Sin el contexto competitivo de la Guerra Fría, la carrera espacial habría carecido de incentivos para que los astronautas del Apollo 11 pisaran la luna 8 años después de que se iniciara el propio Programa Apolo.
No hay un revulsivo equivalente para colonizar cuerpos celestes y crear colonias permanentes en otros planetas, pese a la posibilidad técnica y a la recompensa potencial: crear industrias que no contaminen la tierra y servir de lanzadera para misiones cada vez más lejanas, que colonicen nuestro vecindario cósmico como los navegadores melanesios hicieron con la miríada de islas de la Polinesia.
Los objetivos siguen desatendidos desde el desmantelamiento del Programa Apolo en la década de los 70 y requieren nuevos retos que la opinión pública comprenda su importancia. Si bien es posible técnicamente crear una estación en la luna o viajar hasta Marte, el coste es elevado y sólo fórmulas de colaboración público-privadas acelerarían una nueva era espacial.
Planes empresariales más allá de nuestra atmósfera
Un grupo de expertos argumenta por qué, tras décadas de mediocridad en inversión espacial, ha llegado el momento de construir industria en el espacio:
- ya existe la tecnología que abarataría los viajes interplanetarios (por ejemplo, cohetes reusables de SpaceX -Elon Musk- y Blue Origin -Jeff Bezos; el último cohete de la firma demuestra las ambiciones de Bezos-);
- así como herramientas modulares y ligeras para crear infraestructura en suelo lunar o marciano con material local.
Los beneficios que podrían obtener los pioneros en instalar bases en otros cuerpos estelares ya son motivo de especulación: se podría extraer minerales especialmente valiosos, instalar industrias contaminantes fuera de la tierra, o crear la base técnica e industrial para lograr colonias autosuficientes.
La generación del Proyecto Manhattan
Freeman Dyson, única gran personalidad superviviente de los inicios era atómica y espacial, cuando los físicos e ingenieros trabajaban para liberar la energía del átomo (usando la energía de las estrellas) o llegar a la luna sin que existieran propiamente los campos atómico, informático y espacial, es uno de los animadores de este futuro, público y privado, donde las agencias estatales (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia, China, Japón, India, Canadá) tendrán la ayuda -y competencia- de intereses privados.
Dyson ha recopilado en numerosas ocasiones esa era exploratoria de la energía atómica, comparando su atracción y riesgos en términos que nos recuerdan el poder seductivo y destructor que ejerce el anillo imaginado por las sagas de Tolkien sobre quienes lo sostienen:
“Lo he sentido yo mismo. El destello de las armas nucleares. Es irresistible si uno se aproxima a ellas como científico. Sentir que está ahí en tus manos, liberar esa energía que alimenta a las estrellas, dejar que muestre sus secretos.
“Proceder con este milagro, elevar millones de toneladas de roca en el cielo. Es algo que otorga a la gente la ilusión de poseer un poder ilimitado, y es, en cierta medida, responsable de nuestros mayores problemas: esto, que uno puede llamar arrogancia técnica, que supera a las personas cuando éstas comprueban de lo que su mente es capaz.”
Convencer a la gobiernos, empresas y público de que se puede
Entre los expertos que secundan a Dyson en la segunda era de la conquista espacial, que crearía colonias permanentes y un intercambio comercial entre éstas y la tierra, se encuentra Phil Metzger, profesor de la Universidad de Central Florida y antiguo investigador de la NASA, que calcula que 12 toneladas de material modular enviado al espacio podría convertirse, usando tecnología ya existente, en 150 toneladas de material para fundar un puesto permanente en la luna, un asteroide cercano, Marte o cualquiera de sus -irregulares y geológicamente prometedores- satélites.
Quienes creen que no es posible crear colonias permanentes e industria en el espacio -más allá de la avanzadilla que supone la Estación Espacial Internacional- pueden revisar la historia de los inicios de la Carrera Espacial: técnicas de propulsión surgidas en laboratorios de la II Guerra Mundial y una capacidad de computación muy inferior a la de una Apple Watch pusieron al hombre en la luna y lo devolvieron a la tierra sano y salvo.
Existían, eso sí, tanto el incentivo de competición entre modelos de civilización de la Guerra Fría como la determinación política para progresar según lo previsto, dejando en segundo plano aspectos como el coste.
Para Phil Metzger,
“El principal escollo para este concepto [erigir colonias e industria en el espacio] no son ni la tecnología ni el coste, sino simplemente convencer a la gente de que es algo realista.”
