La Organización Mundial de la Salud define el sobrepeso como un índice de masa corporal (IMC, calculado dividiendo el peso en kilogramos por el cuadrado de la talla en metros, kg/m2) igual o superior a 25, y la obesidad como un IMC igual o superior a 30. El consumo excesivo de nutrientes, la vida sedentaria y la predisposición genética son algunos de los detonantes de la enfermedad.
Otro factor: la confianza en la comida rápida densa en energía, se ha triplicado entre 1977 y 1995, y el consumo de calorías se ha cuadruplicado en el mismo periodo.
Hasta ahora, los expertos han hablado de problemas para la salud y para la sociedad, debido al aumento del gasto sanitario y a la pérdida de productividad de las personas con sobrepeso y obesas, como principales consecuencias de el exceso de peso.
Respetar el planeta = ¿mantenerse delgado?
Un reciente estudio de la London School of Hygiene & Tropical Medicine citado por Reuters expone otras consecuencias derivadas del imparable aumento de la obesidad: la gente con sobrepeso come más que el resto de la población y abusa del uso del coche, lo que provoca que el exceso de peso no sólo sea una carga económica médica y de ausencia de productividad para la sociedad, sino que dobla el impacto negativo de un ciudadano sobre el medio ambiente.
Sorprende, pero se trata de uno de los primeros estudios que se atreve a relacionar obesidad y sobrepeso con aumento de la huella ecológica, aunque la relación causa-efecto es preclara. “Cuando se trata del consumo de alimentos, moverse con un cuerpo pesado es similar a conducir constantemente un coche que consuma mucha gasolina”, debido a que la producción alimentaria es una fuente de gases con efecto invernadero, explican los investigadores Phil Edwards e Ian Roberts en el estudio.
Los científicos son expeditivos con sus conclusiones: “necesitamos hacer mucho más para dar la vuelta a la tendencia global de incremento del sobrepeso, y reconocer que se trata de uno de los factores clave para reducir las emisiones y frenar el cambio climático”.
Los cálculos no dejan lugar a dudas: una persona con sobrepeso genera alrededor de una tonelada de dióxido de carbono en emisiones al año más que una persona delgada, lo que añade más de 1.000 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera en una población mundial con sobrepeso superior a los 1.000 millones.
Se trata de una cantidad importante, si estas emisiones son situadas en su contexto: The Guardian recuerda en su reseña sobre el estudio que el mundo emitió en 27.000 toneladas de gases contaminantes directamente relacionados con la actividad humana en 2004, más de 1.000 millones de las cuales están relacionadas con el sobrepeso y la obesidad.
La UE estima que cada ciudadano europeo es responsable de la emisión de 11 toneladas de CO2 anuales.
Carne roja y tasa de mortalidad
La ingesta de alimentos y bebidas con altos índices de azúcares y grasas se complementan con la vida sedentaria y la predisposición genética para provocar la actual epidemia de obesidad.
En septiembre de 2008, Rajendra Pachauri, autoridad científica mundial en la lucha contra el cambio climático, sugería que la gente debería comer menos carne roja, debido a que la producción de esta carne causa el 20% de las emisiones de CO2 globales.
Los estudios realizados en torno al consumo de carne roja, contra los que se ha posicionado históricamente la industria cárnica, destacan que 1,5 millones de mujeres mueren anualmente en el mundo por enfermedades causadas debido al excesivo consumo de carne roja. La carne roja obstruye las arterias, aumenta la presión sanguínea y permite a células cancerígenas prosperar en un sistema inmunológico debilitado.
El estudio sobre la materia considerado más exhaustivo es el realizado por los Institutos Nacionales de la Salud (National Institutes of Health, NIH): se siguió la vida de 322.263 hombres y 223.390 mujeres de 50 a 71 años a lo largo de una década.
Cada participante tuvo que compartir información sobre su dieta, consumo de alcohol, tabaquismo, nivel de educación, ingestión de suplementos vitamínicos, peso e historial médico familiar. Durante los años de estudio, comprobaron que había un mayor porcentaje de muertes entre quienes consumían grandes cantidades de carne con regularidad.
