Cada año, los autores de ciencia ficción Bruce Sterling y Jon Lebkowsky acuden a The Well, la comunidad virtual pionera en funcionamiento desde que fuera fundada en 1985 por Stewart Brand y Larry Brilliant, para mantener una discusión distendida sobre el “Estado del mundo”.
El debate de Sterling y Lebkowsky carece del apoyo institucional del encuentro de Davos (el analista Ian Bremmer adelanta su análisis sobre la edición de 2018).
El tú a tú de Sterling y Lebkowsky tampoco cuenta con el tono apremiante de conversaciones en Hacker News o Reddit, o la toxicidad de las temáticas candentes en otros foros invadidos por pseudo-militantes extremistas, actualmente indistinguibles de los tics caricaturales de fantoches de distinto pelo: ya estén escondidos en embajadas; o tengan licencia para sobar las partes de la estatua que, de seguir así, deberá ganar de nuevo la credibilidad para mantener el apelativo con que ya navegó, desmontada, desde Francia.
Al estilo de las intervenciones en Reddit de personalidades influyentes de distintas esferas en el hilo “pregúntame lo que quieras” (AMA, Ask Me Anything), donde han aparecido todo tipo de personalidades que responden a respuestas de miembros del agregador, los dos escritores aceptan preguntas y disfrutan de un foro perenne ajeno al tumulto de las redes sociales masivas, las cuales, según otro escritor de ciencia ficción, Cory Doctorow, libran “una carrera armamentística por nuestra atención“.
Estado del mundo, después de un año trumpero
Los debates entre Sterling y Lebkowsky -no olvidemos la “k” en Lebkowsky para evitar asociaciones- están abiertos a la consulta para no miembros (años 2016 y 2017); en la presente edición, que se desarrolla mientras Bruce Sterling acaba una novela en Ibiza, no es ajena al momento de polarización política que vive el mundo desarrollado.
Irónicamente, 2018, que marca el 50 aniversario del simbólico 1968, año de efemérides repetidas hasta la saciedad, va camino de consolidar una vuelta al nacionalismo más retrógrado y tribal en el núcleo del orden mundial que había liderado el mundo -en gasto militar y científico, en comercio, en soft power-: los países anglosajones, que aceleraron la mundialización después de que la crisis del petróleo de los 70 influyera sobre la elección de Reagan y Thatcher, juegan ahora con una peligrosa retórica antagonista, escudados en una supuesta gloria perdida.
En Estados Unidos, la retórica que idealiza el pasado como el recipiente de una utopía perdida de pleno empleo y eugenismo social, con una mayoría blanca próspera y dejada a su albedrío en suburbios impolutos, se mezcla con relatos apócrifos que cantan la nobleza de los trabajadores del carbón y los trabajadores blancos supuestamente desposeídos por las élites de prosperidad y honor, a los que conmovió el relato maniqueo de Bernie Sanders -que apeló a los trabajadores blancos- y de Donald Trump.
Daños de la retórica aislacionista: Los Ángeles y San Francisco
Enero de 2018. Un año de presidencia de Donald Trump. A escasos meses de que se cumpla el medio siglo de la primavera del 68, con ecos simbólicos en Europa Central, Francia, Reino Unido y distintos puntos de Estados Unidos, la sociedad civil de este último país no celebra el buen momento bursátil en Wall Street: el primer año de Trump se sintetiza en el hartazgo de la opinión pública mundial ante las salidas de tono del presidente de la todavía primera potencia mundial.
La conversación anual de Bruce Sterling y Jon Lebkowsky no es ajena a el contexto de división social y estupor ante la retórica de Trump; buena parte de la política de la Casa Blanca seguirá el curso decidido por su partido y por el Congreso, que deberá superar el bloqueo de los demócratas.
No cambiará el perfil de Trump, que no ha querido entender la importancia de los símbolos en un mundo interconectado donde las batallas importantes se libran en las industrias de la cultura, la ciencia y la tecnología: cuando alguien pueda explicarle al fin en qué consiste el “poder blando“, la imagen de Estados Unidos habrá perdido parte de los réditos y ventajas que han propulsado la cultura popular estadounidense: música, cine, software, gestión de datos.
