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La era freelance: autorrealizarse en una economía de "bolos"

Se debate sobre si la inestabilidad (¿precarización?) laboral es reversible o, por el contrario, la excepcionalidad de los últimos años es la “nueva normalidad”.

Primero, las malas noticias: hay un cambio estructural causado por avances en tecnologías de la información y robótica, así como en la competencia de factorías deslocalizadas. Como consecuencia, desaparecen puestos de trabajo medios que apuntalaban el nivel de vida de las clases medias.

Las buenas noticias: cada trabajador tendrá más libertad para especializarse en tareas demandadas y “que creen más valor que el que capturan” (siguiendo la expresión de Tim O’Reilly), convirtiéndose en personas-orquesta (trabajando por su cuenta o para organizaciones), capaces de negociar un buen salario… o de ganar mucho más que antes.

(Video: charla Tim O’Reilly en la Universidad de Stanford sobre “crear más valor del que uno captura” para permanecer relevante)

Pero, ¿puede todo el mundo autoemplearse con éxito? ¿Podemos ser todos emprendedores? Como en cualquier cambio complejo, viejos empleos pervivirán durante décadas, aunque de modo cada vez más residual, mientras las tendencias ya presentes acelerarán su ascenso.

Sin recetas mágicas contra las grandes tendencias

Wired se pregunta: ¿y si la economía de los trabajos eventuales se convirtiera en la fuerza de la prosperidad del futuro? Hay tantas esperanzas depositadas sobre la era “freelance” como incógnitas (consultar artículo de The Economist).

Y el columnista y escritor Thomas L. Friedman argumenta en su último artículo para The New York Times por qué la alternativa a la precarización no son la inversión pública y la regulación, sino los incentivos, facilidades administrativas y educación para que los más creativos labren su propio futuro (primero empleándose a sí mismos y, quizá, contratando a otros a medio plazo).

La nueva flexibilidad a la que están sujetos los más jóvenes en los países ricos les convierte en nuevos buscavidas a la fuerza, y el diagnóstico de economistas y sociólogos coincide en sus líneas maestras, más allá de sus ideas académicas o políticas. 

Cada vez será más difícil para trabajadores con estudios y habilidades medias lograr trabajos estables y bien remunerados que propulsen un estilo de vida equivalente al de la clase media tradicional de las últimas décadas.

(Vídeo: la historia de cómo Paul MacCready, un científico arruinado por un negocio fallido, ganó un premio que le permitió recuperar el dinero… construyendo el primer avión propulsado por el hombre)

El fin de la “vida promedio”: adónde fueron los trabajos intermedios

Los expertos se debaten si la Gran Recesión, de la que la mayoría del mundo desarrollado ha salido oficialmente, es el punto de inflexión definitivo y nos encontramos en la economía del “fin de la media”, tal y como argumenta Tyler Cowen, economista y fundador de la bitácora Marginal Revolution, en su ensayo Average is Over, ampliamente analizado por columnistas de peso.

Thomas L. Friedman titulaba un artículo de 2012 para The New York Times con el mismo Average Is Over usado más tarde por Tyler Cowen para encabezar su ensayo. Friedman escribía sobre los mismos cambios y fenómenos que constituyen la línea argumental del libro de Cowen.

Cuando los trabajos de antes ya no generan más valor que el que capturan

“En el pasado -escribía Thomas L. Friedman-, los trabajadores con habilidades convencionales, realizando un trabajo convencional, podían lograr un estilo de vida promedio. Pero ahora, lo promedio se ha acabado oficialmente. Pertenecer al promedio simplemente no te dará los réditos que acostumbraba en el pasado”.

El columnista de The New York Times expone que el trabajo promedio no rendirá como antes (cuando propulsaba una prosperidad de clase media sin demasiados quebraderos de cabeza), porque existe mucho más acceso a mano de obra cualificada foránea más barata, robótica más barata, software más económica, automatización de saldo y avances en general más accesibles y económicos que nunca antes.

