Ser los mejores en varios deportes de élite, o estar entre ellos de manera consistente, está bien. Costará más llegar a la excelencia mundial también en educación, en nuevas tecnologías, en tecnologías verdes, en publicación de artículos científicos y patentes. Qué mejor que reflexionar sobre lo que se hace bien en el deporte para trasladar las mejores ideas a otros campos.
Hay que empezar, quizá, reconociendo que no se puede mejorar sin una estructura que lo propicie. Las buenas noticias: es posible hacerlo. Las malas: para lograrlo, hay que tomar decisiones difíciles -a veces, incluso impopulares- que no darán sus frutos durante algún tiempo.
Además, la labor no genera réditos públicos fácilmente cuantificables a sus promotores, más allá de una estatua o una humilde posición en el callejero, normalmente a destiempo. A ver quién se lo explica a un político o personaje relacionado.
Escuela de fueras de serie
Aparquemos el cinismo y pongámonos el mono de trabajo. En Fueras de serie (Outliers), Malcolm Gladwell, autor también de otros títulos de no ficción como Inteligencia intuitiva (Blink) o La clave del éxito (The Tipping Point), explica la importancia del tesón, el trabajo regular, el esfuerzo en solitario, para lograr sobresalir en alguna tarea, ya sea artesanal, intelectual o deportiva.
Cuando somos niños y nos estamos formando, hay cosas que no podemos controlar, como el mes y año de nuestro nacimiento, el entorno socioeconómico donde crecemos o la propia época que nos toca vivir (expansión económica, recesión, guerra, persecución, pandemia). Nos viene dado.
Todos estos factores ayudan o dificultan el inicio de los largos períodos de aprendizaje que derivan en lo que el autor estadounidense llama personas fuera de lo común. Pero, sin trabajo y regularidad, difícilmente hay resultados notables y, dice Gladwell, nunca auténticos fueras de serie.
Malcolm Gladwell emplea en su libro ejemplos que conoce bien y que son susceptibles de interesar al mayor número posible de lectores potenciales. Por eso, no habla de algunas historias que habrían ilustrado su tesis con mayor perfección. La nueva generación de deportistas españoles se adaptaría perfectamente a la tesis de su ensayo.
El niño Johan Cruyff del Ajax y los niños de La Masia del Barça
Quizá, el fichaje del “flaco” Johan Cruyff por el FC Barcelona como jugador en 1973 sea el principal responsable de que este equipo lograra 6 trofeos oficiales de 6 posibles en la temporada 2008-2009, y de que España haya conseguido el mundial de fútbol de 2010.
Pep Guardiola entienda quizá mejor que nadie la importancia de la filosofía, tan sencilla como difícil de aplicar, porque se basa en inculcar una disciplina de trabajo y un tipo de juego desde la infancia. Cuando Xavi, Messi o, últimamente, Piqué, Pedro y Busquets, debutan con el equipo absoluto, saben a qué juegan, porque han seguido la misma filosofía de trabajo durante toda su vida.
Johan Cruyff y sus compañeros en la “Naranja Mecánica” y en el Barça, Johan Neeskens y Rinus Michels, primero como jugadores y más tarde como personas ligadas al FC Barcelona, algo más que sus familias de Holanda para vivir en Barcelona.
Aportaron la metodología de trabajo de las categorías inferiores del Ajax de Ámsterdam, así como la pasión por el fútbol amateur y la práctica del deporte en general que se respira entre todas las clases sociales holandesas.
Los duros años de trabajo antes de los resultados
En un mundo que demanda buenos resultados de inmediato, ya se trate de educación, política, mundo empresarial y bursátil, deporte, cultura, etc., resulta difícil crear un contexto ganador, una escuela de talentos, un mecanismo capaz de ofrecer herramientas que formen de manera consistente durante largos períodos, ya que los frutos de los cambios estructurales tardan en llegar. Que se lo expliquen a los responsables de la Institución Libre de Enseñanza.
En el mundo anglosajón, el logro en varios campos científicos y culturales se ha fraguado en la creación de un contexto de bienestar, libertad individual y mentalidad competitiva. La Declaración de Independencia de Estados Unidos y su Constitución no se entenderían sin las mentalidades puritana y protestante de la Ilustración. La visión de quienes se marcaron como objetivos el derecho a “procurarse la felicidad” a través de mecanismos basados en la educación y en los principios de la meritocracia, creó el contexto sobre el que pudo erigirse el sistema educativo universitario de Estados Unidos, el más dinámico desde entonces, y han pasado años.