La industria de la sociedad de la información, con epicentro en Silicon Valley, se ha servido de la urdimbre de la mundialización y de la era de confianza tácita abierta desde la caída del Bloque Soviético para comercializar productos y servicios cuyo éxito depende del mundo interconectado en que vivimos.
Apelar al proteccionismo desde Estados Unidos es una estrategia que daña a California, el Estado más poblado y próspero de la Unión, exportador de servicios intangibles a todo el mundo (software, entretenimiento) y productos agrarios al resto del país que se sostienen con la estrecha relación con México.
Retórica de la nostalgia
Los Estados Unidos que Trump anhela recuperar son, por diseño, más débiles y menos influyentes, acaso una caricatura del vaquero ignorante y fanfarrón, y no el producto del talento mundial atraído con listeza por las universidades y empresas del país desde que terminara la II Guerra Mundial.
El portazo encubierto a los inmigrantes no europeos, aclarando con retórica sucinta que no se demanda a los mejores, sino a los considerados como racialmente deseables, es el sello a una decadencia que será difícil de revertir, y que empezará después de que el presidente actual haya abandonado la Casa Blanca. ¿Por su propio pie? ¿Aclamado? ¿Un mandato o dos? ¿Habrá apoyo a Trump mientras aguanten los datos macroeconómicos y los índices bursátiles?
Lo que preocupa con razón a Bruce Sterling y Jon Lebkowsky es la nostalgia postiza que se ha instalado en la sociedad anglosajona, que mira atrás, herida, como ya lo habían hecho los británicos de mediados del siglo XX, más nostálgicos del mundo victoriano que habían construido en el recuerdo que de las consecuencias de su pérdida de peso global tras las dos guerras mundiales y la descolonización.
Una nostalgia que contrasta cruelmente con el optimismo de otros lugares. Y no se trata sólo de China o del resto de potencias emergentes (que, consideradas en conjunto, tienen un impacto inferior al producido ya por la irrupción de China en la producción, comercio y consumo mundiales). Los contertulios que se citan anualmente en The Well destacan la confianza en el porvenir de lugares “que nunca han sido grandiosos”.
El dinamismo de lugares orientados al porvenir
Despojados del peso de la historia y de los intereses de quienes se envuelven en el historicismo deformado para justificar políticas poco ponderadas que, además, suelen favorecer a plutocracia que dicen combatir, estos países desprovistos de grandeza pasada se asoman al futuro con la ingenua lucidez de quienes observan el horizonte como el principio, y no como el final de algo ya agotado.
Bruce Sterling en The Well:
“Siempre me interesa la gente que asume esa responsabilidad: ‘Somos el futuro’. No abundan los resentidos en Dubai o Estonia, no miran hacia atrás; eso es lo que aprecio. No anhelan volver a la grandeza del pasado, porque nunca han sido grandes. No tratan de recuperar el control de nada, porque nunca tuvieron mucho control.”
Sterling continúa con su análisis: ambos países cumplen con todos los requisitos para, en el contexto mundial actual, sucumbir a la inestabilidad y a la efervescencia de amenazas objetivas y percibidas:
- por Estonia pasaron los tanques nazis y los rusos, que nunca se fueron del todo, aunque ahora han cambiado por una infantería de ciberataques que inició el ascenso de la agitación propagandística rusa;
- y Dubai trata de, literalmente, suplantar la prosperidad energética por una sociedad cosmopolita, próspera y educada en un frágil oasis rodeado de intereses geopolíticos y organizaciones bien financiadas que promueven el fanatismo religioso.
Actitud milenarista: vuelven los aprendices de Nostradamus
Estonia y Dubai convierten amenazas reales en incentivo para perseverar en la determinación de sociedad civil y dirigentes por gestionar una prosperidad futura que basan en una idea de progreso acelerada durante la Ilustración, pero presente ya en su germen desde Sócrates: la mejora del conocimiento práctico mejorando viejas hipótesis con nuevos conocimientos provisionales que las refutan con efectividad.
