Los estudios demuestran que los coches grandes no son más seguros. Basta tirar de estadísticas para corroborarlo, como escribía Malcolm Gladwell en la revista New Yorker. Obviamente, los todoterreno no son más ràpidos, ni más ágiles, ni mucho menos más eficientes con el consumo de carburante.
Muchos vehículos todoterreno no están siquiera diseñados para desplazarse por terrenos escarpados, como venden los anuncios que sobre estos automóviles publican las principales marcas, a menudo en revistas con la solera de National Geographic. Pese a todo, el todoterreno no es sólo popular en Estados Unidos: su uso se extiende como la pólvora por Europa. Analizamos el porqué.
Sabor local
La revista New Yorker es tan aclamada por sus lectores como considerada elitista e impenetrable (con sus inacabables columnas de texto, poco amigas de las imágenes y con alguna que otra ilustración al estilo Toni Batllori de La Vanguardia), por quienes la conocen, pero no la leen.
Desde hace tres años, mi estrecha relación con Estados Unidos me ha llevado a poder espiar furtivamente a los lectores del New Yorker en su propia casa: en esas cafeterías tan confortables del Village neoyorquino, donde el ejecutivo que todavía pasea, vestido de chándal y con sus inseparables zapatillas New Balance, a las 10 de la mañana, charla con la joven profesional que se ha sentado a fuera, en el banco de madera raída que muchos cafés conservan junto a la entrada, sobre cualquier cuestión sin el más mínimo pudor, pese a no conocerse.
Oda a Joe’s
Junto a estas conversaciones, medio abierto y con algunas páginas arrugadas y manchadas de café espresso -el café de calidad quiere tener nombre italiano en Estados Unidos, como saben perfectamente en los cafés de Seattle, ciudad cafetera de Norteamérica-, aparece una pila de diarios y revistas, con el New Yorker, el New York Times y Vanity Fair en cabeza.
Podría tratarse del pequeño café Joe’s, en Waverly Place, una pequeña, estrecha y curva calle que parte un poco más allá de la pequeña plaza Washington Square y muere unos pocos metros más adelante. Estrecha y curva para ser una calle de una ciudad estadounidense, se entiende.
Sentados en el banco exterior de este pequeño café, más de un neoyorquino habrá leído, a párrafo limpio o por encima, de un modo vertical aunque captando el sentido del conjunto -como uno lee cuando tiene prisa o cuando lo hace ante una pantalla, al estilo de quien lee mucho de Internet-, el artículo Fuel For Though, firmado por James Surowiecki en julio pasado.
El artículo tiene miga y, contra el tópico que persigue a la publicación, se lee sin peso en los párpados.
La idea del artículo es interesante y induce a la reflexión: no es que los norteamericanos sean imbéciles o quieran acelerar el cambio climático con coches cada vez más grandes y contaminantes, que van en contra de cualquier política de eficiencia energética. Simplemente, el consumidor actúa de un modo egoísta cuando ejerce su compra -tras elegir, libremente y sin coacciones, en la tienda-.
Los estudios citados en el artículo de Surowiecki muestran cómo la mayoría de los estadounidenses, incluso los que compran grandes todoterreno (los vilipendiados y en ocasiones horribles, por grandes y mal diseñados, SUV de Detroit), están a favor de que el Congreso de su país introduzca leyes más estrictas sobre el consumo de carburante y la eficiencia en el consumo de los vehículos vendidos en Estados Unidos.
Sin embargo, las intenciones de los estadounidenses, cuando piensan en la responsabilidad colectiva (esa que hace funcionar, más o menos, la Unión Europea), se desvanecen cuando tienen que decidir en su casa.
Como el artículo del New Yorker explica, los consumidores de este país compran de un modo egocéntrico (un coche grande, porque creen que los coches grandes son más seguros, pese a que los estudios muestran lo contrario), pese a pensar que es mejor para su país que haya leyes más estrictas que obliguen a los fabricantes a crear coches más reducidos y verdes.
