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Geopolítica de la volatilidad: EEUU, China y UE tras Covid-19

¿Puede un mundo multipolar encontrar un equilibrio de fuerzas? ¿Compartirían Estados Unidos y China hegemonía y equilibrio geopolítico con la UE, perciben esta realidad política y económica como un experimento que hay que desestabilizar?

¿Cuál es el papel del mundo emergente más allá de China? ¿Cuál es el juego de Rusia, con su influencia militar, su pequeña economía —equivalente a la de Canadá o España— y los precios energéticos en mínimos históricos?

¿Puede la UE tener una política común o, en momentos de tensión, cada país prioriza sus intereses? Los analistas hablan de «mundo g-2» (leído «G menos dos»), que hace referencia a un mundo de nuevo polarizado, aunque de un modo distinto a la Guerra Fría.

Frialdad y desconfianza entre Estados Unidos, UE y China

Durante la Guerra Fría, el mundo se alineaba en torno a dos superpotencias que, a la vez, representaban modelos de civilización, el capitalismo de las democracias liberales y el modelo comunista soviético; una tercera categoría, la de los países no alineados, reivindicaba su autonomía con respecto a este neocolonialismo de intereses que enterraba el dominio colonial europeo previo a las guerras mundiales.

Hoy, la guerra comercial entre Estados Unidos y China no es más que el síntoma de cambios profundos. Estados Unidos ha renunciado a gobernar con el ejemplo y se enfrasca en una política internacional caótica y abiertamente orientada a los intereses a corto plazo; China pretende exportar su modelo y afianzar su poder blando y económico con una industria cultural, tecnológica y comercial amables para el exterior e implacables intramuros.

La UE, con su atracción fundamentada en la cultura, los servicios y determinados productos de alto valor añadido, pretende reivindicar los valores de una civilización, acompañados por el poder de compra de su ciudadanía y un cuerpo legislativo que influiría sobre la orientación de las leyes en torno a servicios digitales (protección de datos, GDPR), industriales (regulaciones como la química REACH) y medioambientales (economía circular).

De victorias pírricas y modelos de civilización reduccionistas

Nada está decidido y —como se ha visto en la dependencia del mundo con respecto a China en el aprovisionamiento de equipos de protección médica—, la ausencia de Estados Unidos ha dejado un vacío en la coordinación de las relaciones atlánticas que aumenta la volatilidad y la incertidumbre.

La actual pandemia es el último capítulo sobre los riesgos sistémicos que pondrán a prueba el frágil entramado de la mundialización, poco más de una década después del peor momento de la gran recesión, convertida en crisis de deuda, y tres décadas después del colapso del Bloque soviético.

En estas tres décadas, Francis Fukuyama pasó de símbolo de un mundo abierto al comercio y de hegemonía cultural y económica anglosajona, a compartir con el resto de la ciudadanía la incomodidad de protegerse y practicar la distanciación social.

Con Fukuyama se repite una pequeña injusticia, la de recordarle el título y la tesis central de un libro que, en efecto, auguraba el fin de una era y el reinado de un mundo próspero y utilitarista, pero su ensayo y el resto de su trabajo son mucho más sutiles que un título y un recurso periodístico abusado.

No le falta guasa a Francis Fukuyama, ilustre autor de «El fin de la historia y el último hombre»

Su ensayo de 1992 suponía la victoria de un modelo, mientras la incertidumbre sanitaria actual amplifica el desconcierto que muchos compartimos al realizar tareas cotidianas bajo situaciones que, apenas unas semanas atrás, creíamos inverosímiles.

Cuando la realidad impone su crudeza, los charlatanes se desinflan

La población pensaba que pandemias y otras catástrofes habían ocurrido en tiempos históricos o lo hacían en lugares de lo que hoy muchos llaman eufemísticamente «Sur global». Ahora vemos que hay historia y que la fragilidad de la condición humana no se alejó para siempre tras décadas de prosperidad generalizada (aunque repartida de manera desigual).

