El menor prestigio social y laboral de las humanidades en comparación con la ciencia no se sostiene, al menos cuando se trata de los grandes polímatas de la historia. Pero, ¿y si las humanidades fueran la salsa de las grandes ideas, diseños y soluciones a problemas?
No importa la época ni el lugar de procedencia: las grandes ideas e invenciones son aportadas por quienes se sitúan en lo que Steve Jobs llamaba el lugar estratégico del creador: el vértice equidistante entre las humanidades y la ciencia, un truco caleidoscópico para unir matemáticas y belleza estética, proporción áurea y naturaleza.
Atreverse con las humanidades
Haciendo un símil arquitectónico, tanto la exuberancia de los edificios de Antoni Gaudí como la sobriedad de los de Alvar Aalto parten de esta máxima, como lo hacen los electrodomésticos minimalistas de Braun diseñados por Dieter Rams, inspiración (por no hablar de copia) para los productos e interfaces de usuario de Apple por el tándem de Steve Jobs y Jonathan Ive.
La encrucijada entre las humanidades y la ciencia es un territorio para exploradores que entienden que sólo abandonando la zona de confort y yendo más allá de lo necesario aparecen los resultados memorables, por duraderos, intemporales, sólidos, coherentes.
Novelas totales y poemas épicos
En términos literarios, sería como ir a por la “novela total” en lugar de conformarse con un libro redondo y resultón, pero sin riesgo. El poema épico, en lugar de los versillos para ir tirando. Por qué no ir a por El Quijote o Guerra y Paz en lugar de conformarse con unos entremeses resultones, sean manchegos o de la estepa rusa.
Los grandes polímatas de la historia optaron por esforzarse más allá de la extenuación, alumbrar un poco más de la construcción conceptual a la que todos nos enfrentamos durante los momentos de introspección, cuando cultivamos nuestro interior, usando cualquier técnica que nos haya funcionado, la hayamos adoptado consciente o inconscientemente:
- divagar,
- ejercitarse de manera regular (correr a diario, etc.),
- leer,
- meditar,
- contemplar (un árbol, una pintura; un paseo en el parque, en la naturaleza, por la ciudad),
- etc.
Después de desperezarse, una vez en la intemperie
Y, yendo un poco más allá, esforzándonos hasta abandonar la tóxica modorra de nuestra zona de confort, nos sacudimos el conformismo y afrontamos preguntas, grandes y pequeñas, cotidianas y universales, desde lo más nimio hasta lo más filosófico y conceptual.
La introspección, o cultivarse uno mismo para aprender, mejorar la mente y el cuerpo, etc., es el modo socrático de lograr el bienestar duradero, principios que eudemónicos, estoicos y teólogos de numerosas creencias, incluidas las abrahámicas, “tomaron prestados” y adaptaron, con más o menos fortuna y efectividad, a sus respectivas filosofías de vida.
Polimatía y creatividad
Polímatas como Aristóteles, Armen Firman, Avicena, Averroes, Maimónides, Roger Bacon, Leonardo da Vinci, René Descartes, Isaac Newton, Gottfried Leibniz, Benjamin Franklin, Steve Jobs y tantos otros, detectaron que contemplar, divagar, soñar, jugar con ideas y asociarlas de manera caótica y esencial, con la insolencia e ingenuidad de los niños, son la fuente de las ideas que merecen la pena, sean grandes o pequeñas.
Mejorar diseños como una silla, un clip o una bombilla tiene, para una mente que asume el riesgo, el mismo valor que el teorema, la ley científica capaz de describir un pedazo más del universo.
Experiencias de flujo
Y este proceso de búsqueda, siempre doloroso, extenuante, ajeno al amodorramiento del amodorramiento y la cultura del corto plazo físico y espiritual, está presente en cualquier tarea que nos motive lo suficiente como para “elevarnos” y experimentar una “situación de flujo“, o tarea realizada con tal concentración y ahínco que experimentamos un desapego entre físico y mente, perdiendo la noción de conciencia individual, así como el referente espacio-temporal.
En estas situaciones de flujo, tal y como son llamadas por la psicología positiva, nuestro rendimiento (mental, físico, ambos) se acerca al esfuerzo fresco y titánico de un niño con ganas de dar un gran bocado al mundo, preguntándose por lo que captan sus sentidos como un organismo con la frescar voluntad de ser, existir.
