Sin ánimo de escribir más líneas sobre lo mismo, me centro en dar noticia de los movimientos que se suceden entre bastidores para minar cualquier acuerdo de máximos para limitar las emisiones de CO2.
La cumbre de Copenhague ya ha comenzado, y de fondo se oyen las voces de ClimateGate, o la polémica filtración de los correos electrónicos entre científicos de la Unidad de Investigación Climática (CRU en sus siglas en inglés) de la Universidad de East Anglia que muestran algunas discrepancias en la recolección de datos climáticos. Pocos incidentes, ninguno de ellos científico, han generado tanta literatura en tan poco tiempo.
The Independent cree que ex miembros de la KGB estarían detrás del ataque informático sobre los correos de los científicos británicos que participan con su trabajo en el panel de cientificos designado por la ONU, IPCC, contra el que se ha iniciado el plan de acoso y derribo. Un caso para el detective Bourne.
No está la prensa para editoriales conjuntos
Completan la imagen la frialdad los medios de comunicación estadounidenses, incluyendo las cabeceras con mayor tradición progresista (The New York Times como principal exponente en este grupo); o los periódicos locales de ciudades con una marcada concienciación medioambiental (San Francisco, Portland, Seattle, Austin, Boulder), ninguno de los cuales suscribió públicamente el editorial conjunto con motivo de la conferencia sobre cambio climático.
De las 56 cabeceras de 45 países distintos que publicaron el editorial conjunto, entre ellas The Guardian, Le Monde, Toronto Star, El País, Süddeutsche Zeitung, La Repubblica y el resto de “sospechosos habituales”, como un comentario negativo sobre el editorial rezaba agriamente en The Guardian, no había ningún gran representante estadounidense.
“Si no es por no ir; si hay que ir, se va…”
Ian Katz explica en The Guardian que los principales diarios de Estados Unidos mostraron interés por el editorial, pero miraron hacia otro lado cuando se trataba de firmarlo. Muchas cabeceras progresistas, “incluso concediendo que estaban de acuerdo con todo el editorial, decidieron no adherirse”. En Estados Unidos, sólo el Miami Herald y El Nuevo Herald (esta segunda cabecera, en español) incorporaron el editorial en su portada. El desplante de la prensa estadounidense es unánime, mucho más rotundo e inequívoco que en otros momentos (como durante la invasión de Irak).
La prensa escrita mundial parece estar en estos momentos más ocupada en mantener de algún modo una relevancia puesta en entredicho por la ubicuidad de Internet. Pocos, como el mismo The Guardian, parecen estar acertando en su receta. Mientras Rupert Murdoch amenaza con retirar los contenidos de sus diarios de Google, el Washington Post habla de la lenta y triste muerte del “periodismo”.
Michael Gerson, quien firma el artículo del Post, parece creer que el “periodismo” sólo reside en el ruinoso modelo de negocio de la prensa tradicional. De paso, mira hacia otro lado, como su periódico y el resto de cabeceras de su país, mientras se celebra Copenhague.
ClimateGate ha sido empleado como una prueba fehaciente de que no existe una tesis concluyente sobre los efectos causados por la actividad del ser humano sobre el mundo y, arguyen los escépticos, menos todavía se conoce si una acción coordinada para reducir las emisiones en todo el mundo pudiera tener un efecto paliativo para eludir las peores consecuencias del calentamiento global.
Lo tuvo que explicar Jon Stewart
Pocos lo han explicado tan claramente como el humorista Jon Stewart. El mejor modo de no dar alas a quienes niegan la totalidad del fenómeno del cambio climático no es precisamente “limar esquinas” para que la información científica recolectada sea todavía más abrumadora.
La ciencia no se cocina, y el contenido de los correos filtrados de los científicos de East Anglia servirán como uno de los sustentos fundamentales del argumentario que niega el cambio climático y sus consecuencias, muy presente en Estados Unidos.
The Economist, más libre de sospechas gregarias y de ser señalado como “usual suspect” del supuesto apoyo público de la prensa “progresista” mundial, está de acuerdo con Jon Stewart y cree que el contenido de los correos no pinta bien, pero concluye, en un artículo acertadamente titulado Reply all, que “pensar que toda acción contra el cambio climático debería cesar a la espera de que se resuelvan las incógnitas [de las prácticas dudosas mencionadas en los correos filtrados], es tonto, cínico o ambas cosas”.
El semanario británico también aboga por una escrupulosa y sistemática inspección del contenido publicado con los correos electrónicos, para poder dilucidar si muestran una praxis dudosa y, de paso, evitar el descrédito del trabajo de todo el IPCC.
