El ascetismo emplea el desapego de pensamientos y sensaciones para lograr una mayor independencia espiritual y vida interior más rica, a través de la contemplación de la naturaleza y la soledad, física y espiritual.
Algunos ascetas dieron pie a cultos (Buda Gautama), corrientes filosóficas fundidas con creencias (Lao-Tsé); o atrevidas interpretaciones que serían declaradas heréticas (Prisciliano, primer hereje ejecutado por Roma, y su visión gnóstica del cristianismo), o que serían “adaptadas” para evitar “cismas” (Francisco de Asís y la “transformación” de su orden tras su muerte).
La rica escala de grises del eremitismo
El ascetismo, la meditación, la contemplación o el anacoretismo son métodos de introspección usados desde tiempos inmemoriales para profundizar en el sentido de la vida a través del propio cultivo interior.
Abstenerse de la adaptación hedónica de los placeres materiales y evitar el dictado de los impulsos forma parte de la base de la filosofía de vida de corrientes clásicas como el estoicismo; como el taoísmo, el estoicismo busca un equilibrio entre la frugalidad y la abundancia, un “camino medio”.
Los ascetas, al contrario, prefieren abstenerse por completo de los placeres materiales, algo que también propugnaría la escuela cínica en la Grecia clásica.
Ermitaños que cambiaron la historia y anacoretas anónimos
Más allá de los ermitaños que cambiaron la historia, los considerados apestados, los ejecutados, los olvidados o los que padecieron algún tipo de discriminación, la contemplación no siempre requiere la seclusión estricta, un retiro voluntario de la sociedad para vivir en escrupulosa soledad física.
Hay pensadores que sostienen que la soledad y la contemplación, aunque no estrictas, pueden practicarse, en sentido figurado y espiritual, sin abandonar la sociedad, ni siquiera dejar de vivir en una gran ciudad. Este tipo de ascetismo consistiría en practicar la introspección.
El primer anarquista individualista: Sócrates
Abundan las corrientes de pensamiento que sugieren que, desde sus orígenes, el ser humano ha buscado, a través del aislamiento voluntario, la manera de profundizar en el conocimiento interior y el sentido de la vida.
Sócrates destiló las gemas de pensamiento de sus predecesores y relacionó la filosofía de vida con la ética, el conocimiento interior y el uso de la razón, en contraposición a la ignorancia. Para él, la seclusión era un modo de contemplación laxo, compatible con la vida en la polis.
Para suerte de Occidente, Platón fue alumno de Sócrates, y Aristóteles discípulo de Platón. Después de Aristóteles, las distintas escuelas filosóficas enseñaron a vivir a sus conciudadanos siguiendo las recetas eudemónicas de los tres maestros: contra el hechicerismo y la ignorancia, que generan populismo, frustración y miseria, hay que cultivarse y conocerse a uno mismo, propugnaban.
Escuela cínica: riesgos de ser más papista que el papa
Los cínicos llevaron la doctrina socrática hasta sus últimas consecuencias, considerando que la felicidad procedía de la vida sencilla y acorde con la naturaleza, despreciando riquezas, comodidades materiales y considerando la civilización como un mal.
Discípulo de Antístenes, Diógenes de Sinope vivió como un vagabundo de Atenas y dormía en una tinaja. Antístenes había sido a su vez pupilo de Sócrates. Entendió la seclusión como el rechazo a la sociedad de su época, de la que él mismo se expulsó voluntariamente. Un ascetismo social, ejercido entre la muchedumbre.
Como Platón y Aristóteles, el estoicismo interpretó a Sócrates con moderación, rechazando tanto el hedonismo propuesto por Arístipo y Epicuro, que veían en los placeres cotidianos el camino a la felicidad (indulgencia sensual) y evitando emular a Sócrates en sentido estricto (auto-mortificación).
El camino medio: contemplación sin abandonar la sociedad
Los estoicos optaron por lo que el budismo y taoísmo llaman el camino medio, existencia entre los extremos de la indulgencia producida por la gratificación de los instintos y la mortificación de la vida en la más absoluta pobreza material y soledad. El desapego entre el cuerpo y la mente debía conducirse sin buscar el padecimiento gratuito.