Pero confiar en la razón, la ciencia y el humanismo secular como herramienta de progreso ha dejado de ser el marco aceptado por todos en muchas sociedades avanzadas que se decantan, una vez más, por mensajes de repliegue nacionalista y puesta en entredicho de consensos básicos, como el propio sistema de valores que sostiene conceptos como el de veracidad.
En Estados Unidos, que cuenta con el presidente menos preparado que se recuerda y un vicepresidente que representa el núcleo duro del evangelicalismo, el mismo que margina la teoría de la evolución en las escuelas, la ciencia se politiza y se desprestigia a reguladores sobre los que recae la responsabilidad de establecer la política sanitaria o medioambiental.
En Europa Occidental, la opinión pública se debate entre posiciones de centro y opciones polarizadas que hayan un nuevo altavoz en las redes sociales y expertos propagandísticos; en los países de la UE que pertenecieron al Pacto de Varsovia, con tasas de inmigración testimoniales en comparación con la más diversa y próspera Europa de los 15, la retórica nacionalista y xenófoba gana terreno.
Políticas retrógradas en países que envejecen
La situación social o económica en estos países no explican comportamientos consistentes en toda la región como el rechazo unánime a aceptar cuotas de refugiados, contradiciendo el acuerdo en la UE, o el auge del populismo de extrema derecha.
Ni siquiera el impacto de la propaganda electrónica y la popularidad de Vladimir Putin entre los nacionalistas explican tan bien la mentalidad defensiva en los -homogéneos- países del Este europeo, como el siguiente dato: según la ONU, los países del mundo con un descenso de población más pronunciado entre 2017 y 2050 serán, por este orden: Bulgaria, Letonia, Moldavia, Ucrania, Croacia, Lituania, Rumanía, Serbia, Polonia y Hungría. Japón sigue a los mencionados.
Fastest shrinking populations, projections: 2017 to 2050
1 Bulgaria
2 Latvia
3 Moldova
4 Ukraine
5 Croatia
5 Lithuania
5 Romania
8 Serbia
8 Poland
8 HungaryAll in eastern Europe.
(Japan #11)UN
— ian bremmer (@ianbremmer) January 22, 2018
El futurismo optimista parece haberse esfumado en la opinión pública y las instituciones de los países desarrollados, y el relevo lo toma el mundo emergente, joven y confiado, cuya ingenuidad y autoconfianza propulsan un consumo que exacerba los problemas compartidos por todos, en un mundo que ya no puede volver a eras pretéritas de Estados-nación colonizando el mundo, tratando continentes enteros como su patio trasero o aniquilándose entre sí una vez cada generación o dos.
¿Confiar en repositorios que concentran la información del mundo?
Bruce Sterling y Jon Lebkowsky no confunden su lectura del mundo con la grandilocuencia vacua de las grandes declaraciones de principios, sino que su postura se acerca a la de futurólogos que, como Tim O’Reilly, analizan los riesgos y oportunidades del futuro, esforzándose para que la tecnología que transforma el mundo esté en manos de las personas, y no se concentren en manos de un puñado de empresas con sede en Silicon Valley.
Algo está cambiando:
- un colaborador del Financial Times como Martin Wolf define la reforma tributaria aprobada recientemente por el Senado de Estados Unidos como una estrategia impositiva “hecha a medida de plutócratas”;
- y The Economist apela en un artículo al refuerzo de leyes anti-monopolio que reduzca el poder de los gigantes tecnológicos, concediendo a los usuarios la propiedad efectiva de sus datos personales y prohibiendo el uso indiscriminado de datos agregados que proceden de nuestra actividad.
