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La carrera contra el calor: bienestar térmico y aire acondicionado

La tolerancia al calor es subjetiva, pero también generacional y cultural. Con la actitud, hidratación y protección que demandan las condiciones extremas, grupos humanos han vivido en desiertos desde tiempos inmemoriales.

Nuestro organismo ha evolucionado para adaptarse a cambios meteorológicos bruscos gracias a mecanismos como nuestras glándulas sudoríparas y al consumo de energía metabólica para contrarrestar las olas de calor o frío. Sin embargo, nuestro organismo, cuya temperatura normal se sitúa en torno a 36,5%, debe mantenerse a temperaturas superiores a los 35% (hipotermia) e inferiores a los 41% (hipertermia).

Regar un patio interior atiborrado de plantas para refrescar la tarde o dejar un recipiente de terracota (un botijo, un cántaro) al sol del mediodía para que el agua evaporada refresque la temperatura ambiente en un clima seco son estrategias tan ancestrales como efectivas, centradas en mantener el confort de la persona (hidratación, baño, tranquilidad psicológica para evitar la hiperventilación) y no en “refrigerar” la estancia donde ésta se encuentra.

Lo que para unos constituye el único método de refrigeración no intrusivo, para otros resulta insuficiente, dada su escasa tolerancia física o psicológica al calor: el bienestar térmico o confort higrotérmico, estado psicológico en el que alguien evita la sensación de calor o frío intolerables, así como su antagonista subjetivo, la incomodidad térmica, se convertirán en las próximas décadas en uno de los terrenos más explorados por la I+D+i de empresas de climatización y autoridades.

Cuando refrescarse uno mismo no basta

Las estrategias de lucha contra el calor extremo que se imponen demandan el uso de energía, calientan la temperatura ambiente del entorno y contribuyen al desequilibrio climático que agravamos: el aire acondicionado, cuyo diseño ha desdeñado hasta ahora consideraciones como el consumo máximo necesario para mantener un ambiente confortable.

Adaptarse al calor puede convertirse en un arte, pero a partir de determinadas temperaturas el malestar se vuelve fatiga, náusea, desorientación, síntomas de fiebre… y amenazar incluso nuestra supervivencia.

Imagen: Niall Kennedy (Flickr CC)

Desde los años 60, la temperatura global ha aumentado un grado Celsius, pero las olas de calor son mucho más frecuentes y extremas: los eventos de calor extremo que matan a más de 100 personas se han multiplicado por dos desde entonces, lo que ha llevado a países como Japón a establecer programas de lucha contra el calor extremo (a finales del presente siglo, la mitad de la población del planeta convivirá con temperaturas y niveles de humedad mortales durante 20 días al año, según un estudio de Camilo Mora, investigador de la Universidad de Hawaii).

La ansiedad generada por estas proyecciones propulsa la demanda para climatizar viviendas, espacios de trabajo e instalaciones del futuro: en 2050, el consumo eléctrico de la climatización equivaldría a la energía que hoy requieren China e India.

El calor que no cesa

Cuando acaban los días más calurosos del verano en los países de clima templado, donde hasta ahora se concentraba la venta de aparatos de aire acondicionado, el relato periodístico nos hace pensar que el runrún incesante del aire acondicionado se apaga en las ciudades más vibrantes.

No es cierto: países templados hasta ahora ajenos a la calima y países próximos a los trópicos aceleran el crecimiento del parque de aire acondicionado y, si en los últimos años habíamos oído la historia de la brecha digital, o nivel de alfabetización en nuevas tecnologías en función del nivel educativo o la capacidad adquisitiva, el auténtico marcador social en el mundo cálido es la distancia entre quienes tienen los mejores aparatos de aire acondicionado de aquellos que deben usar aparatos de segunda mano y dispositivos de marcas menos fiables, y la que separa a éstos segundos de quienes no tienen acceso a la tecnología.

