La carrera por acaparar los recursos de la región más fría del hemisferio norte se calienta al ritmo de sus aguas, que a este ritmo dejarán el Ártico sin hielo en el verano de 2040.
El Ártico es la región del planeta donde los efectos de la actividad humana sobre la atmósfera han provocado la transformación más espectacular.
A diferencia de Groenlandia y la Antártica, que concentran en sus glaciares la mayor parte de las reservas de agua potable del mundo, el hielo del Ártico había mantenido a los poderosos vecinos de su perímetro en Eurasia y Norteamérica en una posición expectante, a la espera de que el clima y los equilibrios geopolíticos facilitaran un futuro extractivo.
Las atribuciones del Consejo Nórdico
La región del Ártico está compuesta por 8 Estados con derechos y privilegios equiparables -sobre el papel-. Además de Estados Unidos (Alaska) y Rusia, administran la región Canadá (Territorios del Noroeste, Nunavut, Yukón) y los países escandinavos (Consejo Nórdico): Dinamarca (a través de Groenlandia e Islas Feroe), Suecia, Finlandia, Islandia y Noruega. Varios países asiáticos y europeos son observadores sin pleno derecho.
Desde 1996, los 8 países se reúnen en el Consejo Ártico para, oficialmente, coordinar políticas medioambientales y cooperar con información científica sobre, entre otros fenómenos, el deshielo acelerado de la capa de hielo en la región (el hielo es cada vez menos extenso, más joven y fino).
Otros intereses imponen sus agendas de manera más velada, pasando de la especulación sobre cómo repartir y explotar sus recursos. Como cualquier otro organismo fundado sobre buenas intenciones y cláusulas de protección de comunidades indígenas, fauna y biota de la región, sus reuniones recogerán las buenas intenciones y decisiones inocuas.
Oro, pieles y marfil: la vieja mentalidad de la fiebre del oro
Mientras tanto, otros eventos Estados árticos y potencias no árticas interesadas en operar en la región, así como empresas de explotación de recursos, acudirán a las reuniones donde se dirimirán nuevas rutas de comercio mundial: de momento, Canadá, Estados Unidos, Rusia y Noruega se han enfrascado en tensas negociaciones para delimitar aguas territoriales de aguas internacionales: el objetivo es crear y controlar el primer paso de la historia que conecte el transporte de mercancías y energía entre los océanos Atlántico y Pacífico.
Al fin y al cabo, la humanidad no es tan original. Lo que más interesa del deshielo del Ártico es el beneficio utilitarista: “encontrar” al fin el mítico Paso del Noroeste que enfrentó a las potencias europeas durante el reparto de Norteamérica, y condujo a Estados Unidos a comprar Alaska al imperio ruso en 1867.
La frágil tregua política alrededor de la Antártida carece de equivalente el Polo Norte, y la carrera científica y exploratoria de la Guerra Fría ha cedido el terreno en las últimas décadas a una carrera de pequeños y grandes “pioneros” con una mentalidad que no ha cambiado tanto desde la fiebre del oro californiana o la de Klondike (acaecida en el noroeste de Canadá, al este de Alaska, en el Yukón) o las expediciones de cazadores de pieles rusos a lo largo de la entonces casi inexplorada costa del Pacífico de Norteamérica.
Fauna ártica, conservación y plutocracia extractiva
La lucha por la supervivencia de osos polares y el resto de la fauna del Ártico será bien documentada, con transformaciones ya en marcha en el frágil ecosistema de bosques boreales, tundra y taiga, de los que dependen renos y caribús, zorro ártico, lobo ártico, buey almizclero, búho nival y otros animales que han evolucionado en un Ártico con ciclos estables de hielo y permafrost.
El oso polar y los mamíferos marinos, adaptados al Ártico helado y acostumbrados a cazar desde la consistente superficie helada del océano Ártico, ya bregan con las consecuencias directas del deshielo, pero tras el interés público de los escasos símbolos identificables de la región se ocultará la verdadera lucha, en forma de carrera por gestionar y explotar recursos.
La connivencia entre personajes de la Administración de Donald Trump y el gobierno oligárquico de Vladímir Putin (sobre todo, su Secretario de Estado, Rex Tillerson, un ex ejecutivo de la industria petrolera con estrechos lazos en la administración y compañías energéticas rusas), augura una aceleración del proceso de explotación del Ártico, y un futuro próximo con estíos sin hielo a lo largo de las cuencas de Siberia y Norteamérica es una transformación positiva para quienes conciben el colapso del Ártico helado como un fenómeno climático positivo.
El conseguidor
Explotar los recursos del Ártico es un viejo sueño en ciernes, y tanto los gobiernos involucrados como las compañías mejor posicionadas han procedido con sigilo público para concentrar la opinión pública en otras realidades cambiantes.
