¿Sigue siendo útil un deporte en que el ser humano ha sido batido por algoritmos? La respuesta, según algunos expertos, es “más que nunca“.
Acabada la era dorada de la propaganda (desde los 50 hasta finales de los 80 del siglo XX) y alegórico (años 90 y primera década del siglo XXI) del ajedrez, el propio juego recupera un protagonismo que nunca debería haber perdido.
Un tablero de formación centenario
Estrategia, astucia, paciencia, prudencia, ataque orquestado, dosificación, retirada ordenada, contraataque, gratificación aplazada…
El ajedrez se ha usado como tablero de formación sobre estrategia e inteligencia espacial más útil que El príncipe de Maquiavelo.
¿Qué ha ocurrido para que un juego de tablero con popularidad tan extendida haya perdido popularidad cuando la era de los videojuegos la podría haber ampliado?
Parte de la respuesta reside en el propio juego, explican algunos expertos a Tom Ashbrook en su programa radiofónico On Point de NPR: jugar bien al ajedrez es complejo y requiere dedicación.
Más allá de la Guerra Fría
La otra parte de la respuesta niega la mayor: el ajedrez no ha perdido popularidad, dicen Seth Stevenson (colaborador de Slate y autor del ensayo sobre la materia Grounded) y Jennifer Shahade, ajedrecista profesional y autora, sino en todo caso preponderancia pública, al carecer de patrocinadores con intención de usar el deporte de acuerdo con sus intereses:
- desde la rivalidad (“contienda” o “batalla”, según los medios occidentales y comunistas) entre Bobby Fischer y los jugadores soviéticos de los sesenta y setenta;
- a la reedición de la rivalidad por Gari Kaspárov y Anatoli Kárpov hasta el propio ocaso soviético.
Los sesenta vivieron una popularidad del ajedrez sin precedentes, tanto en Estados Unidos y su órbita europea occidental como en el Bloque Soviético, donde la meritocracia artística y deportiva -sobre todo en disciplinas intelectuales- se convirtió en prioridad propagandística.
(Vídeo: imágenes de la que fue catalogada como “la partida del siglo” o “la partida del milenio”, el Campeonato Mundial de Ajedrez de 1972 entre Bobby Fischer y Borís Spaski -Reikiavik, Islandia-)
La partida más seguida de la historia
Desde que Fischer lograra el título de Gran Maestro Internacional a los 15 años, la URSS se centró en presentar una batalla digna ante el nuevo coloso, lográndolo con varios jugadores.
En la retina de los entusiastas más veteranos del deporte queda la partida entre Bobby Fischer y el campeón soviético Borís Spaski en 1972, el más visto de la historia, cuyo lugar de celebración (Reikiavik, Islandia, a medio camino del Atlántico Norte) sirvió de escenario neutral por lo que se publicitó como una contienda más de la Guerra Fría, a la altura de la carrera espacial o del ránking de medallas en unos Juegos Olímpicos.
Algo así como Rocky Balboa peleando contra Ivan Drago (el soviético grandullón en Rocky IV), pero intercambiando fuerza bruta y testosterona por materia gris.
La posterior historia de Fischer es una de las más controvertidas y, para muchos, dolorosas del deporte de élite: pasó de rechazar la defensa su título mundial en 1975 contra Anatoli Kárpov -después de realizar extravagantes demandas-, a ser rechazado por la opinión pública estadounidense por sus declaraciones antisemitas y en contra del papel estadounidense en el mundo.
Posteriormente, Fischer se nacionalizó islandés y residió en la isla en los últimos años de su vida hasta su muerte en 2008.
Entre la Guerra Fría y Deep Blue
Los últimos dominadores soviéticos se erigieron, a su pesar, en símbolos del inicio de una nueva época:
- el joven Gari Kaspárov, conocido hasta la caída del Muro de Berlín como el archirrival de Anatoli Kárpov en el período 1975-1985, se convirtió en abogado de las libertades individuales en un ex-bloque soviético con instituciones débiles y teledirigidas. Kaspárov continúa hoy como uno de los grandes críticos de las redes clientelares en Rusia, a través de su militancia en la coalición opositora La Otra Rusia;
- años más tarde, el mismo Kaspárov volvió a pasar a la historia, después de las memorables partidas con Anatoli Kárpov, que alcanzaron estatus épico en la temporada 1984-1985, al convertirse en el primer gran campeón humano de ajedrez en ser derrotado por una computadora de IBM (Kaspárov vs. Deep Blue I y II: 6 partidas en 1996-1997 de las que Kaspárov ganó 3, empató 2 y perdió 1).
