No hay nada del todo fortuito en la evolución de sistemas complejos.
En urbanismo, decisiones sobre movilidad y densidad influyen sobre el uso del espacio público y la experiencia cotidiana de personas que no se plantean hasta qué punto el contexto en que se desarrolla su vida ha sido fraguado por viejas normativas, parcialmente aplicadas a perpetuidad.
El París “intra-muros”, o núcleo histórico de la ciudad con sus distritos numerados en espiral y delimitados por un congestionado perímetro circular viario, el Bulevar Periférico, mantiene un equilibrio entre densidad, uso de los espacios públicos y privados y tráfico rodado, surgido de un modelo ilustrado de ciudad radial con planta reticular.
En las urbes europeas, la ciudad medieval, constreñida por las viejas murallas, aumentó su densidad hasta multiplicar la tensión social y la insalubridad que habían propiciado revoluciones menestrales, burguesas y obreras.
Fundación de Puebla
Las urbes coloniales, por el contrario, sirvieron de campo de pruebas para el diseño de un urbanismo ideal, inspirado en modelos clásicos y renacentistas, y atentas tanto a la preeminencia del ciudadano frente a la autoridad (modelo ateniense), como a la igualdad ante la ley de sus habitantes (según modelos ideales como el expuesto por Tomás Moro en Utopía, a partir de sus viajes a ciudades renacentistas en Italia y Flandes).
Las potencias europeas erigirían sus urbes racionales lejos de Europa, donde autoridades religiosas y políticas —casi siempre venidas de la metrópolis— sustituirían la labor pública del ágora ateniense.
En Europa, se destruirán callejas inseguras para que plazas, parques, fuentes, calles mayores y ensanches de diseño geométrico, alberguen a la clase media incipiente.
Asimismo, el despotismo ilustrado impulsará ciudades ideales o “de nueva planta” de acuerdo con los ideales ilustrados de defensa militar, comercio o ingeniería social (primeras colonias fabriles, ciudades residenciales, etc.).
Las ciudades coloniales sortearán el hacinamiento y la irregularidad de las ciudades medievales europeas que no habían heredado su plano urbanístico de la Antigüedad clásica, evitando realidades, usos sociales y urbanísticos familiarizados con la densidad urbanística y los edificios de varias viviendas.
El hacinamiento en las urbes todavía amuralladas
En Europa, los bloques o edificios de varias viviendas en los viejos barrios medievales serán sustituidos por sus equivalentes ilustrados, más espaciosos y salubres, preeminentes en el Londres posterior al Gran Incendio (1666) que arrasó edificios de madera y aplicó parcialmente los planes de saneamiento Christopher Wren, la Lisboa reconstruida tras el terremoto 1755, o el París hoy celebrado, surgido entre 1852 y 1870 a raíz de las transformaciones proyectadas por Georges-Eugène Haussman.
La renovación de Roma será uno de los proyectos más prolongados y complejos del urbanismo moderno: nuevos edificios residenciales surgirán no muy lejos de vestigios de “insulae“, o bloques de viviendas de varias plantas que habían alojado a las clases populares e inmigrantes del resto del Imperio en la Antigua Roma.
Los ensanches españoles o italianos surgidos desde finales del siglo XVIII aplicarán en la metrópolis ideas urbanísticas probadas ya con éxito en las urbes coloniales, a menudo más prósperas y cosmopolitas que las ciudades del Viejo Continente alejadas de la Corte o el comercio intercontinental.
Orígenes modernos del edificio residencial
Pese a las nuevas condiciones, que facilitarán la convivencia vertical y evitarán las peores consecuencias del hacinamiento, la propiedad multifamiliar y las pensiones se asociarán al imaginario malsano (el Londres delincuencial que inspiró los penales coloniales en Australia y las novelas de Dickens, el París de La comedia humana de Balzac, con personajes como Vautrin, alias Trompe-la-Mort, fugitivo oculto tras una identidad falsa) y al vagabundeo romántico-bohemio (el paseo flâneur por los bajos fondos, celebrado por Charles Baudelaire en Las flores del mal).
Las nuevas urbes restarán peligrosidad a los centros urbanos de Vautrin y los rateros de bajos fondos que se hacinarán las inmundas prisiones de la época (o serán enviados a una colonia penal: Australia para los británicos y la Guyana para los franceses), ellas mismas en su proceso particular de racionalización, tal y como explorará el filósofo francés Michel Foucault en su ensayo Vigilar y castigar.
the org, a flexible modular system to replace homes for future generations, by florian marquethttps://t.co/IKBIZf7DJ6 pic.twitter.com/PUGpcaanJV
— designboom (@designboom) August 20, 2018
En paralelo, la vida cotidiana de pensiones, edificios de alquiler y edificios de viviendas burguesas inspirará enredos de distinto aire y calibre, desde el costumbrismo ligero al existencialismo para denunciar las condiciones de vida en la ciudad.
Hay un paralelismo inequívoco entre la vida comunitaria de las distintas propiedades multifamiliares en los viejos centros urbanos y los estereotipos sobre la vida en la ciudad que permanecen en el imaginario colectivo, gracias a su representación caricatural en la literatura y los medios audiovisuales.
