En plena era de la información, Europa ha reconocido en un estudio que depende de la quema de carbón para generar un 30% de la energía que consume.
La Comisión Europea quiere que las centrales que generen electricidad a partir de combustibles fósiles sean limpias en 2020.
Según un informe de la Comisión Europea presentado en enero de 2007, los combustibles fósiles -con el carbón y el gas natural en primera posición-, permiten producir el 50% de la energía eléctrica de la Unión Europea. O lo que es lo mismo: según el modelo actual, la mitad del aprovisionamiento energético europeo se nutre de dos de los combustibles fósiles más contaminantes.
La Unión Europea no está sola en este problema. El mismo estudio calcula que la producción de energía eléctrica a base de la quema de combustibles fósiles seguirá aumentando hasta 2050, mientras el consumo de carbón aumentará el 60% en el mundo durante los próximos 20 años.
Si las tecnologías actuales de consumo de carbón y energías fósiles no mejoran, este aumento en el consumo mundial de carbón provocaría incrementos del 20% de las actuales emisiones de dióxido de carbono en 2025. Un panorama, de nuevo, nada halagüeño.
El documento de la CE (Sostenibilidad de la energía obtenida con combustibles fósiles, para lograr la supresión de las emisiones contaminantes después de 2020), no ve realista el abandono del carbón y el gas natural para generar energía eléctrica, ya que la UE no está preparada para asumir a corto plazo un cambio de este calado en su política energética, así como sus costes.
Hacer que carbón y gas natural contaminen lo menos posible
La Unión Europea apuesta, no obstante, por la búsqueda de soluciones tecnológicas que permitan usar carbón y otras energías fósiles para producir electricidad sin que por ello contribuyan al cambio climático global. La Comisión Europea propone dos grandes tipos de solución tecnológica, que promoverá con varios tipos de incentivo hasta 2020:
- Producción de “carbón limpio”: tecnología que está desarrollándose actualmente. Pretende mitigar los problemas relacionados con la contaminación creada en torno a las plantas generadoras de electricidad y otros efectos derivados de las emisiones de CO2, como la lluvia ácida, al reducir las emisiones “considerablemente”, según el documento de la CE.
- Captura y almacenamiento de dióxido de carbono: tecnología que todavía no ha sido suficientemente desarrollada, aunque es de las soluciones más citadas por la Unión Europea y Japón, entre otros firmantes del Protocolo de Kioto. Aunque el problema de esta tecnología es, en estos momentos, no tecnológico sino principalmente económico: en su informe, la CE indica que el coste de esta tecnología, 70 euros por megavatio hora, es prohibitivo. Para que entrara en niveles competitivos más acordes con el mercado energético europeo actual, el coste por megavatio hora debería situarse en torno a los 20-30 euros, una cota que podría alcanzar en 2020. La UE prevé construir una docena de este nuevo tipo de plantas.
Europa todavía dependiente del carbón
Más de 150 años después de que el carbón mineral empezara a sustituir al vapor y el carbón vegetal como principales fuentes energéticas de la primera Revolución Industrial, el mundo sigue dependiendo de la fuente generadora de energía más abundante, barata y contaminante:
- El carbón sigue generando el 30% de la energía que produce la Unión Europea.
- El desarrollo de las nuevas tecnologías para evitar que la generación de energía con combustible fósil contribuya al calentamiento global es prioritario, según los últimos estudios.
- El objetivo fijado por el ejecutivo comunitario es que las centrales de carbón sean limpias en 2020.
La agenda de Merkel
La Comisión Europea ha presentado el informe, y no es casualidad, en el inicio del mandato alemán en la UE a lo largo de la primera mitad de 2007.
La conservadora alemana Angela Merkel, que depende de un pacto parlamentario con los socialdemócratas alemanes, ha señalado que sus objetivos durante la presidencia alemana son trabajar en un espacio económico común entre Estados Unidos y la UE y, no menos importante, la lucha contra el cambio climático.
Estas son prioridades, se entiende, que se suman al intento de Merkel de redirigir el desbarajuste de la Constitución europea rechazada en referendo por franceses y holandeses.
Ni Alemania ni la UE están para tirar cohetes, con dos nuevos miembros del Este (Rumania y Bulgaria), los más pobres que han accedido hasta el momento al espacio común con diferencia, y con los países balcánicos llamando a la puerta. La eterna llamada de Turquía parece eternizarse por momentos y algunos países europeos pronto se quedarán sin excusas, más allá del “miedo al otro”, en su rechazo frontal a la candidatura del país de mayoría musulmana más europeo y moderno.
Europa se enfrenta, por tanto, a varios retos. Merkel no parece el líder más carismático para conducir a la UE por el mejor camino posible, aunque quizá la UE no pueda tener la agilidad deseada hasta que cualquiera de sus 27 miembros pueda vetar cualquier decisión importante.
De fondo, el debate energético también implica a Rusia, gran proveedor de petróleo de Europa Central y aliada de Alemania en la construcción de un importante gasoducto que mantendrá el grifo del petróleo razonablemente barato abierto hasta nuevo aviso geoestratégico.
Más de sesenta años después de la II Guerra Mundial, Alemania y el resto de los países europeos vuelvan a pelearse por el petróleo ruso. Gerhard Schröder, canciller socialdemócrata que precedió en el cargo a Angela Merkel, trabaja ahora para una compañía petrolera rusa. Él, que tanto debiera haber hecho por el desarrollo de las energías renovables en la “verde” Alemania reunificada.