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La motivación, más efectiva cuando interna y sin incentivos

Nuevo episodio en la batalla filosófica y científica entre lo que procede de la amígdala cerebral (impulsos y afán por la gratificación instantánea de la parte más primitiva del cerebro) y lo que evoluciona en la corteza cerebral (pensamiento abstracto, estrategia).

La combinación equilibrada de ambas motivaciones, pasión y razón, no son la mejor estrategia para el éxito, sugiere un nuevo estudio.

Según psicología y neurociencia, la introspección es tan importante como lo que sugieren las olvidadas filosofías de vida grecorromanas. La existencia con propósito racional a largo plazo es mejor motivador que premios a corto plazo, según el estudio publicado en PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences, revista de la Academia de Ciencias estadounidense).

Secretos de las motivaciones interna e instrumental

Dos de sus autores explicaban hace unas semanas en The New York Times que este estudio, uno de los más profundos y prolongados en el tiempo sobre la incidencia de incentivos externos e internos sobre nuestra vida personal y profesional, desvela nuevos secretos sobre la motivación efectiva.

Lo firman los investigadores Amy Wrzesniewski (profesora de estudios organizacionales en la Yale School of Management), Barry Schwartz (profesor de psicología en Swarthmore College, ensayista y colaborador de Harvard Business Review), Xiangyu Cong, Michael Kane, Audrey Omar y Thomas Kolditz.

Para comprender mejor su alcance, los autores han profundizado en la correlación entre las dos motivaciones para enfrascarse en cualquier actividad:

  • interna (razón: propósito interno, como “afán por explorar”, “querer saber más por ésto o aquéllo”, pasión por una actividad, etc.);
  • e instrumental (deseo: mayor beneficio económico, renombre, etc.).

Combinando motivación interna e incentivos

Los autores de Multiple types of motives don’t multiply the motivation of West Point cadets analizan cuál es la mejor combinación de ambos motivadores para lograr lo que conocemos como “éxito”, una idea tan sujeta a interpretación como tantas otras en las ciencias sociales.

Hasta ahora, existía la creencia de que una persona movida por una combinación de motivaciones internas (por ejemplo, un científico que quiere indagar más alguna materia por curiosidad propósito vocacional) y externas (el mismo científico, movido también por el afán de lograr renombre) lograría más que alguien movido sólo por el deseo.

Los autores, no obstante, demuestran en su estudio que los motivos instrumentales no son siempre una ventaja y, a menudo, son contraproducentes para lograr el éxito. 

Como si se tratara de una guía de la buena vida de los estoicos, la guía del éxito de la investigación puntera parece una guía sobre cómo cultivar lo que depende de nosotros y podemos, por tanto, afectar (nuestro propósito, estrategia, perseverancia, etc.) y no obsesionarse con lo que no depende de nosotros y conduce a la insatisfacción crónica.

Cuando “el interés propio” equivalía tanto a propósito vital como a recompensa

La magnitud de la muestra y la rigurosidad interpretativa de la investigación sacuden viejas hipótesis sostenidas desde el liberalismo clásico, que sostiene que el individuo se autorrealiza buscando su máximo interés, un concepto próximo al propósito vital clásico. 

Luego, la misma teoría relaciona (¿simplifica?) este motivo intrínseco (egoísmo racional, búsqueda de la excelencia y lograr lo máximo posible del propio potencial) con las motivaciones instrumentales, más impulsivas y orientadas al corto plazo.

Esta simplificación, o malinterpretación (o interpretación interesada/sesgada) de las ideas de Montesquieu, John Locke o Adam Smith, entre otros, ha derivado, dos siglos después, en la idea cuasi dogmática que relaciona exclusivamente autorrealización con motivaciones externas (máxima fama, máximo beneficio económico, estrellato logrado sin pegar sellos, etc.), olvidando las motivaciones internas (principios, vocación, perseverancia, estrategia, afán de aprendizaje, curiosidad, integridad), reivindicadas también por el liberalismo clásico.

