología moderna a manos de Auguste Comte, así como los postulados del socialismo utópico a cargo de uno de sus íntimos, Henri de Saint-Simon, inspirarán décadas después el trabajo de Karl Marx, que tomará de ellos la fe en el materialismo científico y el uso de la tecnología como herramienta de progreso.
La fórmula marxista olvidaría que el ser humano no es una máquina ni se comporta con una racionalidad predecible, sino un ser complejo cargado de contradicciones, algo que se convertiría en temática recurrente en otro artilugio decisivo en la transmisión de ideas ilustradas y románticas: la novela moderna.
Ese teórico del obrerismo que nunca convivió con ellos
En la época de Marx, quedaba ya claro que el materialismo dialéctico sacrificaba las conquistas de la democracia liberal -libertades individuales, propiedad privada- argumentando que eran herramientas del dominio burgués sobre la nueva clase trabajadora y el propio origen de la desigualdad.
Otros partidarios de la igualdad social chocaron con las ideas de Marx en este punto, al considerar que se podía mantener el individualismo y la propiedad privada sin renunciar a la justicia y cohesión social.
Pensadores como Pierre-Joseph Proudhon inspiraron teorías económicas que trataban de sustituir la supuesta explotación del primer capitalismo (cuya desigualdad y carácter despiadado nos harían apreciar las condiciones del contrato social actual en los países avanzados) por una relación de igualdad entre productores y compradores.
Entre el mercantilismo y el estatismo
Entre estas ideas, el propio Proudhon favoreció el mutualismo económico, que inspiraría poco después todo tipo de entidades y organizaciones surgidas gracias a la iniciativa de ciudadanos asociados libremente:
- escuelas;
- banca;
- cooperativas agrarias, artesanales e industriales;
- instituciones educativas (entre las que destacaría el trabajo teórico de Francesc Ferrer i Guàrdia y su Escuela Moderna, que inspiraría a H.G. Wells, Arthur Conan Doyle o Lev Tolstói (y, a través de este último, al propio Mohandas Gandhi);
- etc.
Ferrer i Guàrdia había pretendido instaurar en la provincia de Barcelona una escuela para “educar a la clase trabajadora de una manera racionalista, secular y no coercitiva”:
“Los niños y las niñas tendrán una insólita libertad, se realizarán ejercicios, juegos y esparcimientos al aire libre, se insistirá en el equilibrio con el entorno natural y con el medio, en la higiene personal y social, desaparecerán los exámenes y los premios y los castigos. Se hace especial atención al tema de la enseñanza de la higiene y al cuidado de la salud. Los alumnos visitarán centros de trabajo -las fábricas textiles de Sabadell, especialmente- y harán excursiones de exploración. Las redacciones y los comentarios de estas vivencias por parte de sus mismos protagonistas se convertirán en uno de los ejes del aprendizaje. Y esto se hará extensivo a las familias de los alumnos, mediante la organización de conferencias y charlas dominicales.”
Además de en España durante el primer tercio del siglo XX, las escuelas “modelo” arraigaron en Estados Unidos y en el Reino Unido, así como en Latinoamérica.
Otras tentativas de educación libre, atenta al potencial del alumno y no coercitiva, como el krausismo de la Institución Libre de Enseñanza, entroncarían con la Escuela Moderna, si bien la pedagogía libertaria obtendrá mayor reconocimiento a través de Lev Tolstói, Célestin Freinet, Paulo Freire o Rudolf Steiner, entre otros.
El ácrata de artesanos y campesinos
Proudhon no escapó a algunas de las contradicciones de su época, exacerbadas por sus orígenes rurales en el Franco Condado, que experimentaba cambios profundos con la Revolución Industrial: denunciaba las ideas totalitarias de capitalismo, monarquía, religión o socialismo autoritario como el de Louis Blanc (quien, como tantos otros marxistas posteriores, anteponía el fin a los medios, creyendo que había que acabar con la injusticia rompiendo con la legalidad vigente, sin importar las consecuencias), y a la vez mantenía una actitud patriarcal con respecto a la mujer.
El mutualismo arraigó pronto en Francia, España y el mundo anglosajón, con la aspiración de devolver al individuo la autonomía productiva y convertir a cada ciudadano en participante respetado de una sociedad en la que participaría a través de mecanismos de democracia directa y una organización política cantonal similar a la que atesora Suiza en la actualidad.
