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Friburgo de Brisgovia, capital alemana de la ecología

La ciudad alemana se ha convertido en una comunidad urbana sostenible gracias a la aplicación de políticas urbanas y de transporte coherentes desde hace más de tres décadas.

Con 36,7 vatios por habitante, Friburgo es la ciudad que emplea más energía solar por habitante del mundo, y todo ello teniendo en cuenta la latitud del país europeo.

Friburgo (Baden-Würtemberg) es una tranquila ciudad mediana (215.000 habitantes) situada en el suroeste de Alemania, junto a la reserva forestal de la Selva Negra, uno de los lugares de esparcimiento predilectos del país.

Parece que a esta apacible ciudad centroeuropea le ha sentado bien el mantenerse más allá de las modas coyunturales que marcan la agenda de las grandes capitales y urbes “influyentes”. Es ahora cuando las urbes “influyentes” deben mirar más a Friburgo.

Friburgo ha sido reconocida en varias ocasiones como ejemplo de coherencia política y sostenibilidad ecológica: las medidas de la ciudad para apaciguar el tráfico, promover el transporte público menos contaminante o el empleo de la bicicleta se iniciaron en 1969.

Desde entonces, Friburgo ha logrado éxitos remarcables en la gestión del tráfico y las energías renovables.

Parte del éxito de Friburgo, una ciudad compacta que evita el modelo de los suburbios de clase media, tan dependientes del transporte privado, se debe al apoyo de los ciudadanos a políticas de sostenibilidad desarrolladas durante décadas.

La ciudad se ha adaptado estructuralmente a ideas que en los años setenta, ochenta y noventa no eran tan claramente respaldadas por una opinión pública cada vez más concienciada. Lo de la ciudad alemana no es maquillaje electoral o “fiebre de lo sostenible”.

Entre las medidas que Friburgo de Brisgovia ha aplicado con éxito en su búsqueda del equilibrio entre progreso y sostenibilidad, destacan:

  • El impulso en el empleo de la bicicleta desde los años setenta, cuando este vehículo era visto en Occidente como un producto del pasado subdesarrollado, más propio de la China maoísta que de la locomotora europea, esa República Federal de Alemania que popularizó el término “milagro alemán”. Friburgo optó entonces por la bicicleta y ha mantenido la apuesta hasta la actualidad. ¿La consecuencia? El uso de la bici aumentó desde 1982 hasta 1999 del 15% al 17% de los desplazamientos totales por la ciudad, gracias a la constante mejora de 500 kilómetros de vías perfectamente señalizadas que cubren toda la ciudad, cuyo tamaño ha permanecido estable, lo suficientemente abigarrado como para desplazarse cómodamente en bicicleta o incluso a pie.
  • Otra vez dejando de lado las “modas” entre funcionarios de gobiernos y consistorios locales de Europa y Norteamérica, Friburgo optó por ampliar la red de tranvías, en lugar de desmantelarla. Países como España, que en los años setenta luchaba por un desarrollo democrático y económico que acercara al país a Europa, sucumbieron a la moda y los tranvías fueron desapareciendo de las calles de Madrid y Barcelona. Desde 1985 a 2004, los tranvías casi duplicaron el número de pasajeros en Friburgo.
  • Pese a tratarse de una ciudad que se ha mantenido pequeña en población y extensión, de las 15.300 hectáreas de Friburgo, un 40% sigue estando reservado a bosque. Parece que las recalificaciones no han hecho tanta mella en el suroeste de Alemania como en otras latitudes europeas.
  • Para permitir la entrada y salida de la ciudad de 80.000 personas al día, del modo menos contaminante posible, Friburgo tiene un aparcamiento vigilado de bicicletas junto a la estación central, con espacio para un millar de bicicletas.
  • Como en otras ciudades alemanas, el denominado “car sharing” (compartir coche en los desplazamientos urbanos e interurbanos) permite ahorrar dinero y energía.
  • La mayoría de los edificios de la ciudad cuenta con paneles solares para cubrir las necesidades energéticas fundamentales. Se ha empleado en las últimas décadas, asimismo, un aislamiento térmico en los hogares que permite ahorrar energía.

La ciudad alemana continúa trabajando en la mejora de sus redes de transporte público, carriles que permiten el empleo de la bicicleta, asesoramiento a los ciudadanos que así lo requieren y otras medidas relacionadas con un cometido que va más allá de las modas, los publirreportajes y el politiqueo.

Friburgo se ha empeñado en convertirse en una comunidad de ciudadanos-vecinos, cuya huella de carbono es cada vez más pequeña.

Asimismo, más de 10.000 personas trabajan en el sector de los servicios y las tecnologías relacionadas con el medio ambiente y la energía solar. Esta última industria factura sólo en el área de Friburgo alrededor de 1.000 millones de euros anuales.