Los autores extrapolaron los resultados del estudio de esta gigantesca muestra al conjunto de la población estadounidense, con unas conclusiones rotundas: aproximadamente 1 millón de hombres y 500.000 mujeres mueren cada año debido a una dieta poco saludable, que incluye de media más de 100 gramos de carne roja al día.
El cerebro con comida basura y con comida saludable
También se ha comprobado, a través de un estudio realizado por científicos de CalTech, que el cerebro activa zonas del cerebro claramente distintas cuando se comen alimentos saludables y cuando, por el contrario, se ingiere comida alta en grasas y azúcares.
Los participantes en la investigación que actuaron con autocontrol al decantarse por la comida saludable tenían una zona delimitada del cerebro especialmente activa, según las resonancias magnéticas realizadas. Curiosamente, quienes tomaron las decisiones dietéticas más sanas usaron más una zona del cerebro que apareció apagada en quienes optaron por comida basura.
Sorprendentemente, quienes eligieron comida poco saludable mostraron igualmente un patrón cerebral, ya que mantuvieron otra zona del cerebro -la de las malas decisiones alimentarias, como ha sido bautizada por los investigadores- activa de manera consistente.
Todd Hare, coordinador del estudio, confirma que la zona cerebral activa entre quienes eligieron alimentos saludables está relacionada con el autocontrol.
Sin obesidad en los medios: alarma social contra la gripe A
En la era de la comunicación ubicua, herramientas como Twitter, servicio de micro-blogging en boga que ya trasciende la esfera minoritaria “geek”, han contribuido a extender el alarmismo sobre la gripe A. La información, así como los rumores, viajan con mayor rapidez que nunca, gracias a Internet, que complementa y amplía el impacto de los medios tradicionales.
Sorprende que tanto la OMS como los gobiernos mexicano y estadounidense primero, y del resto del mundo después, hayan puesto en alerta a toda la población mundial en cuestión de días, quizá de un modo demasiado alarmista, y que la propia OMS haya establecido un protocolo de actuación planetario para atajar una epidemia “con riesgo de pandemia” considerada ya a mediados de abril de 2009 como “muy grave”.
En este tipo de casos, la frontera entre la prevención de los responsables públicos y sanitarios es difusa. La gripe A ha provocado que algunos ciudadanos de todo el mundo lleven máscaras; que Francia propusiera a la Unión Europea, sin éxito, prohibir los vuelos procedentes de México; o que en Rusia prohíban, desestimando las recomendaciones y peticiones de prudencia de los organismos sanitarios internacionales, la carne de cerdo procedente de España (país europeo con más casos confirmados de gripe, ninguno de los cuales grave); entre otras actuaciones en lugares tan alejados del epicentro de la epidemia como Argentina, China o Australia.
La gripe A es muy contagiosa, aunque no más virulenta que cualquier otro brote de gripe común, como ha explicado la Administración estadounidense a su población, en un intento de atajar el pánico. Quizá este hecho explique que el mundo lograra ponerse en alerta sanitaria con rapidez; al fin y al cabo, la enfermedad viaja en avión.
Para cuándo alarma social contra la obesidad
La obesidad y el sobrepeso no son enfermedades que vayamos a contraer en avión, en el transporte público o mientras asistimos a un partido de fútbol. Sus connotaciones sociales son, además, muy distintas.
En varios períodos históricos tales como el Renacimiento italiano, la obesidad era un símbolo de estatus, antagónico al actual: entonces, los prohombres de las grandes ciudades italianas presumían de sobrepeso, mientras la obesidad se ha convertido en la actualidad en una pandemia que afecta con especial ensañamiento a las clases menos educadas y con menos ingresos de los países ricos.
La OMS estima que hay más de 1.600 millones de adultos con sobrepeso, 400 millones de los cuales son obesos. La organización calcula que en 2015 habrá 2300 millones de personas con sobrepeso y 700 millones con obesidad. Asimismo, en 2005 había en todo el mundo 20 millones de niños menores de 5 años con sobrepeso.
El sobrepeso y la obesidad eran considerados males padecidos por las sociedades más ricas, aunque aumenta con especial intensidad entre los más desfavorecidos de los países con rentas altas y, sobre todo, en los entornos urbanos de los países con ingresos bajos y medios, según la OMS.