Competición entre superpotencias por los “científicos refugiados”
Década de los 50. Estados Unidos y la Unión Soviética compiten como modelo de civilización, disputándose todavía a algunos de los científicos alemanes captados después de la guerra.
Ambas potencias inician todo tipo de programas sirviéndose conceptos de matemáticas y física que impulsarán los medios de masas, la informática y la carrera espacial.
Son años de inversión en el trabajo -y aislamiento, voluntario o no- de los científicos europeos que trabajarán en ambas órbitas. Habrá veladas en que los anfitriones se sienten a conversar en la misma mesa al físico Richard Feynman (y unificador de las teorías cuánticas); el ingeniero aeroespacial Wernher von Braun (científico nazi con hoja de servicio en las SS emigrado a Estados Unidos); o el físico italiano Enrico Fermi, que había emigrado a Nueva York en 1938 para proteger a su esposa, Laura, de origen judío.
Feynman, Von Braun y Fermi habían sido requeridos años atrás -como también lo había sido el propio Albert Einstein- para asistir a un entonces desconocido profesor de la Universidad de California en Berkeley, J. Robert Oppenheimer, en el Proyecto Manhattan para desarrollar -con asistencia técnica y administrativa de la compañía Dupont- la bomba atómica.
La información recabada de trabajos previos realizados en Alemania llegó antes a Estados Unidos que a la URSS, y esta ventaja competitiva fue crucial para el dramático final de la guerra en Japón, cuyas heridas éticas todavía no se han cerrado.
La llamada para obtener la “energía de las estrellas”
Oppenheimer, que en sus veladas de Berkeley había charlado con profesores como el ingeniero y precursor de la computación Vannevar Bush (redactor del texto sobre la máquina universal de transmisión del conocimiento Memex, que inspiraría Internet décadas después) o Ernest O. Lawrence, químico nuclear e inventor del acelerador de partículas para hacer experimentos, sobre el papel de la ciencia en tiempos de guerra y paz, convenció a sus amigos para colaborar en el Proyecto Manhattan.
Tras el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, Albert Einstein no fue el único científico en denunciar el uso de la bomba, que según muchos de los colaboradores del Proyecto Manhattan debería haber permanecido como posibilidad disuasoria, y jamás como opción bélica tacticista con la convencionalidad de cualquier otro proyectil.
Desengañados por su colaboración bélica, muchos de estos físicos e ingenieros, que habían convertido a Estados Unidos en la nueva potencia tecnológica indiscutible, aceptaron encargos éticamente menos comprometedores en agencias como DARPA o la NASA, fundadas oficialmente en 1958.
Espías, científicos y la carrera espacial
Como el resto de disciplinas en computación analógica, física nuclear y cuántica o matemáticas, muchos expertos procedían de Europa: la mayoría había abandonado Europa Occidental (sobre todo Alemania) antes -los de origen judío- o después de la guerra -los científicos nazis captados después de la contienda.
Mientras Alemania, Italia, el Reino Unido o Francia perdían parte de su capacidad científica en favor de, sobre todo, Estados Unidos, la Unión Soviética se aseguraba el servicio de científicos de Europa del Este y Alemania del Este, atrayendo durante años a otros simpatizantes comunistas que contribuirían a los programas nuclear y espacial de la Unión Soviética.
Steven Spielberg supo captar el ambiente enrarecido por las sospechas de espionaje y simpatías ideológicas con el otro bloque en su reciente Bridge of Spies (2015).
Es en este ambiente de cenas y encuentros enrarecidos entre dobles agentes, científicos que trabajan para la CIA y jóvenes brillantes que asisten a los grandes científicos del momento, cuando Estados Unidos reacciona ante la información que llega sobre el rápido progreso espacial de la URSS: de repente, la conquista del espacio se convierte en el campo de batalla que demostrará el progreso científico de ambas superpotencias.
Es entonces cuando Estados Unidos da prioridad a los experimentos espaciales, no sin antes dudar sobre la orientación de la inversión en el espacio: un proyecto con un carácter más científico y menos propagandístico para explorar el universo; o bien una misión más centrada en lograr un objetivo definido que se convirtiera en la efeméride más importante de la era científica: conquistar la luna antes que la Unión Soviética.
