Las siglas FPS (“frame per second”, fotogramas por segundo en un vídeo casero publicado en la red o emitido en directo; y “first-person shooter“, popular videojuego con punto de vista subjetivo en que el protagonista dispara a todo lo que se mueve) funcionan con una ambivalencia que evoca la evolución e influencia del ocio y la información por Internet.
La edición digital permite no sólo imitar, modificar o remezclar con precisión y a un coste negligible, sino que puede alcanzar una popularidad imparable con el debido impulso y condiciones; como consecuencia el sueño técnico de viejos regímenes propagandísticos está hoy al alcance de cualquier extremista (a menudo «lobos solitarios») con delirios de grandeza, ya sea fabricando información o grabando un acto deleznable capaz de escapar durante un tiempo el cribaje de las legiones de moderadores y los algoritmos a los que asisten.
Las «snuff movies», que tanto terror nos hicieron en el argumento del mejor filme de Alejandro Amenábar, su opera prima Tesis (1996), son un juego de niños analógico en comparación con lo que llegaría realmente, una vez el ancho de banda y los sitios para compartir vídeos permitieron a cualquiera publicar información (más allá de la calidad de técnica y mensaje), sus anhelos y delirios.
Dos décadas después de Tesis
La última prueba es la propagación, pese a los esfuerzos de medios y moderadores en redes sociales, de la última locura delirante de un neonazi perturbado australiano en la mezquita de la localidad neozelandesa donde residía, Christchurch. Una matanza con, al menos, 50 muertos.
Autoridades y medios de comunicación, conocedores del efecto contagio que tiene la propagación de este tipo de imágenes, refuerzan la presión sobre las redes sociales, que se apresuran de poner puertas al campo antes de que sean regulaciones más estrictas, y no la propia iniciativa, quienes logren evitar la redifusión viral de este tipo de atentados. También se ha probado el efecto amplificador de las redes sociales y los llamados suicidios contagiosos. Con la memética, el Efecto Werther se disemina con facilidad y serendipia.
‘Jorge Luis Borges imagined a map exactly the same size as the territory it represented… We are now building such a 1:1 map of almost unimaginable scope, and this world will become the next great digital platform’ https://t.co/keXi2lawMr via @wintermute0110
— Darran Anderson (@Oniropolis) March 17, 2019
Hasta hace poco, las redes sociales se jactaban de acumular todas las ventajas de los viejos medios de masas (escala, influencia, concentración monopolística de beneficios publicitarios) sin sus inconvenientes (intermediación humana).
Los viejos medios, con sus plantillas independientes agrupadas en fuertes sindicatos, la presión del escrutinio público y una cierta responsabilidad editorial con la información publicada, dependían del prestigio y labor de su plantilla para mantener su influencia; los principales medios sociales pretendieron eludir la responsabilidad editorial y concentrar los beneficios de la distribución de flujos informativos, eludiendo la responsabilidad editorial sobre el contenido.
Píldoras de medio y mensaje
Los escándalos de desinformación desde 2016 y la degradación del debate público han obligado a Facebook y sus rivales a aumentar sus plantillas de moderadores, empleados mal remunerados que operan en un régimen de subcontratas similar al del marketing telefónico que, sin embargo, deben enfrentarse a diario con lo peor de la humanidad: contenido donde abunda todo tipo de violencia imaginable que deben marcar para su supresión.
Una parte considerable del contenido más macabro que individuos y grupos organizados de todo el mundo tratan de publicar a diario es detectada antes siquiera de su publicación por algoritmos con aprendizaje automático; sin embargo, millones de mensajes y ficheros deben ser suprimidos manualmente.
Un extenso reportaje de Casey Newton expone en The Verge el impacto de este trabajo para el estado de ánimo y la salud mental de los 1.000 trabajadores del centro de moderación de contenido de Facebook que la firma Cognizant realiza para la red social.
Poner puertas al campo: una legión de moderadores
Pese a contar con 15.000 moderadores en todo el mundo y haber aumentado sus esfuerzos para combatir la desinformación, incluyendo el acuerdo con organizaciones y expertos de todo el mundo, eventos como el ataque de Christchurch desbordan a la red social: Facebook Newsroom, una división de la red social que asume cada vez más el papel editorial antes de que los reguladores lo impongan como obligación sine qua non, exponía la escala del reto contra las leyes de la memética más macabra:
«En las primeras 24 horas que siguieron al ataque removimos 1,5 millones de vídeos sobre el ataque globalmente, de los cuales 1,2 millones fueron bloqueados durante el proceso de publicación…»
YouTube ofrece excusas similares a las de Facebook. Los vídeos extremistas, la popularidad de personajes reivindicados por supremacistas (el asesino de Christchurch incluyó en su texto un «subscribe to PewDiePie») y la impotencia para frenar mensajes violentos exponen la otra cara de un tipo de popularidad que muestra la peligrosa impresión de que sólo lo aberrante es digno de atención (reflexiona Zeynep Tufekci en Scientific American).
