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Felicidad y libertades individuales en entornos "kafkianos"

¿Podemos autorrealizarnos en épocas convulsas? ¿Qué pensaban Stefan Zweig o Franz Kakfa (que padecieron las ideologías de masas en la Europa de entreguerras), de la felicidad individual que los supuestos “derechos colectivos” de terceros vulneraron?

Las obras de Franz Kafka expresan las dificultades de cualquiera para autorrealizarse en el sentido socrático (ser feliz a largo plazo cumpliendo un propósito racional y moral) si se vive en una sociedad que no respeta los derechos fundamentales.

Lo “kafkiano”

Su última obra, publicada partir del manuscrito inacabado, es la más kafkiana de todas ellas (murió de tuberculosis en 1924). Si el apellido del autor se ha convertido en calificativo de situaciones que violentan las libertades individuales es por el ambiente claustrofóbico de toda su obra.

El proceso (adaptada al cine por Orson Welles en 1962, y convertida en novela gráfica en 2008) quizá no habría sido la misma novela si su autor hubiera podido vivir como él quería, según la hipótesis de los filósofos clásicos y la psicología humanista de Abraham Maslow: necesitamos cubrir unos mínimos (seguridad, prosperidad relativa) para aspirar a los más elevados, relacionados con la moralidad y creatividad. 

La prosperidad relativa sin seguridad ni salvaguarda de libertades individuales da vida a lo kafkiano. Con libertades y prosperidad, el mundo habría perdido quizá el atolladero psicológico de sus novelas y la semántica del adjetivo “kafkiano”.

Arrestado por la viscosidad burocrático-política

En El proceso, Josef K. es arrestado una mañana en su apartamento por una razón que desconoce; es el principio de una pesadilla, al tener que defenderse de algo que no sabe qué es, ante unas instancias tan viscosas y desconocidas como los cargos que se le imputan. La falta de seguridad jurídica y el engranaje de la burocracia trituran cualquier posibilidad de escapatoria.

(Imagen: primera edición -1925- de El proceso, obra póstuma de Franz Kafka –1883-1994–)

Quien haya leído Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, o haya visto La vida de los otros, de  Florian Henckel von Donnersmarck, ampliará el mismo punto de vista con una historia de ficción (la pandemia de ceguera sin puntos y aparte ni tiempo para el aliento fabulada por Saramago) y otra basada en la realidad: el espionaje de Estado a cualquiera y por cualquiera en la RDA no hace tanto tiempo:

Sobre abrir la puerta a vulneraciones de lo individual

Precisamente por su naturaleza kafkiana, acontecimientos como el espionaje potencial de la NSA sobre cualquiera bajo el pretexto de la seguridad y la salvaguarda de la libertad colectiva de unos pocos (en este caso, el pueblo estadounidense), debería poner alerta a cualquiera.

Como también le debería poner alerta la imposición unilateral (anque se realice bajo el pretexto de una supuesta mejora) de un grupo -aunque sea mayoritario- a la totalidad de una sociedad democrática, si esta imposición vulnera derechos fundamentales de uno o más de los miembros de pleno derecho de esta sociedad.

Cuando un individuo que aspira al bienestar racional está rodeado de acciones que no controla e influyen sobre un futuro que no quiere, y tiene ante sí a un muro burocrático, el fruto de su creatividad difícilmente será un canto transparente a la naturaleza, la transitoriedad de la existencia, el interior del ser humano y su relación como alegoría de lo que le rodea.

Introspección angustiosa vs. canto a la vida

Uno se hace, en otras palabras, más kafkiano y menos emersoniano. El optimismo de Ralph Waldo Emerson emerge en el caldo de cultivo de las ideas ilustradas de Thomas Jefferson.

Incluso el kafkianismo estadounidense carece de la claustrofobia y profundidad de un individuo intelectualmente aplastado por la brutalidad de algún régimen autoritario: en Estados Unidos, la opresión invisible de maquinarias colectivas que atentan contra las convicciones del individuo tiene más bien el tono de Groucho Marx y su “parte contratante de la primera parte”:

https://www.youtube.com/watch?v=AaO1FzE6J9I

Primero con sutilidades y sátiras más o menos veladas; luego con ataques ideológicos frontales; y finalmente con leyes que oficializaban la discriminación, millones de europeos fueron perseguidos de manera sistemática y ello explica la voluntad de pasar página con la unión del carbón y el acero, la comunidad europea y, finalmente, la unión europea.