Causas de la obesidad y el sobrepeso
La obesidad es considerada oficialmente una de las pandemias del siglo XXI, con predicciones de aumento del gasto sanitario y disminución de la esperanza de vida que presionarán los sistemas de cohesión social e incluso la esperanza de vida en todas las regiones.
Por primera vez, la actual generación infantil tiene una esperanza de vida inferior a la de sus padres en muchos países ricos; la obesidad y el sobrepeso, unidas al sedentarismo y a un estilo de vida poco saludable, contribuyen al fenómeno.
En términos médicos, la causa fundamental de la obesidad y el sobrepeso es el “desequilibrio entre el ingreso y el gasto de calorías”. Sencillo de detectar y formular pero, ¿cómo se previene una enfermedad que se relaciona con el estilo de vida, la educación, la calidad de la comida, la falta de tiempo, la incorporación de la mujer al trabajo o la expansión de los productos precocinados, bebidas carbonatadas, alcohol, comida rápida y repostería industrial?
Es fácil explicar por qué un individuo engorda, aunque más difícil dar con un diagnóstico completo que explique por el peso promedio de las sociedades avanzadas ha estado aumentando de forma sostenida desde los años 80, con especial incidencia sobre los países anglosajones.
Las causas genéticas deben ser consideradas, según los expertos, para entender el problema, aunque la predisposición a engordar no explica por qué la sociedad estadounidense no incrementó su número de obesos desde el fin de la II Guerra Mundial hasta los años 60, pese al aumento de la estatura y peso promedio de sus habitantes.
En tres décadas, la obesidad se ha acelerado y los expertos creen que ello es debido a varios factores:
- Sedentarismo y ausencia de actividad física.
- Coste relativo de los alimentos más bajo.
- Incremento del marketing relacionado con alimentos poco saludables en los medios, sobre todo en horario infantil. En Estados Unidos, este fenómeno se incrementó gracias a las desregulaciones promovidas por Reagan al inicio de su mandato.
- Aumento de puestos de trabajo sedentarios.
- Aumento del número de familias con dos ingresos (núcleos familiares donde ambos padres trabajan).
- Expansión geográfica descontrolada de las ciudades (más tiempo para viajar en coche; menos tiempo para caminar, cocinar o ejercitarse).
- Crecimiento sostenido de la oferta de restaurantes de comida rápida y alimentos precocinados. En Estados Unidos, las porciones de las patatas fritas de McDonald’s aumentaron desde las 200 calorías en 1960 a las más de 600 calorías en la actualidad.
Alimentarse en la sociedad contemporánea
La novela gráfica Fast Food Nation: el lado oscuro de la comida americana, que inspiró en 2006 una película homónima, examina en profundidad los orígenes e influencia de la comida rápida en Estados Unidos y el resto del mundo desde su surgimiento a mediados del siglo XX y posterior expansión, así como la innegable influencia sobre su éxito de un modelo social en torno al uso extensivo automóvil y a la descentralización de las ciudades, que en Norteamérica coincidió con el desmantelamiento de varios sistemas de transporte metropolitano.
Los grupos de presión, entre ellos los relacionados con la idustria automovilística de Detroit, forman parte de una historia plagada de matices y aristas que bien merecen otro puñado de trabajos periodísticos como el emprendido por Eric Schlosser.
La OMS atribuye el aumento de la obesidad y el sobrepeso, un problema presente en los medios, aunque nunca causante de alerta alguna a pesar de ser mucho más mortífera y maligna a largo plazo que pandemias como la gripe A, a varios factores, entre los que destacan:
- “La modificación mundial de la dieta, con una tendencia al aumento de la ingesta de alimentos hipercalóricos, ricos en grasas y azúcares, pero con escasas vitaminas, minerales y otros micronutrientes”.
- “La tendencia a la disminución de la actividad física debido a la naturaleza cada vez más sedentaria de muchos trabajos, a los cambios en los medios de transporte y a la creciente urbanización”.
Los causantes mencionados por la OMS aumentan la estatura de la investigación de Schlosser para Fast Food Nation.
