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La necesidad espolea la invención en momentos de incertidumbre

Los períodos de prosperidad y estabilidad conducen a situaciones de estancamiento que derivan en crisis sistémicas y, eventualmente, eventos extraordinarios que generan cambios inesperados y en ocasiones destrucción, pero también oportunidades para empezar de nuevo.

Si la historia no se repite pero rima, el pasado puede aportar pistas sobre cómo afrontar situaciones extraordinarias como las que se superponen en la actualidad: inacción climática; eventos extremos que aumentan y nos recuerdan que nuestra presión sobre el medio activa reacciones en cadena; profundos cambios económicos y laborales debidos a fenómenos interdependientes…

Caldera del volcán Tambora. Su erupción en 1815 causó los efectos con que sueñan los postuladores de la geoingeniería: un «año sin verano», con nieves en junio y julio en Europa y Nueva Inglaterra; entre las consecuencias del evento inesperado, una invención: la bicicleta

Un artículo de The Economist relata cómo una de las mayores erupciones volcánicas de las que se tiene constancia, la erupción del volcán Tambora en las Indias Orientales Neerlandesas (actualmente en Indonesia), no sólo devastó la isla de Sumbawa y mató directamente a más de 92.000 personas, sino que transformó la climatología del planeta e inició una humilde cadena de eventos que inspiraron la invención de la bicicleta.

La bicicleta de Yves Montand

Los aerosoles expulsados en la erupción del Tambora entre el 5 y el 12 de abril de 1815 reflejaron la luz solar hasta tal punto que causaron un enfriamiento de la temperatura terrestre o «invierno volcánico» de 1816, con copiosas nieves en el hemisferio norte en junio y julio, cosechas destruidas y hambrunas generalizadas en Europa y América del Norte.

Meses después, la neblina ocupaba todavía el firmamento en Nueva Inglaterra, una «niebla seca» que creó condiciones para que Nueva York registrara nevadas en pleno verano; al otro lado del Atlántico, se sucedieron los disturbios y pillajes dada la escasez de alimentos. El imaginario popular recordaría 1816 como «el año sin verano».

Se conoce menos la relación entre este evento climático extraordinario (y pionero natural de una de las acciones que se barajan para controlar el actual aumento de la temperatura del planeta, la geoingeniería), y las invenciones que inspiró.

Tom Standage evoca la invención que más resuena en el mundo contemporáneo, dado su carácter icónico y un futuro asegurado en las ciudades y entornos periurbanos: la bicicleta.

De volcanes, animales de tiro e invenciones

¿Cómo una erupción volcánica condujo a la invención de un vehículo personal que requería, al no contar inicialmente con pedales, una tosca propulsión humana?

A inicios del siglo XIX, las cosechas dependían del buen tiempo y de caros fertilizantes de origen animal (el más preciado, por su alto contenido en nitratos, era el guano de los islotes de la costa del Pacífico en América del Sur).

La gigantesca erupción de 1815 redujo la radiación solar y las cosechas fallaron en buena parte de Europa y América del Norte, y los animales de tiro se convirtieron de repente en rivales en la competencia por los recursos de subsistencia más preciados: trigo y cebada.

Una sociedad eminentemente rural se vio obligada a prescindir momentáneamente de animales de tiro, lo que incentivó la ingenua búsqueda de Karl von Drais. Este inventor alemán decidió poner a prueba su tesis sobre la compensación de la gravedad en un vehículo de un solo eje con la mera propulsión del conductor: avanzar implicaba mantener el equilibrio incluso cuando las piernas, usadas para impulsarse regularmente, permanecían en el aire.

El vehículo, con dos ruedas asidas sobre un eje de madera, contaba ya con un timón para maniobrar la dirección (el futuro manillar) y sillín, y adoptó el nombre de «máquina de correr», Laufmaschine (también draisiana). Un paseo de demostración a cargo del inventor confirmó la viabilidad de la «máquina» de dos ruedas, un solo eje y tracción humana, al recorrer una distancia de 40 millas (64 kilómetros) en 4 horas.

La necesidad como incentivo

En el territorio plano de Europa Central y del Norte, la Laufmaschine podía desplazarse a una velocidad equiparable a un caballo a trote sin que el conductor, que debía garantizar su propia propulsión, tuviera que realizar un esfuerzo extraordinario.

Pronto, la Laufmaschine cayó en el olvido y no gozó de oportunidad comercial. Las cosechas de 1817 fueron abundantes y los animales de tiro recuperaron su lugar en el campo europeo. Sin embargo, la «máquina de correr» tendría una mayor oportunidad en 1860, cuando el vehículo mejoró radicalmente en Francia gracias a una mejora incremental decisiva: la propulsión a pedales.

A medida que la bicicleta extendía su uso, su percepción se transformó a medida que un público más amplio comprendió la utilidad del «juguete» inicialmente elitista (de ahí otro apelativo de la invención, en este caso derogatorio: «dandy horse»).

