Las instituciones que han contribuido a nuestra educación e interpretación de la realidad -todo, decía Marco Aurelio, es opinión-, desde la familia a los medios, la educación reglada o el contexto sociocultural, han forjado nuestra percepción del concepto de “creatividad“.
Por creatividad entendemos el fenómeno en el que alguien crea algo destacable, sea una idea, una obra artística o literaria, una broma, una sátira, etc.
Cuando el fenómeno precede a su definición
Partiendo de esta definición tan inclusiva y difícil de refutar como una ley científica, la creatividad precede a la propia raza humana y estuvo presente en las herramientas creadas por, al menos, las especies extintas del género Homo.
Se debate, por ejemplo, si las toscas pinturas rupestres de la Cueva de Nerja fueron creadas por neandertales, uno de cuyos últimos reductos fue el sur de la Península Ibérica.
Entre homínidos y máquinas
La creatividad puede ser incluso anterior a nuestra especie y, en la actualidad, ahora que abandona la frontera de los seres vivos y se acerca a las máquinas.
Hay máquinas trabajando de un modo cada vez más autónomo y próximo a una proto-conciencia (nos acercamos, afirman futurólogos como Vernor Vinge, al controvertido momento de la “singularidad tecnológica“), y sus “obras” podrían ser fruto de una creatividad ajena a la mente humana.
(Vídeo: un personaje de la adaptación cinematográfica de La colmena, concretamente “Matías Martí, inventor de palabras”, regala una palabra de nuevo cuño a un contertulio)
Homínidos, en un extremo, y máquinas, en el otro. La creatividad, herramienta estratégica en la sociedad del conocimiento, es tan etérea como sus propios resultados, muchos de los cuales nunca abandonan el marco finito de la idea que muere, la frase inacabada, el boceto desechado.
Orígenes del uso del término “creatividad”
Tan ancestral, universal y a la vez proyectada al futuro como la consideramos, la creatividad, entendida como elemento remarcable creado por una conciencia (individual o colectiva, con o sin asistencia de algoritmos), fue reconocida sólo a partir de los escolásticos y el Renacimiento.
Las culturas clásicas occidental (Grecia, Roma, con sus etapas y particularidades locales) y oriental (China, India) no reconocían el concepto de “creatividad” y para todas ellas, el arte y el proceso de crear eran un proceso de descubrimiento de modelos naturales (según el panteísmo imperante) o apenas una “copia” de un modelo o aspiración ideales, según el platonismo.
El concepto de crear requería el reconocimiento de la conciencia autónoma del individuo y su capacidad de introspección.
Orígenes místicos de una actitud humana y racional
Paradójicamente ni Sócrates (diálogo), ni Aristóteles (lógica), ni siquiera los estoicos (autorrealización a través del trabajo introspectivo), reconocieron conscientemente el acto de crear y la creatividad.
La idea de creatividad, o producto remarcable creado con el esfuerzo, tiene un origen simbólico, metafísico, externo al ser humano: la invocación de las Musas en la cultura grecolatina, que se superpuso en Occidente a la creación divina del Génesis bíblico.
En ambos casos, el individuo “invocaba” o “pedía permiso” al origen ajeno a su conciencia donde residía lo supuestamente creativo (el “daimon” griego, o el “genio” romano, un espíritu o deidad que inspiraba a una persona).
De la creatividad individual a la idea de “brainstorming”
Partiendo de la tradición escolástica, recuperadora del aristotelismo en la Iglesia, el concepto de creatividad bajó de lo divino y fue humanizado en el Renacimiento.
Finalmente, la aspiración científica de las ciencias sociales surgidas en la Ilustración relacionó por primera vez el concepto de imaginación y creatividad. Thomas Hobbes, por ejemplo, reconoció la imaginación como elemento esencial de la conciencia humana.
El reconocimiento de la creatividad como atributo del individuo sin necesidad de tutelaje externo es relativamente moderno y no siempre ha mantenido su reconocimiento como motor de creación individual.
A partir de la II Guerra Mundial, las principales teorías asociaron la creatividad con procesos colectivos como el intercambio de ideas o “brainstorming” que, sobre el papel, y así se ha reconocido hasta ahora, daba lugar a mejores ideas.
¿Y si la creatividad no es un trabajo en equipo?
La creatividad colectiva, sugiere la idea de la “lluvia de ideas” o brainstorming, mejora la creatividad. ¿Cierto? La neurociencia no lo tiene tan claro y cree que la definición de los ilustrados se aproximaba más a lo que ocurre en realidad cuando producidos ideas y productos noveles.
El proceso de producir algo original y con cierto valor objetivable y memorable, que denote además imaginación y expresividad, no es un trabajo en equipo.
O al menos así lo cree Vincent Walsh, profesor de neurociencia del UCL (University College de Londres) y autoridad mundial en estudios cognitivos y sobre creatividad (bibliografía).