Varias regiones españolas y francesas experimentaron con el cantonalismo republicano, topando con una resistencia tradicionalista. El último cantón republicano superviviente en España, en el marco de la I República, fue el de Cartagena, desaparecido en enero de 1874, y su caída fue el retroceso simbólico de ideas reformadoras en economía, organización del trabajo y educación. Pero las ideas de Proudhon y Ferrer i Guàrdia, entre otros, inspiraron décadas después el germen de una educación emancipadora y capaz de cultivar potencial de cada individuo, como contrapunto a la educación magistral adiestradora y uniformizadora de la época.
Cuando el mutualismo de Pierre-Joseph Proudhon ganaba al marxismo
En la organización política y económica, el mutualismo prometía una evolución del liberalismo clásico sin caer en las contradicciones totalitarias de una corriente inspirada en el socialismo utópico que pronto se extendería en las ciudades europeas con una clase obrera cada vez más consciente de su situación: el materialismo dialéctico de Karl Marx -que no había observado en profundidad, no ya vivido, el sufrimiento obrero que pretendía suprimir- y el hijo de industriales Friedrich Engels -quien sí había sido testigo de las condiciones deplorables de los obreros, desprovistos del conocimiento completo de una labor y la autonomía del artesano, al formar parte de un engranaje-.
En el mutualismo, teorizaba, Pierre-Joseph Proudhon, la sociedad se compone de personas que han recuperado la dignidad de un trabajo del que son propietarios. Productores independientes y cooperativas asociadas sin coacción intercambiarían bienes con otros productores sirviéndose de métodos para asignar un valor a bienes y servicios, sin necesidad de más Estado que la estructura que garantice un intercambio justo y la defensa legítima frente a injerencias.
En lugar de patronales, observaba Proudhon, la sociedad mutualista permitiría a los productores -individuales o asociados- organizarse en federaciones sectoriales capaces de crear centrales de compra, cooperativas bancarias para gestionar préstamos y asumir pérdidas eventuales.
El éxito a pequeña escala de la corresponsabilidad mutualista
A medio camino entre la economía clásica (según el liberalismo sostenido por el primer libertarismo en Estados Unidos, asociado al laissez faire de Adam Smith y al evolucionismo social de Herbert Spencer) y el socialismo, el mutualismo ofrecía: prosperidad sin desigualdad extrema; justicia social sin coacción de las libertades individuales; democracia cantonal (modelo suizo) en contraposición a modelos poco prácticos a gran escala (método asambleario puro), modelos controlados por unos pocos (democracia representativa con correctivos no proporcionales, diluyendo votos urbanos y obreros), o la alternativa totalitaria (dictadura de la muchedumbre -de la oclocracia a la dictadura del proletariado, pasando por el populismo peronista o priista-, dictadura de las élites -del cesarismo al corporativismo estatal totalitario del fascismo-, etc.).
Siguiendo la doctrina liberal clásica en lo esencial, Proudhon creyó que la oportunidad para crear una sociedad más próspera y justa debía alejarse tanto del radicalismo utilitarista de la “supervivencia del más apto” (que, llevado a sus últimas consecuencias, instauraba el eugenismo social, tan próximo a los postulados de pureza racial) como de la revolución forzosa en la que creían los socialistas: ni capitalismo salvaje ni socialismo que antepusiera el fin a los medios, sino “socialismo voluntario” y autoorganizado, postulado por el mutualista estadounidense Francis Dashwood Tandy.
Para Tandy, autor de Voluntary Socialism, los ciudadanos podían asociarse libremente para defenderse, intercambiar bienes y servicios de manera equitativa (obtener al menos tanto valor -trabajo necesario para producir un bien físico o intelectual- como uno da), así como organizar cooperativas de crédito, educativas, de transporte, etc.
Sobre el voluntarismo y el valor de las cosas
Las supuestas ventajas del mutualismo que distinguían esta teoría económica ácrata de capitalismo liberal (mercantilismo) y comunismo (economía planificada o estatismo), limitaron su expansión a gran escala: combinar libertad individual y equidad a partir de una forma de gobierno difícil de poner en práctica, en voluntarismo; y una interpretación del valor de las cosas (teoría del valor-trabajo) sólo clara en teoría, pues implicaba intercambiar bienes por su equivalente.
