El lago Mono, al este del Parque Nacional de Yosemite, siempre tuvo una belleza áspera y extraterrestre -acaso psicodélica-. Mark Twain, Clint Eastwood y Pink Floyd se inspiraron en este pequeño lago alcalino, cuyo ecosistema se colapsó a partir de los 60 del siglo pasado, dos décadas después de que los californianos del sur divertieran agua de los afluentes del lago para el consumo doméstico.
En unos días, visitaremos el lago, camino de un encuentro con unos amigos en Mammoth Lakes, en el condado de Mono.
Los riesgos de destruir una rica “desolación natural”
“Mun a hoo e boso. Mun a hoo e num. Mun a hoo to e hun noh pa teh”. (“Hola a mis amigos. Hola al pueblo Mono. Hola a la gente de todas partes”, mensaje de conciliación y bienvenida del pueblo nativo americano Mono, en la lengua a la que se refieren como Nim).
Nuestra última vista a California empezó a principios de julio y se prolongará hasta principios de septiembre, cuando volveremos a Barcelona. Habituados ya al nuevo horario, nos preparamos para visitar algunos lugares que habían quedado pendientes con anterioridad.
Planeamos viajar hasta el lago Mono, un pequeño lago alcalino y salado que sirve de refugio a varias especies de aves y se hizo famoso debido al decrecimiento de sus aguas en la segunda mitad del siglo XX, al ser divertidas para abastecer el sur de California.
El lago conserva su aspecto extraterrestre y respeto de los nativos americanos con una relación ancestral a caballo entre el cercano Parque Nacional de Yosemite y el entorno del propio lago.
De tener un color de azufre, el lago bien podría ser una reserva de agua recién descubierta en Marte. Mark Twain, uno de los más ilustres forjadores de la literatura norteamericana, describía en 1872 la aparente desolación natural del lago y sus alrededores que, sin embargo, constituyen un ecosistema decisivo para animales tan diversos como aves, plantas y raras bacterias extremófilas (de hecho, tan “extremas” que se ha descubierto que algunas se alimentan de arsénico).
Las fatigas de un pequeño rincón natural de Norteamérica
En Roughing It (relato traducido como Una vida dura, o también Pasando fatigas), Twain describe con cierto humor el aspecto del lago en la década de 1860: “un horrible desierto sin vida ni árboles… el lugar más solitario en el mundo” (puede leerse el pasaje en la edición original).
A juzgar por el interés que suscita entre astrónomos, que acuden a las inmediaciones del lago a observar el cielo y realizar tareas tan oscuras como fotografiar los 189 satélites espía orbitan la Tierra.
Los primeros habitantes de la zona, los Kutzadika’a, o tribu Mono, un grupo étnico de los paiute del norte, hablaban monachi, un dialecto occidental del idioma Mono, lengua de la familia uto-azteca prácticamente extinta en la actualidad. A juzgar por su apego a la tierra de sus antepasados, los escasos descendientes de los nativos mono no describirían el lugar con la causticidad de Twain.
Aunque lo que queda de los Kutzadika’a tienen poco más que las descripciones de visitantes europeos para rememorar otros tiempos. Hasta el siglo XIX, su vida no había cambiado en exceso a lo largo de milenios. En función de las estaciones, los pueblos mono orientales se unían cada año a las bandas occidentales en torno a poblados en el valle Hetch Hetchy, el espectacular valle de Yosemite y a lo largo del río Merced, para comerciar con productos artesanales, bellotas y otros frutos de la zona.
Ahora, muchos paiute desconocen la lengua monachi y viven en varias reservas, divididas entre los Mono del Este (Big Pine Reservation, Lone Pine Reservation y Colonia Bishop) y los Mono del Oeste (Big Sandy, Cold Springs, Northfork, Table Mountain y Tule River).
El lago Mono
Todavía en estado precario debido a los daños irreparables sufridos en las últimas décadas, el pequeño lago ha aumentado su nivel en los últimos años, debido a una política de conservación más decidida y coherente.
El 1 de enero de 1972, justo un siglo después de que Mark Twain describiera sin piedad el paisaje desnudo del lago, Clint Eastwood estrenaba High Plain Drifter (traducida como Infierno de cobardes en España, y La venganza del muerto en Hispanoamérica), un western dirigido y protagonizado por él, en el que aparecían el lago y las montañas desnudas que lo circundan. Otro homenaje a un paisaje áspero y sólo digno de representar a otro planeta o acaso el decorado de un western de Clint Eastwood.
Tres años más tardes, la banda inglesa de rock progresivo Pink Floyd publicaba su noveno álbum, Wish You Were Here, una de las bandas sonoras de los primeros años de mi adolescencia, al convivir en la misma habitación con un hermano mayor interesado por la música. Los últimos años de educación primaria y los primeros del Bachillerato suenan un poco al mencionado grupo, por decisión fraternal unilateral.