La lluvia o tormenta de ideas es una herramienta de trabajo grupal que alcanza su mayor efectividad cuando lo que se pretende es enunciar ideas de manera no estructurada, usando la divagación retroalimentada por la interacción con otros.
Polimatía y concentración de genios creativos
El “brainstorming” está presente en el germen mismo del Renacimiento y la Ilustración. La Florencia de Brunelleschi, con su densidad, riqueza y mecenazgo de las artes, fomentaba el encuentro fortuito entre creativos que estimularon la polimatía de Leonardo da Vinci, arquetipo del potencial de la idea misma de creatividad.
Ya en la Ilustración, los cafés y clubs del Reino Unido durante los siglos XVII y XVIII institucionalizaron el intercambio de las ideas políticas, sociales y científicas sobre las que se sustenta la sociedad actual.
Otra versión avant la lettre del brainstorming corporativo del siglo XX son las tertulias de intelectuales en cafés y centros recreativos, generalizadas en las principales ciudades del mundo desde mediados del siglo XIX, con una especial concentración de creativos remarcables en las distintas tertulias de la bohemia parisina, sin desestimar las vienesas, madrileñas, barcelonesas, bonaerenses, etc.
Un puñado de afortunados polímatas y cosmopolitas acudirían en distintos momentos a varios de estos círculos entre finales del XIX y principios del XX. Pablo Picasso o Josep Pla conocerían las tertulias de Barcelona, Madrid y París. Salvador Dalí las europeas y estadounidenses.
Cuando la moda de lo “colaborativo” daña un proceso individual
Con la informática personal y, sobre todo, la llegada de Internet y su ubicuidad en distintos ámbitos y soportes, el proceso de “brainstorming” ha adquirido el estatus de condición indispensable e inamovible en todo proceso creativo, alcanzando atributos de dogma.
Con Internet, lo que antes era una reducida reunión grupal para intercambiar ideas y estrategias para explorar a continuación, se convierte en una colaboración remota, a menudo asíncrona y plagada de información; el objetivo, en estos casos, cambia desde la intención original de crear a la más prosaica y administrativa “gestión del proceso de crear”.
El éxito de la cultura y las herramientas “colaborativas” (otra palabra de moda) consolida todavía más a idea de que toda acción creativa relevante requiere más de una persona -a poder ser, cuantas más mejor, como si la cantidad garantizase la calidad del resultado-, una idea que equipararía el proceso creativo con los estudios de mercado o las encuestas, que sí pueden beneficiarse con claridad de la escalabilidad telemática a bajo coste.
Lo que elige la masa no siempre es lo mejor o lo más sabio
El economista Tyler Cowen comentaba en una entrada reciente la impresión que muchos tenemos al observar la cualificación que “la masa” (el grupo que colabora) otorga a un libro, o la calidad y auténtica relevancia para uno mismo de los pasajes más subrayados en un libro por lectores de Kindle.
Podemos hacer una prueba, ya que estamos rodeado de acciones y resultados de la supuesta sabiduría de las masas.
Lo que más gusta o atrae a un mayor número de personas (o a un grupo de individuos más “relevante” en función de unos parámetros, o un grupo más heterogéneo, etc.) no es lo mejor ni lo más relevante, útil o memorable para nosotros.
Del mismo modo, la idea creada por un mayor número de personas no tiene por qué ser más memorable que la que surge del trabajo introspectivo de un individuo.
Distinguir entre servicios colaborativos y creatividad
La tormenta de ideas en la red se adecúa más, según la experiencia de los últimos años, a la colaboración en proyectos, artículos, investigaciones ya acotadas, estudios de mercado.
Wikipedia es el resultado de esta colaboración, como lo es el mejor contenido de las redes sociales, sin mencionar el propio software que propulsa los servidores y aplicaciones que las hacen posible, buena parte de ellas de código abierto y fruto de la colaboración telemática.
El neurocientífico del departamento de Neurociencia Cognitiva Aplicada del UCL Vincent Walsh sustenta sus reflexiones en estudios científicos, muchos de ellos, conducidos por él mismo, que muestran cómo nuestro cerebro concibe ideas.
Reflexiones políticamente incorrectas
El que se ha llamado dilema del innovador, o proceso que garantiza un resultado a partir de una idea usando una estrategia a largo plazo, empieza en el trabajo en solitario de una mente creativa, y no a la colaboración de un comité.
Esta apreciación valida la reflexión del bloguero e inversor de capital riesgo Michael Arrington, cuando en 2010 exponía que,
“un producto [entendido como el resultado en constante evolución de una visión primigenia] debería ser una dictadura. No fruto de un consenso. Hay víctimas. No existen ni los compromisos anuentes ni los tratados de paz. Necesitamos ser líderes capaces de imponer decisiones impopulares para mantener una idea afinada”.
El mismo Arrington ha bromeado en alguna ocasión describiendo a un camello como un caballo diseñado por comité.