En las zonas más pudientes de las ciudades del mundo en desarrollo, abundan las instalaciones con aparatos Hitachi, Mitsubishi, Blue Star, Panasonic o General, que van desapareciendo en barrios menos prósperos, y apenas motean las fachadas y azoteas de los barrios informales.

Sobre estos últimos recae la doble desventaja de carecer de climatización y padecer el efecto del uso de estos aparatos sobre las temperaturas locales, que asciende cuanto mayor es su uso, como saben los habitantes de zonas poco arboladas en junglas de cemento habituadas al uso de la tecnología, como Nueva York (el primer aparato eléctrico de aire acondicionado fue diseñado por el ingeniero eléctrico Willis Carrier en 1902 en Buffalo, ciudad industrial al norte del Estado de Nueva York).

La brecha del aire acondicionado

Desde Berlín a Bangalore, desde El Havre hasta Vadorara, ciudad india de 2 millones de habitantes, el runrún de la climatización forma ya parte del día a día: hay más de 1.600 millones de aparatos ya instalados, y esta cifra podría doblarse antes de que acabe la primera mitad del presente siglo: una tormenta perfecta ocasionada por olas de calor en donde el imaginario sigue dominado por los deportes de inverno, y un aumento del nivel de vida en el mundo emergente, calentará el mundo tratando de mantener frías las estancias de todo el mundo.

Por un lado, temperaturas veraniegas cada vez más extremas en el Hemisferio Norte han suscitado la toma de conciencia en países más preocupados por la climatización invernal; y por otro, medida que las ciudades y regiones más pobladas del mundo aumentan su nivel de vida y consumo, una de las primeras inversiones de las nuevas clases medias es un aparato de aire acondicionado que permanecerá encendido todo el año.

Centro de Montevideo, Uruguay; imagen: Matt Hintsa (Flickr CC)

El aire acondicionado no es sólo el producto de consumo que más transforma el estilo de vida de sus usuarios en ciudades en las ciudades calurosas más pobladas del planeta, sino que va camino de convulsionar el consumo energético mundial: sin aparatos de aire acondicionado más eficientes, ni redes eléctricas menos dependientes de combustibles fósiles e infraestructuras donde la mayoría de la electricidad generada se disipa antes de llegar al consumidor, mantener confortables a centenares de millones de nuevos usuarios de aparatos de climatización repercutirá sobre la temperatura del planeta.

A más población con mayor poder de compra, mayor inversión en climatización, sobre todo en aparatos de frío. A mayor uso de los nuevos aparatos, mayor bochorno registrado en ciudades que multiplicaron su tamaño sin haber implantado estrategias de regulación climática tales como zonas verdes; un calor sofocante todavía presente cuando en el mundo templado hemos olvidado la climatización veraniega.

Mejorar el “efecto botijo”: refrigeración por evaporación

Los termostatos de las nuevas instalaciones tratan de combatir el calor sofocante de las ciudades más pobladas del mundo, mientras memes e imágenes de prensa olvidan el verano y se adentran poco a poco en la imaginería invernal. En las ciudades de algunos de los países más poblados del mundo, como India, Pakistán e Indonesia, proliferan aparatos de bajo coste y consumo energético que usan la refrigeración natural con agua para reducir la temperatura ambiente ampliando el nivel de humedad, una práctica conocida en sociedades tradicionales y muy efectiva en climas de calor seco.

Cuando la humedad ambiente es elevada, los aparatos de refrigeración con agua a través de ventiladores, o refrigeradores por evaporación, pueden incluso aumentar la sensación de bochorno, lo que obliga de momento a hacerse con los aparatos de climatización más sofisticados y caros (con sensores capaces de detectar la temperatura ambiente y el nivel de humedad, para así enfriar sin humedecer ni resecar el ambiente en exceso).

