El mes de septiembre es ideal para coleccionar las primeras entregas de coleccionables de los principales periódicos, que se esfuerzan cada domingo por dar un paquete más voluminoso a los usuarios; todo una montaña de papel por menos de 2 euros.
Si se trata de, pongamos, el día de lanzamiento de una nueva enciclopedia, una colección de películas, un curso de inglés por entregas o la reedición de la música de un autor o una corriente de autores, el primer domingo no se paga nada.
El comprador fiel -el que realmente se lee el periódico, aunque sólo sea el domingo- tiene que hacer de sherpa por el centro de la ciudad, haciendo malabares para que nada caiga al suelo, como un forzado aprendiz de mimo que quiere, con su truco cómico del domingo por la mañana, convertirse en una estatua humana más en la Rambla de las Flores-Souvenirs.
Coleccionador accidental de primeras entregas de colecciones y fascículos varios
En algún que otro septiembre he tenido la sensación de ser un coleccionador de primera entrega de fascículos, un juego de incentivos en el que los diarios generalistas han caído hace años. Es un buen modo de aumentar la tirada con coleccionadores de fascículos que actúan de modo contrario a los lectores.
Se deshacen del diario y se quedan con el magnífico primer número de la última colección para el mes de septiembre.
En ocasiones, cuando se trata de un enorme carpesano, un tomo enciclopédico o un fascículo empaquetado con la revista que acompaña el diario, me veo obligado, como estoy seguro de que ocurrirá a otros lectores de cualquier diario en los domingos, a guardar semejante salvajada de papel, cartón y plástico. La experiencia me dice que ocurre lo mismo en otros países.
Ir a la primera papelera y descargar el medio kilogramo de papel o plástico recién salido de la imprenta parece una metáfora de la sociedad en que vivimos. “Oiga, yo sólo quería el diario y la revista que lo acompaña, si es posible sin encartes, colecciones, fascículos y demás ‘regalos’ de la marca.”
Las empresas que dominan con maestría el arte de los fascículos y el atractivo de su envoltorio (el sector del “packaging” mueve sólo en España 9.000 millones de euros anuales y es uno de los principales sectores productivos de Cataluña), conocen a la perfección la psicología de consumo de sus clientes potenciales. Faltaría más.
Septiembre es el mes elegido. La lista de buenas intenciones que pretendemos cumplir sólo es comparable a la que iniciamos, con disciplina calvinista, en enero. En febrero, ya ni nos acordamos.
Un septiembre de buenas intenciones: dejo los fascículos
Si pude dejar de fumar hace dos años, tengo confianza en poder cumplir con éxito la primera buena intención de la temporada: no más fascículos que acompañen el diario de los domingos. Conozco mis limitaciones y no creo que vaya a destinar un sólo euro a la segunda entrega de una u otra colección, por mucho que forme parte de su “público objetivo”.
El soporte físico tiene un valor innegable y es difícil renunciar al periódico de los domingos y consultar las noticias únicamente a través de Internet, como muchos hacemos cotidianamente desde hace ya casi una década. Un café en una terraza, un día más o menos despejado de septiembre u octubre y hala, a disfrutar un rato.
Un diario dominical, en mi opinión, sería perfecto si estuviera trufado de buenos artículos y reportajes; algunos de ellos con un cierto tinte optimista, otros con un irredentor espíritu crítico, alguna buena crónica deportiva (a falta de las de Vázquez Montalbán, un Pàmies puede servir, más o menos) y una sección de política local y nacional lo más escueta posible, debido a que un menor número de páginas garantiza al lector una menor contaminación.
A medio año de las elecciones, la cosa política vuelve a ser poco recomendable, en la vida real y en la lectura que de ella hacen todos los periódicos. Hay, claro, periódicos que se pueden leer sin dolor, mientras otros rotativos de gran tirada llegan a provocar ese desafecto que a veces deja sin respiración.
Volviendo al tema de los fascículos en septiembre, dejaré a partir de ahora esos fardos de propaganda y regalos de primera entrega que los periódicos financian con publicidad.
Segunda buena intención: comer bien y barato (trazabilidad mediante)
La trazabilidad es una buena idea. Conocer la “trazabilidad” de un producto implica:
- Saber de dónde viene y por dónde ha pasado, quién y cuándo lo ha producido, así como todos los elementos relacionados con su producción.
- Una trazabilidad aplicada como norma a todos los productos y servicios nos podría contar, si estamos interesados, si el plato que comemos en un restaurante está confeccionado con productos naturales y locales, o si la fruta que compramos para hacer la papilla de nuestro bebé es orgánica y procede de una granja próxima.
- Conocer la trazabilidad de un producto permite escoger lo que queremos comer.
En Barcelona, ir a comprar puede ser una experiencia muy agradable. Los mercados de barrio han sido respetados e incluso impulsados por la política local, de manera que uno sólo puede quejarse de los precios. Comprar en la Boqueria, Santa Caterina, el reestrenado Mercat de la Barceloneta o cualquiera de los otros mercados de barrio (muchos de ellos con precios más razonables que los de Ciutat Vella y sin aglomeraciones turísticas) de la ciudad.
Así que, si se puede, uno intentará, a partir de mañana:
- Pasárselo bien cuando va a comprar, ponderar los productos locales y de temporada. Es algo que ya hago, más o menos.
- A poder ser, ahorrar lo que se pueda y negarse a pagar un dineral por una manzana mustia con la etiqueta de “orgánica” que proviene de Chile y ha viajado más que cualquiera de sus compradores. Es una experiencia personal. La manzana orgánica y mustia de Chile me persigue en sueños. No diré lo que me costaron las tres o cuatro que compré, para que no se me confunda como habitante de Londres.
