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Ethan James Green nos retrata en Vanity Fair, noviembre 2019

El estreno mundial de Joker (octubre de 2019), la precuela de Todd Phillips protagonizada por Joaquin Phoenix, ha vuelto a suscitar cierto interés tanto en cinéfilos gandules, desdeñosos del cine de fórmulas y franquicias que domina los últimos años, como en las nuevas audiencias. Phoenix puede convertir una franquicia muy manida en algo más, tal y como ya hiciera Hugh Ledger antes que él.

Padres de la Generación X e hijos adolescentes se dan pues cita estos días en el cine para hacerse inmunes a revelaciones que echen a perder la experiencia, con acusaciones mutuas de spoiler. Distintas cohortes esperando que el esfuerzo de un actor del método no decepcione en formato largometraje, pues los trailers suelen estar a la altura y logran un cierto estatuto de producto cultural autónomo en la era de las pantallas portátiles.

ETHAN JAMES GREEN, all rights reserved (Vanity Fair magazine, november 2019 issue); click on image to access the original

En este estreno, las metahistorias y los guiños entre generaciones tienen una prevalencia muy superior a la media. Los mayores no se sienten identificados con el presentador corporativo y simplón que protagoniza Robert de Niro, pero sí trazan paralelismos entre el Joker que entrevén en la película y Travis Bickle, el noctámbulo con cresta de Taxi Driver. Ese es el Robert de Niro que también ven los mayores de 40 años —y los cinéfilos más jóvenes— en Joker.

Retratismo en la era de la saturación

Más metahistorias. La portada de noviembre de la edición estadounidense de Vanity Fair, que lleva un día en los quioscos estadounidenses (llega a partir del 8 o el 9 de octubre, nos decían en la revista), es un retrato de Joaquin Phoenix, «ese Joaquin Phoenix», el que nos recuerda a Travis Bickle, un actor complejo que difumina peligrosamente los límites entre vida personal y personaje de ficción. Y, en este caso, dado que el propio personaje Joker hace lo propio, asistimos a una conexión fractal de realidades obsesivas.

El joven fotógrafo que firma la portada (en ella, Phoenix, con camisa blanca y corbata negra empapadas, mira a cámara de perfil desde el borde interior de una piscina, apoyando su puño izquierdo en la mejilla) y las imágenes que acompañan el reportaje dedicado al actor en el interior, es Ethan James Green. Green es capaz de servir de puente entre la generación apegada al fenómeno Instagram y el retratismo de la era de los medios de masas, más propio de la fotógrafa-institución de la revista, Annie Leibovitz.

¿Retratos de la vieja escuela hoy en día? Si hoy se venden ya más vinilos que discos compactos, ocurre algo similar con la técnica fotográfica.

Una referencia del retrato fotográfico contemporáneo se halla en la pintura. Francis Bacon reivindicó un nuevo «realismo» pictórico, que ya no podía ser el mismo en la era de la banalización de la imagen gracias a fenómenos como la fotografía amateur. Fotógrafos y artistas como Ethan James Green toman el testigo de Bacon y, con irreverencia y sin pedir permiso, se lanzan en los nuevos medios en busca de una frontera inexplorada de la expresión artística y el post-post-realismo. Los retratos de Francis Bacon son, en cierto modo, el equivalente pictórico a la personalidad excesiva y nihilista de Taxi Driver o el Joker de Joaquin Phoenix.

«Mirrorworld»: mapa y territorio, referencias y realidad, se superponen

Quizá haya respuestas contemporáneas menos enfrascadas en buscar los límites de la angustia, y más interesadas en explorar la afirmación vital nietzscheana, aunque ésta se produzca en un mundo donde lo digital y lo físico, el mapa y el territorio, se reflejan mutuamente, generando vértigo y muecas esperpénticas como resultado.

Ethan James Green, que empezó como modelo de pasarela y viró de carrera gracias a aptitudes y a mentores, es, en el retratismo neoyorquino actual, la irreverencia, el Joker que se inspira en su Taxi Driver ideal, sea la primera Annie Leibovitz, Diane Arbus o Nan Goldin. Un instagrammer que no entra en ninguna fórmula Instagram.

Muchas lecturas, pues, en el estreno de Joker y en ese retrato de Joaquin Phoenix en la edición de noviembre de Vanity Fair. Metahistorias líquidas y contemporáneas que evocan otras narrativas de generaciones anteriores. Nosotros mismos participamos, de un modo algo inverosímil, en esta historia compuesta de metahistorias, tanto como espectadores como en calidad de coprotagonistas.