No extraña, por tanto, que los estudios sociales deban interpretarse siempre con prudencia, al someterse a las modas, filias y fobias de cada época.

Evolución interpretativa de las (muy interpretables) ciencias sociales

Por ejemplo, las ciencias sociales aplican el método empírico a materias de interacción humana (y, por tanto, sujetas a mayores subjetividades) desde la Ilustración, pero durante décadas la mayor influencia sobre la interpretación de las interacciones humanas fue la corriente marxista en sus distintas vertientes:

  • desde las más valiosas (Hegel, Marx, Bernstein, León Trotski, Escuela de Fráncfort);
  • a las más trasnochadas (consultar cualquier biblioteca universitaria al tuntún para observar cómicas muestras de demagogia disfrazada de marxismo; como ejemplo, algunas ideas de R.D. Laing que relacionan la esquizofrenia con una enfermedad “curable” impuesta por la “ideología” de la familia, y otras perlas marcusianas).

Hasta entonces, la filosofía se había ocupado de las disciplinas que analizan el comportamiento de individuos, grupos sociales y sociedad; las teorías clásicas de conceptos tan abstractos como el de opinión pública iniciaron una interpretación empírica sobre la que se basan todavía muchos estudios actuales.

El dilema de nuestro tiempo: (re)aprender a valorar el largo plazo

En las últimas décadas, avances en psicología y neurociencia permiten combinar ciencias sociales y ciencias naturales, logrando lo soñado por los filósofos clásicos: poder analizar con precisión la interacción entre cuerpo y mente, o la relación cognitiva entre persona y persona, grupos, etc.

Pero la intersección entre comportamiento, ciencia y naturaleza humana sigue siendo una disciplina tan sujeta a la enmienda total o parcial de teorías e hipótesis (con modas que van y vienen) como en la Época Clásica.

Más que en cualquier otro campo científico, en las ciencias sociales 2 y 2 no siempre son 4, incluso cuando se trata de analizar los resultados de estudios de campo bien definidos, con amplia participación y varios años de análisis.

Un caso reciente es la propia interpretación, sometida a polémica, del mencionado estudio exhaustivo sobre el impacto de los incentivos externos (por ejemplo, premios económicos, aumentos de salario, promociones, reconocimiento, etc.) en la motivación individual a largo plazo.

Recompensas a corto plazo debilitan la motivación intrínseca

El estudio concluye que “múltiples tipos de motivos no multiplican la motivación de los cadetes de West Point”.

A diferencia de investigaciones previas, este estudio confirma que existe una base neurológica que explicaría por qué las recompensas a corto plazo (gratificación instantánea) debilitarían la motivación intrínseca (largo plazo, gratificación aplazada).

No son unas conclusiones interpretables de un estudio más: buena parte de las teorías sociales y económicas en práctica se basan en la hipótesis de que los incentivos externos (el beneficio cuantificable que extraemos de una actividad) son la principal motivación humana.

El estudio, que analiza el comportamiento y reacciones de cadetes de la exigente academia militar estadounidense de West Point, aporta unas conclusiones más acordes con la opinión de los filósofos clásicos y su idea de autorrealización.

Trabajar en la propia excelencia sin obsesionarse por los incentivos

Aristóteles (eudaimonía, o felicidad a través del cultivo de la razón) y Séneca (estoicismo, o bienestar duradero actuando racionalmente según la naturaleza) profundizaron en la idea socrática del cultivo de la excelencia a largo plazo mejorando uno mismo y dejando en segundo plano las recompensas externas (incentivos externos).

Séneca lo expuso en Cartas a Lucilio: “La naturaleza nos ha hecho capaces de aprender y, si nos dio una razón imperfecta, nos la dio al mismo tiempo perfectible”.