Todas las citas y aseveraciones de los grandes pensadores de todos los tiempos acerca de los niños, desde los clásicos griegos y romanos a Picasso y Einstein, pasando por los grandes nombres del Renacimiento y la Ilustración, son compartidas por la neurociencia.
Aprendiendo de los niños
La voluntad de aprendizaje del cerebro infantil, que todavía no se rige por los automatismos del cerebro adulto (que, entre otras cosas, aceleran nuestra percepción del tiempo), es incalculable. La ingenuidad y grandeza de algunas cuestiones y comentarios de niños acercan su manera de discurrir a la de las personas más creativas que han existido, famosas y anónimas.
En un momento de cambio profundo en nuestros hábitos de vida y consumo como consecuencia de la crisis y el profundo cambio tecnológico al que asistimos, fenómenos como la sobrecarga informativa y el uso de la Internet ubicua afectan nuestra tranquilidad y capacidad para divagar.
Ocurre que la divagación, la contemplación, experimentar la soledad voluntaria para ordenar pensamientos o asociar ideas, etc., son mecanismos necesarios para nuestro rendimiento y bienestar.
Sobre la necesidad de los tiempos muertos, sin redes sociales ni teléfono
El riesgo adictivo de herramientas como el teléfono inteligente es comparable con el de cualquier otra sustancia o actividad que apele a nuestra tendencia ancestral a premiar nuestros mecanismos de gratificación instantánea, han explicado neurólogos como Peter Whybrow en su ensayo American Mania.
La escritura creativa y la lectura son actividades que, realizadas durante un rato ininterrumpido y con suficiente regularidad, actúan como terapia para recuperar nuestro bienestar y, de paso, mejorar nuestro rendimiento.
La tarea de leer y escribir
Leyendo o escribiendo, entrenamos nuestra capacidad de atención de manera sistemática y aspiramos a diario, aunque a veces no lo consigamos, a experimentar momentos de concentración ingenua y extraordinaria (las “situaciones de flujo” de que habla la psicología positiva).
Asimismo, algunos estudios muestran que leer nos hace más capaces (más “inteligentes”, dicen en Harvard Business Review), al lograr “un mayor vocabulario y más cultura general que se suman a las habilidades para el pensamiento abstracto”.
Escribir y leer esforzándonos nos obliga a concentrarnos, a jugar con conceptos, a tratar de plasmar sensaciones con palabras, una ciencia siempre imprecisa y desafiante, como saben los poetas o quienes se han atrevido a recoger leyes científicas en un simple teorema.
Matemáticas, semiótica, filosofía
Las matemáticas y la semiótica o la filosofía, si bien disciplinas separadas por la falla de las ciencias puras y las humanidades, son parientes tan cercanos como demuestran las proposiciones filosóficas universales y el cálculo booleano.
La cábala, la Ars Magna de Ramon Llull, la estadística de Gottfried Leibniz o la programación informática son prácticas más cercanas a la poesía de lo que pensamos. Y no es una manera de hablar.
Escribir o leer poesía, novelas, ensayos, teatro… Un modo de entrenarnos en la continua búsqueda del porqué de las cosas que Sócrates aconsejaba al individuo para realizarse. Y, si atendemos a la psicología y neurociencia modernas, no se equivocaba.
Vivimos lo acaecido en los libros
Por de pronto, ahora sabemos, según los últimos estudios, que “vivimos” (o experimentamos con una intensidad cognitiva similar a lo disfrutado en primera persona) lo que leemos. En otras palabras: Alonso Quijano estaba más cuerdo de lo que todos pensamos.
El Quijote había vivido sus novelas de caballería, del mismo modo que nosotros experimentamos casi en primera persona la historia narrada por Cervantes y puesta en boca del supuesto rapsoda sarraceno.
La metaliteratura es la savia de nuestra capacidad de introspección, formación, futuro bienestar, ya que lo leído se equipara para la neurociencia a lo “experimentado”.
Primero, leer; luego, crear y liderar
Por eso, cuando John Coleman expone en Harvard Business Review que quienes quieren crear y liderar deben primero leer, lo que realmente quiere decir es que leer es algo así como prolongar nuestra vida, alimentándonos con las preguntas de otros.