Mejores frenos, un cuadro de acero, ruedas con radios y una cadena para reducir el esfuerzo e incrementar la tracción a pedales, acabaron por consolidar un nuevo medio de locomoción para las masas.

Si la erupción volcánica de 1815, un evento olvidado con consecuencias globales, desencadenó las consecuencias que llevaron a invenciones como la bicicleta, ¿qué ocurrirá con la reducción de la actividad mundial a raíz de la expansión de Covid-19?

Jaque a la economía de la experiencia

Tom Standage menciona al final de su artículo algunas de las innovaciones que podrían aprovechar el momento extraordinario que vivimos, la mayoría de las cuales constituyen aceleraciones de invenciones y cambios que ya estaban en marcha, aunque habían evolucionado a un ritmo mucho más modesto que en los meses que han obligado a restringir el contacto entre extraños, las congregaciones lugares cubiertos y los viajes no esenciales: entre otras, la educación on line y la economía de la entrega a domicilio de todo tipo de productos y servicios.

Por de pronto, los servicios (la «economía de la experiencia», orientada a un público urbano y con mayor poder adquisitivo) y la industria de la aviación sufren un revés regresivo debido a las medidas sanitarias necesarias para atajar el aumento de los contagios y sus consecuencias hospitalarias.

Es apenas el principio: productos agropecuarios orientados a la venta a granel para establecimientos que deben encontrar nuevos mercados y son a menudo destruidos (sin lograr acuerdos con bancos de alimentos, cuya demanda crece de manera exponencial), productos de consumo y bienes de equipo que no encuentran comprador, automóviles que deben reducir su precio de venta o mejorar la financiación para encontrar comprador, alquileres e hipotecas que entran en situaciones delicadas…

El lanzamiento de gotas de Flügge no es un deporte

El otoño de 2020 no será únicamente duro por la posibilidad de un recrudecimiento de la pandemia en el hemisferio norte. Una situación anómala que podría espolear soluciones o invenciones hasta ahora no exploradas, muchas de las cuales emanarán de un incentivo recurrente: la necesidad y las circunstancias poco halagüeñas.

En plena eclosión de la videoconferencia (con Zoom irrumpiendo en un sector dominado por los gigantes habituales: Cisco Webex, Microsoft Skype, Google Meet, Apple FaceTime, Facebook Portal, Amazon Chime), aprendemos que las medidas de protección contra Covid-19 no sólo contrarrestan el avance del virus, sino también de la vigilancia masiva.

Cualquier usuario de telefonía con un dispositivo que desbloquee sus opciones con reconocimiento facial lo habrá comprobado una y otra vez en los últimos tiempos: la mascarilla confunde al algoritmo más que el uso de otros complementos menos invasivos, como las gafas o los gorros.

Tal y como explica James Vincent en The Verge, la nueva ubicuidad de las mascarillas no sólo defiende contra las gotas de Flügge: también protege contra los algoritmos de reconocimiento facial (el porcentaje de error crece entre el 5 y el 50% cuando el rostro escaneado, a menudo sin el conocimiento del interesado, porta mascarilla).

El presentismo de fachada, cada vez más ridículo

Quizá la pandemia de coronavirus logre lo que no habían conseguido ni la evidencia científica ni la opinión de muchos trabajadores: el abandono del diseño de oficinas de planta abierta.

La oficina moderna había obviado los riesgos de la interrupción constante, la intromisión visual en el espacio de trabajo y fenómenos como el presentismo de fachada (hacer creer que se trabaja más porque uno permanece más tiempo en el escritorio de una oficina abierta), y muchas compañías habían retirado viejos diseños con cubículos y despachos-estanco para abrazar la cultura de la planta abierta.

Esta tipología de oficina ha pasado de liderar la competición en vanidad arquitectónica entre firmas y administraciones burocráticas, a declarar su obsolescencia en circunstancias extraordinarias que demandan el distanciamiento social, tales como la actual pandemia.

Serología de la antifragilidad

En Estados Unidos, 7 de cada 10 oficinas cuentan con grandes espacios compartidos por varios trabajadores, situación que un estudio realizado en un edificio de Seúl confirma como un escenario especialmente idóneo para la proliferación de contagios de Covid-19.

Centros de atención de entidades administrativas y de servicios, así como grandes oficinas y centros de llamadas, deberán adaptarse a meses de incertidumbres o, en el peor de los casos, a una «nueva normalidad» alejada de vacunas universales y de una por ahora utópica inmunidad de grupo, tal y como exponen los estudios serológicos en distintos puntos del planeta.

Si las crisis globales son la madre de la invención, nos enfrentamos a un reto especialmente complejo; quienes logren prosperar en el mundo post-Covid habrán demostrado su antifragilidad.