El bloque de pisos en la cultura popular
Los enredos entre vecinos de la pensión parisina donde vive Papá Goriot (Honoré de Balzac, 1835, La Comedia Humana) entroncan con la atropellada y anodina vida en comunidad de edificios multifamiliares posteriores: el “tenement” destartalado de Nueva York que da su sórdida y perpetua bienvenida a nuevas generaciones de inmigrantes en Manhattan Transfer (1925, John Dos Passos) y Contrato con Dios (1978, Will Eisner); y estos “tenements”, o bloques neoyorquinos, no distan tanto de la vida madrileña en pisos y cuartuchos de La Colmena (Camilo José Cela, 1951), la vida en un edificio parisino cualquiera de La vida instrucciones de uso (Georges Perec, 1978)…
O, por qué no, 13, Rue del Percebe (Francisco Ibáñez, 1961). La tira cómica que nos expone las pequeñas miserias y alegrías surgidas de la convivencia en el interior de un edificio multifamiliar, había sido explorada por el propio Will Eisner en su serie The Spirit.
La televisión y el cine explotarán estos enredos, tanto en Occidente como en el Bloque Comunista y sus apartamentos de enredos sórdidos y “compartidos a la fuerza” (o Kommunalka).
La serie estadounidense Friends o la película francesa L’auberge espagnole, convertida en poco menos que símbolo de la juventud europea del Programa Erasmus, mostrarán la vertiente más comercial e inocua de las dificultades para vivir en el centro de una ciudad vibrante con un presupuesto que apenas cubre el coste de una habitación.
Torres de “cápsulas” y otros conceptos controvertidos
En el siglo XX, la “vivienda social”, concebida por la arquitectura moderna para garantizar una vivienda digna a toda la población, explorará los límites de la planificación centralizada, tanto en el Bloque Soviético como en la zona periurbana de las grandes ciudades occidentales: los bloques de pisos crecerán hasta crear ciudades desgajadas de las viejas urbes, en las que abundarán los desaciertos y apenas habrá aciertos que celebrar.
A partir de los años 60, un puñado de jóvenes arquitectos trataron de relanzar el proyecto común de lograr edificios multipropiedad capaces de popularizar la calidad de vida.
El utopismo de la arquitectura orgánica y metabolista permitirá en ocasiones una evolución del brutalismo hacia modelos de convivencia en edificios-ciudad de concepción experimental: Habitat 67, en las afueras de Montreal (Moshe Safdie, 1967); la Torre de Cápsulas Nakagin, en Tokio (Kisho Kurokawa, 1972); la mole rojiza Walden 7 en Barcelona (Ricardo Bofill, 1970); las Torres Blancas en Madrid (Sáenz de Oiza, 1968); Kubuswonin en Róterdam (Piet Blom, 1984).
En Europa Occidental, la periferia de París (Les Etoiles en Ivry-sur-Seine, Les Orgues de Flandre, Les Damiers, Les Choux de Créteil) y Londres (torre Trellick, torre Balfron, Brunswick Centre, Robin Hood Gardens, etc.) compitieron por erigir los edificios brutalistas más experimentales, a menudo con resultados contradictorios y casi siempre más celebrados por entusiastas de la arquitectura contemporánea que por la población que convivía a diario con las nuevas estructuras, algunas de ellas con la ambición de convertirse e auténticos edificios-ciudad (concepto que el italiano Paolo Soleri, discípulo de Frank Lloyd Wright, había llamado “arcologías“).
¿Dónde están los edificios residenciales osados?
Estos proyectos experimentales de los 60 y 70 mostraban un atrevimiento y una voluntad de experimentación que hoy parecen haberse agotado, tanto entre las autoridades como entre el público, más entusiasmado por modelos de habitación independientes, móviles y a pequeña escala (como el llamado Movimiento de las Casas Pequeñas), que en muestras de arquitectura osada a gran escala capaz de alojar a quienes tienen mayores dificultades para establecerse en el centro o la periferia de las ciudades más dinámicas.
Hoy, las grandes urbes de Norteamérica padecen problemas relacionados con el uso del suelo, la dependencia con respecto a la movilidad privada y la estigmatización de los edificios multivivienda, entre otros fenómenos. Como consecuencia, el acceso a la vivienda en zonas metropolitanas como Los Ángeles o la bahía de San Francisco ha alcanzado niveles hasta ahora desconocidos.
En las grandes urbes europeas, la crisis del acceso a la vivienda toma formas distintas, si bien los edificios residenciales no han perdido su encanto y han sorteado la estigmatización en los barrios más apetecibles.
Las periferias, no obstante, han padecido una degradación y segregación socioeconómica y racial de facto que alcanza niveles difícilmente reversibles en los barrios de HLM (siglas de Habitation à Loyer Modéré, viviendas de protección oficial o “precio controlado” en los países francófonos) de la periferia de París.
Edificios “deconstruidos”
El problema complejo del acceso a la vivienda pasa también —en opinión de arquitectos, diseñadores y entusiastas de la autogestión con los que conversamos en *faircompanies desde nuestros inicios—, por la densificación y los edificios residenciales capaces de alojar a multitud de familias con un perfil cambiante, respondiendo así a familias y asociaciones de convivencia más pequeñas y fluidas.
Las “casas pequeñas” son difícilmente una solución si no mutan radicalmente las leyes y normativas de uso del suelo y zonificación residencial: numerosos espacios públicos urbanos y metropolitanos podrían aclimatarse para alojar de manera temporal a individuos o pequeños núcleos familiares, los cuales podrían sustituir viejos modelos de infravivienda y vivienda informal por “casas pequeñas” y “pods” para descansar o trabajar sobre ruedas.
Estas son, al menos, algunas de las propuestas sobre la mesa de los consistorios dispuestos a escuchar y a arriesgar su imagen ante conciudadanos y electores potenciales.