Ventajas y desventajas en la casilla de salida laboral

El fin de los trabajos-promedio, o al menos de los trabajos de clase media que dependen de las leyes del mercado (en mercados locales, regulaciones a la carta tratarán de corregir o suavizar la nueva realidad en función de las políticas a corto y largo plazo de gobiernos locales y estatales), no supone una precariedad generalizada, sino un aumento de la desigualdad entre:

  • los profesionales creativos, gestores especializados y “artesanos” que usan el nuevo entorno como individuos-orquesta, que no sólo no padecen la crisis, sino que aumentarán sus beneficios (no sólo económicos, sino de prestigio social y libertad creativa, etc.); son los trabajadores con habilidades demandadas y difíciles de replicar, por un lado;
  • y aquellos operarios industriales (“cuello azul”) y gestores de profesiones en retroceso (“cuello blanco”) con habilidades fáciles de automatizar y deslocalizar, sin educación especializada demandada por la economía de servicios y el conocimiento, y sin acceso al reciclaje profesional más efectivo (redes sociales ricas; tolerancia a la flexibilidad en entornos dinámicos -como las ciudades vibrantes que Steven Johnson considera ecosistemas propicios para la creatividad y la prosperidad en su ensayo Where Good Ideas Come From; formación continua; estilo de vida equilibrado; etc.).

Prepararse para ofrecer algo no prescindible (o autoemplearse)

“Por este motivo -prosigue Friedman en su artículo-, todo el mundo deberá encontrar su valor extra -su contribución única que les permita sobresalir en el que sea su campo de empleabilidad”.

En otras palabras, en un entorno sin regulaciones que introduzcan fenómenos como el corporativismo o el aumento del empleo dependiente del sector público (que no crecerá en los próximos años, dado el nivel de deuda de muchos países desarrollados) la receta contra la precariedad entre los “millennials” (los “nuevos buscavidas” de la Generación Y) se compone de, al menos:

  • formación continua -regulada y autodidacta-;
  • flexibilidad (inteligencia fluida, inteligencia emocional, inquietud, polimatía, ingenuidad);
  • y la capacidad de exploración de habilidades que nos diferencien del resto: no sólo de los trabajadores de nuestro entorno, sino de un entorno globalizado donde servicios, automatización y creación de manufacturas se realizan a menudo remotamente, entre equipos que no tienen por qué colaborar en espacios físicos (los fundadores de Basecamp -antes 37Signals- Jason Fried y David Heinemeier Hansson ahondan en las implicaciones del trabajo remoto en la economía del conocimiento globalizada en su último ensayo, Remote).

Oficios que crean mucho más valor que el que capturan

Los ganadores en el mundo laboral de los próximos años son claramente quienes ofrecen habilidades y productos exclusivos, difíciles de deslocalizar y desarrollar sin el trabajador en cuestión, que ofrece mucho más valor del que captura con su trabajo.

Los perdedores son los operarios y profesionales que batallan por mantener sus condiciones laborales y estilo de vida cuando su trabajo y habilidades no generan a menudo ni siquiera el valor que retienen, al acelerarse los avances en automatización, colaboración por Internet, robótica, y producción flexible a gran escala en países con mercados laborales muchos más laxos que los de Occidente o Japón.

Hay muchas cosas que no funcionan en los mercados laborales de los países ricos y el fenómeno se observa incluso en los entornos más dinámicos y flexibles (por no hablar de países con estructuras laborales rígidas, dependientes del sector público y tendentes a eternizar incentivos perversos que desincentivan la búsqueda de trabajo, como el caso histórico de España en las últimas 3 décadas).

Trabajar más por lo mismo, ganar menos… o producir más valor innovando

The Economist enumera en un escueto y conciso sumario los principales escollos de los mercados laborares occidentales, y ofrece pistas sobre cómo mejorar estos problemas (o al menos intentarlo). 

Básicamente, Occidente sigue pagando a sus trabajadores por un trabajo que ha dejado de tener el valor estratégico de las décadas doradas de la II Revolución Industrial. El truco consistiría en:

  • recuperar este valor trabajando mejor (no siempre “más” a secas, sino haciéndolo con mayor eficacia y, sobre todo, produciendo cosas más difíciles de copiar por terceros países más eficientes y baratos) y aumentando la productividad;
  • o bien ganar menos en función de lo producido (esencialmente lo mismo).