- Además de trazabilidad, origen local, de temporada y con un precio razonable, tengo -tendré- en cuenta su cultivo orgánico, a poder ser refrendado con un sello reconocible (CCPAE, Agricultura Ecológica, etcétera).
Desgraciadamente, el modelo de comercialización de los alimentos en Europa y en el resto del mundo complica esta idea. Conocer la trazabilidad de los productos que uno compra a diario en el mercado es más difícil de lo que parece.
No basta con mirar las etiquetas o preguntar a quien nos vende el producto. A no ser que sepamos a ciencia cierta que éste o aquél producto provienen de un lugar determinado del que conocemos los procedimientos de cultivo o cría.
Mi segunda buena intención a finales de septiembre de 2007 es comer bien y barato a partir de ahora. No es que crea que actualmente no como bien y lo más barato posible, aunque he de reconocer que no sé de dónde procede la fruta o la verdura que compro regularmente. También desconozco que tipo de pesticidas y fertilizantes se emplean en su producción.
Hay establecimientos que se han tomado en serio la aplicación de un sistema homologado de trazabilidad para todos sus productos. Voy a intentar conocer no sólo el aspecto, precio y lugar de procedencia de un producto, sino también el resto de sus atributos.
Entre las razones de peso que se me ocurren, destacan dos:
- Reducir la carga tóxica en mi vida diaria (parece una buena idea, después de leer que Barcelona es una de las ciudades más contaminadas del mundo; en Barcelona no tenemos esta sensación, aunque parece que la disposición de la ciudad, que provoca que su aire se estanque con facilidad entre las montañas y el mar, hace que no sea del todo sano, por ejemplo, ir en bici por la Avinguda Diagonal.
- Asegurarme de que reduce la carga tóxica de mi familia. No podemos controlar si llueve o no, o si hay más atascos en el centro de la ciudad o no, pero sí tenemos capacidad de decisión para disminuir otros factores de riesgo para nuestra salud y calidad de vida (esta oración suena a revista de fomento de la vida sana o a prospecto de Ceregumil, pero es básicamente lo que quería decir, así que la dejo como está).
Leo en un folleto difundido en los típicos saraos organizados por ayuntamientos y empresas que se han volcado con la impresión de folletos sobre sostenibilidad (en papel gordote y de buen gramaje, claro): “¿Cómo conocer las frutas y las verduras ecológicas? Por la medida, el color y brillo, el gusto… Y el sello, claro”.
No es tan fácil como lo expuesto en el folleto en cuestión.
Tercera buena intención: prescindir de productos de limpieza peligrosos
Tras elaborar para faircompanies el artículo sobre limpieza ecológica, me he puesto manos a la obra con este tercer buen propósito de la temporada.
Conocer a fondo la actual política de desarrollo de producto de los principales fabricantes de productos de limpieza pone los pelos de punta. Uno se pregunta, tras informarse concienzudamente, qué nos hemos perdido en toda esta historia y qué tenían de malo el jabón de lagarto y sus alternativas caseras.
Sin que nunca se nos haya preguntado o avisado con la contundencia necesaria, muchos de nosotros contribuimos a la contaminación de nuestra casa cuando empleamos productos de limpieza y pesticidas para las plantas del balcón o terraza.
Si el aire está contaminado en las casas de Barcelona, estudios de la EPA muestran cómo el interior de los hogares está en ocasiones varias veces más contaminado que el exterior. Todo gracias a los milagrosos productos de limpieza con abrillantadores, ftalatos y otros riesgos potenciales para mujeres embarazadas, bebés, niños e incluso adultos.
No me he vuelto loco. Quien tenga un rato para echar un vistazo a los posibles efectos perjudiciales de los siguientes aditivos (empleados cotidianamente por los fabricantes en los productos de limpieza convencionales más conocidos), podría interesarse de repente por la química aplicada:
- Acetona: neurotóxico irritante.
- Ácido fosfórico: extremadamente corrosivo. Afecta a hígado, sistema nervioso y gastrointestinal.
- Etoxilato nonilfenol: disruptores hormonales. No tan agradables como la primavera.
- Formaldehído: cáncer y daños en ADN.
- Cloruro de metilo: cancerígeno, neurotóxico.
- Monortilamina: afecta a hígado, riñón, aparato reproductivo y causa depresión.
- Morfolina: corrosiva. Puede dañar piel y ojos.
- Naftalina: tóxica para el aparato reproductor.
- Para diclorobenzeno: de la misma familia que el DDT. Cancerígeno y afecciones en pulmones, hígado y riñones.
- Sodio dicloro isocianuro dihidrato: irritante respiratorio, de la piel y los ojos.
- Hipoclorito de sodio (lejía convencional): corrosivo.
- Tolueno: afecta a hígado, riñones y cerebro.
- Trementina: provoca alergia y afecta a riñón y sistema nervioso central.
En casa evitamos la limpieza en seco por incluir en el precio sustancias parecidas. Sorprendentemente, hemos encontrado productos de limpieza ecológicos y a un precio razonable.
Es suficiente para un domingo. Aunque siempre podría haber incluido un par de buenas intenciones más: el usar productos de higiene personal sin aditivos peligrosos y ropa confeccionada con tejidos orgánico. Claro que, en domingo, la higiene personal y el vestir tienen una importancia relativa, incluso en plenas fiestas de la Mercè.
Sigo echándole un vistazo a los productos que rodean mi vida cotidiana. En unos días, más.