Tech in the US
Amazon: 75% of ebook sales
Google: 89% of Internet search
Google & Apple: 99% of mobile phone operating systems
Apple & Microsoft: 95% of desktop operating systems
Facebook: 95% of young adults online use at least one of its productsht WSJ
— ian bremmer (@ianbremmer) January 17, 2018
Experimentos estonianos
Estonia, el pequeño país europeo, experimenta sin pudor con nuevas maneras de entender los problemas a los que se enfrentan pequeños países y realidades supranacionales como la Unión Europea: a menudo, la necesidad de talento procedente del resto del mundo contrasta con políticas o sentimiento de la opinión pública.
Si bien el pequeño país no puede acoger a millones de personas ni influir sobre la UE con el peso de Alemania, sí puede impulsar iniciativas como el experimento E-Stonian, una especie de “residencia electrónica”, a través de la cual ingenieros de todo el mundo usan el país como plataforma de entrada al mercado digital europeo; a cambio, Estonia se beneficia del influjo de transacciones financieras, así como de un talento por el que compite en desventaja con epicentros como Silicon Valley.
Intentos como los de Estonia, son el síntoma de una diferencia crucial cada vez más patente entre el estado de ánimo de las sociedades que confían en el futuro y aquéllas que parecen haber dejado de hacerlo, pese a que la realidad objetiva pudiera espolear un relativo optimismo.
% who think world is getting better
China 53%
India 43%
Saudi Arabia 19%
US 16%
Russia 15%
S. Africa 9%
Brazil 9%
UK 9%
Canada 8%
S. Korea 8%
Germany 7%
France 7%
Turkey 7%
Japan 4%
Mexico 4%
Belgium 3%Total 13%
(Ipsos)
— ian bremmer (@ianbremmer) December 6, 2017
Los que todavía creen que el mundo “mejora”
la creciente mentalidad a la defensiva de parte de la opinión pública en las sociedades más prósperas, que contrasta con el optimismo en países que no buscan un revulsivo prefabricando replegándose contra un enemigo magnificado o inventado. Miedo irracional de sociedades con una población que envejece, en contraste con el optimismo de las sociedades que cultivan una confianza racional.
Pensamiento apocalíptico y milenarista, tan asustadizo y de fin de ciclo como The Road, la novela de Cormac Mccarthy, en contraposición con la industriosidad de quienes creen que todo está por hacer y el progreso no ha hecho más que comenzar.
Una encuesta de Ipsos lo sintetiza de la siguiente manera: el 53% de la población china cree que el mundo está mejorando, por un 43% de indios, un 16% de estadounidenses, un 9% de británicos, o un 7% de franceses y alemanes. La confianza en el futuro percibida entre la opinión pública no se corresponde con niveles de prosperidad y educación, y tampoco con las perspectivas reales de la media de la población.
Tim O’Reilly u otros futurólogos respetados por Silicon Valley, desde Stewart Brand a Kevin Kelly, no son los únicos en mostrar confianza en el futuro pese a riesgos como la inestabilidad política o el impacto de los cambios tecnológicos sobre la clase media.
El mago y el profeta
Ensayistas de peso, desde el físico teórico británico David Deutsch al divulgador científico Charles C. Mann, argumentan razones de peso para un optimismo fundado, empezando por datos objetivos sobre la evolución de indicadores de prosperidad entre la mayoría de la población mundial:
- en una entrevista recién concedida a John Horgan para Scientific American, David Deutsch refrenda ante John Horgan (a su vez, ensayista y crítico, autor del -pesimista- The End of Science) su confianza en lo que cree es una tendencia a la aceleración del progreso humano desde inicios de la Ilustración; Deutsch expone sus tesis en el ensayo The Beginning of Infinity, donde afirma -entre muchas otras cosas- que nuestro apego a la mejora de conjeturas sirviéndonos del ensayo y error es un proceso que no acabará nunca, lo que nos llevará a resolver cuestiones cuya complejidad se nos escapa, desde el uso cotidiano de la informática cuántica a solventar el cambio climático;
- y Charles C. Mann acaba de publicar The Wizard and the Prophet, donde contrasta la trayectoria de dos personajes fundacionales en las últimas décadas, un ecologista con mentalidad maltusiana (William Vogt), y un científico pragmático que inspirará el aumento de la producción agraria tras la II Guerra Mundial (“revolución verde“) combinando fertilizantes y plaguicidas químicos con monocultivos y variedades modificadas, Norman Borlaug.