Creatividad y propósito vital
La creatividad se comporta, en un símil sociológico, como un creador libertario, celoso de su visión y de su trabajo; algo así como un personaje randiano a lo Howard Roark, el joven arquitecto incorruptible de El manantial; o, mejor aún, su equivalente en la vida real y figura que inspiró a Ayn Rand para crear el personaje, Frank Lloyd Wright.
De lo contrario, cualquier mente creativa se enfrenta al riesgo del personaje de La colmena de Camilo José Cela, inventor de palabras absurdas que, huérfanas de una auténtica creación (un poema, un texto o al menos un aforismo resultón), mueren justo después de que su creador las pronuncie, regalándolas a algún gris contertulio.
¿En qué se basa el profesor Vincent Walsh para afirmar que la creatividad no es un deporte grupal?
Razones por las que la creatividad no es una actividad grupal
A partir de una entrevista en profundidad con Walsh, el editor Nick Skillicorn ha sintetizado los argumentos del neurocientífico, algunos de los cuales contradicen la opinión generalizada sobre creatividad incluso en entornos académicos:
1. Sólo somos conscientes de menos del 1% de nuestra actividad cerebral, mientras la mayor parte de la creatividad tiene lugar en el restante 99% de procesos que nuestro cerebro no nos muestra como “relevantes”.
La generación de ideas completamente novedosas tiene lugar, explica Vincent Walsh, “entre bastidores”, en el marasmo de información y procesos que tienen lugar detrás de lo obvio.
2. Si queremos estimular una idea, necesitamos dar tiempo a nuestro cerebro para que desconecte, divague, se relaje, asocie con frescura y sin miedo conceptos en apariencia ilógicos o peculiares.
Los niños, que carecen de la experiencia cognitiva de un adulto, procesan ideas con la frescura y atrevimiento de un experto creativo, debido a que muchos acontecimientos creativos son nuevos para ellos (y, por tanto, más intensos).
La interrupción constante de entornos profesionales, el estrés, el agotamiento físico, la incapacidad para dejar tareas de gestión (redes sociales, correo, etc.), minan nuestra capacidad de introspección y potencial creativo.
Como recomendaciones básicas, Vincent Walsh menciona dormir bien, ducharse o refrescarse, ejercitarse, soñar despierto (mirar a las musarañas puede ser el inicio de una gran idea), hacer algo que estimule la divagación de nuestra mente.
3. La creatividad no es un deporte en equipo y el “brainstorming” es un modo terrible de generar ideas. Esta afirmación de Walsh es especialmente provocativa, teniendo en cuenta que, desde 1953 (año en que se publicaba el ensayo Applied Imagination, de Alex Faickney Osborn), centros educativos, centros de investigación y empresas han usado precisamente la lluvia de ideas para “crear” y estimular la “creatividad”.
En la lluvia de ideas, hay varios límites que coartan la idea: la comunicación de ésta, la interacción social, la interpretación de lo que se comunica, la falta de empatía y capacidad de sugestión de alguien con buenas ideas y propuestas, etc., minan la calidad real de un proceso que surgió para potenciar lo que podría, en realidad, estar limitando.
4. La ejecución de ideas es más importante que su generación, y la mejor manera de saberlo y entrenarse para superar los escollos de proceso creativo desde la idea hasta su cristalización es el ensayo y error.
Las culturas más flexibles con la percepción social del fracaso, las que son capaces de premiar, en lugar de estigmatizar, a aquellos que lo intentan y fallan, son las que más se benefician de las buenas ideas, la mayoría de las cuales son el fruto de años y muchas horas (según Malcolm Gladwell en Outliers, 10.000 horas) de trabajo.
Todos hemos tenido ideas con potencial, pero éstas han muerto a menudo antes de ser siquiera enunciadas, como un trepidante sueño lleno de matices que se desvanece de nuestra conciencia al despertar. O como una sensación que somos incapaces de plasmar en un poema, una escultura, un texto.
5. No hay milagros en el proceso creativo, dice Vincent Walsh. Ni ejercicios, libros de autoayuda, procesos, drogas, implantes son capaces de “encender la creatividad” en áreas que no han sido “fertilizadas” con antelación.
Donde no hay potencial, difícilmente surgirá algo relevante sobre materias, experiencias o competencias ajenas.
Por el contrario, los polímatas se benefician de su actividad intensiva y flexible en distintas facetas físicas y creativas, aunándolas a su experiencia, lo que les convierte en genios potenciales, al poder aplicar leyes y experiencia de campos diametralmente opuestos, a menudo con la ingenuidad de un niño.
6. No obstante, entre las reflexiones de Walsh también hay un mensaje positivo y directo a la voluntad de quienes se proponen aprender, ensayar, perseverar, errar si es necesario: aunque la creatividad nunca surge de la nada y siempre debe existir el potencial, ésta puede mejorarse con los ejercicios, conocimiento, experiencias y entorno adecuados.