Desde El fin de la historia, el mencionado ensayo de Fukuyama, han pasado muchas cosas, tanto desde el punto de vista climático como tecnológico, económico y geopolítico. El mundo anglosajón se empecina en perder prestigio con pasos en falso que muestran un desconcierto legitimado en las urnas en 2016 con los votos del Brexit y la presidencia de Donald Trump, eventos que no son más que hitos de una transformación más profunda, en la que todos en el mundo participamos.

Esta es al menos la tesis de dos analistas británicos de distintas generaciones: el historiador, columnista y ensayista Adam Tooze, experto en la crisis económica de 2008-2013; y el «millennial» Jeremy Cliffe, ex corresponsal de The Economist en Alemania y actualmente en el también semanario británico New Statesman.

El desconcierto de la política pública de varios países vistos hasta hace poco como modelos (Estados Unidos, Reino Unido) contrasta, de manera cruda e incuestionable (incluso para quienes se esfuerzan en hacerlo desde las redes sociales) con la preparación y solvencia demostrada por Alemania.

Saber asumir responsabilidades históricas

Pero las tensiones y el espectáculo de relaciones públicas y soft power al que asistimos en plena crisis del coronavirus exponen mucho más: la capacidad de actuación y gobernanza de la UE, que renquean en situaciones tensas; la preocupante división política y social que muestra Estados Unidos, incapaz de desplegar una política inteligible de emergencia sanitaria que proteja a la población; y la puesta en entredicho del modelo de equilibrio tácito de la globalización, que había permitido a China elevarse como factoría del mundo.

El New York Times sintetiza la situación geopolítica de mayo de 2020 en el titular de un artículo de Damien Cave e Isabella Kwai: «China está a la defensiva. EEUU ausente. ¿Puede el resto del mundo llenar el vacío?».

Quizá debiera inquietar a China y a Estados Unidos que, en medio del desconcierto, la principal economía de la UE y su país más poblado, Alemania, haya demostrado capacidad de respuesta, competencia en todas las esferas públicas y consideración ética en momentos de conmemoración de viejos horrores: el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, rodeado de Angela Merkel y otros representantes simbólicos del país, conmemoraron el 8 de mayo con respetuosa gravedad el 75 aniversario del Día de la liberación, o derrota definitiva del Tercer Reich tras la toma de Berlín por las tropas soviéticas.

Desde el edificio Neue Wache, templo neoclásico de 1818 dedicado a las «víctimas de guerras y dictaduras», la gravedad y sentido de la responsabilidad de los representantes alemanes contrasta con el discurso público (iliberal, aislacionista y fanfarrón hasta la caricatura) de las administraciones de Reino Unido y Estados Unidos.

El centro de esta construcción, bajo un óculo que deja entrar la luz natural, está presidido por la estatua de Käthe Kollwitz «Madre con hijo muerto», que simboliza las penurias de los berlineses durante la Segunda guerra mundial.

Gustav Walter Heinemann y su mujer

En el discurso, con un tono grave, Steinmeier apeló a la población a rechazar las viejas-nuevas corrientes del «nuevo nacionalismo» y el aislacionismo. Conmemorar la historia para tratar de no repetirla.

«El pasado de Alemania es un pasado fracturado, con responsabilidad en el asesinato de millones y el sufrimiento de millones… Y es por eso que digo que este país sólo puede ser amado con el corazón roto».

A propósito del riesgo sobre los excesos del nacionalismo, Gustav Walter Heinemann, canciller de la RFA entre 1964 y 1974 tras haber sido alcalde de Essen, ministro del Interior (1949-1950) y ministro de Justicia (1966-1969), contestó en una ocasión a la pregunta:

«¿Ama usted a Alemania, presidente Heinemann?

«¿Alemania? Yo quiero a mi mujer».

Heinemann era consciente de lo que decía y por qué lo decía en el momento histórico que lo hacía. Los políticos alemanes no han perdido esta tradición desde el fin trágico de la Segunda guerra mundial, a menudo con la asistencia de Francia (recordemos a De Gaulle con Adenauer, a Mitterrand con Kohl) y Estados Unidos.

El rol de Estados Unidos es ahora muy distinto, con Donald Trump criticando abiertamente a Angela Merkel desde 2016, y con Angela Merkel explicando (eso sí, sin ataques ad hominem, pues el estilo importa) que representar a un país geopolíticamente importante es incompatible con determinadas declaraciones y comportamientos.

