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Incendios que se apagan en invierno: gestión forestal y clima

Guardas forestales, bomberos y habitantes rurales comparten un dicho que condensa en una frase el principio de una gestión forestal a largo plazo: los incendios se apagan en invierno. Sin la limpieza del sotobosque, la tala selectiva y el mantenimiento de los cortafuegos durante los meses menos calurosos, cualquier incendio en verano multiplica su virulencia.

Los incendios se apagan en invierno, con una buena planificación unida a la concienciación de administraciones y lugareños; pero una infinidad de condicionantes repercute también sobre el riesgo y la virulencia de los incendios, desde las temperaturas medias al alza al descenso de las precipitaciones y de la nieva en las montañas, cuyo deshielo contribuye menos a mantener niveles de humedad pretéritos en laderas y valles.

Cartel promocional de «Tasio» (1984), primer filme de Montxo Armendáriz

La política forestal a gran escala también contribuye a regular incendios: promover bosques con un único tipo de árbol para favorecer la explotación maderera reduce la biodiversidad en el territorio y aumenta el potencial de de combustión cuando las especies favorecidas son especialmente proclives a desecar acuíferos y arder con facilidad.

La sombra del ciprés es alargada (y no arde)

En sentido opuesto, hay especies arborícolas consideradas ignífugas, o de difícil combustión, capaces de sobrevivir a grandes incendios prácticamente intactas. Es el caso del ciprés mediterráneo, cuyo nombre científico, Cupressus sempervirens, se ajusta a la perfección a la incombustibilidad de la especie.

Otras especies —precisamente, las que más crecieron en las últimas décadas— acrecientan el riesgo. Es el caso de dos especies presentes en los monocultivos forestales en la península ibérica, el eucalipto —presente en la costa Atlántica y promovido por la industria de la celulosa— y el pino —cuya resina es más inflamable que la de robles, encinas, alcornoques y otras especies autóctonas—.

Los bosques con mayor biodiversidad son también los que mejor resisten al fuego y los que mejor soportan condiciones extremas como períodos de sequía, durante los cuales el agua subterránea y la humedad ambiental constituyen factores esenciales de supervivencia.

A diferencia de lo que pudiera creerse, los bosques aumentan su superficie en los países más desarrollados. Entre 1990 y 2015, los bosques han avanzado de manera espectacular en la mayoría de países europeos, con la excepción de Portugal y la región de los Balcanes.

Aumenta la masa forestal, no la calidad de los bosques

El incremento de la masa forestal en Europa, Norteamérica, Japón y Oceanía se debe a una combinación de factores de gestión del territorio, de regulación, demografía, modelo económico y clima.

Los subsidios locales y europeos, así como la expansión de modelos de explotación maderera más selectivos y sensibles a la biodiversidad (el alcornoque en el sur europeo, los bosques gestionados según certificaciones de sostenibilidad FSC en el resto del continente), garantizan la continuidad de políticas cuyo escrutinio a gran escala no coincide siempre con la realidad en el territorio: los bosques autóctonos son más costosos y difíciles de explotar, y la tendencia a promover monocultivos sigue presente en países que padecen las consecuencias de políticas forestales erráticas emprendidas durante décadas.

En Portugal y España, la expansión de los bosques no ha ido siempre acompañada de una gestión capaz de comprender la realidad del fenómeno. En Portugal y Galicia, la abundancia de minifundios y la despoblación de zonas rurales contribuyeron a que muchas familias sustituyeran explotaciones agrícolas de subsistencia por bosques de eucalipto, con consecuencias para acuíferos y la temporada de incendios.

En el resto del territorio ibérico, la expansión forestal va igualmente asociada a la replantación de especies especialmente combustibles distribuidas según criterios poco atentos a especies y clima local.

Un plan ruinoso a largo plazo: la reforestación franquista

Desde 1940, el franquismo implantó su política estatista de obra pública destinada a afianzar su popularidad en una España rural que iniciaba su emigración en masa hacia las zonas metropolitanas de Cataluña, Madrid y el País Vasco.

A inicios de la autarquía y hasta los últimos años del franquismo, marcados por el reingreso en la ONU en 1958 y el impulso industrial y turístico del desarrollismo, el Plan Nacional de Repoblación plantó más de 2,5 millones de hectáreas de bosques, o cerca del 50% previsto en los planes iniciales.

Los números fríos del franquismo no pueden ocultar la realidad en el territorio: siguieron retrocediendo los bosques autóctonos, mientras la repoblación tenía lugar con pinos de especies foráneas de rápido crecimiento que, sin embargo, ardían con mucha mayor facilidad y virulencia que los bosques autóctonos.

