No hay soluciones mágicas para crear de la nada millones de puestos de trabajo ajenos a fenómenos globales como la automatización. Sí se puede aprender de experiencias pasadas, estudiando su potencial con nuevas herramientas que convierten a cada uno en inventor y hacker-artesano en potencia.
En el siglo XIX, varios países perdieron su tejido productivo descentralizado con la mecanización y la concentración productiva en los primeros centros industriales; décadas después, expertos recomendaban una manera de devolver el nivel de vida y la autoestima a millones de personas: potenciando su autosuficiencia.
Ahora, con Internet y herramientas de producción de alta tecnología (impresoras 3D, fresadoras caseras para trabajar metal y madera, etc.) al alcance de cualquiera, fenómenos como la atomización productiva y la economía entre usuarios (P2P) podrían hacer realidad una apuesta de futuro de Mohandas Gandhi: la autosuficiencia productiva de cada ciudadano (swadeshi).
Mejoran los grandes números, el poder adquisitivo no retorna
Las consecuencias de la Gran Recesión permanecen en muchos países ricos: precariedad laboral; obsolescencia de trabajos industriales y de intermediación absorbidos por trabajadores de otros países, máquinas o algoritmos; y estancamiento, cuando no retroceso, del poder adquisitivo de las clases medias.
Los cambios son profundos, muchos de los cuales preceden a la crisis financiera que derivó en crisis de deuda y empleo. El mundo emergente, sobre todo China, ocupa un lugar cada vez más preponderante en el mundo y pronto será el país con la mayor economía del mundo (ya lo es en algunos parámetros), por delante de Estados Unidos y de la Unión Europea.
La ascensión de China y otras economías en desarrollo absorbe buena parte del empleo industrial tradicional, justo cuando expertos y economistas creen que la solución a largo plazo de las economías avanzadas pasa por mayor flexibilidad regulatoria, educación constante y diversificar empleos -por ejemplo, produciendo más bienes industriales y de equipo, para diversificar las economías de servicios.
Desarrollar anticuerpos contra crisis sistémicas
Hasta lo más crudo de la crisis empezada en 2007, cuyos efectos siguen notando las clases medias, nadie hablaba de la importancia del empleo industrial… A excepción de regiones y países cuya apuesta a largo plazo ha consistido en mantener una fuerte industria tecnológica y de bienes de equipo, así como industrias satélite (un ejemplo recurrente: Alemania).
The Economist cree que la manera de frenar lo que economistas como Tyler Cowen llaman “el gran estancamiento” o “el fin de la medianía” (títulos de sus dos ensayos sobre la temática), consiste en crear economías más productivas (con servicios y tecnologías de la información, pero también con industria química, de bienes de equipo, etc.). Para ello, el semanario lleva un tiempo hablando del potencial de una III Revolución Industrial.
Esta III Revolución Industrial no sería como la segunda, ni mucho menos como la primera, por mucho que el economista francés Thomas Piketty escriba en su superventas El capital en el siglo XXI que estamos en una era de desigualdades similar a la época de los grandes industriales de finales del siglo XIX.
Producir bajo demanda, ofrecer más servicio con menos material
The Economist cree que innovaciones tales como productos con menos material y más servicio requieren un nuevo tipo de industria que, en lugar de requerir grandes factorías y economías de escala es intensiva en conocimiento y produce bajo demanda, a menudo junto a su público objetivo, en vibrantes barrios de las viejas ciudades industriales más cosmopolitas de Occidente.
Esta Tercera Revolución Industrial no produce una gran tirada para reducir costes y abaratar el precio, sino que fabrica en pequeñas tiradas personalizadas, sirviéndose de una combinación entre conocimiento (Internet, técnicas artesanales, bagaje cultural, curación de materiales, etc.), Internet y tecnologías para producir en el sitio -a menudo, en lugares que parecen más boutiques que factorías tradicionales-, como impresoras 3D y fresadoras CNC, ahora al alcance de cualquiera.
Hasta aquí, se sostiene la hipótesis expuesta por The Economist en su especial de abril de 2012 sobre una potencial III Revolución Industrial, en la que la producción de algunos de los bienes y procesos más valiosos deslocalizados en las últimas décadas volverían a los países ricos desde los emergentes (siguiendo, casi siempre a menor escala, el modelo de respuesta rápida y producción coordinada con la matriz de Volkswagen o Zara, entre otras).
Educación, polimatía, artesanía “high tech”
El problema llega, como suele acontecer, con los detalles y la capacidad de adaptación de las economías más maduras a modelos y empleos industriales (“cuello azul”, que “manchan”; obsoletos por la mecanización; lectura: El fin del trabajo).