Ganas de negar el todo por la parte
Incluso asumiendo que los procedimientos del equipo de East Anglia no son tolerables para la ciencia al más alto nivel, la información en la que se basan las tesis del IPCC proceden de instituciones cuya metodología para la realización de mediciones está fuera de toda duda.
Entre las fuentes de las que los científicos de todo el mundo que han participado en las conclusiones del IPCC sobre el cambio climático extraen datos en bruto, se incluyen, entre otros centros, la NASA y el National Climate Centre de Estados Unidos.
Pero no son las únicas fuentes de datos en bruto que deberían estar fuera de toda duda o connivencia con los “sospechosos habituales” para los negacionistas del cambio climático (esto es, la “progresía” tradicional). La lista es extensa.
Sin voluntad de extenderme mucho más en la polémica, incluso el equipo de científicos de la Unidad de Investigación sobre el Clima (CRU en sus siglas en inglés) de East Anglia, liderado por el ahora públicamente linchado Phil Jones, lo tiene fácil para demostrar que la práctica totalidad de su trabajo tiene un respaldo científico canónico.
Jones lo explica en el Telegraph: “Nuestra serie global de temperaturas coincide con la de los otros, completamente independientes, grupos de científicos trabajando para la NASA y el National Climate Data Centre en Estados Unidos, entre otros. Incluso si uno tuviera que pasar por alto nuestros hallazgos, los suyos muestran los mismos resultados. Los hechos hablan por sí mismos; no hay necesidad de que nadie los manipule”.
Ex “planificadores estratégicos”
No faltan los “científicos” y “físicos” que demandan incluso acciones legales contra los científicos que niegan la existencia de un cambio climático producido por el ser humano. El 7 de diciembre, 5 físicos pedían a la Sociedad Física Americana (APS en sus siglas en inglés) que revocaran su declaración sobre el calentamiento global, porque se basaba en trabajos “engañosos” y “corruptos”.
Los firmantes de este manifiesto: Bob Austin, Profesor de Fisica, Princeton; Hal Lewis, profesor emérito de Física, Universidad de California, Santa Bárbara; Will Happer, profesor de Física, Princeton; Larry Gould, profesor de Física, Hartford; Roger Cohen, ex gerente de Planificación Estratégica, ExxonMobil. Mm.
Más curiosidades relacionadas con este manifiesto. Los mismos 5 físicos firmantes habían enviado una carta, el 29 de octubre de 2009 antes de la filtración de los correos del equipo de East Anglia, enviada a los 100 senadores estadounidenses, titulada “Una pandilla no es un consenso”. Meses antes, el mismo grupo de científicos había remitido una carta al Congreso de este mismo país: “Al Congreso de los Estados Unidos: estáis siendo engañados sobre el calentamiento global”.
Firmaban esta última carta, entre otros, Bob Austin, quien se describe a sí mismo como un “escéptico del alarmismo” en una entrada de blog publicada el 14 de agosto de 2009; y Will Happer, destituido por el entonces vicepresidente Al Gore en 1993, por “no adherirse” a las visiones científicas de su jefe.
En las críticas al más alto nivel en contra del trabajo científico para dilucidar la incidencia de la acción del hombre sobre el calentamiento global y las posibles consecuencias del cambio climático, se repiten los mismos nombres y organizaciones.
Defender el libre mercado no tiene por qué equivaler a negar el cambio climático
Tras las críticas más ácidas contra contra lo que llaman “la estafa climática” también hay varias organizaciones no gubernamentales y think tanks que tienen entre sus objetivos la defensa de los valores del libre mercado y la oposición a cualquier tipo de regulación gubernamental que pudiera “entorpecer” la sabiduría, para ellos intrínseca, del mercado actuando en un entorno garantista y respetuoso con la separación de poderes y la propiedad privada. El prestigioso Cato Institute, del que Milton Friedman fue un distinguido afiliado, ha sido una de las instituciones de peso más escépticas con el cambio climático en los últimos años.
Tanto el Cato Institute como otras organizaciones con una difusión y capacidad de influencia similar, son especialmente críticos contra la existencia de alguna relación entre el cambio climático de origen antropogénico y cualquier desastre natural sucedido en los últimos años. Tildan de “maltusiano” y alarmista el trabajo de Worldwatch Institute, organización ecologista que publica el informe anual The State of the World.
Asimismo, 3 de los 5 especialistas escépticos sobre el cambio climático que aparecen en el documental de PBS titulado Escépticos del calentamiento global han sido financiados por el Cato Institute o han tenido algún tipo de relación con éste.
