Los usuarios pioneros y cazadores de tendencias de hace dos décadas dependían de publicaciones de papel (prensa más o menos oscura, revistas de tendencias, libros al estilo Taschen, etc.) y de su destreza para navegar por el mundo físico para inspirarse.
Entonces, lo más parecido a medios como Vice o a repositorios y servicios de recomendación musical como Spotify, así como sus equivalentes en los distintos campos de la cultura, era una compleja red de amigos enterados, periodistas en los que uno confiaba, alguna que otra lectura peregrina, intuición y serendipia.
Eran momentos en que videojuegos, novelas, películas, música, ensayos, etc., se recomendaban con la pomposidad de las relaciones humanas. Los algoritmos, cada vez más certeros y ubicuos, nos siguen ahora en las distintas pantallas que rodean la experiencia cotidiana.
Serendipia en la era de los algoritmos de recomendación
Cuando todo está a nuestro alcance en cualquier momento y lo que domina es la saturación de alternativas (“overchoice“), hay menos espacio para la contemplación y la serendipia, y divagar pierde su valor aparente.
Cuando podemos leer cualquier libro, consultar cualquier medio, ver qué hace cualquier relación o charlar con ella al instante, o elegir entre millones de canciones que nos acompañen en los auriculares como banda sonora, ¿hay espacio para soñar despiertos, o simplemente para no hacer nada “productivo” durante un rato?
La imprenta, la prensa, las novelas populares del XIX, el cine, la radio o el televisor fueron el blanco de críticas que aventuraban riesgos de colapso cognitivo similares a los que críticos y expertos constatan sobre la actualidad, cuando teléfonos, tabletas y ordenadores -pronto relojes, gafas y otros complementos, y quién sabe si implantes- ponen todo a nuestro alcance.
De los medios de masas a la información ubicua y personalizada
En el siglo XIX, cuando se denunciaba los efectos sobre la salud que la endiablada velocidad del ferrocarril tendría sobre la salud del ser humano, acostumbrado como mucho a viajar a la velocidad de una calesa, la lectura peregrina de novelas por entregas y otro contenido ligero también ponía en riesgo la cordura social.
Ni medios escritos, ni siquiera los medios de masas que trajeron a los hogares los contenidos multimedia -radio, gramófono, televisión- obraron los pretendidos efectos perniciosos, pero las élites culturales y políticas de las sociedades avanzadas de principios del siglo XX sí constataron la capacidad sugestiva y de convicción de los nuevos medios, lo que propulsó la propaganda, las relaciones públicas, el marketing y sus consecuencias.
Un siglo después, la Internet ubicua inaugura un nuevo estadio de saturación mediática, dominado por los contenidos descentralizados y personalizados, tanto consumidos como creados por cualquiera, gracias al carácter bidireccional y descentralizado de los nuevos canales.
La frustración de no concentrarse del todo ni desconectar del todo
“Atención parcial continua“. Linda Stone definió ya en 1998 la sensación que muchos tenemos de haber perdido de vista esos tiempos muertos en los que la mente descansaba charlando, mirando a la gente de la calle o el transporte público, u ojeando una revista, en detrimento de las pantallas que prometen un acceso a lo que deseemos en ese preciso instante.
Diez años después, esta consultora definió la “apnea del correo electrónico” como “la ausencia temporal o suspensión de la respiración, o respiración entrecortada, mientras se consulta el correo electrónico”.
Seguramente, lo que describe Linda Stone es un mero ataque de ansiedad, al que se enfrentan profesionales en puestos de intermediación cuyo trabajo depende del correo electrónico. No parece tan difícil evitar la “apnea del correo electrónico” pero, ¿qué hay de la “atención parcial continua”?
Estrategias para concentrarse cuando es tan fácil desconcentrarse
Quienes nos esforzamos por una experiencia de Internet diaria con un propósito predeterminado (investigar, aprender sobre algo, etc.) hemos leído a menudo entradas de bitácoras, estudios científicos o incluso ensayos con trucos para evitar que nuestra atención, tiempo y tranquilidad desaparezcan por el uso descontrolado de correo electrónico o redes sociales.