Pero la carrera de posicionamiento en el Ártico, ya de por sí acelerada desde el colapso de la Unión Soviética y la consolidación de la industria energética en este país, es ahora una competición en abierto debido precisamente al fenómeno climático que científicos a sueldo y escépticos del cambio climático -próximos tanto a la Administración de Putin como a la nueva Administración estadounidense, como demuestra la presencia del “conseguidor” Rex Tillerson- niegan una y otra vez: los efectos del cambio climático.
El calentamiento de la atmósfera y los océanos han debilitado el hielo del Polo Norte de manera visible, y el retroceso actual convertirá la región en un océano practicable más en dos décadas.
Además de depósitos ya detectados de petróleo y gas natural, el deshielo permanente en los meses calurosos acelerará la exploración del suelo oceánico en busca de reservas estratégicas, capaces de aumentar radicalmente el valor bursátil de las petroleras involucradas en procesos tan opacos como los que relacionan a Rex Tillerson en el acuerdo entre ExxonMobil y el gobierno de Putin para explotar reservas en Rusia. The Atlantic elaboró en enero de 2017 una guía para navegar en las relaciones de Rex Tillerson en Rusia.
Cazadores de colmillos de mamut
Pero los recursos del Ártico no se limitan a la energía. El Ártico concentra vastas reservas de minerales preciados en industrias como la electrónica, pero también minerales tradicionales como fosfato, bauxita, mena de hierro y depósitos de oro, plata, cobre y zinc.
Finalmente, la pesca, el turismo y el desarrollo de proyectos urbanísticos y centro industriales en la región podría acelerarse en el nuevo contexto geopolítico: los gobiernos canadiense y escandinavos, también involucrados en la región, carecen de peso y capacidad de veto para que dos gobiernos de tendencias plutocráticas (gobernados por dos autoproclamados “hombres fuertes” en sintonía, Trump y Putin), antepongan el fin a los medios y faciliten la explotación de la región sin mayores consideraciones regulatorias o medioambientales.
Hemos asistido ya a los prolegómenos de la nueva doctrina Trump en el interés expeditivo -acaso agresivo, con gesticulación en las maneras de proceder y comunicar las decisiones- de la nueva Administración de Estados Unidos por, por un lado, aprobar el controvertido proyecto de oleoducto entre Canadá y el Golfo de México, Keystone XL (rechazado por Barack Obama en 2015); así como limitar los fondos públicos y capacidad regulatoria de la Agencia Medioambiental de Estados Unidos, EPA.
Hasta el momento, los medios de divulgación científica más populares nos han presentado los efectos de la nueva carrera por los recursos de un Ártico sin hielo como una aventura romántica y de exploración etnográfica, donde los viejos cazadores de pieles se han transformado ahora en una nueva suerte de cazadores post-apocalípticos, que parecen salidos o bien del paleolítico o bien de un escenario futuro a medio camino entre el género “space western” y una secuela de Star Wars: son los buscadores de colmillos de mamut del territorio boreal siberiano.
Cuando los renos se adentraron en el hielo
Los colmillos aparecen en lugares como Kotelny, isla perteneciente al archipiélago de Nueva Siberia situada 1.000 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, en el mar de Láptev, Siberia Oriental. Con el deshielo de la tundra y las zonas bajas de las islas, los cazadores se topan con abundantes cuernos de mamut y, esporádicamente, con partes del propio mamut todavía conservadas por el hielo. National Geographic dedicaba un reportaje a este nuevo oficio de los confines de Siberia Oriental en abril de 2013.
La historia del descubrimiento de este archipiélago ilustra la rápida transformación del paisaje septentrional de Siberia Oriental. En 1770, Ivan Lyakhov, un cazador y comerciante de pieles que exploraba Siberia Oriental, observó manadas de renos adentrándose en el mar través del hielo. En 1773, se adentró en la misma localización hacia el norte, descubriendo las islas que llevarían su nombre; al norte de estas islas, encontraron Kotelny (“isla tetera”), de mayor tamaño.
El explorador eligió este nombre al encontrar una tetera de cobre en la isla, propiedad de un explorador previo desconocido, que probablemente habría accedido al archipiélago a pie, siguiendo también la pista de los renos. En la actualidad, el retroceso del hielo en las zonas bajas de Kotelny (Tierra de Bunge, en honor al explorador ruso Alexander von Bunge), un territorio arenoso sin apenas vegetación que se inunda durante las tormentas, ha debilitado hasta tal punto el suelo helado o permafrost (de 400 a 500 metros de espesor en la zona), que quedan a la vista abundantes depósitos del Pleistoceno.