El riesgo de supeditar autorrealización a deseos colectivos

Las obras de Kafka expresan la inequívoca intuición de que el implacable laberinto ideológico y burocrático de la Centroeuropa emergida después la I Guerra Mundial culminaría en la discriminación y persecución de minorías y el populismo, tanto de derechas como de izquierdas.

Intelectuales europeos como Stefan Zweig, testigos impotentes de lo que se avecinaba en Europa, se exiliaron físicamente del continente, pero sus lazos existenciales con la idea de una Europa democrática, tolerante y respetuosa con las libertades individuales hicieron tan doloroso el espectáculo de la Europa aniquiladora que influyeron sobre su propia idea de autorrealización.

(Imagen: adaptación al cine de El proceso, por Orson Welles -1961-)

El final de Zweig es un recordatorio de la capacidad depredadora que las aventuras colectivas desbocadas tienen sobre el desarrollo de un individuo librepensante.

Thoreau, Emerson y los clásicos habrían recordado a Zweig que el mejor modo de conservar el propio bienestar consiste en ser lo más autosuficiente posible, evitando la mortificación por situaciones que van más allá de la actuación individual.

El mejor homenaje individual en un entorno de asfixiante populismo consistiría, según los mencionados, en permanecer fiel a los propios valores.

Enseñanzas del pasado sobre las tensiones entre individualidad y colectivo

Las ideas clásicas y de la Ilustración que relacionan autorrealización con el respeto de las libertades individuales y el cultivo de una existencia con un propósito racional, no se cumplieron en la Europa de entreguerras para buena parte de los europeos, sobre todo para los que no sólo fueron discriminados política y económicamente, sino perseguidos y -los que no pudieron o quisieron exiliarse- exterminados.

Hablamos de la Europa del siglo pasado, en este mundo, y no del satélite Europa -una de las cuatro lunas de Júpiter- y el posible vapor de agua en su atmósfera.

La convivencia o tensión entre las libertades individuales y las colectivas, entre las políticas impopulares para generar bienestar a largo plazo y las populares que lo que ganan a corto lo pierden a largo, entre el materialismo y el idealismo, ha forjado la historia de los ciudadanos y los países desde la Ilustración.

Vidas paralelas

La crisis de valores actual es analizada desde tantos puntos de vista y con tanto sesgo que un individuo despistado o careciente de una formación sólida puede vivir en una realidad paralela a la de su vecino, en función sólo de con quién hable y cuáles sean sus referencias mediáticas.

Lo sabemos por experiencia, y basta estudiar la historia (sin necesidad de alargarla como un chicle) para constatar que las dificultades económicas suelen agrandar las tensiones sociales, políticas, étnicas, territoriales. Los momentos convulsos son propensos al surgimiento de salvapatrias, soluciones-milagro (“balas de plata”), chivos expiatorios (“el Otro” tiene la culpa de todo), etcétera.

Sobre el valor de mantenerse alerta

En las situaciones límite, no obstante, también aparecen los “anticuerpos” del populismo: la conciencia, individual y colectiva, de que cada uno debe estar atento, mantener los ojos bien abiertos, para que no se repitan algunos de los grandes errores de la historia. 

Una sociedad democrática escrupulosa con sus libertades no puede tolerar errores policiales continuados, o leyes (o anteproyectos) que conculquen derechos básicos.

La Unión Europea, a la que millones de europeos acusan ahora de “antidemocrática”, es el resultado -inacabado, pero más sólido de lo que se habría esperado- de la voluntad de quienes vivieron en primera persona horrores en época convulsa de otorgar un antibiótico jurídico y de valores al populismo, la demagogia, los pogromos -más o menos encubiertos-, el ventajismo, las discriminaciones silenciadas, etc.

¿Dónde quedan las libertades individuales y colectivas?, dicen muchos europeos. La respuesta es tan coral como los propios pueblos de Europa, y ni siquiera la definición de “pueblo” está tan clara como la de “individuo”. Por ejemplo, ¿qué hacemos con los sentimientos de pertenencia solapados?

Menudo berenjenal

Materialismo e idealismo, libertades individuales y colectivas, así como mucho sentimiento, convierten a los millones de ciudadanos con dificultades económicas y grandes dilemas políticos en recipientes potenciales de frustraciones y dichas.