Josh Dzieza dedicaba en septiembre de 2017 un reportaje a los retos y riesgos del uso global de aire acondicionado, destacando el interés que despierta la refrigeración por evaporación: económica, efectiva en ambientes secos y capaz de inspirar los aparatos de climatización del futuro, que deberían ser capaces de refrescar el ambiente hasta niveles confortables pero no intolerablemente fríos, para a cambio reducir consumo energético e impacto.

A Rajan Rawal, experto en climatización de la Universidad CEPT de Ahmedabad, le interesa la proyección global lograda por una empresa local, Symphony, el mayor fabricante de aparatos de refrigeración por evaporación, cuya eficiencia podría reducir el impacto del aire acondicionado. La firma, fundada por el hijo de un constructor local educado en la Universidad del Sur de California, mejoró el diseño y prestaciones de un viejo aparato que había visto en su propia casa.

Frío cuyo uso calienta a la larga

En Ahmedabad, la mayor ciudad del Estado indio de Gujarat, limítrofe con Pakistán, las temperaturas son en ocasiones tan elevadas que muchos aparatos dejan de funcionar. La situación se repite a lo largo del país, lo que ha obligado al Gobierno a promover el uso de aparatos más eficientes, que acostumbran a ser más caros. Firmas locales como Godrej pretenden cambiar esta realidad con aparatos que usan propano como refrigerante.

Aunque inflamable, el propano no emplea hidrofluorocarburos (HFC), refrigerantes corrientemente usados en la industria de la climatización sustituyendo a otros gases con efectos sobre el clima y la capa de ozono; estos refrigerantes cuentan con un potencial de calentamiento miles de veces superior al CO2, lo que explica que, de seguir con la proyección actual, los componentes HFC concentrarían el 19% de las emisiones con efecto invernadero en 2050.

Imagen: Daniel Albrecht, vía Flickr CC

La climatización global implica, de momento, mayor presión sobre la temperatura de la tierra, si se confirma que el mundo añade en la próxima década entre 700 (según un estudio del Área de Tecnologías Energéticas de Berkeley Lab) y 1.000 millones (según la Agencia Internacional de la Energía) de unidades de aire acondicionado al parque actual, y 1.600 millones en 2050.

Añadiendo todos los aparatos de frío para la refrigeración de alimentos, procesos industriales, equipamientos públicos y centros de datos, el número de nuevas instalaciones podría superar los 6.000 millones en 2030. Dada su repercusión sobre la calidad de vida, la productividad o incluso la esperanza de vida, el fenómeno de un mundo climatizado imparable. Pero, ¿es también irremediable el impacto del fenómeno consumo energético, calidad del aire en las ciudades y, en última instancia, clima?

Incendios y calima en el Círculo Polar Ártico

De momento, el precio de la electricidad y características supletorias de los aparatos instalados —ruido, tamaño, facilidad de instalación— son los principales incentivos de los fabricantes para ofrecer sistemas con mayor eficiencia energética, pues las regulaciones más exigentes sobre eficiencia energética se concentran en zonas templadas (Unión Europea, Norteamérica, Japón), a excepción del sur y suroeste estadounidense, así como Australia.

La rápida implantación de la tecnología está modificando el aspecto y ruido ambiental de metrópolis de países en desarrollo, donde la vida en el exterior y bajo toldos se retrae en favor del espacio doméstico climatizado. ¿Es posible gestionar con efectividad un crecimiento que contribuirá al problema que la tecnología pretende paliar, al aumentar la temperatura media y el número de días calurosos?

Más días calurosos y temperaturas más elevadas en el verano de los países templados del Hemisferio Norte implican ventas de estos aparatos en lugares zonas hasta ahora ajenas al fenómeno, como Europa Central, las Islas Británicas o incluso Escandinavia, poco acostumbrada a fenómenos como los devastadores incendios en el Círculo Polar Ártico que obligaron a Suecia a pedir ayuda a sus socios de la UE en julio de 2018.