Esto es: la mayoría quiere que los coches gasten menos y sean más eficientes, como colectivo; sin embargo, el otro lado de la fuerza actúa cuando hay que comprar un coche, ya que la mayoría elige un todoterreno de fabricación norteamericana (muchos caballos, mucha potencia, poca velocidad punta, ineficiencia energética).
Soccer mums
Siguiendo con EEUU, allí se llama “soccer mums” (mamás del fútbol) a las madres jóvenes -algunas de las cuales han renunciado a su carrera profesional-, de clase media, que viven en los suburbios de casas unifamiliares y se ocupan, entre otras cosas, de que sus hijos realicen actividades extraescolares, además de la compra en el centro comercial y otras obligaciones domésticas.
El estereotipo de la “soccer mum” puede resumirse en: mujer rubia, de unos cuarenta años, con hijos, casada con un profesional de cuello blanco, conductora de un coche grande donde quepan balones de fútbol, niños, raquetas de tenis, paqueñes de chicles XXL y la compra de un mes. Como cualquier estereotipo, hay algo de inexacto y grosero en la imagen, aunque la caricatura se basa en el modelo real (del mismo modo que el ideal de belleza de Platón toma los objetos de la realidad).
En ocasiones, desde el punto de vista europeo, el coche se parece más a una tanqueta o a un vehículo pesado de guerra que a un vehículo privado. ¿Qué es sino el Hummer, tan preciado entre los mafiosos rusos como entre los escaladores sociales norteamericanos o incluso entre influyentes políticos, como el gobernador de California, Schwarzenegger?
Quienes hayan visto Mujeres Desesperadas, entenderán a la perfección de qué habla un estadounidense cuando emplea la expresión “soccer mum”. Personalmente, no soy seguidor de esta ni de cualquier otra serie televisiva, tras constatar que muchas series actuales tienen una cierta calidad y son tanto o más adictivas que 24, de la que consumí compulsivamente una temporada entera en menos de una semana, poseído por el mismo diablo que obliga a los estadounidenses a comprar coches grandes y feos, para que sus hijos vayan supuestamente más seguros.
Similitudes desde el otro lado del Atlántico: amor por el coche grande
Pues bien, la fiebre de las tanquetas parece haber cruzado el charco. La diferencia estribaría en que, dirán -diremos- muchos europeos, no se puede comparar un SUV norteamericano (esos que llevan caja plateada para guardar las armas; las mencionadas cajas se instalan detrás del habitáculo para pasajeros en esos enormes coches pick-up) con un Range Rover, un Volkswagen Touareg, un Porsche Cayenne, etcétera. Al fin y al cabo, dicen -decimos-, los coches europeos son más eficientes, compactos y, sobre todo, bonitos.
Kirsten Dirksen dedica una de las entradas de su blog a explicar detalladamente la diferencia de criterio entre la Unión Europea y Estados Unidos, cuando se trata del parque automovilístico (The great transatlantic automative divide).
Kirsten explica cómo los estudios muestran que los coches grandes no son más seguros ni aumentan su seguridad en relación con sus dimensiones. No obstante, las marcas aprovechan esta errónea percepción para vender sus coches con motor de camión y explicar de modo fanfarrón que, ante un accidente, mejor asomar el morro de un Ford Bronco que la infantil inocencia de un Smart, un coche tan poco freudiano que no gusta a ningún ser humano con exceso de testosterona.
Más allá de las diferencias objetivas y las percepciones entre el parque automovilístico europeo y el estadounidense, según el profesor de la Universidad Politécnica de Valencia Juan Dols, la tendencia de la demanda en España y Europa, marcada por la multiplicación de las ventas de todoterrenos y monovolúmenes, ha amortiguado los logros tecnológicos de los últimos años en la UE, ya que los coches consumen y contaminan menos en relación con su tamaño. Aunque, al comprar más grande, el avance ha acabado por diluirse.