Para Proudhon, la propiedad usada de forma justa era legítima, pero la propiedad acumulada con afán de lucro y que no devolviera a la sociedad el equivalente acaparado era “un robo”. Pero ofrecer tanto como uno tomaba se convirtió en un reto para el mutualismo: al eliminar de facto el lucro y la acumulación de la renta, esta teoría económica encontró enemigos tanto entre la burguesía como entre los valores tradicionalistas de los pequeños productores y propietarios agrarios.
La dicotomía creada entre propiedad privada y posesión individual, entre viejos derechos adquiridos y nuevos valores de equidad, entre el valor relativo de las cosas y el valor percibido, generó discusiones interminables de difícil solución: el pretendido gobierno de todos (síntesis del orden que surge de la ausencia de “autoridad” centralizada, el voluntarismo y el intercambio equitativo del valor-trabajo) se convirtió más en una discusión intelectual que en una teoría aplicable a gran escala, pues los intereses de artesanos y campesinos a menudo chocaban con los de pequeña burguesía liberal y obreros.
Del nihilismo de Raskólnikov a la lucidez de Kostya Levin
Entroncando con el escrutinio filosófico de las contradicciones humanas iniciado por filósofos como Schopenhauer, Nietzsche o Kierkegaard, así como por personajes de la literatura como Rodión Raskólnikov y Jekyll/Hyde, las ideas mutualistas toparon con las pequeñas y grandes mezquindades humanas: voluntarismo a menudo desprovisto de trabajo “voluntario” de calidad, intercambio de bienes que perdía su carácter equitativo al considerar cuestiones de contabilidad compleja como la calidad o la apreciación/depreciación de bienes y servicios según la coyuntura, y tantos otros problemas que, a finales del siglo XIX, carecían de respuesta práctica.
Varios personajes de Lev Tolstói, incluido su alter ego en Anna Karénina, Konstantin “Kostya” Levin, así como Pierre Bezukhov en Guerra y Paz, tratarán de aplicar en la práctica ideas libertarias en la organización del trabajo de las propiedades rurales con que cuentan en tanto que terratenientes, alternando entre la excitación de la esperanza de un futuro social más justo y próspero y la decepción de los imprevistos que dictan el día a día, desde el capricho del tiempo o la tierra a las pequeñeces -y grandezas inesperadas- del ser humano.
Lev Tolstói, influido tanto por el individualismo anglosajón -admiró los ensayos de Henry David Thoreau- como por el mutualismo europeo de Proudhon y Ferrer i Guàrdia, animó a un joven Mohandas Gandhi a aplicar más allá de las metrópolis europeas las técnicas de emancipación individual del libertarismo: desde la no-violencia -con ecos de Thoreau-; al intento de acabar con el dominio británico en India convirtiendo a la población en productores autosuficientes -el movimiento Swadeshi tiene claras reminiscencias del mutualismo de Proudhon-.
El mundo entre capitalismo y marxismo-leninismo
La etapa de prosperidad en Norteamérica y Europa Occidental iniciada después de la II Guerra Mundial, así como la Guerra Fría, parecieron enterrar el mutualismo a gran escala en un mundo que se había decantado por el capitalismo con correcciones keynesianas y el marxismo-leninismo.
Para los mutualistas, el primer modelo había sacrificado la equidad y el auténtico desarrollo del individuo en beneficio de una sociedad de consumo en pleno consumo ostentatorio, tal y como teorizó el sociólogo norteamericano Thorstein Veblen.
Pese a la incapacidad para aplicar modelos mutualistas generalizados, el cooperativismo basado en la autogestión de inspiración mutualista arraigó en escuelas y factorías, logrando en ocasiones una escala de miles de personas incluso en el contexto de dictaduras. Es el caso de la Corporación Mondragón, fundada en Guipúzcoa en 1956, en plena autarquía franquista.
Renacer de comunalismo y mutualismo
En el contexto de la contracultura -Primavera de Praga, protestas contra la Guerra de Vietnam, movimiento por los Derechos Civiles-, el mutualismo y el comunalismo resurgen en la política –New Left– y, de manera más orgánica y sin organización aparente, junto a nuevas teorías sobre la potenciación humana, que entroncarán en California con la cibernética: informática personal e Internet serán, para algunos comunalistas californianos, el principio de una “aumentación” de las capacidades humanas.