El canal de YouTube de Kirsten, kirstendirksen, nos convierte en algo más que espectadores pasivos de las redes sociales, si bien nos encontramos en el momento de pérdida de inocencia con respecto a plataformas que, ahora sabemos, no son intrínsecamente positivas por el simple hecho de existir y demandar la participación de los usuarios, que se convierten en comentaristas y en creadores de contenido. Un puñado de usuarios en plataformas como YouTube o Instagram logra influir sobre un público amplio y, a menudo, global; es el caso del canal de Kirsten, proyección audiovisual de lo que esperábamos del proyecto *faircompanies.

Quizá porque usuarios y creadores, colaboradores profesionales y amateur se confunden hoy más que nunca, acabáramos formando parte de ese número de noviembre de Vanity Fair, y no meramente como lectores pasivos.

Nuestra presencia en el número de noviembre de Vanity Fair

La renovación de Vanity Fair en los últimos tiempos pasa también por la fotografía, que se acerca a los intereses y la realidad de una generación más ambivalente y fluida, que da la razón a las reflexiones de Zygmunt Bauman acerca de la modernidad líquida y sus principales características, en perpetuo proceso de redefinición (Ethan James Green firma Young New York, un libro de retratos de la generación millennial, atenta a la fluidez de preferencias, realidades socioeconómicas, diferencias étnicas y de género).

Cuando, la primavera pasada, recibimos a través del formulario de contacto de *faircompanies un correo de la redacción de Vanity Fair, decidimos primero asegurarnos de que no se trataba de correo basura, phishing o, simplemente, una broma. Parecía lícito. Se presentaba una coordinadora de contenido, y nos explicaba que el fotógrafo Ethan James Green (el mismo que firmaba la portada y reportaje con Lin-Manuel Miranda de la edición navideña 2018/19 de la revista) planeaba un reportaje fotográfico con ciertos youtubers «remarcables».

El reportaje aparecería después del verano, seguramente en el número de octubre o, quizá, el de noviembre. Decidimos no comentarlo en redes sociales o a relaciones. Podían pasar muchas cosas antes de que la revista alcanzara su versión final y, en ocasiones, los proyectos se transforman o desaparecen antes de materializarse.

La demanda de Vanity Fair no había sido un bulo, y llega el momento de compartir la edición digital y la impresa del artículo. De repente, la maquinaria que uno observaba hace unos años desde el exterior ya no puede ser la misma.

Signaling

Nos llegan mensajes congratulatorios de amigos que, en Estados Unidos, comentan que les resulta extraño vernos allí, pues aparecer en un puñado de publicaciones quizá siga significando «haber llegado». Un amigo de Ethan James Green nos confesaría durante la sesión —en la que asistiría desinteresadamente al fotógrafo— haber «crecido» con vídeos como los de Kirsten. Es Marcs, protagonista de la imagen de cubierta de Young New York. Ocurre: la relación entre usuarios y personalidades de la Red es íntima y muta; en ocasiones, enriquece, y otras veces resulta contraproducente o tóxica. Gentileza de algoritmos que reconocerán lo que decimos que nos interesa y lo contrastarán con lo que «en realidad» nos interesa, pues, en ocasiones, no somos del todo conscientes de nuestras contradicciones. ¿O eran debilidades?

Concluimos pronto que merecía la pena superar cualquier escollo logístico y decidimos acercarnos a Nueva York este verano, con la sesión fotográfica de Kirsten Dirksen y Ethan James Green como principal motivo del esfuerzo familiar. La imagen de nuestra familia tomada por Ethan James Green (Kirsten, de pie y con cámara, Inés y yo mismo sentados en segundo plano, y los dos pequeños, Ximena y Nicolás, rompiendo la seriedad de superhéroe de los tres rostros más cercanos a la cámara con sonrisa y gesto travieso) expresa algo para quienes la han visto.

Quizá acabe significando para nosotros algo más que la propia experiencia, el «cómo se hizo», sobre el que guardamos vídeo, pues nuestras cámaras rodaban durante la sesión fotográfica, en una pequeña marina suburbana de la periferia neoyorquina, en The Rockaways, la península del barrio de Queens, en Long Island, donde dos amigos se prestaron a que usáramos su original creación —TruckAFloat, una pequeña casa flotante con techo reciclado de una camioneta— como escenario de la imagen.

Simbología de la vida plena y examinada

Habíamos realizado un vídeo en la estructura en 2016, y la sesión de fotos con Vanity Fair suscitó más que recuerdos. Nuestros hijos también habían estado presentes entonces, y desde entonces han añadido a sus vidas una cuarta parte, un tercio y la mitad de su experiencia en este mundo. El tiempo. Canal de YouTube y sitio acumulan muchas historias, algunas de ellas de primera mano, unas más fáciles que otras, y unas cuantas todavía a medio hacer.

El artículo en el que aparecemos se anuncia en la portada de Vanity Fair en la parte inferior derecha, dedicada a los reportajes secundarios que acompañarán a la historia principal:

«En casa con las megaestrellas de YouTube».

