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La libertad individual, primera víctima en épocas convulsas

Pocos escritores suscitan opiniones tan enconadas como Alisa Zinov’yevna Rosenbaum, más tarde Ayn Rand, escritora de origen ruso-judío que durante su infancia y primera juventud vivió los primeros años de la Unión Soviética.

De una familia de profesionales urbanos, Ayn Rand evocó en su primera novela ya en Estados Unidos, Los que vivimos (We the living), la permanente huella que el experimento soviético dejó en su existencia. 

Su celo por la libertad individual, la razón y los valores aristotélicos y de la Ilustración forjaron su visión filosófica de la existencia, que llamó objetivismo.

La sociedad en la que Kira Argounova no quiso vivir

Kira Argounova, jovencita protagonista de We the Living, quiere convertirse en ingeniera y reniega tanto del ataque al individualismo del régimen soviético como del corsé místico de la sociedad tradicional que, para muchos, había justificado la revuelta bolchevique.

La existencia de Argounova es una evocación no literal de las propias vivencias de Ayn Rand antes de emigrar a Estados Unidos en 1926, a los 21 años. 

Su educación soviética, encorsetada, centrada en la fuerza mística del colectivo y el sacrificio por éste (en este caso, el Pueblo, pero Ayn Rand comparaba la visión marxista con el platonismo que había dado consistencia a la cultura judeocristiana), inspiraron su profundo respeto por los aristotélicos y los liberales clásicos (libertarismo à la Herbert Spencer).

El objetivismo, filosofía propuesta por Ayn Rand, ha tenido tantos o más detractores que simpatizantes en las últimas décadas, al abogar por valores que se contraponen a otros preestablecidos, tanto conservadores (ideas cristianas de misericordia, sacrificio por el prójimo, demonización de los intereses individuales por ser “egoístas”) como progresistas (ideas marxistas de sacrificio por el bien común, demonización y persecución de las ideas e intereses individualistas).

Kira Argounova, Howard Roark, John Galt

Más allá de la polémica suscitada durante décadas por el objetivismo, tanto por su crítica a la dependencia del individuo de un ser o interés superior a él mismo (la Providencia, el Pueblo) como por sus ideas económicas (laissez faire de los liberales clásicos), los personajes que protagonizan las novelas de Rand, héroes irredentos de su propia independencia y reivindicadores de su propia autorrealización, han resultado irresistibles para muchos lectores.

La “ciudadana” soviética Kira Argounova de We the Living, el arquitecto incorruptible Howard Roark (que rechaza proyectos que no controla) de El manantial (The Fountainhead), o los industriales que se oponen a la colectivización forzosa de sus factorías desapareciendo con la ayuda del misterioso John Galt (La rebelón de Atlas, Atlas Shrugged), responden todos a un mismo arquetipo de individuo, forjado en el ideal de autorrealización individual de la Grecia Clásica.

Credos, ideologías y experimentos sociales llegan y desaparecen con la rapidez de las modas y la propia transitoriedad de la existencia; las ideas griegas sobre el ser humano, sus valores y aspiración a autorrealizarse cultivando la razón mantienen, no obstante, toda su vigencia, 2.500 años después.

Orígenes del individualismo: una conquista helenística

El pensamiento escolástico, el Renacimiento y la Ilustración hunden sus raíces en la cosmogonía griega; ocurre -explicaba el profesor y experto en cultura clásica Sir Cecil Maurice Bowra– que el pensamiento y asunciones griegas están tan interrelacionadas con el tejido de los valores ilustrados todavía prevalentes, que obviamos su propia existencia.

Antes de que las polis griegas desarrollaran sus economías, redes de comercio, leyes y escuelas filosóficas que garantizaron su prosperidad y sentimiento de permanencia a una entidad superior -efectiva para luchar contra pueblos invasores-, los valores individuales griegos no existían.

Son una creación del pensamiento humano. No fueron esculpidas por algún caudillo o Dios supremo y, a diferencia de las sociedades y religiones despóticas de las potencias que amenazaban la cultura helénica, no se basaban en la arbitrariedad o la conveniencia puntual, sino en el consenso razonado entre individuos libres.

Orígenes de la meritocracia

Para C.M. Bowra, en el centro de la visión griega clásica de la existencia existe la sólida creencia de la valía y capacidades del individuo.