Volviendo al Barça de La Masia, la receta era clara, pero difícil, y pasaron varios años hasta que lograra sus frutos. Consistían en convertir a los chicos, aparentemente normales -el enclenque Guardiola, los bajitos Iniesta y compañía, el raquítico Messi-, de la cantera del FC en la columna vertebral del primer equipo del club, de la selección española que consiguió el mundial y, más difícil aún, en el mayor y más perfecto exponente del fútbol holandés en la época de la Naranja Mecánica (“fútbol total“, se le llamó) de la historia, quizá sólo tras el original. Quizá delante de él.
¿Por qué sólo se ha logrado en el deporte?
Convertir a normaluchos en angelicales músicos de orquesta
Los primeros 15 minutos del partido del FC Barcelona en el estadio del Arsenal, durante la fase de clasificación de la Champions League 2009-2010, o los minutos de mayor dominio de la selección española ante Alemania en la semifinal del Mundial, son puro Cruyff. O puro Guardiola. O puro Xavi. Que es lo mismo. Excelencia.
Johan Cruyff, en este caso, creó la filosofía que ha permitido construir una “escuela de fueras de serie”, ejemplificada en La Masia del FC Barcelona. Las recetas son claras: una primera actitud con el balón y pasión por el juego (aunque no se tenga físico), trabajo, automatización absoluta de la filosofía del pase y el esfuerzo colectivo, la supeditación al equipo, la regularidad. Horas de esfuerzo a la sombra y miles de horas.
Lo que debería enseñarse en las escuelas de negocio españolas
Malcolm Gladwell explica en su libro, simple y llanamente, lo que Johan Cruyff ha visto desde niño. Nuestro entorno, nuestro tesón, regularidad y un poco de suerte, nos pueden convertir en fueras de serie.
Si se tomara la molestia de estudiar el rendimiento del deporte español en el último lustro, Malcolm Gladwell, sin duda, refrendaría aún más sus propias teorías. Por primera vez en la historia moderna, España ha logrado vivir durante más de 3 décadas con libertad y un niveles de bienestar elevados. Ese es el contexto.
Es el contexto donde ideas como las de Johan Cruyff y tantos otros personajes anónimos han logrado dedicarse a perfeccionar su talento a base de trabajo duro. Fútbol, baloncesto (pese al último pinchazo), tenis, ciclismo, deportes del motor y otros deportes populares tienen, entre los puestos de excelencia, a deportistas ibéricos. Esas son las bases.
Contexto (democracia, bienestar, aumento de las clases medias) y creación de escuelas de trabajo (Cruyff, pero también los maestros del Real Madrid en blanco y negro, que son los que enseñaron a Del Bosque, así como Díaz Miguel en baloncesto y tantos otros personajes más anónimos).
He aquí el escenario para crear una generación de fueras de serie que, cuando gana, no lo hace del modo epopéyico e imposible, a lo Manolo Orantes o Francisco Fernández Ochoa, sino con la seguridad de quien ha conoce sus posibilidades, forjadas en el trabajo.
Tristemente, no se ha alcanzado el mismo nivel en campos más importantes que el deporte para crear riqueza y bienestar. Se ha olvidado espíritu emprendedor, apenas hay patentes en comparación con los líderes, dejamos que desear en el mundo académico (la culpa no es de los alumnos, sino del conjunto, de la estructura; o se cambia, como hizo Finlandia en los 80, o sólo habrá maquillaje) y, cuando se habla desde las élites de “innovar”, lo único que se hace es pedir dinero público. Las “escuelas de trabajo” no siempre tienen que surgir al cobijo del poder y, en ocasiones, sólo pueden alcanzar el éxito lejos de él.
Se vilipendia al pequeño empresario, que es quien hace posible el dinamismo del norte de Italia, y lo ha hecho históricamente en Cataluña.
No hay secretos ni regalos, sino normalidad y trabajo
Malcolm Gladwell tampoco consideraría una casualidad que Rafael Nadal forme parte de una familia bien avenida y mediterránea, capaz de dar en dos generaciones distintas a un jugador de fútbol del Barça y la selección española, Miquel Àngel Nadal, y al propio tenista.