Con un Ártico sin hielo en verano y temperaturas de canícula en los meses cálidos incluso en el Círculo Polar Ártico, población y administraciones locales toman medidas de urgencia, a menudo pobremente planificadas, para prepararse ante posibles olas de calor como la que en 2003 produjo la muerte de miles de personas en la Europa mediterránea.

Vida en los porches

Vuelven los días frescos a Europa Occidental, pero la memoria de la canícula permanece desde los Alpes hasta más allá del mar del Norte, contribuyendo al buen momento del aire acondicionado en lugares hasta ahora ajenos al fenómeno: mayo y julio de 2018 fueron los meses de mayo y julio más calurosos en Escandinavia desde que empezaron las mediciones, mientras en Alemania se registraban jornadas de un calor tan sofocante que el aeropuerto de Hanover tuvo que cerrar para reparar el asfalto derretido y levantado de las pistas).

Si Europa se prepara para veranos climatizados desde Gibraltar hasta las estaciones de bomberos de Laponia (con ventas en Francia durante las tres primeras semanas de julio un 192% superiores al mismo período de 2017), otras regiones se resignan a usarlo todo el año.

El aire acondicionado es una de las transformaciones más decisivas del mundo contemporáneo, y una de las más desconocidas: su uso transformó horarios y métodos de trabajo en las zonas cálidas de Estados Unidos, adaptando el medio a las necesidades humanas como la luz eléctrica lo había logrado unas décadas antes: letargo, vida en los porches al caer la tarde para disfrutar del fresco, diseño de viviendas para favorecer la ventilación y otros aspectos de sociedades tan ricas y complejas como las que se agolpan alrededor del Golfo de México, perdieron su rol central al llegar el aire acondicionado.

El letargo de los trópicos

En lugares como el sur estadounidense, la llegada del aire acondicionado fomentó la inmigración masiva de jubilados conservadores que aseguraron el voto republicano en zonas que hasta entonces constituían bastiones demócratas: paradójicamente, el rechazo en el Sur demócrata a los valores liberales y de apoyo a los derechos civiles coincidió con el éxito de una tecnología como el aire acondicionado, capaz de acabar con la vida exterior de los largos meses calurosos.

Hay estados de letargo y cosmogonías enteras que han surgido del arte de sobrellevar el calor excesivo con estoicismo; si hay libros que parecen hablar por los codos porque fueron escritos bajo los efectos del alcohol, otros se adaptan al esfuerzo febril y sincopado de la vida próxima a los humedales de los trópicos.

En raras ocasiones, estos elementos ambientales —narcosis, calor, humedad— son imprescindibles para entender una obra: los exploradores europeos de los tributarios del Orinoco, el Amazonas y los ríos de Indochina y África Occidental transmitirán en sus escritos y aventuras su visión de una naturaleza salvaje y asfixiante, incapaz de transmitir más que el sopor perceptivo.

Montevideo, Uruguay; imagen: Jimmy Baikovicius (Flickr CC)

Las novelas que William Faulkner sitúa en el ficticio condado sureño de Yoknapatawpha; el permanente estado febril de los colonos europeos en la colonia francesa en África Occidental a la que viaja Ferdinand Bardamu, el alter-ego de Céline en Viaje al fin de la noche; o las decisiones y diatribas, sólo perceptibles en confines de clima tropical ajenos a la sociedad moderna, de los personajes proscritos de Joseph Conrad: Kurtz en el río Congo; Lord “Tuan” Jim en Patusan, remanso imaginario en los Mares del Sur…

La literatura que no volverá

La sensualidad sugestiva de los párrafos sueltos en que Marguerite Duras describe las escenas de El amante, su novela autobiográfica ambientada en la Indochina colonial de su infancia y primera juventud, no habría conservado su flema tropical en un mundo de habitaciones herméticamente cerradas y aire acondicionado.