La victoria de Deep Blue se considera un hito simbólico en la historia de la computación y el primer paso hacia la “singularidad tecnológica”, o el hipotético momento en que las máquinas superarán al ser humano en cualquier tarea mental, posibilitando la inteligencia artificial.
Vigencia del deporte de estrategia en la era de los videojuegos
Hasta entonces, no obstante, las derrotas contra algoritmos en ajedrez se deben a una modalidad de juego que carece de capacidades del todo humanas (de momento), tales como creatividad, inspiración, intuición o, por qué no, honor (cuándo aceptar o no tablas) conformismo o cansancio, entre otros condicionantes humanos sobre el juego.
Los algoritmos no se aburren ni cansan, recuerda el filósofo Daniel C. Dennet; sus contrincantes tampoco pueden explotar la ansiedad o presión, inexistentes en una “máquina de silicio”, pero presentes en el ser humano, al fin y al cabo una “máquina de proteínas“.
A diferencia de las máquinas de silicio, las “máquinas de proteínas” (el ingenio humano) siguen siendo las únicas capaces de, eventualmente, “inventar” una estrategia o movimiento no usados nunca antes. El algoritmo, por el contrario, se limita a procesar instantáneamente todos los movimientos y estrategias utilizados hasta ahora.
Lejos de dejar el ajedrez en manos de algoritmos, los seres humanos contraatacan, ahora sin usar este viejo deporte estratégico como arma política arrojadiza: el ajedrez deja de ser el símbolo de virtuosismo de juventudes internacionalistas en Occidente y el desaparecido bloque soviético, para retornar, (paradójicamente, ocurre en la era tecnológica), a la propia esencia del juego.
(Vídeo sobre la rivalidad entre Gari Kaspárov -símbolo de la joven e irreverente apertura de la perestroika- y Anatoli Kárpov -símbolo en los ochenta del establishment soviético-)
El fenómeno Magnus Carlsen
Las hazañas y atractivo personal de los nuevos maestros del ajedrez contribuye a su buen momento entre los aficionados de lugares como Escandinavia, Norteamérica y los territorios con gran tradición tales como Europa del Este y varias de las antiguas repúblicas soviéticas, como Armenia.
Los medios y federaciones de ajedrez analizan todavía la dimensión real del efecto Magnus Carlsen, el joven noruego campeón del mundo, cuyo estilo e imagen se escapan del deporte más estereotipado y usado políticamente por su carácter intelectual y meritocrático.
Carlsen no es un gris chico prodigio nacido en una familia de matemáticos de alguna antigua república socialista, ni tampoco una rata de biblioteca sociopática occidental. Prueba de ello es su carrera como modelo, así como su soltura con la interacción humana, alejada de la supuesta excentricidad de los maestros de ajedrez, en el imaginario colectivo tradicional a la altura de los “genios locos”.
Tampoco es un invento mediático. Para conocer la dimensión del fenómeno, se puede comparar el rendimiento de Carlsen, todavía en el inicio de su carrera, con Kaspárov (y no con un algoritmo como cualquiera de los descendientes de Deep Blue).
Kaspárov encabezó la lista FIDE por puntuación de manera casi continua entre 1986 y 2005 (año de su retirada). Kaspárov logró la mayor puntuación Elo en 1999, con 2.851 puntos, la mejor marca de la historia… hasta que fuera superada por Carlsen en enero de 2013, con 2.872 puntos.
Retorno de la atención mediática y renovada (relativa) popularidad
La era posterior a las últimas grandes contiendas mediáticas (primero, Fischer-Spaski, y después Kaspárov-Kárpov) no será dominada por los descendientes algorítmicos de Deep Blue.
El ajedrez sigue siendo humano y popular en: Islandia (efecto Fischer), Noruega y el resto de Escandinavia (efecto Carlsen), países del Cáucaso, Rusia e India, con una sólida tradición en los Balcanes y público estable y consolidado en Norteamérica y Europa Occidental.
Si se opta por contar el número de Grandes Maestros (abreviado como GM) por cada mil habitantes, la lista es dominada por pequeños países.
Los 20 países con mayor número de Grandes Maestros son: Islandia, Mónaco, Andorra, Armenia, Montenegro, Serbia, Croacia, Eslovenia, Letonia, Georgia, Hungría, Israel, Bulgaria, Macedonia, Estonia, Lituania, República Checa, Azerbaiyán (donde nació Kaspárov), Bosnia y Hercegovina y Suecia. Noruega (país de Margnus Carlsen) y Dinamarca (otro país escandinavo), ocupan las posiciones 21 y 22, respectivamente.