Los empleos industriales no cuentan, de momento, con el prestigio social de los trabajos profesionales y de intermediación asumidos por las clases medias urbanas desde finales de la II Guerra Mundial (empleos de “cuello blanco”, muchos de los cuales, obsoletos por la automatización; lectura: Race Against the Machine).
Pero los nuevos empleos industriales tendrían poco que ver con los anteriores y a menudo requerirían una actitud y formación polímata (técnica, artesanal, comercial) más próxima a los empleos profesionales mejor pagados que a los empleos industriales que requerían menor especialización, los primeros en mecanizarse y deslocalizarse en las últimas décadas.
La Tercera Revolución Industrial, de producirse y generar tantos puestos de trabajo como las anteriores -lo que permitiría, por ejemplo, mantener el poder adquisitivo de unas clases medias en descomposición-, dependerá de la formación constante y una actitud a medio camino entre el socratismo -búsqueda racional de la mejor salida tomando decisiones y aprendiendo sobre la marcha, como han hecho las startup tecnológicas- y los buscavidas de todos los tiempos -“astucia de posguerra” para generar riqueza de productos que uno ya tiene, capacidad para convertirse uno mismo en marca propia, etc.-.
Estrategias para buscarse la vida
Los “nuevos buscavidas” (jóvenes, formados, sin empleo o con empleo precario, sin “hoja de ruta” preestablecida) harán posible la III Revolución Industrial en todo su esplendor… o se convertirán en los principales críticos de por qué no fue posible, existiendo el potencial, como lo ven The Economist, Jeremy Rifkin (y su nueva hipótesis del “coste marginal cero“) o Tyler Cowen (y su apuesta por un entorno más flexible e innovador para hacer cosas que la gente compre).
Se trata de tres apuestas para solucionar a largo plazo el duro momento actual:
- la producción de manufacturas retorna a Occidente (en una especie de “efecto boomerang” después del fin de las economías de escala), como explica The Economist;
- la economía crea una nueva industria entorno al intercambio entre usuarios (economía P2P), exponen Jeremy Rifkin y muchos otros, incluyendo a pesos pesados de Silicon Valley como Tim O’Reilly de O’Reilly Media o Marc Andreessen de la firma de capital riesgo Andreessen Horowitz;
- o, finalmente, los países y regiones más atentos a lo que ocurre se hacen más flexibles y compiten por el talento sin complejos, probando ideas e industrias con la “cintura” (desarrollo incremental, iteración, fácil acceso a inversión de riesgo) de la industria tecnológica puntera, así como contención y flexibilidad legislativa (Tyler Cowen cree que el futuro de las regiones ganadoras se parece más a Texas que a Francia).
Saber a qué se juega: dialéctica entre flexibilidad y protección
Varios riesgos amenazan la posibilidad de que una combinación de estos escenarios logre crear economías más robustas, diversificadas, flexibles, tecnificadas y sin temor al riesgo como Silicon Valley (también Massachusetts, Texas, Australia, etc.) o, en su defecto, su versión regulada atenta a la innovación o la meritocracia (Alemania, Austria, Suiza, etc.).
Copiar lo mejor de todos los modelos es más difícil que copar lo peor de todos ellos sin obtener la mayoría de sus beneficios. España e Italia comparten rigidez con Francia, pero carecen de los beneficios de este modelo; a su vez, cuentan con industria, sin lograr la productividad y los niveles de exportación de Alemania.
Las debilidades de países como España o Italia (compartidas, en otro contexto, por las también rígidas economías de Japón y Taiwán, que pierden fuelle a medida que lo gana China) se hace patente en sus mercados laborales y en la educación: la formación profesional ha carecido de prestigio durante décadas, y ahora se pagan las consecuencias, pese al potencial creativo y de marca de ambos países.
Documentando la pérdida de habilidades desde el gremio a la fábrica
Tyler Cowen cita en su bitácora Marginal Revolution un reciente artículo científico sobre la pérdida de habilidades productivas -sobre todo, conocimiento artesanal- durante la Revolución Industrial, en el que se estudia la composición del mercado laboral inglés entre 1550 y 1850.
El artículo, firmado por Alexandra de Pleijt y Jacob Weisdorf, concluye, tras estudiar las ocupaciones y el requerido nivel de habilidades, que la consolidación de la I Revolución Industrial supuso la pérdida de habilidades, sobre todo relacionadas con empleos gremiales que requerían años de aprendizaje y perfeccionamiento.