El calor y las enfermedades tropicales malograron infinidad de empresas supuestamente “civilizadoras” de los colonos europeos en zonas estratégicas como la América Central que se baña en el Caribe o las islas del sureste asiático: plantaciones de índigo, azúcar, algodón y especias florecieron y sucumbieron una y otra vez al clima asfixiante y la piratería entre la Honduras Británica y las posesiones españolas circundantes.

Otro tanto ocurrió entre poblaciones locales, holandeses, británicos, franceses y portugueses en las islas del Índico y el sudeste asiático: las rutas de la producción y el comercio de las especias, controladas por árabes y mercaderes de India y China, se transformarán para siempre durante el intercambio colombino de la Era de los descubrimientos.

El calor soporífero, la humedad, las dolencias tropicales y la intensidad de la luz, los aromas y los colores en torno a los trópicos condicionarán la relación entre poblaciones (nativas, trasplantadas) y ambiente.

Medio tropical, tipos de cosecha y especias, así como poblaciones, se someterán al trasplante forzoso, con consecuencias que que autores como Gabriel García Márquez (influido por la narcosis tropical del condado de Yoknapatawpha y sus cicatrices: esclavos, plantaciones, degeneración de la sociedad erigida por descendientes de los esclavistas) usarán como materia prima esencial de sus narraciones.

Estrategias públicas

Todo ello en un mundo de mosquiteras, porches delanteros, vida social nocturna, limonada, refrigeración con agua, ventiladores de techo y paños húmedos. Un mundo sin aire acondicionado.

La climatización implica sobre la calidad de vida y la productividad de regiones cada vez más extensas; tal y como los ejecutivos de Symphony, la empresa de Ahmedabad que ha popularizado los aparatos de refrigeración por evaporación de bajo coste, explicaban hace un año a Josh Dzieza, la percepción del calor es relativa: superar los 30 grados Celsius puede cambiar el humor de millones de personas y poner en alerta a países del norte de Europa, mientras esta temperatura incluida dentro de niveles de completa normalidad e incluso confort en zonas del mundo ampliamente pobladas.

The Economist recuerda la apreciación del primer mandatario de Singapur después del dominio colonial, Lee Kuan Yew: el aire acondicionado,

“cambió la naturaleza de la civilización al posibilitar el desarrollo en los trópicos… la primera cosa que hice al convertirme en primer ministro [1959] fue instalar aparatos de aire acondicionado en los edificios donde trabajaban los servicios sociales. Ello fue decisivo para lograr eficiencia pública.”

Nuevas y humildes sinfonías

Hoy, Estados Unidos ha dejado de ser el país con más aparatos instalados: China, que apenas contaba con aparatos en los años 90, se acercaba dos décadas más tarde a la cifra de casi una unidad por habitante, y hoy acumula el 35% de los aparatos instalados en el mundo, por un 23% de Estados Unidos.

Asimismo, la tecnología ha sido esencial para el desarrollo del Golfo Arábigo, cuya costa meridional ha pasado de albergar 500.000 habitantes en 1950 a 20 millones en la actualidad. Una proyección: al ritmo actual, Arabia Saudí usará más energía para usar aparatos de climatización en 2030 de la que exporta hoy en forma de petróleo.

Apenas el 8% de los 3.000 millones de habitantes de los trópicos usan aire acondicionado, en comparación con el 90% de los hogares de Estados Unidos y Japón. A medida que aumente la instalación de estos aparatos, crecerá la presión para crear tecnologías que eviten el uso de refrigerantes con efecto invernadero.

La historia de Symphony, la empresa que rejuveneció, mejoró el rendimiento y redujo el ruido de los aparatos de refrigeración por evaporación, es quizá un primer paso.

Ahmedabad se ha convertido en un ejemplo de lucha contra las olas de calor en una región donde se multiplicarán estos eventos en las próximas décadas: en 2015, cuando el calor mató a más de 2.500 personas en India, la ciudad registró menos de 20 fallecimientos, gracias a un plan de acción que incluye mensajes a los habitantes y el uso de aparatos de refrigeración por evaporación de bajo coste.