Reflexiones de un británico sobre el «dominio» anglosajón

Siguiendo con la recopilación de Adam Tooze en estos últimos días de artículos sobre la reacción ante la pandemia y las tensiones subyacentes que esta crisis sanitaria ha exacerbado, quienes repiten que el mundo no va a cambiar quizá deberán matizar pronto su discurso.

O quizá hayan constatado —con acierto— que la pandemia no es más que un episodio tenso más de una deriva con inercia de varias décadas.

Los síntomas actuales del desconcierto tienen que ver con nuestra incapacidad de tomar perspectiva de lo que ocurre, acrecentada por fenómenos superficiales como la telerrealidad en torno a Trump (con la mira puesta en las elecciones de noviembre) y la oleada de desinformación que ha concentrado a manifestantes —en el caso de EEUU, con la inquietante parafernalia militar de costumbre, permitida— en distintos lugares de Estados Unidos, Reino Unido o incluso Australia, o que conduce al ataque de antenas de 5G en el Reino Unido, abusos a quienes portan máscaras en varios puntos de la América rural, etc.

Jeremy Cliffe comparte un análisis inquietante entre los analistas de la prensa seria británica y estadounidense que —recordemos— constituye todavía el método de información predilecto de empresarios y altos funcionarios del resto del mundo (incluida la Unión Europea, incapaz de fomentar entre los países miembros una prensa paneuropea y que hable a todos, para lo cual debería hacerlo en inglés).

Cliffe recuerda que:

«Los dos países en el núcleo de la crisis financiera global: Reino Unido y Estados Unidos. Los dos países al frente de la ola populista global (Brexit, Trump): RU y EEUU. Los dos países con más muertes por Covid-19: RU y EEUU. Hora, seguramente, de preguntar por qué el modelo anglosajón insiste en esta mala deriva».

Portugal y Grecia, mejor que los oficialmente alabados

La reflexión del periodista del New Statesman parte de la premisa de que existiría un «modelo anglosajón». Australia y Nueva Zelanda, dos países anglosajones,

Entre los países más afectados por la pandemia hasta el momento, los que cuentan con gobiernos que pretendían beneficiarse del control de la desinformación en redes sociales, han topado de bruces con la realidad vírica: el ARN del coronavirus no entiende de interpretaciones «alternativas» de la realidad biopolítica.

Como consecuencia, Estados Unidos, Reino Unido, Rusia y Brasil, con administraciones titubeantes en las políticas de control de pandemias prescritas por la OMS, tienen más dificultades que países comparables para aplanar la curva de contagios: distanciamiento, aumento drástico de pruebas víricas cuando proliferan los contagios, aislamiento de casos positivos y rastreo de relaciones para evitar nuevos brotes.

Un segundo grupo se compone de países que habrían reaccionado tarde y con falta de preparación a los datos concluyentes sobre el riesgo real de Covid-19 entre su población, pero que habrían aplicado medidas de corrección de manera efectiva y expeditiva. En este grupo se encontraría la mayoría de los países europeos.

Finalmente, varios países habrían reaccionado de rápido y con eficacia, además de realizado un seguimiento de casos existentes y posibles brotes. En este primer grupo, aparecerían varios países asiáticos, Australia y Nueva Zelanda, pero también Alemania y, aunque se explique menos (¿quizá porque no entra en la narrativa mediática tradicional?), Portugal, Grecia y los países del Este europeo.

Los movidos años 20

En esta lectura de la reacción sanitaria ante el coronavirus están ausentes condicionantes que influyen sobre la agudeza del fenómeno en sus epicentros, aunque estos fenómenos todavía no se han estudiado con profundidad: la relación que París, Milán, Madrid, Barcelona, Londres o Nueva York tienen entre sí y con los primeros epicentros de la pandemia es mucho más estrecha que la de lugares que han tenido más tiempo para reaccionar al observar las dificultades de varios países de Europa occidental.