Juan Dols es el autor del estudio Automóvil, seguridad vial y medio ambiente, que expone las causas del aumento de la contaminación atmosférica, sobre todo en las ciudades, provocada por los automóviles:
- Cada año se venden coches más potentes y contaminantes (ahora estamos hablando de la UE, no sólo de Norteamérica). Por ejemplo, en España se redujo la venta de coches entre enero y septiembre de 2007 un 2%, con respecto al mismo periodo de 2006. La venta de todoterrenos, sin embargo, crece un 10%. Una ínfima parte de los todoterreno será empleada de manera regular sobre tierra; existen normativas, además, que prohíben la invasión de caminos rurales y zonas naturales por parte de vehículos de motor. Como explica Guillermo S. Vega en Cinco Días, “este tipo de vehículos ha pasado de suponer apenas el 3,5% del mercado en 1995 al 7,7% actual. La cilindrada media de los motores también ha crecido y se ha incrementado un 5%.”
- A diferencia de en EEUU (pese a demonizar a Estados Unidos, los europeos no tenemos en cuenta que el diésel no se ha extendido en este país debido a la contaminación que provoca, muy superior a la gasolina), los motores diésel se han popularizado en toda europa en los últimos 20 años. En España, el gasóleo se emplea en 7 de cada 10 coches nuevos (68,2% de vehículos matriculados diésel frente a 31,8% de gasolina). En Luxemburgo, Bélgica o Francia, la diferencia es todavía superior.
- La antigüedad del parque de vehículos incide, asimismo, directamente sobre la contaminación atmosférica y, por ende, acelera el cambio climático. Como señala el estudio de Dols, casi 1 de cada 3 turismos que circulan en España tiene más de 10 años; esta minoría produce el 70% de las emisiones contaminantes de la automoción.
En la anterior entrada de este mismo blog (Similitudes entre un todoterreno y un chuletón de ternera), ya exponía las mismas tendencias, descritas por otros estudios. Curiosamente -comentaba en esta entrada- el eurobarómetro de marzo de 2007 refleja que los españoles son, junto a los chipriotas, los más concienciados por el cambio climático.
Muy concienciados, a la vez que conduciendo coches cada vez más grandes, la mayoría de los cuales sólo saldrá de las zonas urbanas durante el fin de semana. Muchos de ellos no tocarán la tierra.
Nuevo impuesto de matriculación
Finalmente llega algún incentivo, todavía tímido, que premia a quienes compran coches eficientes, aunque todavía no penaliza a los compradores de tanquetas, cuyos conductores seguramente estarán en contra de toda guerra, del mismo modo que les agradarán las misiones de paz.
(Me viene a la cabeza, y dejo aquí constancia de ello como apunte: una cosa es que uno apoye las misiones de paz y crea en los postulados de la ONU y otra cosa es comprarse una tanqueta para ir de casa al trabajo).
En España, el nuevo impuesto de matriculación, que entra en vigor el 1 de enero de 2008, grava más impuestos a los coches más potentes y contaminantes, mientras reduce considerablemente la presión fiscal sobre los que menos contaminan. Los que contaminen menos de 120 gramos de CO2 por kilómetro quedarán exentos del impuesto.
El 7,7% de los turismos y todoterrenos comercializados en 2006 (125.662 unidades) emitía menos de 120 gramos de CO2 por kilómetro.
Anuncios publicitarios que no se entienden
Me sentí muy identificado en un artículo de Manuel Huerga escrito para El País en 23 de abril de 2006 (Incluso a veces leemos libros), donde el director de cine -y muchas otras cosas, aunque a mí me gustaría más que se dedicara a escribir a tiempo completo en su recomendable blog y realizara más colaboraciones en la prensa diaria- responde a la pregunta planteada por el diario: ¿está en decadencia la lectura?
Huerga explica en el artículo que, en su opinión, no sólo leemos más que nunca y de acuerdo con nuestros gustos gracias a Internet y a los medios audiovisuales, que mutan y también convergen con el nuevo medio electrónico. Para Huerga, “Necesitamos escritores, pero no tanto libros. Prensa, Internet, cine y TV cuentan historias”.