Coincidencia o no, las filosofías de vida clásicas compartieron lo básico con el zoroastrismo de Asia central y el pensamiento oriental (taoísmo, confucianismo, budismo, hinduismo). En el creciente fértil y el Próximo Oriente, las religiones abrahámicas también se inspiraron y convivieron con el pensamiento platónico.
La búsqueda del “tao”, o camino medio basado en la vida virtuosa y de acuerdo con la naturaleza, suena sospechosamente parecida a la receta de los estoicos, discípulos del eudemonismo de Aristóteles: se alcanza, según esta corriente clásica, el bienestar o “tranquilidad” (felicidad serena y duradera, realización, etc.) con una vida virtuosa basada en el uso de la razón y de acuerdo con la naturaleza.
Cambia el nombre, se respeta la esencia
En el taoísmo, el “tao” es el flujo de la naturaleza con el que debemos alinearnos; en el budismo, es el mencionado “camino medio”; en el confucianismo, es la armonización con el cosmos, que hay que perfeccionar con la introspección y el estudio.
Las diferencias estriban en cómo avanzar en la introspección: el confucianismo cree en la sociedad, mientras el taoísmo aboga en la ética surgida de la naturaleza y el universo.
En la Grecia clásica, se produjo el mismo cisma entre pensamientos relacionados. Sócrates criticaba la sociedad, que corrompía a los jóvenes con las delicias de la gratificación de los instintos; mientras tanto, Aristóteles definió a los humanos como animales sociales.
La soledad y la contemplación propulsan este bienestar introspectivo, en cualquier caso, sea practicando la contemplación y el estudio en sociedad, o viviendo ajenos a ella: del caminante taoísta al filósofo eremita (druidismo de personajes como Prisciliano), el filósofo estoico (Séneca), o el filósofo ilustrado (Rousseau, por ejemplo), miran hacia el interior.
Una filosofía de la soledad
Lao-Tsé, Zhuangzi, Heráclito, Epicteto, Marco Aurelio, Rousseau, Wordsworth: en todos ellos, la receta del bienestar duradero es coincidente. Introspección, uso de la razón como virtud y vida de acuerdo con la naturaleza.
Lo expone John Cowper Powys en su ensayo de 1933 A Philosophy of Solitude, un libro que su autor definió como un “corto libro de texto con los diversos trucos mentales a través de los que que el alma humana puede obtener la felicidad… felicidad razonable bajo el peso normal del destino humano”.
En muchos aspectos, A Philosophy of Solitude es un libro para todos los públicos de una filosofía de vida universal, occidental y oriental: introspectiva, virtuosa y atenta a la naturaleza.
Guía de la buena vida
Si el ensayo contemporáneo de William B. Irvine Guide to the Good Life resume la filosofía de vida estoica, el ensayo de Powys bebe de las mismas fuentes, pero tiene una vocación universal, apasionada, druídica, propia de un panteísta convencido y no de un pragmático profesor de filosofía como Irvine.
Filosofías de vida y creencias compartían en la Antigüedad una receta: el uso de la meditación, la contemplación, el ascetismo y la seclusión, entre otras técnicas introspectivas, o de mirada interior, para avanzar en el conocimiento interior.
Para la filosofía clásica, este conocimiento introspectivo conducía a la felicidad, el bienestar, la tranquilidad u objetivos similares; para creencias, o corrientes en ocasiones perseguidas por movimientos religiosos, occidentales (como el gnosticismo dentro del primer cristianismo), u orientales (budismo, etc.) el conocimiento interior se relacionaba con el misticismo o algún tipo de elevación espiritual.
Introspección, mesura, vida sencilla, apreciar lo que uno tiene
El logro y elegancia de Sócrates consiste en su síntesis del origen del bienestar humano y cómo conseguirlo: “el secreto de la felicidad, ya ves, no se encuentra en buscar más, sino en desarrollar la capacidad de disfrutar menos”.
Para Sócrates, el cultivo introspectivo, aprender, conocerse a uno mismo cada vez mejor, es una condición suficiente para el bienestar duradero. El conocimiento puede adquirirse, y también la virtud, que a su vez se adquiere con la introspección.
Mirar hacia dentro es, dice Sócrates (y a través de él su discípulo Platón, y lo mismo ocurre con el alumno de este último, Aristóteles, y las escuelas filosóficas posteriores), “areté” o conocimiento: virtud, bondad, bienestar, luz.