YouTube responding to their struggle to contain the New Zealand shooting video, says they're trying but "there’s more work to be done." Something rings so familiar here. pic.twitter.com/6o3pcWM7jU
— Brandy Zadrozny (@BrandyZadrozny) March 18, 2019
Extremismo y lobos solitarios
Con la gratuidad del extremismo en la Red, la macabra deformación extremista de la era analógica —como la de Unabomber, el terrorista neomalthusiano que envió cartas bomba entre 1978 y 1995, matando a tres personas— es un juego de niños en comparación con el afán de protagonismo de los perturbados postmodernos, convencidos en su extremismo, a los que sólo la dificultad para acceder a armas puede frenar.
El último asesino, conocedor de los nuevos tiempos, se cuidó de publicar su “manifiesto” racista, trufado de las teorías conspirativas que tanto abundan en las pocilgas de la Red, así como de ponerse en la piel de algún mezquino héroe de videojuego, rodando la matanza de los niños, adultos y ancianos musulmanes de su localidad mientras se congregaban en su lugar de culto.
Y los medios más tendenciosos, sabedores de la popularidad que alcanzará toda información que se recree en la tragedia, contribuyen a lograr lo que el atacante perseguía: difusión memética. El Daily Mail, por ejemplo, baja un ya de por sí bajo listón sensacionalista en la prensa británica, al hacer un recorrido por las miserias de un adolescente inseguro —y amante, claro, de los videojuegos FPS más sanguinarios— transformado en monstruo. El cebo de noticias perfecto.
Christchurch attacker “appears to have become the first accused mass murderer to conceive of the killing itself as a meme; it seems he was both inspired by the world of social media and performing for it, hoping his video, images and text would go viral“ https://t.co/Wm60MeGbes
— Mathieu von Rohr (@mathieuvonrohr) March 16, 2019
Que las partidas multijugador en línea de los principales juegos con perspectiva de francotirador (FPS) repliquen escabrosamente las imágenes del asesinato múltiple, no es una coincidencia. El asesino supremacista concibió su acción como una snuff movie para su propagación telemática, que en consecuencia debía tener el aspecto y perspectiva de una partida FPS.
La salud mental de los moderadores de contenido
Para lo cotidiano y lo escabroso, la realidad se confunde con su espejo digital deformado, una vez la mayoría de participantes del medio son conscientes de que usan medios que requieren la corresponsabilidad, pues las acciones bárbaras de unos pueden superar en popularidad a las acciones cotidianas —bienintencionadas, legítimas y a menudo benevolentes— de la mayoría.
Este nuevo exabrupto ha sido específicamente diseñado para maximizar su propagación. El atractivo de fenómenos que apelan a un cierto gusto de las nuevas herramientas por el nihilismo postmoderno —violencia gratuita, acciones coordinadas de colectivos gregarios de dudosos valores y procedencia, extremismo político y religioso— se impone en la agenda de las redes sociales, dictada por la memética y la utilidad económica.
Y así, una vez más, el sensacionalismo más escabroso sale reforzado por el diseño del propio efecto de red de los algoritmos en redes sociales. La desinformación, a menudo acompañada de contenido gráfico, así como los vídeos caseros y los montajes sensacionalistas, son una de las fuentes del extremismo actual, tan ávido de popularidad como consciente de que la viralidad dicta una agenda informativa fragmentada y distorsionada.
Los moderadores de contenido entrevistados por Casey Newton para La sala de traumatología, su reportaje sobre los efectos del empleo con mayor riesgo para la salud y menor reconocimiento y remuneración en Facebook, son testigos de excepción de la vertiente más nihilista autodestructiva del ser humano, al tener que ser testigos conscientes de ataques macabros sobre animales y personas (a menudo niños y colectivos vulnerables).
De moderar barbaridades a creer en lo que uno modera
En esta «sala de traumatología» con hilo mediático generado por usuarios —un contexto de inquietantes paralelismos con el entorno laboral de Winston Smith, protagonista de 1984, en el Ministerio de la Verdad—, los empleados también conviven con teorías conspirativas de todo tipo, desde el racismo que alimentó la matanza de Christchurch al fundamentalismo religioso a desvaríos que arraigan entre grupos de usuarios («terraplanistas», «antivaxxers» y opiniones popularizadas por vedettes de la post-verdad como Donald Trump, Jordan Peterson o Gwyneth Paltrow), así como maquinaciones más o menos ligadas a la desinformación clásica, promovida o no por terceros.