En consonancia con los filósofos clásicos que desarrollaron su filosofía de vida partiendo de la premisa de que el cultivo interior racional a largo plazo (búsqueda de la excelencia o “areté”, sin que ello implique que se pueda alcanzar este estado ideal) acerca al individuo a autorrealizarse, el estudio establece una clara correlación entre las recompensas externas y la motivación a largo plazo: estar sujeto a premios inmediatos ajenos a uno mismo debilitan la motivación a largo plazo.

Los psicólogos del comportamiento y expertos en comportamiento organizacional que firman el controvertido estudio interpretan que los incentivos más usados en nuestra sociedad no sólo no mejoran nuestra motivación, sino que la diluirían.

Desempolvando la “areté”

La motivación a largo plazo estudiada por la neurociencia interpretativa más puntera se pone de acuerdo con la idea aristotélica de que el ser humano necesita un propósito vital, al que llega “usando la razón”, con una estrategia introspectiva para mantener la independencia con respecto a aquello que no se puede controlar, lo ajeno a uno mismo.

El propósito vital (introspección, motivación, perseverancia, fuerza de voluntad) nos motivaría más a la larga que un premio a corto plazo, aunque se trate de un salario más elevado o mayor reconocimiento público.

Sólo probando nosotros mismos, bregando y logrando victorias cuantificables relacionadas con una estrategia racional, podemos mantener la motivación. De lo contrario, dice el estudio realizado a cadetes de la academia de West Point, nuestra motivación se debilita a medida que nos decantamos por beneficios externos.

El impacto negativo de los premios externos constituye una nueva paradoja que las ciencias sociales (incluyendo las teorías económicas y organizacionales en vigor) deberán afrontar en los próximos años. Hasta ahora, se daba por hecho que los incentivos externos -económicos, de estatus y reconocimiento, etc.- eran el principal motor de la búsqueda de la excelencia.

Un estudio con más de 11.000 estudiantes

Al parecer, los conceptos de autorrealización y motivación están muy próximos, según la neurociencia, del mencionado ideal griego de búsqueda racional de la excelencia cultivando cuantas más disciplinas mejor de la manera más consistente posible. Artes, deportes, lucha, ciencia, filosofía, etc.

Amy Wrzesniewski, Barry Schwartz y sus colaboradores analizaron información de 11.320 cadetes de 9 clases distintas de primer año en la exigente y estereotipada por el cine y la literatura Academia Militar de Estados Unidos en West Point.

Entre los aspectos que influyeron en la decisión de enrolarse en West Point, los novatos apuntaron m conseguir un buen trabajo en el futuro (motivo instrumental) y el deseo de ser entrenado como un líder en el Ejército estadounidense (motivo interno).

Los autores realizaron un seguimiento de los cadetes. Años después, ¿qué tal les fue y cómo se equiparan su progreso real y los motivos originales apuntados?

La ventaja competitiva de trabajar con un propósito vital

Amy Wrzesniewski y Barry Schwartz en The New York Times: “Constatamos sin sorpresa que, cuanto más sólidas [fueron] sus razones internas [originarias] para atender West Point, aumentaban las probabilidades de los cadetes de graduarse y convertirse en oficiales y suboficiales”:

  • los cadetes con motivos internos progresaron más (un dato cuantificable con datos como recomendaciones al principio de su carrera profesional) que aquellos que carecían de motivaciones introspectivas de peso, “a no ser (y esta es la parte sorprendente) que tuvieran también motivos instrumentales de peso)”;
  • aquellos con fuertes motivos internos e instrumentales para acudir a esta academia rindieron años después consistentemente peor en cualquier indicador que quienes contaban únicamente con fuertes motivos internos; 

Según los autores, los resultados del estudio tienen consecuencias para las ciencias sociales, ya que se creía que “siempre que una persona realiza bien alguna tarea, suele haber tanto consecuencias internas como instrumentales”.

Motivos y consecuencias

Por ejemplo, cuando alguien aprende con motivación (motivo interno), obtiene buenas notas (instrumental), o un buen doctor cura a un paciente (motivo interno) y cierto prestigio social y confort económico (instrumental).