Cada uno en su ámbito, ni los futurólogos afincados en Silicon Valley (por ejemplo, los mencionados Tim O’Reilly, Kevin Kelly o Stewart Brand, con ensayos como WTF?, The Inevitable o Whole Earth Discipline, respectivamente), ni los ensayistas que trazan con convicción una lectura optimista sobre el futuro, como David Deutsch y Charles C. Mann, evitan mencionar los grandes riesgos de nuestra era, pero se resisten a caer en las tentaciones que llevaron a Thomas Malthus a descartar un factor crucial, el de la inventiva humana, de una ecuación matemática donde incluyó población y recursos finitos.
Quizá todos ellos compartan un rasgo con el resto de futurólogos y divulgadores científicos que, asomados al porvenir con la única asistencia de hipótesis científicas fundadas y creatividad artística, no pueden más que maravillarse del ingenio humano, alertando sobre sus excesos y, a la vez, confiando en el uso responsable de sus aciertos.
La evolución creadora: naturaleza y pensamiento
El astrofísico y divulgador canadiense Hubert Reeves ha logrado combinar ambos rasgos con sencillez clarividente, explicándonos las similitudes entre lo que él llama “creatividad cósmica” y la “creatividad artística”, una asociación que -confiesa- no parte de él.
En su obra L’Évolution créatrice (1907), el filósofo francés Henri Bergson profundizó entre el paralelismo entre procesos creativos de la naturaleza y el proceso de creación artística: Bergson describe el “élan vital”, una fuerza que guiaría la evolución de ambas creaciones (la natural y la artística) sin pretender la existencia de un gran Arquitecto.
En la naturaleza y la conciencia humanas, reflexiona Bergson, no hay nada predefinido como el determinismo científico, ni tampoco nada del todo previsible, como en el mecanicismo: la evolución es imprevisible pese a construirse a partir de los mismos bloques básicos, pues su combinación se reinventa sin descanso.
Naturaleza y arte, dice Hubert Reeves, se sirven de la asociación exponencial de elementos simples para producir reencuentros de creatividad (o creación, si nos referimos al evolucionismo): somos el último testigo de una estructuración de la complejidad cósmica, pues nos servimos de los mismos elementos usados una y otra vez, pero intentamos con ahínco lograr una manifestación de originalidad que destaque de un modo distinto. Mutaciones dañinas, inocuas, útiles… a veces cruciales.
Emergencia: cuando el todo no se reduce a la suma de las partes
La ciencia y el arte se sostienen sobre este mismo proceso, que explicaría desde la complejidad y variedad de las fractales (vistos al microscopio, todos los copos de nieve se componen de cristales hexagonales con seis puntas, aunque el diseño de todos ellos varía en los ornamentos geométricos de cada punta), a la efectividad de la información de los memes, exponentes contemporáneos del evolucionismo (en este caso, evolucionismo cultural).
El optimismo que guía a artistas tiene puntos en común con el que sostiene la misma idea de progreso, que a su vez depende de intangibles en una sociedad como el nivel de prosperidad, la calidad de su educación, la coyuntura política… e incluso el estado de ánimo.
Confiar en un futuro en el que seguiremos sirviéndonos de nuestra inventiva científica y artística vs. temer el futuro como un milenarista más, capaz de encontrar en cada síntoma -real e inventado- las trazas del último Nostradamus en boga.
En La evolución creadora, Henri Bergson reflexiona sobre el carácter emergentista del arte, que es el de la inventiva, pues en ambos “sistemas”, el resultado es superior a lo obtenido con la mera suma de las partes: una molécula en nuestra habitación no nos ofrece la medida de la temperatura que percibimos.