Evitar la productividad “cautiva”

The Economist explica por qué la innovación en general, entendida por tecnologías, industrias y empresas capaces de crear -como en el pasado- centenares de miles o millones de puestos de trabajo y una prosperidad que convierta a cualquier ciudadano de clase media en el próspero habitante de los suburbios estadounidenses tras la II Guerra Mundial, se ha agotado en las últimas décadas.

Este fenómeno, hipótesis que Tyler Cowen ha llamado el “gran estancamiento”, expone que:

  • los países ricos dependen estructuralmente de políticas de salarios que permitan mantener (con poder de compra y a través del pago de impuestos) el nivel de vida del Estado del Bienestar;
  • pero el efecto perverso de mantener salarios más elevados en relación con lo producido (y dado que otros países producen lo mismo a un coste muy inferior), muchas industrias se han resistido a cambios tecnológicos que reduzcan empleos o los deslocalicen, lo que ha creado un mundo laboral con una productividad “limitada”. 

Profesionales-orquesta: innovar siguiendo el modelo de Internet

Por mucho que crezca, expone el artículo de The Economist, la productividad no puede salirse de los límites marcados por el sistema, por miedo a causar más dificultades laborales. 

El corsé occidental es demasiado pesado, en definitiva, para competir en igualdad de condiciones con los países emergentes.

…A no ser que innovaciones tan descentralizadas, desmaterializadas y con un espíritu tan dependiente del conocimiento y del espíritu libertario como la propia Internet alcancen una escala suficiente.

Así que una de las soluciones a la falta de innovación, la rigidez y precarización laboral eternizadas es la de la popularización de nuevos oficios profesionales: personas-orquesta, “artesanos hacker” y trabajadores independientes de diversa índole (los “freelancers” de la “economía de los ‘bolos'” o “gig economy“), capaces no sólo de buscarse la vida, sino de prosperar y enriquecerse inventando su propio trabajo.

Los ganadores de la nueva situación

“Trabajador-orquesta” no tiene por qué equivaler a pluriempleado precarizado, becario eterno o conductor apurado de carromato en economía autárquica, algo así como el personaje neorrealista protagonizado por Cassen en la película Plácido de Luis García Berlanga: en muchos oficios creativos, el freelance dispone de condiciones objetivas e intangibles que hacen apetecibles su nivel y estilo de vida.

(Imagen: portada de la edición de 1739 del Almanaque del pobre Richard, creado y publicado por Benjamin Franklin, un buscavidas ilustrado)

Los profesionales independientes más demandados a menudo elaboran sus propios horarios, compatibilizan vida laboral y proyectos personales (a menudo, haciéndolos uno más que separándolos, como ya hicieran inventores y diseñadores industriales en sus estudios interdisciplinares de mediados del siglo XX), y tienen acceso a herramientas y servicios hasta hace poco inimaginanbles.

Entre ellos, viajes baratos, Internet ubicua y herramientas tecnológicas caseras hace poco sólo accesibles para laboratorios de I+D de medianas y grandes empresas.

III Revolución Industrial: vuelve la producción especializada en “talleres-boutique”

The Economist, entre otros medios, ha destacado en los últimos años que el talón de Aquiles de las tecnologías que han permitido el ascenso de China (y, en menor medida, el resto de países BRIC) como factoría mundial, tales como los costes laborales, la logística de contenedores, la robotización y las regulaciones laborales y medioambientales más laxas, es precisamente su punto fuerte: dependen de las economías de escala, o producir grandes tiradas homogéneas para reducir costes.

Para The Economist, si tiene lugar la III Revolución Industrial (o, de hecho, si está sucediendo ahora), ésta se producirá en Occidente, donde pequeños talleres orientados a servicios y al conocimiento (a lo “desmaterializado” y lo intelectual, más difícil de copiar) producirán pequeñas tiradas personalizadas y bajo demanda, sin que los costes sean inasumibles por los clientes de las mismas ciudades donde se sitúan estas nuevas “boutiques industriales”.