Los empleos gremiales quedaron obsoletos con la industrialización, lo que causó un retroceso en las habilidades requeridas en oficios que fueron mecanizados:
- en 1550, sólo el 25% de los trabajadores manuales eran no calificados (carecían de habilidades específicas), asumiendo empleos como la apertura de zanjas o la recogida de basuras; mientras el 75% de trabajadores eran trabajadores de calificación baja o media -tejedores, sastres- en el mismo período;
- con el tiempo, las habilidades requeridas en empleos técnicos poco automatizados se hicieron obsoletos; con el transporte, las comunicaciones modernas y la mecanización de la Revolución Industrial, la fracción de trabajadores no calificados pasó del 25% de la fuerza laboral en 1550 al 45% en 1850.
A trabajador no especializado, industria deslocalizada
El mismo artículo expone que los trabajadores considerados “altamente calificados” (ebanistas, carpinteros, escribientes, torneros), apenas crecieron en el período, al suponer el 3,9% en 1550 y apenas el 4,9% en 1850.
La I Revolución Industrial requirió amplia mano de obra no calificada que ofrecía su fuerza y coordinación mecánica para realizar labores repetitivas, a menudo en procesos mecanizados o semi-mecanizados.
La II Revolución Industrial acabó con buena parte de la precariedad y desigualdades que había creado la primera mecanización, al requerir más empleos técnicos y de gestión relacionados con bienes de consumo (automóviles, electrodomésticos, etc.), lo que permitió el surgimiento de una sólida clase media en Norteamérica, Europa y Japón, sobre todo después de la II Guerra Mundial.
El “boom” industrial no duró mucho y las economías de escala dieron paso a la robotización y la deslocalización, a medida que la regulación se hacía más exigente en los países desarrollados.
Cómo la alta tecnología nos podría devolver los gremios (esta vez “high tech”)
Paradójicamente, la mayor oportunidad para transformar las dinámicas más deprimidas de la sociedad post-industrial actual implica una cierta reindustrialización de Occidente, aunque la III Revolución Industrial requerirá un tipo de conocimiento (polímata, adaptable, con poso y conocimientos específicos y locales -atentos a la intersección entre tradición y alta tecnología, entre productos y servicios, entre humanidades y tecnología) más parecido al de la era gremial que al de las eras industriales previas.
Emerge un nuevo tipo de trabajo industrial altamente cualificado, a medio camino entre las manufacturas (sector secundario), los servicios (terciario), las tecnologías de la información… y nuevos valores (sostenibilidad, recuperación de los procesos artesanales y tradicionales más útiles en un contexto de energías caras y crisis medioambiental).
Y es en esta encrucijada donde, atentos al desarrollo de nuevos modelos más iterativos e incrementales, que hagan más rápido y menos costoso innovar -para que se pueda hacer desde casa, desde un garaje o un pequeño taller-, las nuevas oportunidades deben aprender de viejos aciertos… y errores.
Cuando la India dejó las manufacturas por las materias primas
Entre los errores y oportunidades perdidas, destaca el caso de la India durante el período de la Revolución Industrial, cuando el modelo productivo del Imperio Británico desincentivó la producción a pequeña escala en la India, centralizándola en grandes centros industriales de la metrópolis.
En el siglo XX, Mohandas Gandhi supo ver que este proceso de destrucción de gremios y trabajadores con calificación baja, media y alta en India durante finales del siglo XVIII y todo el XIX, condenó al subcontinente a la pobreza y dependencia económicas, al producir materias primas a bajo coste que luego adquirían el valor de manufacturas en las factorías del Reino Unido.
Gandhi relacionó su política con el retorno de las clases humildes a la autosuficiencia, asumiendo de nuevo trabajos artesanales que habían desaparecido durante la industrialización de la metrópolis británica.
Estrategia “swadeshi”: conocimiento productivo y autosuficiencia
Lo denominó movimiento khadi, o retorno a la confección propia de la vestimenta tradicional en las actuales India, Bangladesh y Pakistán (khadi o khaddar). También se conoció como movimiento swadeshi (o movimiento de la autosuficiencia).
Autosuficiencia, en este contexto, no equivale a experimento autárquico al estilo de Corea del Norte, sino a toma de conciencia para desarrollar de nuevo tradiciones e industrias maltrechas.
El origen del movimiento khadi se remonta, no obstante, a la influencia de Lev Tolstói en Ghandi, a través de la correspondencia sostenida por ambos. Gandhi leyó a Henry David Thoreau y su Desobediencia civil siendo todavía funcionario del Imperio Británico en Sudáfrica, por recomendación del escritor ruso.
Lo que nos enseñan las primeras deslocalizaciones masivas
Este modelo sobre todo textil de la I Revolución Industrial empobreció la formación de una sociedad tradicional e impidió a la India mantener su papel preponderante en la producción de manufacturas: una especie de deslocalización “avant la lettre”.
Tyler Cowen advierte que, atentos a los difíciles momentos actuales, sobre todo para las clases medias, la mayoría de expertos y medios se centran en comparaciones entre la Gran Recesión iniciada en 2007 y la Gran Depresión de los años 30 tras el Crac del 29.