Pese al tan promovido Plan Nacional de Repoblación, la superficie boscosa descendió en España entre 1961 y 1976, y la biodiversidad de los bosques se empobreció, con bosques de pinos y eucaliptos sustituyendo a bosques más complejos y diversos, conformados por robles, hayas, alisos, castaños, abedules, sabinas, quejigos, encinas o alcornoques.

En ese período, se plantaron 1.473.575 hectáreas de bosques poco diversos y proclives a los incendios, mientras se destruyeron 3.138.000 hectáreas de bosques diversos. Un negocio nefasto para la biodiversidad, y una bomba combustible de efectos retardados enviada al futuro, que hoy confirma sus consecuencias.

La fácil combustión de las especies adoptadas

La «repoblación», asociada por el franquismo a la construcción de tierras de regadío, cooperativas agrarias y embalses, una política populista promovida por la dictadura, se planificó desde los despachos y careció de un asesoramiento adecuado a las necesidades de biodiversidad de cada lugar.

Como consecuencia, los incendios de bosques de pinos y eucaliptos son fenómenos hoy interiorizados por la opinión pública con cierto fatalismo, como si cualquier bosque ardiera del mismo modo y con la misma facilidad.

En la mitad norte portuguesa, dominada por los minifundios, el fenómeno es, si cabe, todavía más crudo que en España, donde permanecen amplias zonas boscosas autóctonas de distinta naturaleza: bosques templados (propios de la región eurosiberiana), bosques mediterráneos, bosques de ribera y fondo de valle, y bosques bajos de zonas áridas.

La Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea ha promovido hasta ahora la expansión de los bosques y, si bien el esfuerzo para estudiar la biodiversidad en cada región ecológica europea contrasta con la promoción de monocultivos de fácil combustión y rápido crecimiento y fácil explotación del desarrollismo de antaño, el riesgo de desconexión administrativa entre datos fríos y realidad sobre el terreno perdura con toda su crudeza.

El trágico incendio de Gran Canaria amenazaba con extenderse a todas las zonas boscosas de la isla y permanecer activo durante semanas, dadas las dificultades para acceder al terreno y el reto logístico de proporcionar los medios necesarios a un territorio español (y de la UE) alejado del continente. Sólo las lluvias persistentes durante la última semana de agosto permitieron aplacar el incendio.

Entre la fragilidad localizada y la resiliencia

El carácter remoto y la insularidad de Canarias pone a prueba las declaraciones de intenciones de la política forestal y la lucha contra incendios tanto de Canarias como de España y la UE: los bosques autóctonos protegidos por su endemismo y biodiversidad, pueden arder también cuando el tiempo, la orografía y los medios a disposición juegan en contra.

En Gran Canaria, el 80% del bosque arrasado por las llamas formaba parte de alguno de los espacios naturales protegidos de la zona.

El bosque europeo y de regiones administrativas que dependen de los miembros de la UE, mantiene su diversidad, si bien comparte una característica común: éste conforma un mosaico modelado a gran escala por el ser humano desde la Antigüedad (sólo un 4% de los bosques no han sido afectados o moldeados por la acción humana).

Según un informe de François Negre para la política agrícola común, los bosques europeos cubren de la UE cubren 182 millones de hectáreas, o un 5% de la superficie forestal mundial.

Los 6 países con mayor superficie forestal (de mayor a menor cantidad: Suecia, Finlandia, España, Francia, Alemania, y Polonia) concentran dos tercios de la superficie forestal total de la UE, y la mayoría de los bosques de la Unión Europea están en manos privadas (un 60%, por un 40% de bosques de titularidad y gestión públicas).

El bosque como reserva climática, cultural, turística, económica

La escala de estas cifras obvia la necesaria atención a la realidad e idiosincrasia de cada región climática y de biodiversidad, y el carácter privado de algunos de los bosques más emblemáticos obliga a establecer políticas de incentivos (de carácter positivo —subsidios, beneficios de explotación, etc.— y negativos —refuerzo sobre el terreno de un marco regulatorio preciso y estricto—) para que la gestión forestal a largo plazo consolide y aumente la biodiversidad, además de facilitar el trabajo de explotación sostenible (en la que también se incluye el turismo rural) y lucha contra incendios.

Clima, suelo, altitud y topografía definen unos bosques europeos muy diversos que, sin embargo, constituyen una región interdependiente, tal y como se observa en fenómenos como la migración estacional de aves desde la estepa rusa, Escandinavia, Europa Central y las zonas de lagunas y marismas del sur del suroeste del continente, desde la Camarga francesa (Provenza) a Doñana, en Andalucía.