Controversias en la cúpula y salud del ajedrez en Occidente
También existe, como en cualquier deporte federado, un ránking oficial por países, calculado a partir de una media de la puntuación lograda por los 10 mejores jugadores. El listado es ajeno, por tanto, a la polémica que rodea a la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), acusada de corrupción y pucherazos a la altura de otros organismos deportivos internacionales.
La FIDE lleva su controversia quizá algo más allá que el COI o la FIFA, al contar con un presidente, Kirsan Ilyumzhinov (ajedrecista y millonario ruso, además de presidente de la república rusa de Kalmukia), que cree -en serio- que el ajedrez fue inventado por extraterrestres.
En esta lista, domina Rusia, pero Europa Occidental -cuyos clubes dominan el deporte- sitúa a Francia en cuarta posición, Holanda es octava, Alemania undécima y España decimosexta (España cuenta, por cierto, con una tradición ajedrecista que se remonta al siglo VIII, cuando los árabes introducen su versión arcaica en la Península).
(Imagen: Magnus Carlsen durante su primera gran victoria en 2004, con 13 años de edad)
Todo gran campeón necesita un contrincante
Siguiendo la narrativa de un juego que prioriza la estrategia, la memoria, la frescura mental y la inteligencia espacial, todo gran campeón necesita un contrincante a su altura para llevar el deporte a nuevas cotas.
Del mismo modo que Roger Federer y Rafael Nadal primero, y Novak Djokovic y de nuevo Rafael Nadal en la actualidad, han hecho evolucionar el tenis masculino, Magnus Carlsen necesita a algún contrincante a su altura para que el ajedrez disfrute de una nueva era dorada de popularidad pública, lo que consolidaría su buena salud entre determinados círculos amateur.
Es cuestión de empatía: si el contrincante de Magnus Carlsen durante los próximos 10, 20 o 30 años es humano y no un algoritmo como Deep Blue y sus “vástagos”, el ajedrez podría demostrar el potencial que muchos ven en él desde hace siglos como poco menos que un tratado abierto de la estrategia y la inteligencia: una versión espacial de lo que El príncipe de Maquiavelo significó para la ciencia política moderna.
Magnus Carlsen conoce a Fabiano Caruana
Durante su reciente programa dedicado al ajedrez, el conductor de On Point Tom Ashbrook anuncia que ese gran contrincante necesario para que cualquiera con potencial tenga oportunidad de convertirse en un gigante quizá haya llegado… y es joven y humano, para más señas.
Se trata de Fabiano Caruana, un italoestadounidense nacido en Miami en 1992 que se convirtió en Gran Maestro de ajedrez a los 14 años, 11 meses y 20 días (el más joven de la historia del ajedrez tanto italiano como estadounidense).
Caruana aprendió a jugar en una sinagoga de Brooklyn, Nueva York, donde su familia se había mudado. Su progresión le llevó a Europa para dedicarse profesionalmente al ajedrez, concretamente en Madrid. Desde entonces, la progresión ha sido meteórica: primero del ránking de ajedrecistas Junior y segundo del mundo en la lista general, a sólo un paso del actual campeón Magnus Carlsen, a quien ha derrotado recientemente.
Lo que más ha sorprendido de Fabiano Caruana no es su progresión meritocrática, como marcan los cánones del ajedrez, sino más bien los rasgos “humanos” que sugiere su dominio del deporte: en la edición de 2014 del torneo Sinquefield Cup en San Luis, Misuri, Caruana ganó siete veces consecutivas usando un repertorio estratégico tan amplio que ha sorprendido tanto a amantes del deporte como a sus muchos y renombrados estadísticos.
(Vídeo: la partida de ajedrez entre el caballero Antonius Block y la Muerte, en El séptimo sello de Ingmar Bergman)
¿Volverá el ajedrez a competir de tú a tú con otros juegos?
Magnus Carlsen -y los algoritmos- podrían tener el gran contendiente que se esperaba para que el deporte alcance la popularidad de los años sesenta, setenta y ochenta, cuando los pequeños tableros de ajedrez portátil de fichas magnéticas eran frecuentes en la mochila de los adolescentes de lugares como Europa Occidental.
Quien esto escribe recuerda a grupos de niños y niñas preadolescentes y adolescentes jugando al ajedrez en la calle, conformando distintos corrillos y sin supervisión adulta: el ajedrez era divertido, en la Europa mediterránea de los ochenta hasta el punto de competir en ocasiones con otros juegos de actividad física.