La historia productiva de la India en el siglo XIX, explica Tyler Cowen en The New York Times, ofrece una lección comparativa más importante.
Tyler Cowen usa la India en el siglo XIX como ejemplo que algunas economías desarrolladas deberían evitar, de consolidarse los actuales cambios estructurales: un crecimiento negativo sostenido, con el potencial de durar décadas.
Cuando un país deja de fabricar a pequeña escala
“En 1750 -explica Cowen en su columna para The Upshot en The New York Times-, la India acaparaba un cuarto de la producción mundial de manufacturas, pero en 1900 había descendido al 2%”.
“Occidente se hizo más productivo como resultado de la Revolución Industrial, y la India perdió buena parte de su sector exportador puntero, los textiles”.
No hay información exacta de la época, pero se estima que el nivel de vida descendió en la India a partir de mediados del siglo XIX, incluso después de importar tecnología occidental.
Los economistas, explica Tyler Cowen, acostumbran a exponer las ventajas del comercio internacional, y buena parte de su discurso es consistente. “Pero en la India -expone Cowen-, las regulaciones internas y el subdesarrollo, combinados con las depredaciones coloniales británicas, evitaron que los recursos indios se volvieran a desarrollar productivamente”.
Riesgo de estancamiento permanente en las economías menos flexibles
La lección comparativa: un gran shock en comercio internacional puede conducir a décadas de declive económico en una economía importante, especialmente si esta economía no es debidamente orientada para articular una respuesta flexible”.
El economista y profesor de la Universidad George Mason teme que algunos países desarrollados no sean conscientes de su rigidez y carezcan de capacidad de respuesta en un contexto de estancamiento producido por cambios profundos, muchos de ellos a miles de kilómetros de distancia.
Entre los países que deberían estar atentos para evitar un estancamiento prolongado, Tyler Cowen habla de Italia, Francia, Croacia, Grecia, Portugal y posiblemente Taiwán (donde la economía apenas crece y los sueldos no sólo se estancan, sino que retroceden, como ocurre en el sur de Europa).
No hay un antídoto universal, claro e infalible contra el estancamiento y la obsolescencia de trabajos y profesiones, a medida que avanzan la mecanización, la automatización y el desarrollo de los países emergentes.
El caldo de cultivo perfecto para el populismo
Quizá la receta menos populista -la política se aprovecha de la difícil situación, a menudo buscando falsos culpables e inventando supuestas soluciones que parecen caer del cielo y tienen cierta consistencia durante los inacabables períodos electorales- consiste en una combinación de las esperanzas divisadas por economistas y publicaciones solventes.
El futuro se parecerá más a una combinación entre III Revolución Industrial, economía P2P y entornos físicos más desregulados y libertarios -como Internet y las startup- que al panorama post-apocalíptico expuesto en historias como The Road, novela de Cormac McCarthy protagonizada en el cine por Viggo Mortensen.
Hay una gran oportunidad para evitar las peores consecuencias de un “gran estancamiento”; por ejemplo, el mundo es más rico y menos desigual que nunca antes, pese al mal momento de los más vulnerables de las clases medias en los países desarrollados y pese a la retórica de los últimos tiempos, consistente en demonizar a los más ricos (una estrategia que da réditos políticos a corto plazo, pero peligrosa a medio y largo plazo).
Recetas gandhianas para un futuro más flexible, artesano, high-tech, colaborativo
Analogías como el estancamiento permanente de India desde el siglo XIX hasta la actualidad al no poder reaccionar ante la transformación tecnológica de las manufacturas textiles son una lección para evitar situaciones análogas… o para explorar métodos de innovación y producción -por ejemplo, fabricar in situ y bajo demanda- que compitan con mayor margen que las economías de escala.
Además de estudiar casos como el de India en el siglo XIX, que inspiraron a Gandhi en el siglo XX para dotar de solidez argumental al movimiento swadeshi de retorno a las manufacturas que propuso, los países desarrollados menos competitivos deberán devolver el prestigio perdido a los oficios artesanales e industriales, empezando por la educación secundaria.
Elegir a qué se quiere jugar
Una herramienta descentralizada, con espíritu libertario y comunal como Internet, podría contribuir más que cualquier otra a hacer realidad una de las apuestas de Gandhi: ofrecer a cualquier persona una herramienta -él hablaba de una máquina de hilar- para garantizar su autosuficiencia.
En la actualidad, la máquina de hilar se ha desmaterializado y convertido en conocimiento, aunque la producción bajo demanda y la “softwarización” del mundo físico podrían comportar nuevas oportunidades para que cualquiera pueda aspirar a su ideal de autorrealización.