Otras instituciones que relacionan, como si se tratara de algo natural, libre mercado y negación del cambio climático antropogénico, tienen una independencia más dudosa que el, todo sea dicho, contrastadamente independiente Cato Insitute.
Es el caso de, por ejemplo, el llamado con sorna Nongovernmental International Panel on Climate Change, NIPCC (negación de las siglas del panel IPCC), asegura que los estudios sobre el cambio climático son un engaño y, entre sus trabajos, se incluye el informe Climate Change Reconsidered, publicado conjuntamente con The Heartland Institute.
La relación de este pseudo-think tank con ExxonMobil es tan estrecha que, en mi opinión, compromete tanto su independencia de facto como cualquier argumentación en contra del cambio climático antropogénico. Cada uno deberá juzgar por sí mismo.
James Inhofe y Roger Pilon
Algunos de los senadores que han mostrado una mayor militancia en los últimos meses contra cualquier acción del gobierno de Estados Unidos a favor de la limitación de las emisiones de CO2 en el segundo país que más gases con efecto invernadero emite, tras China, es James Inhofe, quien coincide en su análisis de la situación actual con el vicepresidente del Cato Institute, Roger Pilon.
Para Inhof y Pilon, los correos filtrados de los científicos británicos prueban la existencia de una conspiración infame para defraudar al público acerca de las evidencias del cambio climático de origen antropogénico.
En definitiva: si ya era complicado y soporífero seguir la actualidad burocrática relacionada con las negociaciones para limitar las emisiones humanas de gases con efecto invernadero, el ruido de sables procedente de los grupos de presión más poderosos que niegan el calentamiento gobal antropogénico provoca un dolor de cabeza mediático generalizado.
Durante las próximas dos semanas, mientras se celebra la conferencia sobre el cambio climático de la ONU en Copenhague, se dilucidará hasta qué punto los escépticos climáticos han ganado o no credibilidad entre la opinión pública mundial.
Mientras tanto, los escépticos más influyentes no hablan al unísono, aunque niegan el calentamiento global antropogénico, limitan su futura incidencia sobre el mundo o creen que la solución no es limitar las emisiones de CO2.
Ilustres escépticos (algunos, con talla para un soneto satírico de Quevedo)
Los ilustres escépticos del cambio climático son numerosos y parecen haber agrandado sus sospechas conspirativas en las últimas semanas, coincidiendo con ClimateGate.
Entre los escépticos, destacan el académico danés Bjorn Lomborg; el vizconde Walter Monckton, conservador británico; el presentador televisivo David Bellamy; Nick Griffin, líder del partido británico de extrema derecha British National Party, negador del Holocausto e, inexplicablemente, uno de los representantes enviados que acuden a Copenhague en representación de la UE; el economista Steven Levitt y el periodista Stephen Dubner, autores de Freakonomics y Superfreakonomics, y colaboradores de The New York Times; el antropologista social Benny Peiser; el profesor de la Universidad de Adelaida (Australia) Ian Plimer; Václav Klaus, presidente de la República Checa, el “coco” de la UE; y el ya mencionado senador republicano James Inhofe.
Invocando a Rachel Carson y a Edward O. Wilson
Otras voces, como la de Edward O. Wilson, suenan con mayor claridad que nunca y ganan estatura al ser escuchadas frente a las argumentaciones de los ilustres escépticos mencionados con anterioridad. Para el profesor Edward O. Wilson, es necesario que el mundo cree un panel similar al IPCC que ayude a garantizar la salvaguarda de la biodiversidad en el planeta.
Mientras unos intentan añadir ruido a una conversación ya de por sí subida de tono y minada con el sopor maquiavélico del cálculo político y burocrático, otros, como Edward O. Wilson, “heredero natural de Darwin”, alzan la voz para garantizar protección universal a quienes no la tienen, los animales y plantas.
Siguiendo la estela de Rachel Carson, quien habló en su libro Primavera Silenciosa (1962) en nombre de las aves del mundo, en grave peligro por el uso de DDT, y logró la prohibición de la sustancia en Estados Unidos, ahora son necesarias voces como la de E.O. Wilson, ilustre señor de las hormigas, para que animales y plantas tengan voz en las negociaciones sobre el cambio climático habidas y por haber.
El ruido de sables e intereses no debería hacernos olvidar nuestra responsabilidad con respecto a la pérdida de biodiversidad durante este siglo, la “inmensa y escondida tragedia“.
Paladeo la buena impresión que me dejó la lectura de The Future of Life.