Durante siglos, cuando buena parte del mundo conocido estaba dominado por las monarquías absolutas (en torno al delta del Nilo y en las tierras fértiles entre el Tigris y el Eúfrates), los griegos consolidaban su convicción de que el ser humano debe ser respetado no como instrumento de un ser superior omnipotente, sino por su propia valía.

La geografía de los dominios helenísticos, situados en el extremo meridional de los balcanes, con infinidad de bahías e islas y una difícil comunicación por tierra, contribuyeron a forjar la filosofía de vida de los ciudadanos de las polis.

Mientras los súbditos de las potencias enemigas eran tratados, según los griegos, peor que esclavos, al carecer de reconocimiento individual, cultura ni deseos de autorrealización, los griegos buscaron a toda costa ser ellos mismos.

Cuando la escasez se convierte en una ventaja

Mientras en los deltas del Nilo y el Eúfrates era fácil mantener y subyugar a toda la población con estructuras de poder y comercio centralizadas en un único caudillo, en Grecia cada polis o distrito estaba separado por montañas o el mar, lo que impedía un control centralizado efectivo.

La relativa pobreza de los valles entre una orografía escarpada y pedregosa empujó a los griegos a agudizar el ingenio, mejorando su navegación (con la ayuda de corrientes a su favor, que promovían la exploración y dificultaban la invasión), las profesiones artesanales, el comercio y, por encima de todo ello, la filosofía y su relación con las leyes, la ciencia y los valores (los jóvenes no aprendían sólo las materias clásicas, sino también cómo vivir -filosofías de vida-).

Cada grupo de población era plenamente consciente de su individualidad como conjunto y la de sus ciudadanos, que tenían derechos y deberes, al someterse libremente al contrato de la ley.

El clima seco, la pobreza de la tierra y la orografía del interior y la costa invitaron a la acción, al uso de la razón como única ventaja competitiva con respecto a enemigos con poderosos reyes que se servían de la fertilidad de sus regiones.

Celebración de la dedicación a uno mismo por el bien de todos

La necesidad, orografía y una conciencia colectiva que sólo podía formarse respetando los derechos y deberes de sus individualidades forjaron las principales ideas políticas y sociales griegas, asumidas por Roma y, 15 siglos después, por Occidente desde las reflexiones de Nicolás Maquiavelo sobre las formas de gobierno y la salvaguarda de las libertades individuales.

La naturaleza empujó a los griegos a una escuela tortuosa que les hizo conscientes de ellos mismos y de su valía: las habilidades conducían al progreso y la prosperidad de los individuos repercutía sobre el colectivo.

Sin esta conciencia, nutrida en la necesidad de inquirir la realidad circundante y el propio interior de la conciencia para mejorar a cada instante, los griegos no habrían realizado su mayor contribución a la experiencia humana: “su creencia de que un hombre debe ser honorado por su valía individual y tratado con respeto simplemente por ser él mismo”, explicaba Cecil Maurice Bowra en el libro dedicado a la Grecia clásica de la serie de Time Life de 21 volúmenes Great Ages of Man.

Libre albedrío grecolatino vs. determinismo

El político y orador ateniense Pericles (495-429 aC) durante la edad de oro de la ciudad, lo expresaba así: “Cada uno de nuestros ciudadanos, en los múltiples aspectos de la vida, es capaz de convertirse en el dueño y señor adecuado de su propia persona, y hacerlo, además, con una gracia y versatilidad excepcionales”.

Pericles defendía la igualdad de los ciudadanos ante la ley, y creía necesario proteger al individuo contra la arbitrariedad del Estado. Sus reservas ante las políticas arbitrarias que atentaban contra las libertades individuales le acercan a Zhuangzi, filósofo de la antigua China nacido un siglo después (IV aC), considerado precursor del libertarismo.

La idea de libertad de la Grecia clásica es equiparable a la concepción de libertad de los liberales clásicos, así como de la joven educada en Rusia durante la consolidación de la URSS, que sería conocida con su nombre literario de Ayn Rand.

El significado de progreso

El supuesto extremismo liberal representado por la obra literaria e ideas filosóficas de Ayn Rand reproduce -eso sí, ahorrándose la amabilidad y, por ello, logrando más enemigos de los necesarios- el significado de libertad que las democracias modernas tomaron de Grecia.

Del mismo modo que los pueblos griegos durante la edad de oro ateniense detestaban ser parcial o totalmente conquistados por un enemigo exterior, en sus propios círculos el individuo reclamaba para sí la libertad para explorar todo su potencial, para hacer todo lo que fuera capaz, lograr su máximo potencial en la sociedad, expresarse libremente, seguir su propio camino sin interferencias de otros individuos ni el Estado.