No hay más relación entre el disco de Pink Floyd y la película de Eastwood o el libro de Twain que, claro, una cierta reverencia estética hacia la dureza del lago Mono. El elepé incluye un libreto diseñado por Stom Thorgerson, en una de cuyas imágenes se observa a un nadador sumergiéndose de cabeza en un lago, con varias torres de toba calcárea en un fondo con aire psicodélico. Cosas, claro, del lago Mono, donde se tomó la imagen.
Triste historia del lago Mono en el siglo XX
Las marcianas -o psicodélicas- torres de toba calcárea que se observan en el lago Mono no habrían quedado al descubierto de no ser por la gestión del lago por parte de las autoridades de California durante el siglo XX, que produjeron un drástico descenso de su nivel de agua, con el consecuente daño a la biodiversidad de la zona.
Como si se tratara de una alegoría de la relación entre la sociedad industrializada y en crecimiento continuo del siglo XX y la naturaleza, una dialéctica a menudo ausente de la ética de la conservación, el lago Mono estuvo a punto de desaparecer.
El motivo: hasta los años 80, cuando el lago alcanzó su punto más crítico, era más importante asegurar el acceso a agua barata en la conurbación de Los Ángeles y su zona de influencia que preservar el equilibrio natural de un áspero lago salado retratado sin compasión por Mark Twain, la antítesis del bello y “rico” Parque Nacional de Yosemite.
La dialéctica entre la sociedad industrial y el apartado lago Mono empieza en 1941, cuando el Departamento de Aguas y Electricidad de Los Ángeles inició el trasvase de aguas desde los caudales fluviales que lo alimentan, unas 350 millas (560 kilómetros al sur), debido a la creciente demanda hídrica de una ciudad en pleno boom, propulsado por la industria de Hollywood, la demanda industrial generada por la II Guerra Mundial y la agricultura.
Privado de sus fuentes de agua dulce, el volumen del lago Mono pronto se redujo a la mitad, a la vez que se duplicaba su salinidad. Al tratarse de un cambio tan radical y rápido, el ecosistema del lago y su zona de influencia natural empezó a derrumbarse. Las fotos tomadas en 1962, sólo 21 años después de que Los Ángeles empezara con el trasvase, el lago ya había descendido 7,62 metros (25 pies).
Cambios sutiles para el ojo humano, implacables para la vida
Los pequeños islotes del lago, importantes lugares de anidación para diversas especies de aves, se convirtieron en penínsulas; los nidos fueron pronto presa de mamíferos y reptiles.
Los niveles de algas fotosintéticas, la base de la cadena alimentaria de la zona, se redujeron, a la vez que se deterioraba la capacidad reproductiva de camarones y otros animales. Los ecosistemas que dependían del flujo constante de agua hacia el lago, como los existentes en los pequeños afluentes que desembocaban en él, se empobrecieron en cuestión de años.
Como consecuencia del descenso de las aguas, la calidad del aire empeoró en toda la zona, debido a que el lecho del lago, en descenso, permitió el estancamiento de partículas en suspensión. Ya a finales de los 60, los científicos que visitaron el lago concluyeron que éste corría el riesgo de convertirse en un salado vertedero químico, si no se hacía nada para remediarlo.
La situación no mejoró durante los 70 y 80. En 1995, el lago había descendido 12,20 metros (40 pies) bajo el nivel de 1941.
Los esfuerzos de conservación se iniciaron en 1978, año en que David Gaines formó el Mono Lake Committee, organización que alcanzó los 20 miembros y consiguió el reconocimiento jurídico de la catástrofe medioambiental del lago Mono. Gaines murió una década después en un accidente de tráfico, pero el grupo continuó su actividad.
Sobre actitudes: la importancia del gesto individual
En este caso, una catástrofe no provocada por el vertido de alguna sustancia peligrosa, ni por el desarrollo urbanístico, la minería, la agricultura intensiva, la explotación forestal u otras actividades humanas. Bastó con privar al lago de su fuente permanente de rejuvenecimiento: el agua dulce de sus afluentes.
La conservación del agua en lugares donde los ricos espacios naturales conviven con los paisajes áridos y un clima entre templado y cálido, como California y España, tiene, si cabe, mayor importancia. Consumir menos agua potable supone, a menudo, contribuir directamente a los esfuerzos de conservación de lugares tan únicos como el lago Mono, en California; o las Tablas de Daimiel, en la provincia de Ciudad Real, Castilla-La Mancha, España.
La dialéctica entre la necesidad del acceso a los recursos por parte de las sociedades industrializadas y la conservación de los ecosistemas más importantes no es la excepción. Hay miles de “casos Mono Lake” en todo el mundo. Pocos son acaso reconocidos como problemas medioambientales.
Me pregunto qué piensan los habitantes de las reservas de nativos americanos Mono acerca de la evolución del lago en el siglo XX y la oportunidad, en el XXI, de que vuelva a sus niveles anteriores a los trasvases, reduciendo la salinidad del agua. Convirtiendo esta vez las penínsulas en islotes. Logrando el retorno de las aves que allí anidaban, a salvo de nuevo de predadores.
Seguramente, su mensaje de conciliación y bienvenida no sería compartido con quienes malgastan agua al sur de California.