Tampoco se comenta demasiado que Rafael Nadal estuvo, durante un tiempo, coqueteando con el fútbol y, ya adolescente, se decantó por el tenis. Fútbol o tenis, su entorno conocía la manera de forjar fueras de serie, de modo que habría llegado, como poco, a jugar como profesional.
Lo que no quiere decir que todos los hijos de deportistas de élite tengan las mismas posibilidades que sus ascendentes. Muchos de ellos, sin embargo, alcanzan niveles de excelencia notables. Jordi Cruyff jugó como profesional y dedicó quizá tanto esfuerzo como su padre para ser un “outlier”, que no consiguió.
Jugando un poco con las historias familiares de deportistas de élite cercanos a nosotros, Carles “Busy” Busquets, portero suplente de Zubizarreta en el Barça, puesto de entredicho por muchos y en ocasiones criticado abiertamente por sus cualidades, es el padre de Sergio Busquets, campeón mundial, de quien Del Bosque dice que le hubiera gustado poder jugar como él durante su ya olvidada etapa de futbolista.
Del deporte al arte
Estudiar el contexto en el que los hermanos Gasol iniciaron su andadura con el baloncesto nos daría las pistas deseadas en este mismo sentido. Había condiciones físicas y actitud, pero el contexto socioeconómico, la educación familiar y, sobre todo, el trabajo duro y consistente, han sido indispensables desde la etapa en el Cornellà.
A partir de ahí, quizá la diferencia entre Pau Gasol, Rafael Nadal, Xavi Hernàndez y otros deportistas de élite muy parecidos es algo que puede atribuirse a la chispa personal. La suerte y la casualidad son, según Fueras de serie de Malcolm Gladwell, “cualidades” que uno debe ir a buscar trabajando duro, más que cuestiones esotéricas.
Leonardo da Vinci, Pablo Picasso o Eduardo Chillida, entre otros, conocieron la técnica muy de niños. Dedicaron su vida adulta a intentar salir de las fronteras marcadas por los cánones de la época, la sociedad y las disciplinas intelectuales que manejaron.
Excelencia = mucho trabajo + regularidad + (preferible) ventaja inicial
Gladwell aclara que, si nacemos en un momento del año propicio para ser un poco mayores, físicamente y en madurez, en clase o en algunos deportes, esta diferencia puede darnos una ventaja inicial con respecto a quienes hayan nacido en un momento del año menos adecuado.
Otras sutilezas a las que no prestamos atención consolidan la ventaja inicial de algunas personas con respecto a otras en procesos de aprendizaje o excelencia en una materia o deporte: si hacemos tareas relacionadas con la escuela durante el verano, lo que implica alargar de manera informal nuestro año escolar, aventajaremos en las principales materias a aquellos cuyos padres no pueden costear actividades extraescolares que constituyan un reto intelectual para el niño.
La tesis de Outliers es tan atractiva como bien argumentada. Es posible ser el mejor si uno se esfuerza lo suficiente y dedica años de práctica a una tarea. Aunque, argumenta Gladwell, en ocasiones, para lograr la excelencia también ayuda el nacer en un momento del año determinado (el que sea más ventajoso para entrar en un equipo junto con los niños más maduros de la promoción, por ejemplo); tener padres que fomentan la discusión y educan a hijos seguros de sus posibilidades y capaces de entender los mecanismos que les permiten conseguir sus objetivos; o incluso formar parte de una generación determinada, a que si salimos de la Universidad en un momento de crisis apabullante, por mucho que podamos demostrar, lo tendremos más difícil que las generaciones que cuentan con jóvenes profesionales con varias ofertas de trabajo durante sus primeros años de ejercicio.
Las personas que consiguen la excelencia en un campo determinado acumulan varias de estas ventajas, a las que no prestamos atención. Bill Gates pudo usar a su antojo un ordenador mucho antes de que otro adolescente pudiera hacer libremente lo mismo, ya que tuvo la suerte de ir al instituto de Seattle adecuado.