Si apenas el 4% de los bosques europeos permanecen ajenos a grandes transformaciones humanas, un 8% constituye el otro extremo del espectro y se corresponde con plantíos dedicados a la explotación forestal, mientras el resto se integra en un cajón de sastre denominado «bosque seminatural», o moldeado por la actividad humana, si bien en ellos domina la gestión ocasional, con fenómenos como la acumulación de vegetación de fácil combustión en el sotobosque y la dejadez de infraestructuras de prevención como cortafuegos.

De 161 millones de hectáreas forestales (1,6 millones de kilómetros cuadrados, o el 15% de toda la superficie del continente —incluyendo Rusia y el Cáucaso—, que comprende 10,18 millones de kilómetros cuadrados) de bosque en sentido estricto en el territorio de la UE, 134 millones pueden explotarse para producir de madera, bajo condiciones que regulan este uso.

Reminiscencias de la filoxera

La mayor parte de la madera retirada de bosques seminaturales privados y públicos, un 42%, se destina a producir energía en plantas de biomasa; la madera de mejor calidad, un 24% del total, se destina a los aserraderos, mientras el 17% se transforma en pasta de papel, y el 12% se destina a producir paneles.

Pero la salud, limpieza y biodiversidad de los bosques de la UE también proporciona otros beneficios económicos, directos e indirectos, sujetos a regulaciones específicas: la caza y el turismo rural; la trashumancia y la explotación de productos derivados ajenos a la tala y transformación de la madera —corcho, resinas—; así como la recolección de alimentos silvestres apreciados en las industrias de la restauración y alimentaria (setas, bayas, hierbas medicinales, etc.).

Los bosques de la Unión Europea no son ajenos a fenómenos asociados al aumento de acontecimientos de clima extremo tales como sequías, inundaciones y temporales, aumento de las temperaturas y una de sus principales consecuencias, el aumento del número e intensidad de los incendios.

Estos factores, denominados abióticos (de naturaleza física o química) no son los únicos riesgos, pues tanto fragmentación del territorio como las plagas de insectos, la sobrepoblación de determinadas especies sin predadores (como los cérvidos) y las epidemias fúngicas amenazan también a especies y bosques determinados.

En Norteamérica, un hongo especialmente agresivo llevó al castaño autóctono al borde de la extinción, lo que rememoró episodios históricos como la plaga de la filoxera sobre la vid europea, que a finales del siglo XIX transformó la industria vinícola; las variedades de vid europea sólo pudieron salvarse a través de su injerto sobre cepas procedentes de Norteamérica, inmunes a la epidemia.

En cuanto al hongo del castaño, se trata de una variedad originaria del sureste asiático introducida en Europa y Norteamérica en la década de 1990, con consecuencias dramáticas en el caso estadounidense, que ahora empiezan a superarse gracias a una variante híbrida inmune a la infección; esta estrategia de ingeniería genética para proteger las variedades de castaño incapaces de combatir la infección fúngica evoca, una vez más, el episodio de la filoxera.

Bosques vulnerables a sequías y especulación

Los riesgos físicos y biológicos a los que se enfrentan los bosques europeos y del resto del mundo obligan a coordinar estrategias que mantengan alineados los esfuerzos e intereses de los distintos niveles de administración (desde la local a la europea —la primera, conocedora del terreno y sin recursos; la segunda, alejada del territorio y presta a conceder subvenciones—), para así evitar tanto los incendios endémicos como bosques carentes de biodiversidad y atestados de abundantes rastrojos de fácil combustión en el sotobosque.

Los síntomas sobre lo que puede ocurrir en el futuro, si la prevención contra incendios (tala selectiva, limpieza del sotobosque, mantenimiento de cortafuegos, medios locales de respuesta rápida) perdiera su carácter estratégico en la UE, están presentes en otras zonas del mundo:

  • los fuegos en el Oeste estadounidense han aumentado en frecuencia e intensidad;
  • amplias zonas próximas al Círculo Polar Ártico (el norte de Escandinavia, Siberia, Alaska) experimentan fuegos difíciles de gestionar debido a su carácter remoto y a su magnitud;
  • en Brasil, un viejo sueño de la extrema derecha del país («civilizar» el ecosistema de transición del Cerrado —en Mato Grosso y otros estados del interior—, y la región selvática del Amazonas a expensas de la riqueza maderera y la biodiversidad, para que ciudades como Manaos no sean la excepción de la cuenca del mayor río y pulmón planetario, sino la nueva norma), se topa con la poco disimulada connivencia de la Administración de Jair Bolsonaro, dispuesto a imitar la improvisación y el clientelismo de la Administración de Donald Trump.