Productos con cada vez menos material y más servicio

La industria de bienes de consumo físicos del futuro se asemejará cada vez más a la industria del software y, como consecuencia, los grandes ganadores serán los creadores más brillantes, flexibles y dispuestos a entregar su pasión e ingenuidad para alumbrar productos con cada vez menos material y, por el contrario, más servicios (y valor).

En otras palabras, quizá no todos los “millennials” puedan ser versiones a pequeña escala de Mark Zuckerberg (Facebook) o Massimo Banzi (Arduino), pero sí diseñadores de ropa, mobiliario, objetos inteligentes de jardinería, bicicletas, mobiliario urbano, riego inteligente y de bajo consumo y tantos otros entornos a la espera de avances revolucionarios, propulsados por:

  • Internet de las cosas;
  • softwarización de los bienes de consumo físicos (menos átomos y más bits);
  • diseño y curación de servicios a la carta;
  • etc.

Cuando se innova por propósito, empuje, ingenuidad

El veterano bloguero e inversor de capital riesgo Mike Arrington recordaba en una entrada reciente de su bitácora personal por qué las empresas pequeñas y flexibles, con más ingenuidad que estructura tradicional, han propulsado algunas de las innovaciones más rompedoras de los últimos años.

Arrington cita a Mark Zuckerberg:

“Cuando evoco los últimos 10 años, una pregunta que me hago es la siguiente: ¿por qué fuimos nosotros los que construimos esto? Éramos sólo estudiantes. Teníamos muchísimos menos recursos que las grandes compañías. Si [éstas] se hubieran centrado en este problema, lo podrían haber hecho. 

La única respuesta que me viene a la cabeza es: a nosotros simplemente nos importaba más”.

La reflexión de Mark Zuckerberg es complementaria al discurso del editor de libros y eventos tecnológicos, así como inversor de capital riesgo Tim O’Reilly, cuando exhortaba hace ya unos años a los “millennials” y a quienes querían encontrar un propósito en su carrera a “trabajar en cosas que importan“, en vez de dedicarse a diseñar pequeñas aplicaciones que ricen el rizo, enterradas en la sección de cualquier pequeño nicho de la App Store o Google Play.

Receta para labrarse una carrera a largo plazo

Un primer paso sólido en la buena dirección de cualquier “millennial” con vocación de freelance en la “gig economy” consiste en adquirir la cultura de conocimientos y formación constante difíciles de deslocalizar:

  • polimatía: ser tan poliédrico como uno pueda, o situarse en lo que Steve Jobs definía como el lugar estratégico de los creadores: la intersección entre las humanidades y las ciencias;
  • educación reglada e informal (usando Internet, conocimientos de artesanía o adquiridos en trabajos eventuales y cuantas más experiencias y más variadas mejor);
  • filosofía de vida, propósito, solidez existencial;
  • consistencia, humildad y todos aquellos atributos tan alabados por personas de fiar, como Sócrates, Séneca o Benjamin Franklin (y sus excelentes 13 virtudes -escritas en 1726, a la edad de 20 años, y totalmente vigentes-);
  • etc.

Thomas L. Friedman explica que empresas como Google han invertido en métodos para identificar a las personas con más talento que nunca han ido a la universidad.

Cada vez más empleos requieren la habilidad, y no la titulación administrativa.

Elevarse por encima de la media en lo que uno elija

Volviendo al artículo de Thomas L. Friedman en The New York Times sobre el fin de la era del promedio (una carrera promedio sirve para un buen estilo de vida promedio), siempre habrá cambios tecnológicos y nuevos productos y servicios producirán cambios que crearán oportunidades para unos y las restarán para otros.

“Pero una de las cosas que sabemos con seguridad -reflexiona Friedman- es que con cada avance en la globalización y la revolución de las tecnologías de la información, los mejores trabajos requerirán que los trabajadores tengan más y mejor educación para elevarse por encima de la media”.

Una visión meritocrática de la innovación y el mercado laboral coherente con ideas de inspiración ilustrada y mecanicista, como las tesis de Herbert Spencer (tan políticamente incorrectas y, a la vez, tan vigentes).