Aprendemos más de psicología humana con Anna Karénina que cualquier tratado sesudo sobre la materia, del mismo modo que Guerra y Paz, también de Tolstói, avanza en sus disquisiciones sobre la guerra más aspectos valiosos sobre la teoría de juegos que cualquier ensayo indescifrable sobre la temática. Y así, hay tantos ejemplos como variables en una situación compleja, siguiendo con el símil de la teoría de juegos.
Siguiendo con el buceo en los mecanismos de introspección y bienestar, esfuerzo para abandonar el conformismo y autorrealización a largo plazo (entendiendo que los frutos de todo proceso complejo calan con la parsimonia de la lluvia fina, pero acaban calando), la escritura y lectura siguen mostrándonos beneficios, mucho más allá del propio disfrute o empatía propia de “experimentar” lo leído casi como en primera persona.
Beneficios de la poesía
Es de nuevo John Coleman quien retoma el tema en Harvard Business Review y nos provoca con una entrada cuyo titular promete tanto como su texto: “beneficios de la poesía para los profesionales“. También para los alumnos, añade un amigo en Twitter.
Siguiendo con la argumentación de que los líderes deberían primero ser buenos lectores, Coleman extiende la recomendación anterior, centrada en las novelas de ficción, a la poesía, un género preciso y abstracto, capaz de elevarnos con una potencia y efectividad que parten de su capacidad evocadora.
El colaborador de Harvard Business Review se explica:
- Escribir (también leer o “desentrañar” poesía) nos enseña a bregar con la complejidad, a simplificar, a encontrar paralelismos, leyes, hipótesis, teoremas, enseñanzas que asociamos con otras ideas, etc. Cualquier individuo debe asumir el caos de la existencia y la cotidianeidad; qué menos que entrenarse con las mejores herramientas. La poesía es una de ellas.
- La poesía puede ayudar a quienes la escriben o leen a afinar el sentido de la empatía, profundizando en sus aristas, enriqueciendo su escala de grises, entendiendo y aceptando la complejidad de la realidad interior y la que nos rodea. La poesía es un método de introspección, una manera de mirar -tratar de entender- para entender el mundo, la propia persona, el prójimo. Un punto de encuentro para la búsqueda racional y la búsqueda intuitiva, la metafísica, la incertidumbre de la existencia, la conjetura, el misterio.
- Leer y escribir poesía también expande nuestra creatividad. Al fin y al cabo, estrujarse los sesos para dar forma finita y precisa, usando una convención limitada e imperfecta como el lenguaje, a ideas y sensaciones complejas, a todo un mundo donde tienen cabida la precisión, pero también el concepto de número infinito o las estrellas con una masa tal que se colapsan en sí mismas hasta hacerse tan pequeñas que “se ausentan”, es un método efectivo y pautado para afilar nuestra puntería cognitiva. Mejorar nuestra capacidad para asociar ideas, desmontar dogmas, contar con la humildad para no crear nuestros propios dogmas, etc.
- La poesía también -añade Coleman- nos enseña a copar nuestra existencia con belleza y significado. Nos ayuda, sin necesidad de cultivar una filosofía de vida de manera consciente, a usar el truco del estoico romano Musonio Rufo para lograr el bienestar duradero a través del uso de la razón y la práctica de la virtud: sólo abandonando de vez en cuando las comodidades materiales, seremos luego capaces de apreciar la belleza y el misterio del sabor y textura de un trozo de pan, o una pieza de fruta. O la comodidad de una prenda de ropa, por humilde que sea.
Sobre el sano ejercicio diario de tratar de abarcar lo inabarcable
Los poemas a veces tratan de abarcar lo inabarcable, o provocan mezclando cosas que nuestra amodorrada cotidianeidad mantiene separadas.
En el día a día sin esfuerzo introspectivo, nos repetimos con cinismo que no hay fórmulas alquímicas y agredimos a nuestro entorno con un vago y poco reflexivo discurso, que suele decir en esencia que todo está inventado, que esto o lo otro no sirven para nada, que las cosas podrían ser mejores, que esto o lo otro dificultan mi existencia, etc.
La poesía no es tan maldita
Saliendo de la zona de confort, dejamos atrás esta actitud tóxica.
Quisiera acabar esta entrada mencionando, aunque fuera por el instante situado entre el tiempo infinito y la ausencia de la variante “tiempo” con que a veces juega la poesía, la esencia de todos los retazos de poemas (aquí incluyo las canciones, claro) que alguna vez cosquillearon mi córtex.
No son tan abundantes como quisiera. Pero eso es remediable.