La selección de youtubers responde, sin embargo, a criterios ajenos al puro utilitarismo. Hay pesos pesados con millones de usuarios, pero también alguno con poco más de 100.000 suscriptores. Se han medido la influencia, las preferencias entre personalidades de redes sociales y algo tan etéreo y complejo como la «calidad», ese cálculo etéreo que Robert M. Pirsig, autor de Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, sitió en el terreno de la metafísica. Los críticos necesitan ver más allá de datos y algoritmos, y la publicación se resiste a ofrecer su espacio al mero éxito cuantificado (canales populares que carecen de línea editorial, originalidad o escrúpulos éticos).

Kirsten y yo mismo aparecemos como representantes de la Generación X, si bien nos adaptamos con facilidad al lenguaje estético de James Green. Al fin y al cabo, la imagen afirma también una realidad contra la que muchos votaron en las últimas elecciones estadounidenses: el ascenso profesional de quienes se abren paso con talento y esfuerzo, independientemente del género. En la imagen, es la mujer quien se reafirma frente a la cámara, rostro erguido, mirada decidida y pies bien anclados en el suelo, sin que el hombre de la imagen (sentado, tras la mujer) sienta la inseguridad de no ser menos que el «género débil».

Sobre este respecto, hago mía la reflexión de Simone de Beauvoir:

«No hay nadie más arrogante, violento, agresivo y desdeñoso con las mujeres, que un hombre inseguro de su propia virilidad».

Una generación de creadores

El reportaje que acompaña a las fotos de youtubers, de Richard Lawson, pone en la balanza el fenómeno, con sus contradicciones, riesgos y desequilibrios, si bien deja claro el estatuto de la red social para compartir vídeos en la cultura contemporánea. El sitio se acerca a los 15 años de vida y, dice Lawson,

«una generación de creadores descubre su poder cultural y (a veces) sus límites».

Cuesta abstraerse en la lectura de un artículo del que uno se siente parte; en esta ocasión, el «mundo-espejo» se funde en uno y, en efecto, Kirsten aparece junto a mí y a nuestros hijos, como representantes de un canal de vídeo que no puede considerarse puramente amateur ni profesional, que reside en la Red y, sin embargo, llega a personas de todo el mundo como lo hicieran los viejos medios de masas.

Como participantes de una maquinaria de entretenimiento a semejante escala, somos conscientes de muchos de los riesgos subrayados en los últimos tiempos, entre ellos la insistencia de los algoritmos en ofrecernos lo que consideran podría mantener nuestro interés. Los minutos vistos, y la publicidad, se imponen de momento a otros indicadores que deberían considerarse, como la «calidad» del contenido y la ausencia de signos de cebo de clics, desinformación, extremismo, etc.

¿Cómo lograrlo en un medio a semejante escala, sin asumir mayor responsabilidad editorial sobre el contenido? Esa parece ser una de las batallas de YouTube. La de los creadores, como Kirsten Dirksen, yo mismo, colaboradores (Julio Menéndez, Johnny Sanphillippo y muchos más) y familia, es bienintencionada, y no pasa por fomentar el visionado compulsivo, ni por tratar a nadie con condescendencia. Quienes se acercan al canal deberían hacerlo en plenitud de facultades y, a ser posible, venir con la intención de aprender algo, o de aportar algo a la conversación.

La responsabilidad que está bien sentir

El formulario de contacto sigue abierto para que cualquiera pueda proponer alguna historia para rodar. Así ha sido en los últimos años.

Cuando el pasado lunes 7 de octubre aparecía el artículo que nos ocupa en el sitio de Vanity Fair, Kirsten y yo observamos la fotografía y, por un rato, volvimos a nuestras tareas. Puedo imaginar lo que ambos pensábamos.

La sensación, más que de meta o satisfacción, es más próxima a un cierto sentido de la responsabilidad que sólo el artesano independiente es capaz de conservar. Lo explicaba esta misma semana un usuario, que dejaba el siguiente mensaje bajo uno de los videos de Kirsten:

«Aprecio que este canal no busque títulos de cebo de clics, thumbnails chirriantes y presentaciones cursis, ni suplique por más suscriptores, acuerdos promocionales basura, etc. Simplemente directos a detalles interesantes, con un gran estilo en las entrevistas —formulando preguntas informadas y técnicas mientras otorgan al entrevistado suficiente espacio para hacerse una idea de su carácter».

La metahistoria no ha hecho más que empezar. Acaso la responsabilidad de todos es tratar de poner las cosas difíciles a los algoritmos, en su intento de hacernos predecibles, replicables, desprovistos de una mirada propia y reconocible.

A medida que se iguala y confunde el rol entre creadores y audiencia, hay que estar tan preparado para producir como para situarse en un cada vez más exigente rol de espectador, si lo que pretendemos es evitar el carácter narcótico de ver (¿consumir?) vídeos de manera encadenada y acrítica.