Hablamos de una época con escasa penetración de los primeros videojuegos electrónicos… Pero si bien los videojuegos perjudicaron al ajedrez, con su creciente espectacularidad y flexibilidad (entornos, historias, universos completos ideados), la evolución de los dispositivos devuelve potencial al viejo juego de estrategia.
Los teléfonos inteligentes son el nuevo ajedrez portátil
Los teléfonos actuales incluyen, si su portador lo desea, aplicaciones de ajedrez para aprender a jugar y hacerlo a distintos niveles, sea contra la máquina o contra contrincantes humanos. Los tableros de ajedrez portátiles magnéticos que se cerraban como un libro están presentes en las tiendas de aplicaciones de iOS y Android.
El ajedrez rompe también barreras de género y edad, como se observa en parques de todo el mundo. En Central Park y otros lugares públicos de Nueva York se reúnen los fines de semana cientos, cuando no miles de aficionados al ajedrez, en contiendas con un nivel que atrae a apreciativos paseantes y aficionados.
Asimismo, las últimas intervenciones en parques y mobiliario público no han olvidado la afición de Nueva York por el ajedrez. Durante nuestra última visita a Manhattan hace apenas un mes y medio, Kirsten y yo atestiguamos que el consistorio neoyorquino, al adecentar Washington Square (la pequeña plaza del West Village cuyo Arco de Triunfo es decorado habitual de los filmes de Woody Allen), incorporó varias mesas de ajedrez en uno de sus extremos, ocupadas siempre por aficionados.
¿Puede el ajedrez convertirse de nuevo en el juego de cabecera de familias y escuelas, mostrando valiosas cualidades en una era dominada por la gratificación instantánea de impulsos y sus consecuencias?
Camino de la “singularidad”
Veinticinco años después de la caída del Muro de Berlín, el ajedrez ha perdido el favor de los gobiernos y medios en un mundo multilateral donde ya no tiene sentido ejemplificar el duelo intelectual entre dos superpotencias en un juego de mesa dominado por las supercomputadoras desde la legendaria victoria de Deep Blue.
Por primera vez en las últimas décadas, el ajedrez abandona su aureola política, desde paladín de archibatallas de la Guerra Fría y herramienta propagandística del internacionalismo marxista a deporte adecuado para desarrollar la autonomía intelectual de generaciones de jóvenes que se enfrentan a un mundo multilateral donde no aguardan trabajos tradicionales para toda una vida, sino la incertidumbre de un gran estancamiento económico -y tecnológico, al menos en el mundo físico- que requerirá nuevas ideas e invenciones.
Qué mejor manera de prepararse para un mundo que camina hacia la “singularidad tecnológica” que jugando (bien) al ajedrez, como un humano: aprendiendo a sorprender incluso a un algoritmo.
Si el videojuego Tetris fue concebido para entrenar mentalmente a cosmonautas soviéticos, el ajedrez ya estaba inventado para estas y otras tareas similares, ya que se ha usado durante siglos como método de entrenamiento para ejercitar lo que ahora llamamos inteligencia espacial (según la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner): nuestra habilidad para reconocer patrones y elaborar estrategias en función de unas reglas abstractas.
El equilibrio del ajedrez
La psicología cognitiva ha estudiado de manera intensiva los efectos del ajedrez en la mente, así como su relación con los avances en inteligencia artificial; de momento, no existen evidencias inequívocas de los efectos beneficiosos sobre el intelecto de la disciplina, pese a la dedicación de estudiosos como Tim Redman, de la Universidad de Texas en Dallas.
Lo que queda claro es que, más allá de asistir a innumerables autores en sus tramas literarias, teatrales y cinematográficas, el ajedrez agiliza la inteligencia espacial de un modo similar, pero más estratégico y reflexivo, a juegos donde se priorizan los reflejos, como Tetris.
Tetris se ha convertido en símbolo de personas que han crecido en una cultura dominada por el fácil acceso y ubicuidad de pantallas de ocio y videojuegos, dando nombre a un síntoma cognitivo, el “efecto Tetris“.
El efecto Tetris (también “síndrome Tetris”) se produce cuando alguien dedica tanto tiempo y atención a una tarea que los mismos mecanismos que rigen la actividad afectan sobre los propios pensamientos, imágenes mentales y sueños de una persona.