Pero el estudio publicado en PNAS constata que, “sólo porque las actividades que uno realiza tengan tanto consecuencias internas como instrumentales no significa que las personas que prosperan en esas actividades tengan motivos tanto internos como instrumentales.

Entre las conclusiones del amplio estudio, los autores recomiendan que se realicen esfuerzos para estructurar actividades y que las consecuencias instrumentales “no se conviertan en motivos”. En otras palabras, las filosofías de vida clásicas funcionan empíricamente.

La coherencia de los estoicos: introspección racional y autosuficiencia

Pongamos el estoicismo como ejemplo. En su ensayo A Guide to the Good Life, un compendio práctico sobre estoicismo que cualquiera puede adaptar a su realidad según su conveniencia (no hay liturgia ni dogma, sino introspección racional), el profesor de filosofía William B. Irvine expone, entre los principios estoicos, que hay que preocuparse de los propios pensamientos y vida interior para evitar la dependencia de lo externo.

Si, como consecuencia de poner en práctica su propósito racional, un individuo encuentra la fama o la riqueza, éste debe mostrarse tan agradecido ante la consecuencia “instrumental” de su trayectoria como listo para mantener su integridad si llegaran la ruina y la penuria (Marco Aurelio).

Ser tan indiferente, como decía Epicteto, ante la aprobación de los otros como ante su desaprobación, permite a cualquiera que valore su independencia permanecer al margen de los vaivenes coyunturales, que acaban sin afectar la estrategia a largo plazo.

Séneca, de nuevo en Cartas a Lucilio: “Ningún viento será bueno para quien no sabe a qué puerto se encamina”. 

La era de los incentivos y los “manuales”

Volviendo al estudio, los autores advierten del riesgo de que los educadores abusen de herramientas motivacionales de carácter superficial para atraer a participantes o mejorar su rendimiento.

Por ejemplo, en lugar de atraer con ejemplos existentes, biografías o visitas personalizadas, instituciones como West Point instauran programas del estilo de “dinero para la universidad”, “formación para la carrera”, “ver el mundo”, etc. 

Las mejores universidades privadas estadounidenses, por ejemplo, compiten sobre los mejores restaurantes e instalaciones académicas, deportivas y residenciales.

Ocurre algo similar en el mundo empresarial, donde algunas empresas tratan de atraer más por la calidad de sus indulgencias que por la solidez de su proyecto a largo plazo y el reto que supone.

“Para los estudiantes sin interés [curiosidad real] por aprender –escriben Amy Wrzesniewski y Barry Schwartz-, los incentivos financieros para fomentar la asistencia o las ‘maratones de pizza’ para rendir más pueden incitarles a participar, pero ello podría derivar en estudiantes peor educados”.

La empresa que se obsesionó con analizarse a sí misma

Ocurre lo mismo con los profesores o líderes empresariales. Enseñar siguiendo los manuales o para rendir a gran altura en los exámenes sin fomentar el aprendizaje inquisitivo conduce a sistemas con estudiantes y trabajadores que saben qué hacer para extraer el mejor rendimiento de las debilidades de un sistema que no funciona según el propósito por el que fue creado.

Un ejemplo en el mundo empresarial: Microsoft y su tan exigente como burocrático sistema de evaluación entre trabajadores, que condujo con los años a la picaresca de quienes se esforzaban más por rendir para obtener una buena evaluación, dejando su trabajo “real” en segundo término. Lo explicaba Kurt Eichenwald para Vanity Fair en agosto de 2012.

El estudio publicado en PNAS concluye que “la rendición de cuentas es importante pero, aplicada con crudeza, puede originar el tipo comportamiento -como una enseñanza pobre- que estaba destinado a prevenir”.

En otras palabras, no hay nada malo en hacer una actividad más atractiva, resaltando los motivos tanto internos como instrumentales que la harían agradable, pero ello podría tener “el efecto no deseado de debilitar las motivaciones internas”.

Algo tan esencial para lo que las ciencias sociales llaman “éxito”.