Y así, renqueante y con diversas y “solapadas” crisis de legitimidad, prosigue el experimento europeo, como el de otras regiones mundiales que tratan de contrarrestar el gran cambio mundial de las últimas décadas, el ascenso de los países emergentes y sus clases medias, que ya constituyen la mitad del comercio y la riqueza mundiales.

Todos somos -o deberíamos ser- iguales ante la ley

Las mayores conquistas desde la Ilustración se basan en la premisa de que todos somos iguales ante la ley, con las mismas oportunidades, derechos y deberes, y la fidelidad de las sociedades a estos valores determina su prosperidad a largo plazo.

Ocurre que las premisas deben luego acomodarse a la realidad:

  • convertir democracias maduras en plebiscitos continuos para dirimir distintas situaciones, como reivindican legítimamente muchos ciudadanos, aseguraría el triunfo de las políticas “populares” (muchas de ellas populistas) y no las posibles, las mejores las o más justas a largo plazo (fenómeno perverso experimentado en California desde el caso de Proposition 13);
  • hay países que logran cierta prosperidad sin basar su modelo político y social en los triunfos de la Ilustración y sus “correcciones” socialdemócratas del siglo XX (ejemplos: dictaduras de derechas o izquierdas que garantizan cierta prosperidad sin régimen básico de libertades, como el Chile de Pinochet, la España del franquismo tardío con políticas pseudo-socialdemócratas o la Sudáfrica del apartheid, como ejemplos de regímenes no democráticos con políticas e instituciones consistentes pero no democráticas; o la China actual, todavía oficialmente país comunista gobernado por el “proletariado” y en realidad una mera dictadura tecnócrata sostenida sobre el éxito capitalista-sin-Ilustración de las últimas dos décadas);
  • y a la inversa: hay sociedades democráticas sobre el papel que descuidan la seguridad jurídica y optan por políticas con respaldo “popular” (¿más bien populista?), aunque tengan consecuencias devastadoras para el futuro económico de quienes las apoyan en primera instancia (el último ejemplo: la prohibición -¿?- por ley de la inflación para los productos de consumo en un país latinoamericano, obviando que el origen del problema es la propia inseguridad jurídica que producen decretos y golpes de timón que en ocasiones rozan el surrealismo).
  • finalmente, existen los países fallidos gobernados por élites no homologables que permanecen en el poder usando estrictos mecanismos de control sobre la sociedad y no garantizan a la población ni libertades individuales reales, ni prosperidad económica. 

Por qué fallan las sociedades

La relación entre libertades individuales y prosperidad no es, por tanto, matemática, aunque se haya confirmado su correlación.

En Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty, Daron Acemoglu y James A. Robinson denuncian que sociedades y gobiernos (y sus alternativas, legítimamente democráticas o no) a menudo sucumben a la presión de los resultados instantáneos y, al aplicar políticas apresuradas y contradictorias minan la prosperidad a largo plazo.

Noruega, el país con mayor renta per cápita, es 496 veces más rico que Burundi, el país más pobre. El por qué es una cuestión central para economistas y gobiernos, y debería serlo para todos los ciudadanos y partidos políticos, por muy reticentes que fueran al “poder establecido”.

El secreto de los mejores países: las “buenas instituciones”

La respuesta, según los autores de Why Nations Fail, es más sencilla y menos espectacular de lo esperado por muchos: la existencia y solidez de lo que llaman “buenas instituciones”.

La diferencia de riqueza y bienestar de la ciudad de Nogales, en Nuevo México; y la parte de Nogales que pertenece a Sonora, México, es según los autores “debido a las muy diferentes instituciones a ambos lados de la frontera”.

(Imagen: adaptación a novela gráfica de El proceso, por David Zane Mairowitz -2008-)

Las “buenas instituciones” de las que hablan Daron Acemoglu y James A. Robinson, cuyo libro ha sido reseñado por el profesor, especialista en civilizaciones y autor Jared Diamond, son las ya destacadas en la Ilustración como base de las sociedades libres y prósperas:

  • respeto de la propiedad privada;
  • respeto, cumplimiento y predictibilidad de los contratos;
  • oportunidades para invertir y retener el control del dinero invertido;
  • control de la inflación con políticas responsables a largo plazo (lo opuesto a los decretazos que limitan la inflación causada por la ausencia de “buenas instituciones”);
  • intercambio abierto de divisas;
  • libre mercado y libre competencia.

