Los episodios más escabrosos de reclusión forzosa en lugares reducidos nos harían revisar la primera literatura de terror, así como algunos pasajes del filósofo Michel Foucault sobre la evolución de los sistemas penales, pasando por los clásicos de la literatura carcelaria.
Cuando es involuntaria —ya se trate de una pena mental infligida sobre uno mismo a la manera de los hikikomori, incapaces de abandonar su habitación por presión social, o de un castigo—, la reclusión es un suplicio.
Por el contrario, cuando es uno quien elige estar en un espacio reducido en busca de cierta introspección, la presencia en un habitáculo reducido puede actuar como escenario necesario para proyectar nuestra mirada, tanto hacia el interior como hacia el exterior.
Confinados a su pesar
La dramática diferencia entre ambas situaciones es la que separa la pena padecida en su propia piel por Joseph Merrick, «hombre elefante» de la muy darwinista buena sociedad victoriana a quien David Lynch dedicó un filme, de la seguridad y prestigio que el aspecto sano y apuesto había otorgado al amigo, confidente y doctor del propio Merrick, Frederick Treves.
Es también la galaxia de distancia entre quienes son retenidos a la fuerza y quienes, por el contrario, eligen pasar una temporada en una pequeña cámara o cabaña.
Por un lado, los secuestrados en zulos o injustamente encarcelados (para evitar dramatismos demasiado próximos en la geografía y el tiempo, podemos acudir al hombre de la máscara de hierro o, en la literatura, al marino Edmond Dantès, injustamente apresado en el castillo de If frente a Marsella para poder convertirse después en conde de Montecristo; y el Fortunato de Edgar Allan Poe (El barril de amontillado), quien en pleno carnaval de Venecia es invitado por un amigo a probar un nuevo vino en su cava privada, para ser encadenado a continuación, ebrio y vestido de bufón.
Ampliar horizontes imaginarios desde un habitáculo
Por otro, Henry David Thoreau en su cabaña de Walden, que había construido en el vecindario de su Concord natal para «vivir deliberadamente» y desprenderse del envoltorio de la sociedad de su época; los primeros navegantes intercontinentales durante la Era de los descubrimientos, atravesando las penurias del motín, el escorbuto y la superstición para ir más allá de las fronteras imaginarias del mundo antiguo; o sus equivalentes, en la literatura y la realidad, capaces de explorar los fondos submarinos y el espacio desde habitáculos peligrosamente reducidos, desde el capitán Nemo a los pioneros del buceo submarino, los viajes orbitales y a la luna.
Justo al escribir estas líneas, los astronautas Bob Behnken y Doug Hurley se preparaban para una misión espacial a bordo de una cápsula y un cohete reusables diseñados y construidos por una empresa privada, SpaceX.
Desde que el Space Shuttle realizara su último viaje orbital en julio de 2011, los astronautas estadounidenses habían dependido de la cápsula Soyuz rusa para alcanzar la Estación Espacial Internacional. Esta vez, el interés había aumentado con respecto a previos hitos tanto de la compañía aeroespacial como de la NASA.
Relaciones públicas aislacionistas, lanzamiento extraplanetario
El mal tiempo posponía el lanzamiento a última hora y el público congregado en emisiones en streaming en redes sociales compartía su frustración.
El lanzamiento aparecía más como una oportunidad comercial privada que algo que celebrar para la NASA, que ha permanecido en segundo plano en el proceso de desarrollo del sistema espacial tripulado de SpaceX, cuyo objetivo último —siempre según Elon Musk— es alcanzar Marte y colonizar el planeta rojo a medio plazo.
Pocos o ningún paralelismo entre los espacios de confinamiento de muchos de ellos y el habitáculo ocupado por los dos astronautas que habían podido observar en pantalla hasta el aplazamiento de la misión.
Una vez pueda llevarse a cabo, los dos tripulantes volverán al reducido habitáculo para alcanzar la órbita planetaria en unos minutos. El vehículo espacial está compuesto por un cohete Falcon 9 reusable que (si todo marcha según lo previsto) liberará en órbita la cápsula donde viajan los 2 astronautas 12 minutos después del lanzamiento, para dirigirse después a una plataforma robotizada en el Atlántico donde aterrizar; y Crew Dragon, la primera de las cápsulas tripuladas diseñada para transportar pasajeros y provisiones a la Estación Espacial Internacional.
En este primer viaje tripulado, la cápsula orbitará durante 19 horas antes de acercarse a la ISS para acoplarse a uno de los módulos de la estación.