Entre los artículos compartidos recientemente por Adam Tooze sobre el pivote geopolítico en que nos encontramos, se encuentra una columna de Edward Luce para el Financial Times: «Es el fin del globalismo como lo conocíamos (y me encuentro bien)», un titular que evoca la canción de R.E.M. —por si necesitábamos alguna pista acerca de la edad media de la audiencia del diario económico británico—.

Luce, editor estadounidense del diario y ensayista, argumenta con conocimiento de causa que 2006 fue el cenit del proceso de mundialización, con un frenazo brusco e inicio de un retroceso todavía tímido a partir de la crisis de las subprime y posterior crisis económica en 2007-08.

Diez años después, la victoria de las opciones «iliberales» aceleró un proceso que, en la primera crisis sistémica desde Brexit y la victoria de Donald Trump a causa del coronavirus, culmina en una escalada de la retórica nacionalista de Estados Unidos y China. El «America First» provoca un «China First» que, en opinión de Luce, creará daños duraderos.

Si la desintegración global ya estaba en marcha, Covid-19 podría acelerar el proceso en el año en que Donald Trump se juega la reelección.

Mala salud de hierro de la UE

Las consecuencias de un incremento de la retórica aislacionista (ejemplificada con la Administración Trump retirándose de la OMS en medio de una pandemia, o eludiendo su apoyo a un grupo de trabajo sobre una vacuna global) tendría varias consecuencias según Kevin Rudd, ministro de Asuntos Exteriores australiano (Rudd habla en Foreign Affairs del riesgo de una era de la anarquía en las relaciones internacionales, antesala de conflictos comerciales y posibles escaladas más allá de los gestos).

Edward Luce se apoya en su columna del Financial Times en las declaraciones del ministro australiano de Asuntos Exteriores para recordar que ni siquiera aliados estratégicos de las dos potencias anglosajonas en crisis confían en la predictibilidad y coherencia de Downing Street y la Casa Blanca en los tiempos que corren. Según Rudd:

«No busques ayuda en los Estados Unidos durante una verdadera crisis mundial, porque el país ni siquiera puede ocuparse de sí mismo».

Los otros artículos compartidos por Adam Tooze a través de su cuenta de Twitter son también fruto de la inquietud geopolítica del momento. El autor de uno de estos artículos es Arvind Subramanian, un antiguo asesor económico del gobierno indio, que advierte en Project Syndicate sobre «El riesgo de los grandes poderes debilitados».

El análisis de Subramanian es tan demoledor como desconocedor de la «mala salud de hierro» del proyecto europeo. Como dice el mencionado Jeremy Cliffe, la tesis según la cual la Unión Europea está a punto de implosionar por rencillas y tensiones entre países es tan vieja como el propio proyecto europeo y, también en esta ocasión, la UE hallará un acuerdo de mínimos equivalente al «whatever it takes» de Mario Draghi durante la crisis de la deuda para salvar los muebles también en esta ocasión.

Adaptarse a nuevos riesgos

Los fatalistas del proyecto europeo han fallado reiteradamente a la hora de predecir el fin de la UE.

En esta ocasión, sin embargo, varias crisis desestabilizarán el panorama internacional hasta el punto de ahondar en la incertidumbre, según Subramanian: tensiones en la integración europea; inestabilidad social y disfunciones en Estados Unidos ahondadas por la polarización política; y tensiones en China debido a los riesgos económicos y sociales que afrontarán negocios y ciudadanos a raíz del frenazo económico causado por la pandemia.

Preocupan, ante todo, el declive de la gobernanza de Estados Unidos y China debido a las consecuencias geopolíticas y económicas que las tensiones en ambos países causarían:

  • si Trump gana las próximas elecciones, la implosión de la Alianza Atlántica obligaría a los países europeos a revistar su estrategia de seguridad;
  • mientras China podría aumentar las tensiones en el mar de la China meridional en un giro nacionalista causado por la reducción del comercio y las inversiones productivas y financieras.

El tiempo pesará el análisis de Arvind Subramanian. Su mención de los peores escenarios permitirá observar de manera positiva cualquier otro resultado que eluda el catastrofismo, aunque sea sobre la campana.