El ingeniero nazi sobre el que se erigió el Programa Apolo
Un protagonista de lujo de aquel momento histórico, todavía en plenas facultades, es otro físico teórico de origen europeo que abandonó de joven el Viejo Continente para enseñar y enrolarse en todo tipo de proyectos en Estados Unidos: el británico nacionalizado estadounidense Freeman Dyson, que pasó de trabajar para la inteligencia británica en la II Guerra Mundial a asistir a Richard Feynman en Estados Unidos.
Freeman Dyson, que ha declarado que la clave para tener una vida interesante es decir siempre “sí” a cualquier proposición alocada, no se lo pensó dos veces cuando, a mediados de los 50, le propusieron trabajar para el Proyecto Orión (1957-1961), propuesta que acabaría siendo descartada por Estados Unidos en favor del Programa Apolo dirigido por otro viejo conocido en el Proyecto Manhattan, Werhner von Braun: el país había optado por la efeméride de conquistar la luna con ayuda del mejor constructor de cohetes del mundo; la investigación del universo llegaría después.
Dyson había logrado co-dirigir el Proyecto Orión gracias a la recomendación del influyente Richard Feynman, que quería centrarse en el mundo académico después de su papel en el desarrollo de la bomba atómica, logrando el Nobel de Física en 1965.
Memorias de Freeman Dyson
Dyson no aparece mencionado en el Nobel de Física de ese año, pese a que su colaboración con Feynman para lograr una teoría cuántica unificada se remontaba a 1949.
Dyson se había centrado en los años previos en la exploración espacial y, si bien la NASA acabaría cancelando el proyecto, sus propuestas para el futuro inspiraron iniciativas que ahora toman forma: desde la conquista y colonización de otros planetas a la exploración y explotación comercial de los cuerpos estelares más próximos, desde meteoritos a satélites naturales y planetas.
Una de sus propuestas científicas sobre la existencia de vida extraterrestre se convirtió en parte de la cultura pop después de que Freeman Dyson la propusiera en un artículo para Science de 1960: la esfera de Dyson, o un cuerpo espacial artificial con cubierta esférica y talla astronómica para poder orbitar a una distancia ideal de una estrella óptima.
Semejante cuerpo permitiría a civilizaciones extraterrestres vivir en una superestructura con las propiedades físicas y lumínicas estables necesarias para albergar a una civilización extraterrestre avanzada.
Sueño frustrado: explorar el espacio con tecnología nuclear
Según la hipótesis del físico y matemático de origen británico en el artículo, el ser humano debía buscar fuentes estelares con radiación de infrarrojos, pues si era posible la vida inteligente a gran escala en el universo más allá de la anomalía terrestre, ésta se produciría en objetos similares a la esfera artificial que él proponía.
Realizables o no a corto plazo -por circunstancias técnicas, decisiones políticas, ausencia de presupuesto, presencia de proyectos competidores- los programas científicos que se basan en conceptos tecnológicos concebibles a medio plazo contribuyen, aunque sea sólo como referencia, a futuras aventuras espaciales.
El Proyecto Orión de Fred Taylor y Freeman Dyson no es una excepción. A diferencia del Programa Apolo de Von Braun, el Proyecto Orión quería lograr dos cometidos secundarios para el programa competidor:
- la exploración espacial podía ser interplanetaria y barata, usando la tecnología adecuada;
- esta tecnología era la energía nuclear: para Freeman Dyson, usar energía nuclear en el programa espacia alejaba la investigación nuclear del entorno militar y potenciaba su uso civil, que en su opinión (y en la de Feynman, Einstein, etc.) era la única concebible si ambas superpotencias querían evitar la aniquilación de la civilización humana.
Proyecto Orión
La apuesta nuclear era un arma de doble filo que merecía la pena usar para realizar viajes interplanetarios, en opinión de Dyson, pues la propulsión nuclear de pulso (pequeñas explosiones controladas en la cola de la nave, una vez en órbita espacial) garantizaba el combustible para viajes interplanetarios de bajo presupuesto; y, a la vez, la energía nuclear había escalado los enfrentamientos bélicos hasta el potencial aniquilador total: la destrucción del propio planeta.
El éxito soviético a inicios de la carrera espacial acabaron decantando la balanza por el Programa Apolo, que se serviría de la propulsión con combustible fósil (oxígeno e hidrógeno cuya potencial volatilidad ya había sido controlada en los cohetes de largo alcance alemanes V-2) para salir de la órbita terrestre, llegar y volver de la luna en 1969.
El Proyecto Orión había sido finalmente descartado coincidiendo con la decidida apuesta de la Administración Kennedy para llegar a la luna: en 1963, ambas superpotencias firmaban el tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares.