Cito aquí al director de Antártida y Salvador (como comentaba, me parecen más recomendables sus artículos y blog que sus pelis), porque me ocurre un poco lo que Huerga confiesa: leo más que nunca, de todo, aunque buena parte de lo que leo es contenido de Internet, mientras pierden peso los libros tradicionales y, sobre todo, las revistas, y no me avergüenza afirmar algo así.
Entre las revistas para las que saco tiempo y que todavía conservo en papel, por casa queda la edición española de National Geographic, en representación de la lengua de Cervantes. Las otras dos suscripciones son publicaciones en inglés, una de ellas “liberal”, que diría un periodista de un diario de izquierdas (una pista: empieza por “The” y acaba por “Economist”). Además, leo un par de revistas dominicales que acompañan a dos diarios, uno madrileño y otro barcelonés.
Echando un vistazo a los anuncios de vehículos en los últimos números de estas revistas, últimos vestigios de una época de conocimiento pretérita en la sede de faircompanies (también hay libros por aquí, que no se espante nadie), hay al menos dos marcas que publicitan sus coches resaltando un aspecto que gana peso: el respeto por el medio ambiente.
Tanto Renault como BMW se están gastando los cuartos en posicionar sus vehículos no sólo como bonitos, rápidos, sensuales (o sexuales), seguros, eficientes, familiares, deportivos. Sino también como ecológicos.
Personalmente, no entiendo el mensaje de ninguno de los dos anuncios. Si tuviera intención de comprarme un coche, valoraría un mensaje ecológico por encima de otros condicionantes (no es el caso; vivo en el centro de Barcelona, no tengo coche y, pese a la coyuntura en el transporte público, estoy contento con la situación).
- En el caso de Renault, que viene encabezado con el mensaje “Ecología al alcance de todos”, valoro que la marca me explique, como comprador potencial que no tiene ni idea de coches ni pretende mostrar estatus o masculinidad con un vehículo, que los coches son “ecológicos” porque contaminan menos que la media y pueden reciclarse casi en un 95%. No está mal del todo el mensaje, aunque la apuesta por la gasolina y el gasóleo siguen presentes. Más que cambio radical, se trata de cumplir la normativa europea y difundirlo a bombo y platillo como si fuera la salvación contra el cambio climático.
- En cuanto al anuncio de BMW, ni entiendo el mensaje, ni entiendo el texto. La marca seguirá apelando a los sentimientos y todo eso, y tendría que reconocer que no siento ni odio ni aversión por esta o cualquier otra marca de coches alemana o europea (me parecen coches mejor diseñados, más cómodos, compactos y silenciosos que los horrendos coches estadounidenses). El anuncio es titulado con un poético: “A veces, la actitud y la innovación se unen en una sola idea. BMW EfficientDynamics. Mejores prestaciones, menos emisiones de CO2, menor consumo”. Está muy bien, aunque más que encender y apagar el coche automáticamente para que no gaste una pizca de combustible en los semáforos y los atascos (una buena idea, aunque explicada como la fórmula alquímica que buscara José Arcadio Buendía en Cien Años de Soledad), sería más apreciado un cambio radical. ¿Qué tal no emplear gasolina ni gasóleo, más que reducir su consumo para cumplir con las exigencias de la Comisión Europea?
A cualquiera le gustan más los anuncios de BMW (siempre con el sexo de los ángeles como bandera) que los de una marca con modelos estéticamente menos agraciados.
Y las marcas parecen saberse de pe a pa los resultados de las encuestas, que indican que los europeos, como los estadounidenses, cuando van a comprar un coche, se olvidan de lo ecológicos y respetuosos con el medio ambiente que quieren ser.
El tamaño no hace los coches más seguros, aunque sí más ineficientes. Aunque, ¿cómo explicarle a una chica que nos hemos comprado un coche eléctrico parecido al Smart?