El pintor es consciente de la obra entre manos, reflexiona Bergson, pero hay una parte “emergente” de esa obra que ni siquiera el pintor controla por completo, que convertirá el trabajo en arte.
Reencuentros creadores y emergentismo
Henri Bergson, La evolución creadora, 1907:
“El retrato terminado se explica por la fisonomía del modelo, por la naturaleza del artista, por los colores disueltos sobre la paleta; pero, incluso con el conocimiento de lo que lo explica, nadie, ni aun el artista, hubiese podido prever con exactitud lo que sería el retrato, porque el predecirlo hubiese sido producirlo antes de haber sido elaborado, hipótesis absurda que se destruye a sí misma. Otro tanto ocurre con los momentos de nuestra vida, de la que somos sus artesanos. Cada uno de éstos es una especie de creación. Y lo mismo que el talento del pintor se forma o se deforma, y en todo caso se modifica, bajo la influencia misma de las obras que produce, así cada uno de nuestros estados, al mismo tiempo que sale de nosotros, modifica nuestra persona, siendo como la forma nueva que acabamos de darnos. Hay, pues, razón para decir que lo que hacemos depende de lo que somos; pero debe añadirse que somos, en cierta medida, lo que hacemos y que nos creamos continuamente a nosotros mismos.”
Hundirse en la nostalgia prefabricada, personal o colectivamente, implica renunciar al potencial creativo de las personas y la naturaleza, y conformarse con la parte fatalista de la historia: creer en el universo determinista de los estoicos y, a la vez, negar la capacidad de cualquiera para ingeniárselas con las herramientas existentes y dar con algo nuevo que resuelve el último problema maltusiano de turno.
El impulso creador es emergente, un vitalismo intuido por Schopenhauer, Nietzsche y el propio Bergson, la manera de reafirmarse en el mundo sin conformarse con los espectros de glorias pasadas o espejismos futuros. O, en palabras de Hubert Reeves,
“los reencuentros creadores tienen propiedades emergentes.”
Azar y necesidad
Confiemos en las nuevas combinaciones de creatividad, natural y humana, que nos asistirán en los retos de los próximos años, en los que comprobaremos cómo resolver viejos problemas nos situará en un nuevo escenario que originará nuevos problemas a simple vista irresolubles. Que a su vez serán resueltos.
Es a este proceso que nos situará siempre en el reto creativo de la casilla de salida, lo que David Deutsch ha definido como nuestro particular “principio del infinito”. Una simple mejora de conjeturas provisionales, cuya evolución no modifica su estatuto de provisionalidad.
Entre los presocráticos, los atomistas concibieron un universo conformado por pequeñas partículas inestables capaces de crear entidades superiores con cierta estabilidad temporal, que retornaban a la materia del universo cuando llegaba su disolución; este universo cambiante inspiró la frase hermética de Demócrito más infravalorada:
“Todo cuanto existe es fruto del azar y la necesidad.”
La tarea compartida de seguir intentándolo
Esta proposición, en apariencia autodestructiva (si ocurre por azar, no puede existir por necesidad), es la metáfora perfecta del mundo que nos desvelan astrofísicos (como el propio Hubert Reeves) y expertos en física cuántica (como el mencionado David Deutsch).
En esencia, la dinámica entre la azarosa física atómica y el determinismo de la teoría del caos permite la existencia de la originalidad que contemplamos en la vida, los paisajes, la música, nuestra conciencia, el concepto de “optimismo”, o de “principio del infinito”.
Los encuentros creativos y las propiedades emergentes de ideas y proyectos nos permiten esperar avances e ideas que nos salvarán de los problemas más acuciantes, aunque sólo sea para exponernos a nuevas fronteras con sus propios problemas.
Como reflexionó el matemático y filósofo francés Blaise Pascal, el conocimiento humano se comporta como una circunferencia: a medida que crece, el borde exterior del círculo aumenta su contacto con lo desconocido. Con aquello que todavía no hemos explorado.
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