Diseñar algo que nunca antes ha existido
“La idea [del Proyecto Orión] era explorar el universo con una nave propulsada por bombas atómicas. Y el doble objetivo era deambular muy rápido por el espacio, que habría sido maravilloso, y también deshacerse de las bombas, que era también magnífico. Era la única manera realmente buena de deshacerse de las bombas. Y, desafortunadamente, por supuesto que no se produjo, pero realmente creímos en ello en aquel momento.
“(…) Pero después de los primeros dos años o así, [el proyecto] dejó de ser práctico. Así que se convirtió simplemente en un programa teórico para comprender lo que uno podía hacer. Aún así fue interesante. Así que volví después de dos años y continué viviendo aquí, en Princeton. El proyecto siguió durante otros cinco años, pero ya no comprendía a gente realmente con la esperanza de viajar.”
Una galería en Flickr muestra algunos documentos sobre el proyecto previamente clasificados por la inteligencia estadounidense.
Enviar robots modulares que extraigan mineral y construyan
Numerosas misiones no tripuladas han confirmado la existencia de moléculas de agua tanto en la luna como en Marte, en ambos casos en forma de hielo; este hallazgo multiplica las posibilidades de crear bases autosuficientes en ambos planetas, ya que aseguraría la capacidad de supervivencia de la población humana (además de aumentar la probabilidad de que en Marte haya existido o exista algún tipo de vida microbiana).
Al describir su plan para crear colonias industriales en el espacio, el profesor y antiguo colaborador de la NASA Phil Metzger se refiere a establecer una hoja de ruta dividida en 3 fases que llama Industria Espacial Replicante Autosuficiente (SRSI en sus siglas en inglés):
- al principio, robots modulares capaces de autoensamblarse después de su envío en piezas operarían en minas de donde extraerían materia prima usada en instalaciones para manufacturar objetos;
- la infraestructura automatizada SRSI ensamblaría estructuras de metal y otros minerales, además de crear combustible con agua;
- una tercera fase se serviría de la infraestructura básica (minería y manufacturas) para imprimir (usando técnicas de impresión 3D similares a las actuales) equipamiento más complejo: desde edificios con atmósfera controlada para alojar a humanos a herramientas y dispositivos electrónicos, así como paneles solares y otra infraestructura que garantizara la autosuficiencia.
Tanto la robótica modular como la fabricación totalmente automatizada actuales podrían usarse en el espacio, según Phil Metzger.
A estas alturas, cuando se suceden los experimentos para reproducir las condiciones de un viaje a Marte, o de la vida en los inicios de una colonia marciana, la tecnología ha adelantado a la voluntad política y de la opinión pública, ya que el principal escollo es económico.
Ante nuestras narices
Gobiernos, agencias espaciales y empresarios interesados en acceso al espacio pueden inspirarse en el modelo público-privado que los Estados europeos emplearon en la colonización del resto del mundo desde la era de los descubrimientos: los derechos de explotación de determinadas compañías, que operaban con el permiso de cada país, servían como crédito para financiar apuestas arriesgadas, que ofrecían rédito a medio y largo plazo.
La exploración del espacio podría multiplicar el acceso a metales raros, así como trasladar industrias contaminantes fuera de la atmósfera terrestre. Nuevas tecnologías de comunicación permitirían trasladar instalaciones informáticas y centros de investigación del universo o de nuevas energías a las nuevas bases.
Según la propuesta de Philip Metzger para construir industria en el espacio, todo lo que necesitamos para lograrlo está a nuestro alcance usando tecnologías ya conocidas.
Freeman Dyson:
“La expansión de la vida, moviéndose desde la tierra hasta su descendencia, es un tema todavía mayor que la expansión de Inglaterra a través del Atlántico. Del mismo modo que Hakluyt escribió que existe ante nuestras narices la formidable y extensa tierra de Virginia, yo creo que frente a nuestras narices se extiende el territorio de nueve planetas, cuarenta lunas, diez mil asteroides y un billón de cometas.”
Civilización interplanetaria
Después de nuestro vecindario inmediato, o inicio de la civilización interplanetaria con que sueña Elon Musk, el salto hacia otros sistemas solares de la vía láctea es todavía territorio exclusivo para la ciencia ficción: una creativa especulación sobre lo posible.
En el contexto de este artículo, por posible entendemos cualquier evento permitido por las leyes de la física.