Síntomas y posibles soluciones coinciden en lo esencial, que puede resumirse en: consultar con periodicidad, pero no constantemente, así como evitar constantes interrupciones para que no se resienta nuestra capacidad de concentrarnos en una tarea durante un buen rato.
Investigaciones como las del psicólogo Mihály Csíkszentmihályi demuestran que nuestra atención consciente funciona con cierto paralelismo al proceso del sueño.
Mihály Csíkszentmihályi definió las experiencias de flujo como el estado mental de completa inmersión en una actividad o tarea, hasta el punto de producirse un desapego entre la mente y nuestras necesidades fisiológicas (el tiempo pasa rápido, “olvidamos” parar para comer o ir al baño, etc.).
Antes y Después de Internet
Esta implicación total en una tarea, que condiciona la calidad de su ejecución, está en riesgo, arguyen expertos como Linda Stone o Michael Harris, debido a la sobrecarga de impulsos, la interrupción constante y la presión sobre la conciencia para gestionar el tiempo de la manera más efectiva constante sin aumentar la ansiedad o el estrés.
El ganador de esta situación transitoria entre viejos procesos analógicos y el acceso a todo en todo momento es la multitarea y fenómenos que denotan saturación y lo que Linda Stone llama “atención parcial continua”.
Así, cuando somos incapaces de concentrarnos del todo porque existen pequeñas interrupciones o nuestra atención se dirime entre soportes, contenidos y posibilidades en cada momento, permanecemos en un limbo frustrante en el que no estamos totalmente concentrados para rendir al máximo en la tarea ante nosotros, ni tampoco contamos con la libertad de conciencia para abandonarnos a lo que nos depare esta divagación.
Desarrollar mecanismos contra los excesos
En el proceso del sueño, el equivalente a este estado de atención parcial continua es el momento que precede al sueño profundo o MOR (REM en inglés), con la interrupción continua evitando que nuestra conciencia se adentre en el proceso reparador propulsado por el sueño REM -contribuye a eliminar los residuos celulares del cerebro y a consolidar la memoria-, provocando la fatiga consiguiente.
Michael Harris explora en The End of Absence: Reclaiming What We’ve Lost in a World of Constant Connection las consecuencias sociales de una época dominada por la interrupción que producen contenidos y dispositivos compitiendo por nuestra atención en las distintas pantallas de casa y la oficina.
La vertiente laboral de este fenómeno ha sido explorada desde dentro por ensayos como Rework, los fundadores de Basecamp (anteriormente 37Signals) una empresa que desarrolla herramientas de gestión empresarial sirviéndose del trabajo asíncrono y remoto, de ahí la valía de su testimonio.
Antes de Google y Spotify
El ensayo expone con ejemplos en qué consisten fenómenos como el de la interrupción constante y cuál es su efecto sobre tareas creativas que requieren una elevada concentración.
En El fin de la ausencia, Michael Harris expone que los más jóvenes carecen de la capacidad para comparar y evocar los dos mundos, el analógico dominado por los medios de masas y el actual, dominado por la Internet ubicua y la interrupción constante, de la generación X.
Quienes leyeron fanzines físicos, vivieron ya adolescentes o jóvenes el advenimiento de la oleada grunge y el reinado de MTV, pueden comparar, evocar, realizar un experimento en primera persona sobre las ventajas e inconvenientes de poder acceder a todo el contenido imaginable desde un móvil.
A principios de los 90, o partías de una base relacional y educativa sólida, o era difícil conseguir recomendaciones culturales relacionadas con los propios intereses y potencial, cuanto más desarrollar las capacidades propias a partir de contenidos a las que muchos no podían acceder.
Fin del mundo analógico e inicio de los asistentes digitales personales
Los afortunados con hermanos y amigos que les situaron en una senda adecuada y grandiosa (quizá no inabarcable, como Internet, pero suficientemente grande para que perviviera su carácter inabarcable) de los intereses culturales, lograron el equivalente analógico a los actuales algoritmos de recomendación.