Elon Musk y el «product placement»
Ni siquiera los pasajeros de Crew Dragon deberán experimentar la fobia a los espacios pequeños que han afrontado recientemente algunos habitantes de ciudades en confinamiento por la pandemia. El habitáculo de Crew Dragon se ampliará momentáneamente si todo va según lo previsto durante al acoplamiento con la ISS, pues una vez abierta la escotilla podrán saludar a los inquilinos actuales del satélite artificial internacional, el astronauta de la NASA Chris Cassidy y los cosmonautas rusos Anatoly Ivanishin e Ivan Vagner.
Ni la NASA ni SpaceX han ofrecido detalles sobre el tiempo de permanencia en órbita de Crew Dragon, que podría mantenerse acoplado a la ISS o desacoplarse y orbitar en solitario; los astronautas confinados tendrían energía suficiente para operar el vehículo y realizar otras tareas, así como alimentos, entretenimiento remoto y pruebas que realizar. Crew Dragon alimenta sus baterías con paneles solares cuya vida en órbita está garantizada únicamente durante 4 meses debido a la corrosión.
Una vez decidan la reentrada en la atmósfera terrestre, la cápsula tripulada planea aterrizar en el Atlántico no lejos de la costa de Florida. Crew Dragon tiene unas dimensiones humildes para un espacio habitable: 26,7 pies (8,1 metros) de envergadura y 13 pies (apenas 4 metros) de diámetro. Su peso: 9.525 kilogramos, o el equivalente a 4 Tesla Model X, el vehículo usado por los 2 tripulantes para desplazarse hasta la rampa de lanzamiento.
La expectación ante el lanzamiento evoca épocas pretéritas al accidente del Challenger en 1986, cuando el programa espacial de la NASA mantenía su propósito y el público estadounidense apoyaba el esfuerzo espacial frente al programa de una Unión Soviética que no había dado señales de colapso.
Cuando el modelo es superior a la realidad
Eso sí, el lanzamiento pospuesto es una empresa personalista que será capitalizada por dos firmas privadas asociadas a su fundador, así como por un presidente que abrazará cualquier golpe de efecto con carácter aglutinador cuando el país afronta, dividido, una crisis sanitaria que no puede ser barrida bajo la alfombra.
Las imágenes previas del lanzamiento ofrecidas por la NASA hasta su cancelación mostraban el interior de la cápsula. En un plano lateral, aparecían ambos astronautas enfundados en un atuendo más ceñido y estilizado que el vestuario corriente de misiones análogas. Poco que ver con las primeras escafandras de buceo, con descripciones que se remontan a 1405, cuando el ingeniero militar alemán Konrad Kyeser imaginó un traje de cuero asido a casco metálico y dos ventanillas de cristal; el traje, imaginó, debía «retener el aire» en su interior, procedente de una bolsa de aire a través de un conducto de piel.
Frente a su estilizado casco de los astronautas Doug Hurley y Bob Behnken se entreveía una hilera de pantallas táctiles y, bajo ellas, los controles de un vehículo que ha sido diseñado para operar de manera autónoma, si bien cuenta con un modo manual.
Tras observar la imagen en vivo, mi hija mayor evocó el inicio de la misión de Interstellar (2014), el filme ya clásico de Christopher Nolan. Afortunadamente —le comento sin cinismo— en esta ocasión no se trata de salvar a la humanidad. Por la cuenta que nos trae, dada la talla moral de los últimos responsables de la efeméride.
Confinamiento terrícola
El ensamblaje del Falcon 9 y la cápsula, con una envergadura total de 65 metros, aparecía en planos exteriores con la fotogenia propia de planos propios de filmes y novelas gráficas: capaz, en definitiva, de suscitar la curiosidad de un niño y hacer rememorar a cualquier adulto referencias de todo tipo sobre la materia, desde los primeros viajes imaginados por pioneros de la ciencia ficción como Julio Verne (De la tierra a la luna) a las principales efemérides de la carrera espacial, amortecidas en las últimas décadas.
Aquí nos encontramos de nuevo, incapaces de mostrar una empatía generalizada ante las consecuencias de una crisis sanitaria a escala global, y sin ningún problema para dejar volar nuestra imaginación cuando se trata de los golpes de relaciones públicas de Musk, que toman el testigo de las ocurrencias —humildemente terrícolas— de Steve Jobs.
A la espera de un nuevo intento, la mirada vuelve de nuevo a confinamientos en habitáculos reducidos que han sido diseñados para permanecer en exclusiva en el interior de la atmósfera de nuestro planeta. El choque económico producido por la pandemia, que remite en sus epicentros de Europa y Norteamérica y avanza de manera preocupante en América Latina, empuja a muchos individuos y familias a replantearse la existencia.
Preocupa una posible oleada de desahucios de viviendas en alquiler y el aumento de fenómenos como el que ha empujado a miles de personas a vivir en la calle no muy lejos de la sede de Tesla y Space X.