Hay que estar preparado para acudir a diario a un trabajo en que hay que visionar a personas que suplican por su vida mientras son acuchilladas, tiroteadas o peor. Los moderadores de la «granja» de Cognizant en Phoenix ponen en riesgo su salud mental por 28.800 dólares al año, una compensación muy alejada del sueldo medio de los empleados de Facebook en Estados Unidos: 240.000 dólares.
This is a pretty striking illustration of the scale of the challenge. https://t.co/eJjL9M4DNB
— Benedict Evans (@benedictevans) March 17, 2019
Confundiendo la realidad con el contenido que moderan, especialmente nutrido de crueldad y de desinformación, muchos trabajadores deciden dejar su empleo y desarrollan episodios de trastorno por estrés postraumático, si bien ni Facebook ni Cognizant se responsabilizan de tratamientos asociados.
Entre los que permanecen, hay empleados que empiezan a empatizar con los bulos y teorías conspirativas que deberían cribar, apoyando el contenido de vídeos y memes que aseguran que la tierra es plana («flatearthers»), niegan que el Holocausto tuvo lugar, creen que el alunizaje de 1969 fue un montaje y los ataques del 11 de septiembre de 2001, otro tanto.
Cultos postmodernos a la carta
Los moderadores humanos de las grandes redes sociales se encuentran en una de las principales trincheras cognitivas de nuestro tiempo, donde las siempre precarias barreras epistemológicas entre lo factible y lo fabricado han dejado de existir. Hannah Arendt apostilló en Los orígenes del totalitarismo (1951) que la táctica del bombardeo de desinformación se convertiría en una de las armas decisivas en una sociedad burocratizada que perfeccionaba sus comunicaciones:
«El resultado de una consistente y total sustitución de bulos por la verdad factual no es que el embuste será ahora aceptado como verdad y la verdad será difamada como mentira, sino que el método a través del cual nos orientamos en el mundo real —y la categorización de verdad contra falsedad es uno de los métodos mentales para lograrlo— está siendo destruido.»
Algunos pioneros de la Red son tan conscientes como el resto de que las viejas estructuras centralizadas, con medios de masas poco fragmentados e instituciones burocráticas encargadas del esfuerzo de cohesión que Michel Foucault llamaría «gubernamentalidad», han sido sustituidas por un mundo individualista y fragmentado, que sustituye viejos mensajes compartidos por una agenda de medios a la carta.
El culto personalizado en sociedades con opiniones públicas polarizadas y propensas a la cacofonía sustituye a la vieja lucha por mantener el individualismo en sociedades cohesionadas por medios e instituciones. Los menos críticos con el mensaje tecnoutópico de Silicon Valley, propenso a pensar sobre el mundo como un entorno que solucionar con fórmulas de dudosa efectividad, minimizan o simplemente eluden la controversia en torno a los efectos perniciosos de las redes sociales sobre la salud del debate público.
«Mirrorworld»: sueño y pesadilla (a través del espejo)
Kevin Kelly, cofundador de Wired y antiguo colaborador de Stewart Brand en el fanzine Whole Earth, firmaba recientemente un extenso artículo sobre la emergencia de Internet como un mundo virtual desdoblado que aspira a ser una copia mejorada del mundo real: un «mirrorworld», dice Kelly, que nos dejará a todos con un palmo de narices.
Kelly sabe de lo que habla y, como intuí al leer el titular del artículo, en el texto aparecería la ineludible referencia de Jorge Luis Borges sobre la desquiciante aspiración humana de reproducir el mundo real con su ideal platónico: un «mundo mejor» que Borges imagina en su cuento Del rigor de la ciencia, donde la relación mapa-territorio alcanza su punto de inflexión a una escala real 1:1.
White supremacist terror suspect killed 50 people cuz he was overweight and bullied and played violent video games, says paper https://t.co/4wTD1U1P13
— Borzou Daragahi 🖊🗒 (@borzou) March 18, 2019
Borges reconoce no ser el primero en evocar esta aspiración de loco ilustrado aspirante a cuantificar la realidad en su escala y exactitud, «milla por milla»: Lewis Carroll evoca el mismo absurdo en el capítulo en Silvia y Bruno, donde Mein Herr, viajero de un mundo distante que ya ha vivido la historia que se desarrolla todavía en la Tierra, evoca la evolución de los mapas en su país, desde las seis pulgadas por milla a la representación idéntica, o milla por milla.