Hasta el 15 de agosto, se habían registrado 3 veces más incendios en la UE que durante la temporada de mayor riesgo de 2018.

Las estimaciones no son halagüeñas para las próximas décadas; a juicio de un estudio coordinado por investigadores españoles y publicado en Nature en 2018, el riesgo de incendios aumentará el 40% en la región mediterránea de la UE, si las temperaturas globales se estabilizan en 1,5 grados Celsius por encima de las temperaturas preindustriales (un dato cada vez más plausible).

El aumento de la resiliencia forestal es una apuesta estratégica para la Unión Europea, que requerirá tanto políticas públicas efectivas como acciones que se traduzcan en actividad rápida y efectiva a pie de sotobosque, allí donde sea necesario y cuando sea necesario.

Medidas administrativas y a pie de bosque

Cerramos con dos ejemplos sobre lo que debería constituir la respuesta contra las amenazas a la diversidad biológica forestal europea, cada uno de ellos en los extremos de la escala de acción coordinada para las próximas décadas.

Primer ejemplo, en este caso todavía en forma de propuesta: el comisario europeo de Agricultura y Desarrollo Rural, Phil Hogan, ha propuesto una nueva ayuda de la PAC que podría interesar a ganaderos, propietarios rurales y consistorios. Quienes reforestaran una hectárea de terreno con especies locales y suficiente biodiversidad, recibirían un pago anual de la UE.

Segunda medida (esta vez, en forma de prueba piloto): afectada por una realidad de minifundios que apostaron durante décadas por la explotación forestal para pasta de papel mediante plantaciones de eucaliptos, la administración portuguesa ha experimentado esta temporada estival con una acción «low tech» de comprobada efectividad para la limpieza expeditiva del sotobosque con mayor riesgo de combustión.

La medida —de la que se hacen eco medios como el New York Times— consiste en distribuir una cincuentena de rebaños de cabras (10.800 animales en total) por todo el territorio.

El apetito de los animales (prestos a engullir incluso arbustos leñosos), asistiría en una tarea de mantenimiento forestal que, en el caso portugués, obligará a las administraciones a coordinar cualquier acción con miles de pequeños propietarios. En España, el caso gallego es muy similar; no estaría de más hacer un seguimiento al experimento puesto en práctica al otro lado del Miño.

Cuando el fuego regenera

Tal y como explica el conservacionista estadounidense Aldo Leopold en su ensayo A Sand County Almanac, los incendios —ocasionados o no por humanos— forman parte de la regulación forestal ancestral, si bien existe una diferencia crucial que hemos dejado de comprender: del mismo modo que no todo incendio es catastrófico, no todo incendio es regenerador.

El editor y ensayista Stewart Brand, autor de Whole Earth Discupline y fundador de la Fundación Long Now, ha entrevistado al profesor de la Universidad de Arizona y experto en historia medioambiental Stephen Pyne, a propósito de la aceptación de esta vieja herejía.

En ocasiones, argumentan Brand y Pyne, los incendios no son una catástrofe, sino más bien lo contrario, sobre todo en el contexto de la conservación a largo plazo.

El valor documental de Tasio (1984), primer filme de Montxo Armendáriz, es incalculable, al mostrar las duras condiciones de trabajo de los carboneros tradicionales, aislados en el monte para mantener las carboneras (montículos recubiertos de tierra y vegetación para elaborar carbón vegetal), así como su contradictoria relación con el bosque, que otorga el sustento en silencio y a expensas de la responsabilidad de los carboneros.

Una relación contradictoria que evoca las reflexiones de personajes como el joven Theodore Roosevelt, José Ortega y Gasset y, más recientemente, el biólogo Miguel Delibes de Castro (hijo del escritor homónimo), sobre la caza y la conservación. Aldo Leopold se pronunció de manera similar en el mencionado A Sand County Almanac.

Nuestra responsabilidad: los bosques que plantamos hoy

En el complejo mundo de la gestión forestal sostenible, la percepción de los incendios pasó de considerarse una amenaza universal sin excepciones a, en las últimas décadas, un abanico de eventos distinguibles: hay incendios manejables o incluso prescritos en determinados lugares y circunstancias.

El fuego puede regenerar… a veces.

También puede constituir una oportunidad de regeneración forestal atenta a la biodiversidad de la zona, a menudo abandonada en favor de monocultivos arborícolas: rápido retorno, mal negocio a largo plazo.

Según Aldo Leopold,

«Una cosa está bien mientras tiende a preservar la integridad, estabilidad y la belleza de la comunidad biótica. Está mal, si tiende a hacer lo contrario».