Palabrerías y aspavientos contra sosiego y hechos

Por ejemplo, las sociedades que controlan con mayor eficacia el clientelismo, el corporativismo, el control no legítimo de las oligarquías y la corrupción relacionada no son quienes se vanaglorian de ello, sino aquellas que apenas tienen que hacerlo, ya que sus empresas y ciudadano tienen incentivos para crear riqueza y autorrealizarse de manera legítima, sin necesidad de contradecir normas.

Sociedades no democráticas, como China, han entendido que para acumular prosperidad de manera sostenida se requieren instituciones fiables, capaces de controlar fenómenos como el de la corrupción.

La sociedad china, la que más valora las posesiones materiales según un estudio de mercado de varias agencias, empieza a demandar intangibles que aumentan su importancia con la prosperidad, como la calidad de sus instituciones.

China, sus instituciones y la (futura) exigencia ciudadana

Mientras el gobierno chino acordaba varias reformas que garanticen estabilidad y equilibrio de poderes del partido único, Pew Research muestra cómo la sociedad china se preocupa sobre temas como la inflación (un gran problema para el 59% de los encuestados), la corrupción (53%), la desigualdad (52%), los problemas medioambientales (47%) y el respeto de las libertades individuales (36%).

Si China sigue la evolución experimentada por sociedades sin libertades que han prosperado económicamente antes de lograr un régimen de libertades, a medida que la prosperidad material alcance a más ciudadanos, las prioridades se harán cada vez menos materiales y más intangibles.

Sobre el cachondeo de aprobar normas que nadie cumplirá

Tampoco es casual que los países más prósperos carezcan de la pulsión de otros países menos homologables por aprobar leyes y normas: las sociedades más prósperas se dan menos leyes y respetan con mayor celo las libertades individuales de sus ciudadanos. 

Ello es debido a la convicción -basada en la observación empírica- de que, “la gente está motivada para trabajar duro cuando tiene oportunidades para invertir sus ahorros de manera rentable”, pero pierde la motivación “cuando tiene menos oportunidades o si sus ingresos o beneficios son susceptibles de ser confiscados”.

Tan claro como parece, cuando un grupo de personas o grandes colectivos discuten sobre prosperidad y riqueza, la calidad de las instituciones básicas se olvida por completo. Hablar sobre “seguridad jurídica” y “libertades individuales” no es sexy y ello va en detrimento de quienes se enzarzan en complejas ideas de bombero para rizar el rizo.

Países donde el corrupto es siempre “el Otro”

Un fenómeno curioso: los países desarrollados cuya población percibe mayores niveles de corrupción tienen los niveles de economía sumergida más elevados, de modo que los encuestados responden con un doble rasero o moralidad. 

Al ser inquiridos sobre corrupción, “los otros” (empresarios, políticos) son los corruptos, evitando así adentrarse en el terreno más delicado de las trampas cotidianas que propulsan la economía sumergida y trascienden los mencionados colectivos: facturas sin impuestos, trabajos remunerados en negro, trabajadores que no cotizan en la seguridad social, etc. 

En estos casos, el problema es transversal y debería preocupar cuando afecta -y casi siempre lo acaba haciendo- a la calidad de las propias instituciones mencionadas por Daron Acemoglu y James A. Robinson en Why Nations Fail.

Laboratorios de contraste: instituciones en lugares previamente homogéneos con fronteras

La evidencia científica más sólida que relaciona la calidad y respeto por las “buenas instituciones” con la prosperidad se encuentra en sociedades uniformes -o muy similares- divididas por una frontera política que deriva en entornos con distintas instituciones políticas y económicas: los Estados en la frontera entre Estados Unidos y México, Corea del Norte y Corea del Sur; o las antiguas República Federal y República Democrática de Alemania.

Las buenas instituciones determinan la riqueza de un país pero, ¿por qué algunos países han acabado con buenas instituciones, mientras otros no lo han logrado? 

Acemoglu y Robinson han detectado una cierta correlación entre la duración histórica de gobiernos la calidad de sus instituciones: una historia de gobiernos centralizados no garantiza buenas instituciones, pero una historia sin apenas gobiernos de este tipo las convierte en una rareza.

Reversión de la fortuna, prosperidad importada y maldición de los recursos naturales

Las zonas del mundo con economías agrarias productivas más antiguas asentaron antes instituciones basadas en la costumbre y el respeto de la norma, lo que repercutió sobre la distribución de la riqueza en el mundo. 

Sociedades con economías agrarias consolidadas hace milenios, como las europeas o la china, han sido más ricas en los últimos siglos que las sociedades colindantes.