Nosotros elegimos: negatividad o introspección provechosa
La necesidad de acelerar herramientas de teletrabajo y la aprobación de leyes que permiten construir viviendas accesorias —ADU— en solares unifamiliares (en un país donde, recordemos, predominan las zonas residenciales diseñadas para la construcción exclusiva de casas), ha acelerado la construcción de espacios anejos para el disfrute personal.
La posibilidad de poder elegir libremente si uno quiere o no estar a solas lo que distingue la introspección del confinamiento. Las medidas de confinamiento afectan de manera desigual a quienes las padecen y no todo el mundo se encuentra con la ventaja de contar con un espacio personal doméstico suficientemente espacioso donde sea posible trabajar concentrados, leer, divagar.
Si nosotros así lo percibimos, cualquier lugar puede convertirse en un espacio introspectivo: una cabaña apartada que protege del crudo invierno, el camarote de un navío, la cabina de un camión o autocaravana, una habitación, el rincón donde hayamos instalado un escritorio o un sillón de lectura, la biblioteca familiar que hizo a algunos escritores como Borges… Y, por qué no, el habitáculo de una cápsula espacial.
Consejos de un astronauta
No todas las celebridades de la historia espacial estadounidense se muestran tan indiferentes a la complejidad y sufrimiento de la pandemia del coronavirus como el presidente estadounidense y el fundador de SpaceX, que han percibido la crisis como un mero escollo a sus objetivos a medio plazo, las elecciones en el primer caso y las —siempre cambiantes— previsiones industriales de SpaceX y Tesla.
El veterano astronauta Scott Kelly, conocedor de la dureza de cualquier estancia prolongada en espacios reducidos, redactaba el 21 de marzo de este año una columna de opinión en el New York Times para asistir a quienes, no pudiendo acudir a segundas residencias o lugares espaciosos, debían permanecer en la ciudad.
Entonces, Nueva York se convertía en el epicentro de la pandemia y pequeñas habitaciones de la ciudad mutaban en equivalente terrestre al interior de la cápsula Soyuz que había llevado a Kelly a la ISS y, un año más tarde, lo había devuelto a nuestro planeta:
«Estar encerrado en casa puede ser difícil. Cuando pasé casi un año en la Estación Espacial Internacional, no fue fácil. Cuando iba a dormir, estaba en la oficina. Cuando me despertaba, todavía estaba en la oficina. Navegar en el espacio es probablemente el único trabajo del que es imposible desconectar».
Nosotros y lo circundante
Kelly explica que aprendió algunas astucias durante la experiencia que, en una crisis como la que estaba a punto de atravesar Nueva York, podían resultar útiles a más de un lector.
Entre los consejos de Kelly: la importancia de seguir horarios y rutinas que demarcan contextos, situaciones y momentos del día; aprender a relajarse y desconectar sin perder una rutina del sueño consistente; desarrollar una afición que ofrezca el fruto del progreso; mantener un diario; mantener el contacto —aunque sea remoto— con otros; reconocer la autoridad de los expertos en cuestiones técnicas que superan nuestro propio conocimiento.
Dos de las reflexiones de Kelly son especialmente relevantes, al haberse beneficiado a buen seguro de las reflexiones del astronauta desde alguno de los ojos de buey de la Estación Espacial Internacional.
Desde allí arriba, quizá sea más sencillo conocer la interdependencia de los procesos y organismos de nuestro planeta. Del mismo modo, fuera de la mecedora atmósfera terrestre y en un contexto de gravedad cero, Kelly conoce bien la importancia de «permanecer en contacto» con el exterior, aunque se trate de cuidar de unas plantas en el balcón u observar las aves de proximidad:
«Una de las cosas que más eché de menos mientras permanecí en el espacio fue la capacidad para salir y percibir la naturaleza. Tras haber estado en confinamiento durante meses, empecé literalmente a echar de menos la naturaleza —el color verde, el olor de la tierra húmeda y la sensación de calidez del sol en mi rostro».
Biofilia
De ahí que un experimento con flores al que había sido asignado en la estación fue especialmente importante para él.
Hay una razón por la cual los astronautas en el espacio reproducen sonidos terrestres. Pájaros, árboles, insectos. El entomólogo y naturalista E.O. Wilson formuló esta necesidad con un nuevo término: biofilia.
En su ensayo Los bosques de Maine (1864), Thoreau escribe:
“Piensa en tu vida en plena naturaleza, algo que contemplas a diario, con lo que te hallas en contacto… ¡rocas, árboles!, ¡el viento en tus mejillas!, ¡la tierra sólida!, ¡el mundo real!, ¡el sentido común!, ¡Contacto!, ¡Contacto!”
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