Ajedrez y filosofías de vida
No hay -o al menos, no se ha descrito- un “efecto ajedrez”. De existir, la complejidad del ajedrez, así como la libertad del jugador para elegir ritmo y estratagema, llenaría de matices cualquier comportamiento que consistente en trasladar lo aprendido en el juego a patrones en la vida real.
Sí existe, en cambio, un aprendizaje que los aficionados al ajedrez decantan a su existencia con el sosiego de quienes añaden una afición valiosa más a su bagaje vital.
Saber jugar al ajedrez implica reconocer con facilidad el valor de la estratagema, la paciencia, el ataque, la defensa, la supervivencia, el equilibrio, el bucle.
Benjamin Franklin, filósofo, escritor, editor, inventor, diplomático y uno de los padres fundadores de Estados Unidos, tuvo tiempo para realizar las tareas quijotescas que uno espera que realicen los gigantes de la historia.
Por ejemplo, Franklin, enfrascado en una polémica con el intelectual tory inglés Samuel Johnson, purista de la lengua y primer gran estudioso de sus orígenes, quiso renovar el inglés con una gramática simplificada, lo que le valió las críticas de Johnson.
La moral del ajedrez (según Benjamin Franklin)
Otra de sus labores consistió en formar -ésta realizada con éxito- a los estadounidenses con pequeños compendios de cultura general -sus almanaques y libros, los primeros superventas de Norteamérica, descontando la Biblia-.
Entre esos libros y artículos de cultura general, Franklin escribió una de las autobiografías más influyentes, así como ensayos dedicados a temas tan diversos como la agricultura, la industriosidad o… las enseñanzas del ajedrez.
En su ensayo La moral del ajedrez, Benjamin Franklin sintetiza qué puede esperar el jugador de ajedrez de su dedicación:
“El ajedrez no es un mero pasatiempo ocioso; uno puede adquirir y reforzar varias y muy valiosas cualidades de la mente, útiles en la vida, para que así se conviertan en recursos al alcance del ingenio en cualquier ocasión.
“Porque la vida es una especie de Ajedrez, en el cual acumulamos a menudo puntos para ganar, y los competidores o adversarios con los que lidiar, y con los cuales suceden gran variedad de buenos y malos acontecimientos, que son, en cierto modo, el efecto de la prudencia, o su querencia. Para jugar al ajedrez, debemos aprender:
“primero, previsión, que mira un poco hacia el futuro y considera las consecuencias que puede causar una acción;
“segundo, circunspección, que examina el tablero de ajedrez entero, o la escena de acción: la relación de piezas y su situación;
“tercero, prudencia: no realizar nuestros movimientos con demasiada rapidez.
Optimistas indefinidos y optimistas definidos
Franklin explica en su ensayo cómo el ajedrez enseña a cualquier ser humano la valía de esperar cuando el valor y la energía de la visceralidad bregan por atacar con toda lo que uno tiene; o realizar acciones que suponen sacrificio o inacción a corto plazo, con la intención de avanzar a largo plazo y lograr la ventaja al final, cuando las fuerzas flaquean y su valor se multiplica.
Si tocas una pieza, la debes mover a algún sitio; si la bajas, debes dejarla ahí. “Y es entonces mejor que estas reglas sean observadas, ya que el juego llega a ser la imagen de la vida humana, en particular un reflejo del conflicto”.
“[Guerra] en la cual, si uno se ha puesto incautamente en una posición mala y peligrosa, no puede obtener la licencia del enemigo para retirar las tropas y colocarlas a mejor recaudo, sino que debe asumir todas las consecuencias de su temeridad”, explica Benjamin Franklin.
En el ajedrez, uno también aprende a apreciar y reconocer a los peones, alfiles, caballos y demás sacrificados. En ocasiones, incluso las tablas pueden saber a victoria.
Cultivar un propósito vital vs. encomendarse al azar
Benjamin Franklin aclara que del ajedrez aprendemos la mayor máxima de la existencia: “…que incluso cuando todo nos parece ir mal uno no debería desanimarse, sino siempre mantener la esperanza de un cambio para mejor, continuar buscando con firmeza soluciones a nuestros problemas”.
O, como dice el emprendedor de Silicon Valley Peter Thiel, autor de Zero to One, está en juego el convertirse en un optimista “definido”, o aquel que hace planes racionales en busca de resultados y no se conforma con esperar al azar o que todo vaya a mejor por un cambio de suerte o por mera aleatoriedad, sino porque ha ido a buscar su propósito vital con todo su ahínco racional.
Su previsión, circunspección, prudencia, ingenuidad…