Por su origen académico y diseño descentralizado, los primeros grupos de noticias de Internet revivirán el sueño del mutualismo, asociando el potencial a largo plazo de la herramienta telemática con un futuro de individuos productores intercambiando bienes y servicios con otros productores sin barreras físicas ni gubernamentales.
More on this, from Wired: Big data meets Big Brother as China moves to rate its citizens https://t.co/lupXCKqtwk
— Garance Franke-Ruta (@thegarance) January 3, 2018
Pasan las décadas. Internet madura. En 1999, un joven estadounidense crea el primer servicio de intercambio de ficheros entre usuarios (P2P en sus siglas en inglés); el objetivo del servicio es el intercambio de música, pero tanto usuarios como expertos no pasarán por alto que lo auténticamente importante del concepto de Napster, pronto bloqueado legalmente, es su estructura: los ficheros residen en los equipos de los usuarios, que se organizan sin necesidad de una entidad o servidor centralizado.
Una década después, en 2008, en plena eclosión de las redes sociales gracias a la banda ancha y la Internet móvil, un misterioso Satoshi Nakamoto -¿es un individuo o un colectivo?- publica un artículo científico describiendo una moneda digital P2P con una criptografía distribuida entre los participantes para evitar tanto el doble gasto como la necesidad de autoridades regulatorias.
Ideas con aplicación mutualista
En un artículo de 2015, The Economist sintetizaba las implicaciones de semejante diseño:
“La tecnología tras bitcoin permite a personas que no se conocen o carecen de confianza mutua crear una contabilidad interdependiente. Esto tiene implicaciones mucho más allá del uso de criptomoneda.”
El artículo de Nakamoto sobre la criptomoneda Bitcoin se ha convertido hasta el momento en una oportunidad para especuladores y lavado de dinero, pero muchos ven en el documento que sentaba los cimientos de “blockchain“, o las bases de datos distribuidas, como un paso hacia una sociedad preparada para el sueño mutualista de Proudhon: las bases de datos de bloques evitan la duplicidad de entradas y la falsificación del historial de cada objeto, lo que augura un futuro potencial en cualquier servicio registral: divisas sin autoridad central, banca, organización de catastros fiables, organización de la información, o incluso aplicaciones sociales o empresariales.
¿Confianza P2P?
En cuanto a las aplicaciones sociales potenciales en la intersección entre mutualismo y “blockchain”, hace algún tiempo escribí una novela de ciencia ficción donde se exploran los escenarios plausibles y riesgos de una sociedad “P2P”, donde cada ciudadano cuenta con un “karma” que aumenta o disminuye según sus aportaciones a la sociedad, calculadas de manera distribuida por una base de datos distribuida: El valle de las adelfas fosforescentes.
En cuanto a empresas, The Dao se constituyó como una “organización autónoma descentralizada”, basada en Blockchain y “sin Estado”.
Tanto el intento ficticio de sociedad sin gobierno auto-organizada según el esquema de Blockchain que describo en El valle de las adelfas fosforescentes, como la intentona empresarial de The Dao, no logran su cometido inicial.
Los riesgos descritos en El valle de las adelfas fosforescentes se manifiestan ya en la realidad, si se confirma que China empezará a puntuar a sus ciudadanos en función de un baremo (“karma”) que afectará su puntuación crediticia, en una combinación potencialmente perversa de un Gran Hermano orwelliano (o, si queremos, un capitalismo que espía a sus ciudadanos en una dictadura nominalmente “comunista”) y una sociedad distópica con elementos P2P.
Estos primeros fracasos y riesgos orwellianos, en el mundo ficticio y el real -hoy tan de la mano-, son un nodo más de la cadena de ensayo y error que mejora las conjeturas sobre modelos más justos y equitativos en el futuro, aunque éstos empiecen en territorios no más grandes que la isla de Montecristo.
Lamentablemente, la mejoría irá de la mano de experimentos de manipulación masiva y lo único que puede hacer el ciudadano de a pie es permanecer lúcido y preparado.
Pingback: ¿Puede Internet volver a ser abierta? Descentralizando la Web – *faircompanies()