El sueño de crear un parque del Pleistoceno
Otro signo de los nuevos tiempos en el Ártico es el proyecto de Nikita Zimov en Siberia Oriental justo al norte del Círculo Polar: reconvertir la zona de tundra de la región en la gigantesca zona de pastos de finales del paleolítico, y usar técnicas de desextinción (incluyendo edición genética y clonación) para devolver la megafauna de entonces a la zona, incluyendo manadas de mamuts. Ross Andersen lo explica en un artículo para The Atlantic.
Uno de los objetivos del grupo de científicos que sueña con una versión ártica de Parque Jurásico (llevaría el nombre de Parque del Pleistoceno) es crear un bioma capaz de combatir las peores consecuencias del cambio climático. El plan es tan grandioso como ilusorio. Nikita Zimov recuerda que Beringia, el cinturón ártico comprendido por Siberia, Alaska y el Yukón, estaba cubierta durante buena parte del pleistoceno por inmensas llanuras de pastos con abundante megafauna.
Durante el Último Máximo Glacial (hace unos 20.000 años), cuando enormes glaciares descendían hasta el Mediterráneo en Europa y hasta el sur de Estados Unidos en Norteamérica, la denominada estepa de los mamuts era el bioma más extenso del mundo, extendiéndose desde España hasta Canadá y desde las islas del Ártico al sur de la actual China. La biomasa de este territorio, que floreció desde hace 100.000 años hasta hace 12.000 años, estaba dominada por bisontes, caballos y mamuts lanudos.
Hace unos 12.000 años, los glaciares que habían protegido (y conectado por tierra) los grandes corredores de pastos desde Iberia hasta el Yukón canadiense, creando un megacontinente compuesto por Eurasia y Norteamérica, empezaron a fundirse.
Cuando la superficie, antes helada, se hace inestable
El retroceso de los glaciares y el fin del Último Máximo Glacial elevó el nivel del mar, permitiendo que las tormentas de vientos gélidos convirtieran la estepa de los mamuts en multiplicidad de biotas: desde bosques y praderas en los bajíos más al sur, al permafrost de Beringia, una realidad que se había mantenido estable desde hace más de diez milenios hasta el Antropoceno.
El término “Antropoceno” mantiene su carácter controvertido, ya que daría fin al Holoceno, la época de estabilidad climática del Cuaternario, debido al impacto de las actividades humanas. Y, como ocurre con los escépticos del cambio climático, los detractores más acérrimos de otorgar protagonismo al término (o de siquiera reconocerlo) se posicionan para aprovecharse de sus efectos en territorios como el Ártico.
El propio debilitamiento del permafrost es uno de los efectos que más preocupa a la comunidad científica, pues el vasto territorio que yace permanentemente congelado retiene ingentes cantidades de metano que emergen a la superficie y la incidencia del metano sobre el calentamiento de la atmósfera es muy superior al dióxido de carbono.
Los cimientos de Norilsk
Preocupa a los científicos, aunque en menor medida, la reactivación de virus y bacterias que habían desaparecido tras la congelación de la estepa de los mamuts.
Otros efectos más cuantificables en poblaciones y asentamientos próximos al Círculo Polar Ártico en el permafrost de Siberia y Norteamérica, es el efecto de la descongelación del subsuelo sobre los cimientos de edificios a menudo prefabricados. La problemática tendrá mayor incidencia en las ciudades septentrionales de edificios prefabricados de la era soviética.
Los edificios de Norilsk -una ciudad industrial de unos 200.000 habitantes en Siberia del Este- ya padecen las consecuencias del derretimiento de la capa de hielo en el subsuelo. Es sólo el principio.
A medida que se materializa la inestabilidad de las capas de permafrost más próximas a la superficie, el territorio boreal de la región y sus hasta ahora aislados archipiélagos atraerán a equipos científicos y de prospección de recursos. La aceleración del deshielo en territorios como el archipiélago noruego de Svalbard, donde es posible asistir en la temporada de estío al espectáculo atronador de decenas de cataratas vertiendo agua al océano en acantilados de hielo, atraerá algo más que turismo.
Glaciares y permafrost en el archipiélago de Svalbard
La isla de Spitsbergen, en Svalbard, aloja un almacén con muestras y semillas de plantas de cultivo de todo el mundo en un edificio subterráneo erigido sobre el permafrost.
Al sufrir temperaturas extraordinariamente elevadas durante todo el invierno, el túnel de entrada del edificio ha sufrido una inundación.
El banco de semillas de Svalbard deberá adaptarse a las nuevas circunstancias. Mientras lo hace, actualiza su carácter simbólico, pasando de mero repositorio con las plantas del mundo incapaz de prever los efectos del cambio climático sobre el lugar donde se asienta.