A Bill Joy le ocurrió lo mismo, pero en la Universidad. Además de esta coincidencia, ambos también tuvieron las agallas y el intelecto innato para convertir una oportunidad inicial en una carrera que les permitiría sobresalir en el mundo, en este caso en el mundo informático.
Sobresalir en algo que hagamos, explica Outliers, depende de miles de horas de esfuerzo (10.000 es el número calculado por Gladwell en varios ejemplos que ilustran su tesis). Un poco de suerte, oportunidades, un entorno familiar comprensivo, tesón, ambición, y formar parte de la generación adecuada.
Ser de los mejores es tan difícil porque acarrea una enorme cantidad de trabajo y regularidad, pese a que, culturalmente, siempre hayamos relacionado la genialidad con las cualidades innatas del individuo, casi mágicas, del mismo modo que la “inspiración” se ha relacionado más con el toque trascendental de las musas que con la insistencia basada en el duro trabajo.
Las fuentes del tesón: charlatanes vs. hacedores
Es muy difícil ser una persona que destaque en su labor de manera consistente, que regularmente consigue ambiciosos objetivos, sobre todo por las grandes dosis de perseverancia y regularidad necesarias para lograr metas de manera continuada. Es más fácil ser un charlatán, o padecer una época con baja productividad y resultados mediocres, que alguien que logra estar continuamente a su mejor nivel.
Más acción y menos palabras es, resumida al máximo, la diferencia entre los charlatanes y las personas que convierten el trabajo duro y la regularidad en su pócima secreta para sobresalir entre el resto. Algunos de ellos llegan a jugar en el primer equipo del FC Barcelona, consiguen todos los títulos del Grand Slam a los 24 años (Rafael Nadal); logran más títulos que nadie en un deporte individual a lo largo de los años (Federer); sientan las bases de los principales protocolos informáticos (Billy Joy); cambian, literalmente, el modo en que el mundo trabaja (Bill Gates); y muchos otros ejemplos. Son los fuera de serie.
De qué nos sirve la doctrina de los fuera de serie
Los que no parecemos encaminados a convertirnos en fueras de serie de la noche a la mañana, podríamos habernos beneficiado de los mismos mecanismos para lograr una vida más plena, en ocasiones más saludable. Nuestra felicidad depende, de algún modo, de lo capaz que somos para aplicar, consciente o inconscientemente, algunos de estos mecanismos.
Hablando de mí mismo, nací en 1977 en una localidad del extrarradio de Barcelona. Durante la “noche de los transistores” del 23-F de 1981, un golpe que habría devuelto a España a otras épocas y habría evitado que hoy, 30 años después, el deporte ibérico se codeara con los mejores, tenía 4 años, aunque recuerdo vagamente algo de cháchara y preocupación en la escalera de vecinos.
Aproveché los primeros años, inventivos y llenos de buenas intenciones (aunque plagados de carencias) de la escuela de la primera España democrática en décadas. Pude estudiar en el Instituto de Bachillerato de mi localidad y, por razones meritocráticas, me fue posible estudiar lo que quería, también en una universidad pública catalana. Sólo este pequeño periplo, ahora de lo más “convencional”, fue posible gracias a la existencia de un contexto, una situación familiar, una cierta regularidad.
Las personas que sobresalen en sus quehaceres profesionales se sirven de este mismo mecanismo.
El escritor japonés Haruki Murakami explica en De qué hablo cuando hablo de correr la importancia que tiene, en su cotidianeidad, el haberse convertido en un corredor regular desde que, en 1982, se decidiera a salir a dar una carrera diaria de manera consistente. No ha parado desde entonces.
Murakami se define a sí mismo como un solitario, “quizá porque sea hijo único”, se disculpa. No rehuye la competición de los deportes de equipo, o el enfrentarse cara a cara contra su adversario en deportes como el tenis.
Pero estas disciplinas carecen de la soledad a la que se enfrenta el corredor de fondo habitual no profesional, que sale cada mañana a la calle a enfrentarse contra sí mismo y lograr su objetivo, luchando contra su propia debilidad mental, fortaleciendo su voluntad y tesón con cada paso.
Murakami no corre como un rayo, sino que ha conseguido un ritmo que “va con él”. Una hora al día, en la que cubre un trayecto de 6 millas (9,6 kilómetros), 6 días a la semana, a una media de 36 millas semanales (58 kilómetros), 156 millas al mes (250 kilómetros). Durante 23 años seguidos, en el momento en que escribía la novela.