En cuanto a las sociedades bajo régimen colonial, Jared Diamond y los autores de Why Nations Fail destacan 3 fenómenos:

  • reversión de la fortuna: sociedades ricas antes de ser colonizadas que se convirtieron en pobres debido a economías extractivas instauradas por los colonizadores, que derivaron en instituciones corruptas (el caso de Perú, Indonesia o India);
  • zonas pobres que se convirtieron prósperas al contar con poca población y acabar con sociedades conformadas por descendientes de antiguos colonizadores, que priorizaron después de su independencia instituciones para que la población persiguiera su desarrollo en lugar de sucumbir a oligarquías corruptas (Costa Rica, Australia);
  • la “maldición de los recursos naturales”: muchos países con recursos naturales que deberían desarrollarlas acaban promoviendo malas instituciones, con corrupción, guerras civiles, inflación y analfabetismo (es el caso de los diamantes de Sierra Leone); mientras tanto, otros países logran invertir los beneficios de sus recursos en educación y buenas instituciones, como Noruega y, lejos de Europa, Trinidad y Tobago, cuya renta per cápita se acerca a la de Gran Bretaña, la antigua metrópolis.

La prosperidad es también mayor en los países templados y menor en países más cercanos al Ecuador. 

Los mejores incentivos: respeto escrupuloso de los derechos individuales

Los países con instituciones políticas y económicas más transparentes e inclusivas proporcionan a los individuos el incentivo para aumentar su productividad económica:

  • los regímenes absolutistas y/o populistas (a merced de la vulneración de tratados y acuerdos para contentar a la población o ciertos grupos de interés, etc.) pueden lograr crecimiento sostenido, pero éste se basa en tecnología existente y tiende al colapso;
  • las sociedades con instituciones inclusivas y pocas normas que se cumplen (destinadas para proteger las libertades fundamentales y no para coartarlas) promueven una cultura competitiva basada en el conocimiento cuyos cambios tecnológicos garantizan el crecimiento a largo plazo.

Para Acemoglu y Robinson, el crecimiento chino y de los países emergentes en general “se frenará a la larga” si estos países son incapaces de crear “buenas instituciones”. 

(Imagen: teoría psicológica de la jerarquía de las necesidades humanas de Abraham Maslow)

La China oficialmente comunista acabaría a la larga, según esta hipótesis, como la Unión Soviética o el Imperio Otomano, y no como alternativa permanente y contrapeso de poder de Estados Unidos y la Unión Europea.

Cuando hay respeto por el ciudadano, el ciudadano respeta

Volviendo a la tensión entre las libertades individuales y los estados, las sociedades más inclusivas no sólo desarrollan mejores instituciones, sino que son más escrupulosas con los derechos de sus ciudadanos, que a su vez desarrollan un sentido de la responsabilidad (los “deberes” necesarios para que funcione el sistema de libertades) maduro.

Un ejemplo práctico de esta madurez no sólo en libertades, sino también en responsabilidades es el “Allemansrätten“, o “derecho público de libre tránsito en la naturaleza” del que gozan los países escandinavos y Suiza.

La normativa permite a cualquiera transitar por la naturaleza y pernoctar temporalmente en terrenos abiertos de propiedad privada, pero este derecho incluye la exigencia explícita de que se respeten tanto la naturaleza, la vida animal, los propietarios y sus posesiones y la libertad de cualquier persona presente. 

Allemansrätten: el derecho escandinavo a disfrutar de la naturaleza

El código legal de Suecia, por ejemplo, incluye el derecho/responsabilidad de usar la naturaleza: “Todos tendrán derecho a la Naturaleza, según el allemansrätten”.

Las sociedades más prósperas no sólo incentivan a su población a que busquen su propia prosperidad protegiendo el fruto de su esfuerzo, sino que se benefician de la responsabilidad de los tenedores de estos derechos.

La autorrealización y, al menos, la felicidad cuantificable empíricamente, alcanzan a un mayor número de personas cuando las sociedades tienen buenas instituciones, pocas leyes que se cumplen y están diseñadas para proteger derechos y no coartarlos. 

Cuando hay prosperidad y responsabilidad, no hace falta vigilar

Las sociedades avanzadas menos kafkianas, asimismo, cuentan con ciudadanos más responsables y esta responsabilidad no parte del aumento de la vigilancia, sino de la educación, el bienestar y la madurez (ética, moralidad y otros intangibles relacionados con la filosofía de vida) de los individuos.