Pero Michael Harris apunta a una diferencia fundamental que ni los “millenials” más jóvenes ni las futuras generaciones serán capaces de sopesar: la diferencia entre un mundo con momentos de hastío y sin acceso a contenidos, y otro de conexión permanente.
Llamadas, correos, mensajes, redes sociales, contenidos buscados o recomendados (con herramientas como Apple Siri, Google Now y futuras versiones adelantándose a nuestra propia conciencia para dirimir nuestro próximo paso cognitivo).
¿Cuáles son las consecuencias del fin del hastío, de los ratos sin propósito predefinido, de los momentos de divagación, desconexión o introspección.
Un mundo sin Internet
Conocerse a uno mismo es una actividad fundamental para nuestro bienestar, dicen la filosofía y la psicología. ¿Qué ocurre si entre colocamos un velo digital entre lo que nos rodea y nuestra propia conciencia?
Quienes han experimentado de adultos un mundo sin Internet ni telefonía móvil tienen una posición de ventaja para constatar las consecuencias de que se haya hecho realidad el sueño de Vannevar Bush con Memex: un mundo de conocimiento a nuestro alcance en cada momento, con algoritmos de intermediación tan efectivos que olvidamos cómo era nuestra cotidianeidad sin ellos: Google, Spotify, YouTube, Facebook, Twitter, Wikipedia, etc.
En unos años, los descendientes de Google Now y Apple Siri quizá hayan dejado estos servicios tan obsoletos como los cartuchos Atari.
Michael Harris cree que, “para los millones de personas que vendrán, por supuesto, no será nada obvio [el fin de la ausencia]”, ya que las futuras generaciones no habrán experimentado momentos sin acceso sencillo y ubicuo a cualquier información. Para ellos, un mundo sin Internet y sus consecuencias constituirá algo parecido a un mito fundacional.
Dosificando
Nos encontramos, no obstante, en los días románticos en que muchos podemos evocar y constatar las diferencias entre Antes y Después del advenimiento de Internet. En la actual maraña informativa, hemos perdido parte de los silencios en que se sueña despierto, los momentos en que la soledad quema, duele, inspira.
La conectividad perpetua condiciona tanto nuestra experiencia como lo hicieron en su momento la imprenta, la prensa, la novela moderna, los medios de masas. La experiencia humana deberá encontrar nuevos resquicios para soñar despierta, en esta ocasión quizá con la ayuda de algoritmos personalizados. Ya está ocurriendo.
Michael Harris expone el paralelismo entre los profundos cambios de medios pretéritos e Internet. Todos los grandes cambios tecnológicos experimentan distintas fases de integración, con un uso más exhaustivo y desequilibrado en los inicios, antes de que la experiencia ajuste los usos sociales para evitar las peores consecuencias de los excesos.
El autor de El fin de la ausencia se concedió un mes sin Internet para saborear su ausencia. Harris propone tomarse de vez en cuando descansos para conceder a nuestra conciencia la capacidad de analizar y relativizar el papel de esta conexión constante a los contenidos del mundo.
“Meden agan”
Al fin y al cabo, conocerse a uno mismo sigue siendo una tarea introspectiva, sin más ayuda ni requerimiento que la propia conciencia sabiendo más sobre uno mismo, para así saber más sobre el resto.
Sabiendo lo que no había antes, podemos evocarlo y revivirlo cuando estimemos oportuno. Una excursión o paseo por la naturaleza, la lectura de un buen libro, un juego de mesa, una buena conversación, un rato en el jardín.
Quizá un momento de contemplación, aburrimiento, hastío o incluso sopor, convertidos en una idea, o en la reafirmación de un propósito.
Quizá por eso, las dos inscripciones más preponderantes de Delfos sean “γνῶθι σεαυτόν” (gnóthi seautón) y “μηδὲν ἄγαν” (meden agan). “Conócete a ti mismo” y “nada en exceso”, respectivamente.
Más que “atención parcial continua”, el sentido común nos invita a que la atención sea más completa y evite la continuidad para dejar espacio al descanso. Y al hastío cuando sea necesario.