Los valores griegos de libertad se fundamentaban en el honor, y se alimentaban por lo que C.M. Bowra define por “devoción por la acción”. Este sentimiento panhelénico empezó como algo vago, pero que sentían los ciudadanos de la mayoría de polis, madurando en una filosofía que dio lugar a costumbres convertidas en ley, fundamentada en el respeto de las libertades individuales.

Potencial y riesgos del individualismo

Por primera vez, los valores y leyes de una sociedad se basaban en convicciones racionales que procedían del propio hombre, y no de un caudillo ni de un dios. 

Estas ideas tenían sus riesgos, también expresados por los teóricos de la Ilustración: llevada al extremo, la búsqueda del interés individual podía derivar en una sociedad en que cada persona presta demasiado poca atención por el bien común, reduciendo la propia sociedad a algún tipo de disfunción o anarquía.

Las ciudades-estado del período helenístico padecieron convulsiones y numerosos conflictos internos, pero sobrevivieron como centros de orden debido a la creencia griega de que la libertad iba inextricablemente asociada a la existencia de la ley escrupulosa con los derechos y libertades, pero también deberes de sus ciudadanos.

El homenaje de Ayn Rand al concepto helenístico de libertad individual y a la filosofía aristotélica, según la cual un individuo logra su excelencia (areté) y se autorrealiza (eudaimonia) razonando y aprendiendo, se nutre de su experiencia vital con el totalitarismo y la arbitrariedad de un Estado con potestad para interferir en la voluntad de los ciudadanos.

Elogio del liberalismo clásico

Los personajes de We the Living se las ingenian para sobrevivir y no perder la dignidad durante el avance de una idea de sociedad que sacrifica lo individual por el colectivo, buscando la autorrealización a partir de regulaciones y prohibiciones.

Como los liberales clásicos, los griegos creían que la sociedad avanzaba cuando los individuos podían alcanzar lo que se proponían usando su libre albedrío y sin más límite que los derechos de sus conciudadanos.

El francés Alexis de Tocqueville, defensor del liberalismo, sufrió en la Francia revolucionaria una persecución similar a la padecida por las clases urbanas durante la construcción soviética. Su familia se libró in extremis de la guillotina con la caída de Robespierre en el año II (1794).

En Estados Unidos, su concepción de la democracia, similar a la de la Grecia clásica, fue reconocida. Tocqueville expresó, suscitando menor animadversión, el verdadero riesgo de los totalitarismos, fueran de derechas o izquierdas, encubiertos o sin reservas: 

“La democracia y el socialismo no tienen más en común que una palabra: igualdad. Pero apreciemos la diferencia: mientras la democracia busca la igualdad en la libertad, el socialismo la persigue en la restricción y la servitud.”

Autorrealizarse potenciando la autosuficiencia vs. ser un sujeto de ayudas sociales

La aspiración humana a la autorrealización personal explicaría las maneras ingeniosas con que individuos en sociedades como la soviética leyeron libros prohibidos o escucharon música occidental, a menudo registrada en radiografías médicas.

Además de las 3 novelas mencionadas, Ayn Rand escribió una novela corta, Himno (Anthem), en la que dos jóvenes se enamoran en una época distópica donde no sólo ha desaparecido el concepto de libertad individual, sino que la propia lengua carece de las voces en primera persona.

En una época como la actual, tan dada a achacar todos los males de la sociedad a una supuesta conspiración de individuos egoístas o al exceso de individualismo, haríamos bien en retroceder a la primera victoria lograda en Occidente contra la tiranía: cuando los griegos se dieron leyes por consenso, escritas por la gente y para la gente.

Cuando lo “revolucionario” es no atender a cantos de sirena populistas

La ley griega surgió para asegurar la vida, libertades y propiedades de todos los miembros de la sociedad, y no sólo para un grupo selecto de líderes. Del mismo modo, las leyes no cambiaban en lo fundamental cuando llegaban épocas de vacas flacas.

En la actualidad, da la sensación de que todo el mundo quiere cambiar todo de raíz cada vez que aumentan las dificultades, sin entender que, en ocasiones, no cambiar lo fundamental de un sistema que respeta libertades y genera prosperidad es lo auténticamente “revolucionario”.

Si te interesa la temática de esta entrada, te invito a que leas La rebelión del charna.