Los glaciares de Svalbard, que cubren más de la mitad de la superficie del archipiélago, no son los únicos que preocupan: los glaciares de Alaska y el norte de Canadá muestran tendencias de deshielo mucho más acelerado.
En torno al 10% de la superficie terrestre permanece cubierta de hielo, sobre todo en las regiones polares. Alrededor del 98% de la Antártida está cubierta de una capa de hielo con una media de espesor de 2,1 kilómetros, concentrando el 90% del agua potable del mundo. En el Hemisferio Norte, Groenlandia alberga los mayores glaciares, al contener alrededor de 3 millones de kilómetros cúbicos de hielo.
La “civilización” se acerca al Ártico
El deshielo observado en Svalbard es una versión a pequeña escala del auténtico problema: el deshielo en Groenlandia, calculada en pérdida de masa anual (o diferencia entre la acumulación de nieve en los meses fríos y su pérdida en el verano polar) se ha acelerado, como también lo ha hecho la fractura y creación de icebergs.
Hasta los años 90, la capa de hielo que recubre Groenlandia permanecía en equilibrio, al desaparecer en verano las ganancias del invierno. Desde entonces, la pérdida neta registrada anualmente ha aumentado y la isla aporta una quinta parte del todavía tímido (pero medible) ascenso del nivel de los océanos.
Como consecuencia, el Ártico se calienta el doble de rápido que el resto del planeta, y las previsiones hablan de un océano ártico sin hielo en verano a partir de 2030, lo que haría realidad el viejo sueño de crear una ruta marítima practicable entre el Atlántico y el Pacífico evitando el trayecto actual, mucho más extenso y caro debido a su proximidad al Ecuador.
Asimismo, un Ártico libre de hielo y con un permafrost debilitado facilitaría la explotación de recursos y su transporte: petróleo y gas, minerales y pesca.
Un estudio del Servicio Geológico de Estados Unidos estima que las reservas de petróleo y gas en el Ártico por descubrir ascienden al 22% de las reservas mundiales; ya operan en la región con plataformas de alta mar Gazprom (Rusia), Eni Norge AS y Statoil (Noruega), y Royal Dutch Shell (Holanda), aunque esta última compañía ha cancelado un proyecto en Alaska por el coste de extracción en relación con el precio actual del petróleo. Veremos qué ocurre en el futuro.
Petróleo, minerales, pesca, bioprospección
Estados Unidos, varios países europeos y China han mostrado interés por explotar los recursos minerales de la zona: se han confirmado vetas de fosfato (de uso en fertilizantes), bauxita (indispensable para la industria del aluminio), diamantes, oro, plata, cobre y zinc (aleaciones metálicas, baterías, cosmética, industria alimentaria).
La pesca y la bioprospección (búsqueda de recursos naturales para nuevas aplicaciones industriales, alimentarias, cosméticas o farmacéuticas) también interesan en la vertiente más utilitaria de la carrera del Ártico.
En el terreno geopolítico, la hipotética (y preocupante) sintonía entre el círculo de Donald Trump y el de Vladímir Putin se materializaría en el Ártico con acuerdos de explotación de rutas y recursos que favorecerían intereses plutocráticos y marginarían (todavía más) posibles consecuencias negativas del “desarrollo” de la región: desde impactos sobre comunidades indígenas a la degradación medioambiental, que se añadiría al proceso de deshielo.
Empieza la carrera del Ártico. Su fauna y población autóctona ya padecen una transformación traumática que se extenderá hacia el sur a medida que el permafrost altere bosques boreales, grandes migraciones de renos en la tundra y taiga de Eurasia y Norteamérica, así como ciudades e infraestructuras erigidas sobre el -hasta ahora compacto- suelo helado.
Huellas sobre la nieve de Erik el Rojo
Además de las potencias árticas, países como China o Francia ya se han reivindicado como “países casi árticos” (como han declarado los enviados de ambos países, Gao Feng y Laurent Mayet).
A los viejos sueños de la mentalidad utilitaria y extractiva de las potencias tradicionales, con ecos en la exploración rusa de Siberia, la colonización de Norteamérica o el sueño del Paso del Noroeste, se unen las necesidades de un planeta que ha dejado de tener regiones remotas.
Quienes especulan con nuevos eldorados harían bien en repasar la historia de la primera colonización europea de Groenlandia (siglo X): insistiendo en mantener costumbres, técnicas agrarias y ganado para otras latitudes, los descendientes de Erik el Rojo desaparecieron finalmente en el siglo XV (Pequeña Edad de Hielo), dejando a los inuit como únicos habitantes del territorio.
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