Retóricas patrioteras e inseguridades de niños grandullones

El último artículo memorable de los mencionados por Adam Tooze explora precisamente las consecuencias de este «peor escenario». Para abrir boca, el artículo empieza por un título y por una ilustración que marcan el tono: «La “desintegración” del capitalismo global podría desencadenar la Tercera guerra mundial».

La imagen se corresponde con la explosión del navío de guerra americano USS Shaw durante el ataque japonés a Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941).

Comprobamos que la historia, dada por muerta por Fukuyama en su ensayo de 1992, está vivita y coleando, aunque sea para exacerbar las emociones patrioteras de quienes labraron su estatura mundial a raíz de su victoria en la contienda (se considera 1945 como el inicio de la Pax Americana, época de prosperidad económica y relativa paz, que se acaba precisamente en nuestros días).

El artículo, firmado por el periodista de investigación británico Nafeez Ahmed y publicado en MAHB, cita la conclusión de Gerard Hanappi, economista de peso en la UE, en un artículo científico sujeto a revisión.

En su artículo científico, Hanappi argumenta por qué es menester subrayar los paralelismos entre las condiciones globales de la actualidad y las principales tendencias que condujeron al estallido de las dos guerras mundiales. Entre los principales síntomas, el autor subraya:

  • el aumento generalizado del gasto militar y las tensiones en zonas calientes del planeta como el mar de la China meridional;
  • varias democracias en una deriva «iliberal» y cada vez más autoritaria;
  • endurecimiento de la retórica geopolítica entre las grandes potencias;
  • el resurgimiento del populismo a izquierda y derecha del espectro político;
  • la debilidad y puesta en entredicho de las instituciones globales que gobiernan el capitalismo transnacional;
  • y el imparable aumento de las desigualdades.

Desintegración del capitalismo global

Muchas de estas tendencias, considera Hanappi, están presentes en la actualidad y se cumplían también a inicios del siglo XX, antes de las dos contiendas mundiales y la Revolución rusa.

Hasta ese momento,

«el capitalismo global se encontraba en una trayectoria de “integración” hacia mayores concentraciones de riqueza. Este proceso fue interrumpido por brotes de nacionalismo violento en torno a las dos guerras mundiales. Después de lo cual emergió una nueva forma de “capitalismo integrado” basada en una estructura internacional que ha permitido a los países industrializados eludir la guerra durante 70 años».

La Pax Americana estaría entrando según Hanappi en un período de desintegración. Con anterioridad, las fracturas en el sistema entre ricos y pobres se superaban con un premio de consolación para los afectados en los países ricos:

«(se lograba) distribuyendo una porción de las ganancias derivadas del incremento descomunal de la división global del trabajo a las clases trabajadoras más prósperas en esos países».

De manera similar, las tensiones internacionales se mitigaban a través de acuerdos transnacionales que regularan algunos aspectos del capitalismo.

Estos consensos han pasado a mejor época. El lenguaje bélico y patriotero se retroalimenta con la popularidad e inspiración que logra entre la población a través de las redes sociales. La mayoría de los líderes mundiales hablan de la pandemia como una «guerra», así como de la necesidad imperiosa de derrotar a un «enemigo invisible».

La Administración de Donald Trump elude sutilidades y ha jugado peligrosamente con nomenclaturas como «virus chino» (cabe recordar que la epidemia de gripe de 1918, originada en Kansas, acabó llamándose «gripe española», antiguo rival europeo en el hemisferio occidental sacudido de Cuba y Puerto Rico por la doctrina Monroe —y una opinión pública alineada con la causa nacionalista, gracias a Hearst—).

No dejar el futuro a la inercia de los incompetentes

En este nuevo contexto, fenómenos como la desinformación, el sesgo de confirmación o la mentalidad de asedio, encontrarán su amplificación en Internet.

Basta saber si la retórica que campa a sus anchas en los comentarios de foros y redes sociales llega o no a materializarse en el mundo físico. Deberemos estar atentos para que el mapa (la representación digital) no acabe sustituyendo al territorio (la realidad).

Para ello, la realidad deberá ser lo suficientemente próspera e ilusionante como para que la mayoría no baraje la tentación de cambiar la experiencia real por su copia comercial depauperizada.