El músico y científico social Arthur C. Brooks, antiguo miembro de la Orquesta Filarmónica de Barcelona y actual presidente del think tank American Enterprise Institute, propone en The New York Times una fórmula para la felicidad que, una vez más, no aboga por nada nuevo, sino por reconocer y apreciar lo que sociedades avanzadas celosas de las libertades individuales ya tienen implícitas.

La chispa de excepcionalidad

Según Brooks, la evidencia científica ratifica que hay 3 factores que determinan nuestra dicha a largo plazo: genes, eventos y valores:

  • alrededor de la mitad de nuestra dicha procede de nuestra determinación genética para afrontar situaciones difíciles, etc;
  • eventos aislados -positivos o negativos- conforman alrededor del 40% de nuestra percepción de la felicidad;
  • el 10% restante y el que, según Arthur C. Brooks, determina nuestro bienestar duradero, está basado en nuestros valores y filosofía de vida.

En otras palabras: la diferencia entre alguien razonablemente feliz, pero fundamentalmente “aburrido” o “apagado”, y alguien capaz de lograr lo que se propone estriba en la capacidad de trabajo, la actitud, la perseverancia y los intangibles que componen el talento -y su uso- en momentos cruciales.

(Imagen: Stefan Zweig: “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.)

La mayoría de ocasiones, tanto los individuos como la sociedad demandan una buena mediocridad y olvidan la excepcionalidad, pero es esta última la que determina la diferencia entre alguien notable que acaba destrozado y lleno de odio después de 27 años de cárcel; y Nelson Mandela. 

Elevarse por encima de injusticias kafkianas

Mandela no sólo no sucumbió o aumentó su rabia durante su cautiverio; salió reforzado, con el respeto de sus carceleros, sin rencor hacia el sistema kafkiano que le había retenido y preparado para contar con todos en la solución a un conflicto irresoluble que se había propuesto resolver. 

Mandela usó hasta la última pizca de ese último 10%-12% que Arthur C. Brooks relaciona con los valores del individuo (y separa a los relativamente contentos de quienes logran autorrealizarse a la larga).

Brooks distingue cuatro valores: filosofía de vida (él lo llama “fe”), familia, comunidad y trabajo. 

Estos valores son similares a los recomendados por Lev Tolstói a personas con las que mantuvo relación epistolar (como Mohandas Gandhi, que a su vez influyó sobre Mandela).

El trabajo

Tolstói hablaba de mente abierta, empatía, responsabilidad, vida sencilla, superación de contradicciones y círculo social.

Arthur C. Brooks reivindica, entre los valores que marcan la diferencia en la autorrealización de un individuo, el propósito vital basado en la perseverancia y la pasión profesional.

Es lo que el reformador social afroamericano del siglo XIX Frederick Douglass identificó -a partir de los valores de la Ilustración presentes en la fundación de Estados Unidos- llamó:

“El paciente, duradero, honesto, incesante e infatigable trabajo, en el que uno pone todo el corazón”. 

También basándose en los valores de la Ilustración, con ecos que se remontan a la filosofía clásica, Franklin D. Roosevelt acertaba, según Brooks, al constatar que “la felicidad no consiste en la mera posesión de dinero; radica en el placer del logro, en la emoción del esfuerzo creativo”.

La aspiración individual a lograr la felicidad (duradera y racional), cláusula incluida en la fundación de Estados Unidos, ¿es sólo posible cuando existe un marco de prosperidad y libertades?

Moverse primero uno mismo

¿Puede uno autorrealizarse en entornos kafkianos, sociedades distópicas, inmaduras o proclives al populismo y a dejarse llevar por la premura de la coyuntura?

Filósofos de la Antigüedad, o los Ilustrados que vivieron en sociedades pre-democráticas, así como personajes que padecieron la discriminación y el ataque de maquinarias burocráticas (Mandela, Gandhi, Luther King Jr.), demuestran que sí es posible. 

Para autorrealizarse en entornos kafkianos y evitar la profunda desconfianza por la humanidad que hundió a Stefan Zweig se requieren atributos excepcionales y hasta la última gota de voluntad individual.

Revelándose contra el victimismo de los ventajistas, capaces de culpar a la humanidad de todos los males propios en lugar de empezar el cambio por ellos mismos, Sócrates proclamó:

“Quien quiera mover el mundo, que se mueva primero a sí mismo.”