Otro reto: qué hacer con quienes peor se adaptan

El desempleo y la precariedad afectan más a los menos educados y menos propensos a desarrollar una filosofía de vida que les conduzca a elaborar estrategias a largo plazo, basadas en la educación, la perseverancia y otros intangibles tan dependientes del entorno socioeconómico, la autoestima o la mentoría.

Rachel L. Swarns firma un artículo reciente en The New York Times donde se ilustran los oficios y situaciones personales de los “freelancers” o “personas-orquesta” que, en entornos de competitividad por el talento e innovación como San Francisco o Nueva York (el fenómeno es extensible a cualquier metrópolis cosmopolita de Occidente), basculan entre la libertad y la incertidumbre.

Hay ganadores y perdedores de la “gig economy”. Hay “bolos” muy bien remunerados y los consultores, diseñadores, arquitectos, expertos de marketing, programadores o analistas de sistemas independientes más brillantes se permiten el lujo de elegir entre ofertas de trabajo, todas ellas convenientemente remuneradas.

Caminar al son del tambor propio

Incluso cuando la remuneración carece de alguna ventaja contractual equivalente a un puesto de trabajo de responsabilidad en las mejores empresas, la libertad y capacidad de decisión asociadas a un estilo de vida ajeno al corsé de la oficina atrae a muchos profesionales liberales, incluso a los que más difícil lo tienen para mantener una disciplina creativa

Y no todos son jóvenes veinteañeros recién salidos de la universidad. Al fin y al cabo, recuerda Olga Khazan en The Atlantic, los grandes logros profesionales suelen llegar a finales de la treintena.

Para los trabajos y la vida “promedio”, el futuro no parece nada halagüeño. Se pueden aprovechar el propósito vital, la fuerza de voluntad y altas dosis de ingenuidad para labrarse su propio futuro, o intentarlo

La alternativa son la queja y el pancartismo, cuyos resultados son todavía más inciertos y, desde el punto de vista del desarrollo personal, menos enriquecedores.

Ingenuidad

Uno siempre puede pensar en lo que hicieron otros en momentos difíciles, cuando lo tenían todo para tirar la toalla pero eligieron, por el contrario, inspirarnos. 

¿Cuál era el incentivo de Anna Frank para escribir su diario? ¿O por qué se dedicó Paul MacCready, un científico arruinado con su última aventura empresarial a construir un avión a pedales, el Gossamer Condor?

El hombre que nunca se rindió

Uno se pregunta cuánta gente cambiaría de opinión en momentos de rendición, cuando es tan fácil culpar al contexto de los males propios y ajenos, si evocara trayectorias como la siguiente

Cuando tenía 7 años, su familia fue obligada a abandonar su casa y tierras.

Su madre murió cuando él tenía 9 años.

A los 22 años, la empresa para la que trabajaba se declaró en bancarrota y perdió su empleo.

A los 23, se presentó a las elecciones de su Estado en unos comicios con 13 candidatos. Quedó octavo.

A los 24, pidió un préstamo para empezar una empresa con un amigo. Al final del mismo año, el negocio falló. El sheriff local confiscó sus bienes para repagar sus deidas. Su socio murió arruinado y él asumió también la parte de la deuda de éste.

A los 25, se volvió a presentar a las elecciones estatales. Ganó.

A los 26, se comprometió para casarse. Pero su prometida murió antes de la boda. Al año siguiente cayó en una depresión y sufrió un colapso nervioso.

A los 29, aspiró a convertirse en el portavoz del gobierno estatal. Fue derrotado.

A los 34, se presentó a las elecciones al Congreso. Ganó. Fue a Washington e hizo una buena labor.

A los 39, al fin de su término, se quedó sin trabajo.

A los 40, intentó conseguir un trabajo en la General Land Office. Fue rechazado.

A los 45, se presentó a las elecciones al Senado. Perdió por 6 votos.

A los 47, fue uno de los candidatos a la nominación de vicepresidente en la convención de su partido. Perdió.

A los 49, se presentó a las elecciones al Senado por segunda vez. Y, por segunda vez, perdió.

Dos años después, a los 51, después de una vida de fracasos, decepciones y derrotas (y todavía relativamente desconocido más allá de Illinois), Abraham Lincoln fue elegido el decimosexto presidente de Estados Unidos.