Los peligros de la ignorancia, fuente del populismo
Por el contrario, evitar la contemplación o el pensamiento crítico interior conduce, dice el pensamiento eudemónico y sus derivados (como el estoicismo, que a su vez influyó en los teólogos cristianos más influyentes), a la ignorancia, para Sócrates sinónimo de maldad, mezquindad, desperdicio, vida a la deriva.
“Amigo mío… preocúpate por tu psique… conócete a ti mismo, pues una vez nos conocemos, podemos aprender cómo cuidar de nosotros mismos”. En lugar de encomendarse a fuerzas incontrolabes ajenas a su propia mente, Sócrates y sus discípulos profundizaron, como los ascetas de las principales religiones, en la respuesta interior.
No es casual que muchos de los polímatas y “mentes renacentistas” de todos los tiempos practicaran, periódicamente o en algún momento de su vida, la soledad voluntaria, ya fuera en forma de seclusión ascética, heremirismo en algún lugar apartado, etc.
El prestigio perdido de la introspección
En la actualidad, soledad y ascetismo han adquirido una connotación negativa: ausencia de actividad, letargo, ociosidad sin ton ni son, aislamiento, sociopatía, etc. No siempre fue así.
El cultivo interior y la contemplación nos preparan para una vida más plena, con nosotros mismos y nuestro entorno, ya que experimentar la restricción, decían eudemónicos y estoicos, entre otros, nos hará luego apreciar con mayor claridad lo que ya tenemos.
William B. Irvine explica en su ensayo sobre la práctica en la actualidad del estoicismo como filosofía de vida, Guide to the Good Life, cómo el estoico Musonio Rufo, por ejemplo, experimentaba privaciones e incomodidades, icluyendo la seclusión, para disfrutar después hasta de las comodidades más humildes.
Mirada interior moderada
La interpretación contemporánea del ascetismo abandona los extremos de la seclusión o el eremitismo estricto, o la radicalidad de la escuela cínica, más celosa de las enseñanzas de Sócrates que el propio Sócrates.
En cambio, explora lo que para taoísmo, budismo y confucinanismo es el camino medio (moderación), y para el estoicismo o determinadas interpretaciones de las religiones abrahámicas es la búsqueda de la tranquilidad a través de la introspección y la contemplación.
Esta visión menos radical del ascetismo hunde sus raíces en el romanticismo y el idealismo del siglo XIX y principios del XX, con pensadores y escritores como Rousseau, Goethe, Thoreau, Emerson, Tolstói y Rilke, entre otros. En estos pensadores el taoísmo y las otras filosofías orientales se funden con la introspección propugnada por los clásicos, a través del uso de la razón y la interpretación panteísta del entorno.
Soledad y pensamiento
Henry David Thoreau: “Nunca encontré un compañero tan sociable como la soledad. Estamos en la mayoría de los casos más solos cuando viajamos entre los hombres que cuando permanecemos en nuestra estancia”.
Y también de Thoreau: “El pensamiento es el escultor que puede alumbrar la persona que quieres ser”. O el poeta Rainer Maria Rilke, evocando a Sócrates (o sus sucedáneos Aristóteles o Séneca), Gautama Buda, Lao-Tsé o Confucio: “El único viaje es el realizado hacia el interior”.
John Cowper Powys, cuya obra influyó, entre otros en Henry Miller (a su vez, pilar de la generación Beat y el periodismo novelado y retrospectivo del Nuevo Periodismo), echó en falta una filosofía de vida fundamentada en la introspección, en un momento histórico de manipulación sistemática de la opinión pública.
Un ensayo de 1933 sobre filosofías de vida e introspección
En A Philoshophy of Solitude, Powys, un galés que se había afincado en Estados Unidos y cuya obra de ficción y ensayo estaba influida por el idealismo romántico y el trascendentalismo de Emerson, Thoreau y Whitman, muestra su preocupación ante lo que consideraba nueva esclavitud de Estados Unidos: su “dependencia de la última tecnología”.
Era 1933, en plena Gran Depresión. Powys escribe: “La única cosa que realmente nos puede ayudar es una filosofía mucho más definitiva y tajante… una introspección real, dura, formidable, no retórica”. Veía, como otros intelectuales de la época, que las dificultades económicas alimentaban el populismo y su solución era una mirada interior honesta.