“La carrera de larga distancia se adapta a mi personalidad y, de entre todos los hábitos que he adquirido a lo largo de mi vida, tengo que decir que éste [correr a diario] ha sido el más útil y significativo”.
Haruki Murakami es un escritor de éxito. Correr a diario, reconoce, le ha preparado física y mentalmente para el duro trabajo de sentarse a escribir llueva o truene, de manera consistente, hasta alcanzar la excelencia. He aquí un escritor que se ejercita físicamente para ser el mejor en una labor mental que requiere la máxima exigencia intelectual.
En su caso, el esfuerzo de la carrera en solitario, convertido en hábito, se acerca a la meditación y le prepara escribir sus novelas con la mejor preparación mental.
Relación entre ejercicio y agilidad mental (también inteligencia)
El New York Times se hace eco de un experimento publicado el mes pasado, que trataba de estipular la relación entre el ejercicio físico en niños y sus niveles de agilidad mental e inteligencia.
Los investigadores eligieron a un grupo de escolares de entre 9 y 10 años de edad, con un nivel socio-económico similar. Pese a que hay abundantes investigaciones sobre cómo afecta el ejercicio a diversos animales, no abundan las pruebas similares en humanos.
Los investigadores separaron los niños en 3 grupos, entre categorías de ejercicio muy altas, altas y bajas, mientras el estudio basó sus conclusiones en los resultados obtenidos en los grupos con mayor contraste (los que realizaban mayor ejercicio, en contraposición con los que menos).
Ambos grupos completaron varios ejercicios cognitivos para medir la agilidad mental; además, se escaneó el cerebro de los niños usando resonancia magnética, para reconocer el volumen de áreas específicas.
Como había ocurrido en anteriores estudios, los niños que habían realizado mayor ejercicio obtuvieron de manera consistente una mejor puntuación en los ejercicios cognitivos. Los investigadores estudiaron, a través de la resonancia, a qué es debida la diferencia.
Los niños más en forma tenían un ganglio basal, una zona que regula la atención y el control ejecutivo y la habilidad de coordinar lúcidamente acciones y pensamientos, mucho mayor que el grupo más sedentario.
Para completar sus estudios, los investigadores realizaron una segunda investigación, en la que distintos grupos de niños, también de entre 9 y 10 años, realizaron distintos niveles de ejercicio y se sometieron a un escaneo cerebral, además de completar varios ejercicios, esta vez centrados en la memoria compleja.
Este tipo de pensamiento está asociado con la actividad en el hipocampo, una sección situada en el lóbulo temporal del cerebro. Los escáneres corroboraron el resultado de las pruebas, también en este experimento: los niños que se ejercitaron con mayor intensidad habían desarrollado mayores hipocampos.
Enseñanzas para mortales
También en humanos, el ejercicio físico provoca cambios visibles en el cerebro, una muestra de un cambio más profundo de la estructura neuronal, que se refuerza entre las personas que se ejercitan regularmente.
Sin habérselo planteado, quizá Murakami haga algo más saliendo a correr casi 10 kilómetros al día, 6 días a la semana. Tiene que ver con la propia morfología de su cerebro. E, intuyo, con la calidad de sus novelas, que la carrera en solitario de su autor estaría reforzando.
Curiosos los mecanismos para alcanzar la excelencia y reforzar la salud física y mental. De nuevo, las pistas científicas corroboran la intuición clásica. La frugalidad y el trabajo duro y continuado ofrecen sus recompensas. El tesón y la regularidad sean quizá las cualidades más infravaloradas; no entre los fuera de serie y sus entornos, que conocen su valor.
Tener la paciencia para crear entornos de excelencia, como los que Barcelona, Cataluña y España en general han logrado con determinados deportes, es la tarea que deberían iniciar las élites de este y otros lugares del mundo.
El cine, la sociedad que aparece en la televisión y en los medios en general, no forman parte de la misma cultura del esfuerzo, la sencillez, la regularidad, el tesón, la humildad, la madurez para aceptar el ensayo tal y como salga (victoria o derrota). Si se ensaya lo suficiente, llega la excelencia. Lo dicen Malcolm Gladwell y Pep Guardiola.