En este lugar fantástico donde, dice, nadie se ahoga porque la eugenesia ha criado a una población que ha llegado a ser más ligera que el agua, el proyecto grandioso de representación cartográfica a tamaño real acabó mal, pues los agricultores se quejaron de que, de ser desplegado en toda su extensión, el mapa taparía el sol y las cosechas morirían.
Un mapa tan grande como el territorio representado
Borges evoca un imperio fantástico en el que la ciencia cartográfica alcanza tal sofisticación que sólo un mapa a escala del territorio estará a la altura de las aspiraciones de semejantes maestros. Pasó el tiempo, y:
«las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del Sol y los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos.»
¿Por qué Kevin Kelly se acuerda de Borges en su artículo? En este caso, hay que dudar de las coincidencias y citar, una vez más, el filme que hace dos décadas exactas transformó los efectos especiales e inspiró un reguero de lecturas filosóficas: The Matrix, o cuando las máquinas crean un mundo simulado para de los que dependen para generar energía en un contexto de destrucción planetaria y atmosférica.
Al sustituir lo real por lo ficticio en las conciencias de una población recluida en colmenas humanas, en realidad centrales energéticas, las máquinas han alcanzado el sueño del dualismo filosófico: el desapego absoluto entre cuerpo y mente, pues el cuerpo permanece atrapado y la mente vive recluida en un Elíseo equiparable al máximo desarrollo humano antes del reinado de las máquinas.
La miel de la narcosis ofrece a la mente de los humanos una simulación no tan distinta del «mirrorworld» que Kevin Kelly viene a vender ahora, poco consciente de que la oferta actual de realidad virtual y aumentada denota cualquier cosa menos la apertura perceptiva a un mundo más enriquecedor que el real: Oculus forma parte de Facebook y su fundador, Palmer Luckey, es un miembro destacado de esa fascistoide «derecha alternativa» que apoyó a Trump desde Silicon Valley.
La cultura del simulacro
Pero, al evocar a Borges, Kelly no piensa tanto en el argumento de The Matrix como en el libro fetiche donde Neo guarda el dinero en efectivo y contenido digital con que trafica al inicio del filme, Simulacres et Simulation, el ensayo escrito por el filósofo francés Jean Baudrillard en 1981.
Aparecido en castellano bajo el título de «Cultura y simulacro», el texto reflexiona sobre la deriva postmoderna hacia un mundo donde la ausencia de libertad efectiva en las sociedades burocratizadas propele a crear un mundo virtual desdoblado donde el simulacro se confunde con lo real. En este mundo mediático, mapa y territorio se confunden a placer y el modelo virtual suplanta la realidad por su carácter a menudo ideal o desmesurado: como los carnavales de antaño y las fiestas rave de la actualidad, los nuevos medios son hoy el lugar donde cada uno puede desarrollar su «avatar» y perderse en ese mundo-espejo que Kevin Kelly cree que traerá libertad.
En el artículo de Kelly no hay una sola mención a Jean Baudrillard y a su Simulacres et Simulation, que es la fuente de donde procede buena parte de su reflexión: citar a Borges y afirmar que construimos en la actualidad un mapa 1:1 sin analizar cuáles serían las consecuencias de ceder no sólo nuestros datos digitales y actividad, sino nuestra identidad real, a las principales empresas de Internet, implica desconocer o desdeñar hasta qué punto semejante visión atenta contra los principios y libertades sobre los que se sustenta cualquier sociedad libre y mínimamente cohesionada.
Houellebecq was here
Y si el artículo de Wired sobre «mirrorworld» no menciona a Jean Baudrillard y sus reflexiones sobre simulacros y simulaciones, tampoco hay que buscar otra referencia cruzada sobre la temática, en esta ocasión a cargo de Michel Houellebecq, pirómano nihilista anunciador de los límites y excesos del culto a la tecnología: el aislamiento social de gamers, la tendencia de solitarios merodeadores de foros a arrimarse al calor de las teorías conspirativas más delirantes, o la transformación del culto new age a la belleza y al crecimiento personal en la adicción al porno en línea o la construcción de avatares ideales que maquillen existencias anodinas.
Es precisamente Houellebecq quien recuerda que, a estas alturas del fenómeno de fragmentación cultural y auge de relatos contradictorios que compiten por la atención con viejas estructuras de cohesión institucional, el mapa no puede, por definición, suplantar al territorio.