La evocación del paisaje galés y el idealismo romántico de la obra de los trascendentalistas estadounidenses de mediados del XIX, con Thoreau y su experiencia ascética en Walden en cabeza, llevaron a John Cowper Powys -que vivió en Nueva York durante décadas- a preguntarse hacia dónde iba la sociedad urbana y desarraigada de las grandes metrópolis, sobre todo en momentos de dificultad.
La época en que los populistas se pusieron las botas
Powys no veía la salvación en el marxismo, ni mucho menos en el populismo que sentaba en Europa las bases del desastre que culminó con la II Guerra Mundial, el Holocausto y las deportaciones y asesinatos en masa de Stalin.
Para él, el individuo necesitaba recuperar la capacidad de asomarse a su interior, el poder de la introspección. La soledad es un estado social, psicológico e intelectual necesario, escribía.
El tumulto de la masa, percibía él mismo en primera persona al pasear por la deprimida Nueva York de los años 30, requiere un contrapeso o será tan sencilla de movilizar para empresas nobles como catastróficas, como el propio Powys certificaría, horrorizado, en esa misma década. Volvió a Gales y decidió vivir según la receta estoica y panteísta, cultivando la virtud a partir del uso de la razón, en una existencia sencilla y de acuerdo con la naturaleza.
Contemplación de la naturaleza
Su propuesta filosófica para un mundo a la deriva y presa de los populismos, partía de la lectura de los clásicos de todos los tiempos de las tradiciones oriental y occidental, resumidos en el común denominador entre socráticos, eudemónicos, estoicos, taoístas, budistas zen, confucianistas: introspección y vida de acuerdo con la naturaleza.
Los grandes metafísicos del pasado, no obstante, “son demasiado abstractos y técnicos para la mente común. Son demasiado morales, demasiado idealistas, demasiado puros de mente”, sentencia John Cowper Powys en A Philosophy of Solitude.
Asimismo, Powys profundiza en el sentido de la contemplación de la naturaleza, que él relaciona como lo que llama “elementalismo”, una filosofía de la soledad que tiene ecos de meditación oriental. Algo que no sorprende ahora, pero su ensayo fue escrito en los años 30.
La interconexión fundamental: precursores de la hipótesis de Gaia
Con respecto a este elementalismo próximo a la ausencia de pensamiento y a la sabiduría profunda que conecta lo más profundo del individuo con su entorno, Powys escribe:
“El alma que se ha recreado en la soledad ha ganado algo de la humildad de la hierba, las rocas, los vientos. Todo lo que existe es santo para ella; y ella se da cuenta, instruida por las innumerables voces de la naturaleza, de una cierta equidad fundamental en todo lo que respira”.
En su olvidado ensayo, el escritor y ensayista galés y residente en Nueva York durante décadas, ofrece la capacidad de sugestión de la lírica, y no de los sesudos trabajos pseudo-filosóficos, que de clara aborrecer.
Ha llegado el momento, dice, de que el individuo preste atención a los retazos de cielo, movimientos del follaje, destellos de luces y sombras, tránsito de las nubes, cornisas contra el espacio infinito.
“Es sobre estas cosas que fijamos nuestros ojos -tanto consciente como inconscientemente-, mientras luchamos para adoptar una mirada lúgubre y estoica, en lugar de autocompasiva, de nuestra tragedia particular”.
El tamiz del silencio
“Todos los instintos más nobles de nuestra especie nacen en la soledad y son suavizados por el silencio”. Pero no hay que confundir al panteísta John Cowper Powys con un iluso o un inocentón.
Su lectura de la realidad es implacable y coincide en que la introspección es una herramienta contra el populismo, capaz de promover el bienestar y el progreso.
A favor de un anarquismo contemplativo
Declara que “todo este movimiento secreto, en favor de un anarquismo contemplativo, espiritual, no es un mero retorno a una vida de sensación en detrimento de una vida de acción”. Es una llamada a la conciencia, a existir, a apreciar “ese breve momento de Ser entre dos silencios impenetrables”.
Y nos recomienda algo, válido en 1933 y que lo será también con fuerza 2013, 80 años después:
“Cierra este libro y libera tu alma a la lluvia que fluye contra tu ventana. Estás entre paredes, pero hay lluvia en el viento que pasa; lluvia que transporta un halo de piedras cubiertas de musgo, de pasto ciego, oscuro, de vastos y redondeados horizontes empapados”.