El escritor francés ganó el premio Goncourt de 2010 con El mapa y el territorio, la historia de un artista ficticio que se encontrará con un tal Michel Houellebecq mientras este último reside en Irlanda. Houellebecq se imagina siendo brutalmente asesinado, y su antihéroe, Jed Martin, colabora con el comisario Jasselin para tratar de dar con el autor del crimen.
La frase del título de la obra parte de una reflexión del filósofo estadounidense de origen polaco Alfred Korzybski, según el cual «el mapa no es el territorio». Ni puede serlo, si recordamos el aspecto emergente de la conciencia humana y de la experiencia perspectivista del tiempo, aspectos que nutren obras como la de Nietzsche y los fenomenólogos, para los cuales el mal de nuestra perspectiva cultural parte de una obsesión antigua por el supuesto dualismo cuerpo-alma.
El mapa no es lo representado
Si seguimos tirando del hilo, averiguaremos que la reflexión de Alfred Korzybski, apasionado de la semántica pero menos interesado que Lewis Carroll en poner esta pasión en práctica a través de una obra fantástica, se inspira en una frase anterior del matemático Eric Temple Bell, autor del siguiente epigrama:
«el mapa no es la cosa representada.»
Los tiroteos de partidas multijugador en línea de los títulos más populares FPS se confunden con los tiroteos reales diseñados para transmitirse por la Red como un virus memético (popularidad orgánica según las reflexiones del evolucionismo cultural, algoritmos de recomendación, efecto de red, amplificación mediática, eco en redes sociales).
Esta sobreimpresión de realidad y simulación se vuelve a presentar en las aspiraciones exhibicionistas de los usuarios a la hora de vestir sus avatares con los mejores ropajes idealistas a su alcance cognitivo y circunstancial. En la Internet oscura, vuelve a sustituir la frustración de quienes sustituyen el aislamiento y la frustración del mundo cotidiano por el activismo en foros extremistas.
YouTube responding to their struggle to contain the New Zealand shooting video, says they're trying but "there’s more work to be done." Something rings so familiar here. pic.twitter.com/6o3pcWM7jU
— Brandy Zadrozny (@BrandyZadrozny) March 18, 2019
Siguiendo con esta confusión entre mapa y territorio, las reivindicaciones trasnochadas como la de la subcultura Incel, recuerdan la relación entre la incapacidad de muchos jóvenes para mantener relaciones sanas en un contexto social convencional contribuyen al fenómeno de la adicción al porno online (y sus posibles efectos disfuncionales).
Baudrillard:
«El simulacro nunca es aquello que oculta la verdad: es la verdad la que oculta que no hay ninguna verdad. El simulacro es veraz.»
Días extraños
Dicho de otro modo: una vez entramos en la madriguera de Alicia, accedemos a un mundo en que realidad y simulación juegan a la confusión, evocando el colmo del dualismo (o desapego de mundo físico y experiencia psíquica). Un viaje tripado del idealista subjetivo George Berkeley.
En la era de la remezcla de hipermedia, las fases sucesivas de la imagen según Jean Baudrillard reivindican su importancia: al principio, una imagen es el reflejo de una realidad profunda; luego, la imagen enmascara y desnaturaliza una realidad profunda; a continuación, la imagen oculta la ausencia de una realidad profunda; finalmente, la imagen carece de cualquier relación a la realidad que sea, y se convierte en su propio simulacro puro.
Volvemos, veinte años después del estreno de The Matrix, a la habitación de Neo. En esa habitación de hikikomori, que evoca a los bodegones de la pintura barroca española, Neo está a punto de despertarse. O de despertarse, al menos, en la simulación que intuye.
Las dudas del personaje aventuran los efectos ya perceptibles del avance de la sociedad cibernética. Y, como una referencia fractal, la copia del Simulacres et Simulation de Jean Baudrillard que Neo usa para ocultar sus actividades menos confesables, evoca el contenido de la reflexión del autor: la simulación acaba sustituyendo a la realidad que pretende simplificar o idealizar.
Un mapa con respecto a su territorio. Un perfil idealizado en Internet con respecto a una persona de carne y hueso. Una existencia libre con respecto a una experiencia postiza diseñada para producir en nosotros reacciones químicas y sensoriales tan placenteras como adictivas.
Comida rápida para la mente. El «mirrorworld» es un pico cibernético dirigido a la corteza cerebral. Todo está ya en Días extraños, la película dirigida por Kathryn Bigelow en un ya lejano 1995. Un año antes que Tesis y cinco que Matrix.
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