Un problema planetario que afecta a todas las edades
Dos países de Norteamérica, Estados Unidos y México, aventajan al resto de Estados que forman parte de la OCDE en porcentaje de ciudadanos con un índice de masa corporal superior a 30, u obesos. Canadá, tercer país norteamericano, se encuentra igualmente en la parte superior en una tabla con 28 países. Los 10 miembros de la OCDE con un mayor número de obesos, cinco son anglosajones (Estados Unidos -1-, Reino Unido -3-, Australia -5-, Nueva Zelanda -9- y Canadá -10-).
El imparable aumento del sobrepeso y la obesidad entre los niños preocupa, aunque todavía no alcanza un carácter de alarma social. En Andalucía, por ejemplo, las consultas por obesidad infantil crecieron un 289% en 2008. La doctora sevillana Josefa González ve en los niños obesos que acuden a la consulta del hospital infantil Virgen del Rocío un perfil definido: existe un alto porcentaje de hijos únicos, de clase social media o baja, que pasan mucho tiempo solos o con los abuelos y padecen un cierto “desorden vital”. Niños autónomos que comen lo que les gusta, cuando imponen cuándo y no aceptan tutelaje con los alimentos.
Un 38% de los menores andaluces tiene sobrepeso y un 25% es obeso; en esta comunidad autónoma, el tratamiento de la obesidad supone el 7% del gasto total sanitario; cada año, mueren en Andalucía 6.000 personas por enfermedades relacionadas con el sobrepeso.
En el conjunto de España, la obesidad es la segunda causa de muerte, tan sólo por detrás del tabaco, pese a que su incidencia sigue siendo inferior en regiones mediterráneas. El porcentaje de personas con obesidad mórbida alcanza el 10%; Cataluña es la comunidad autónoma con un menor índice de obesos (un 0,5% del total de la población, o 35.000 personas), aunque incluso en el nordeste peninsular el aumento del sobrepeso es alarmante. Sólo en Cataluña, 5.000 personas mueren al año por esta causa.
Detectar los determinantes sociales
Numerosos estudios apuntan a la existencia de un factor de clase y acceso a la educación que incide sobre el sobrepeso y la obesidad. Los estudios más simples son también los más contundentes: en Estados Unidos, comparando el patrimonio neto con el índice de masa corporal, un informe de 2004 concluía que los obesos son la mitad de ricos que los delgados.
La diferencia en estos resultados está relacionada con menores índices de educación y mayor consumo de comida rápida y precocinada entre las clases más desfavorecidas de Estados Unidos. Otro estudio constata que las mujeres que se casan en un entorno social favorable son más delgadas que aquellas que se casan en un estatus más bajo.
En España, los casos de diabetes en inmigrantes triplican los del resto de la población. Como se comprueba en los centros de atención sanitaria de barrios como el de El Raval, en Barcelona, la adquisición de hábitos poco saludables en el país de acogida, unida a una mayor predisposición genética de algunas etnias, contribuye a que la diabetes tipo 2 -relacionada con el sobrepeso- se extienda con rapidez entre algunas comunidades.
Beneficios de la lucha -exitosa- contra la obesidad
La lucha contra la obesidad requiere un compromiso político sostenido, así como la colaboración de los principales actores sociales, tanto públicos como privados: ciudadanos individuales, gobiernos, sector educativo, familia, sociedad civil, organizaciones no gubernamentales y empresas.
En una situación ideal, los individuos podrían:
- Comer de un modo frugal y saludable.
- Reducir la ingesta de calorías y cambiar del consumo de grasas saturadas al de grasas insaturadas.
- Aumentar el consumo de frutas y verduras, legumbres, granos integrales y frutos secos.
- Reducir la ingesta de azúcares.
- Aumentar la actividad física (al menos 30 minutos de actividad física regular, de intensidad moderada, la mayoría de los días). Nota: para perder peso, puede ser necesaria una mayor actividad.
¿Las consecuencias de una mayor responsabilidad sobre nuestro cuerpo y sobre la alimentación responsable de nuestros hijos y mayores? La reducción de la huella ecológica de las personas, la disminución de la factura sanitaria, el aumento de la calidad de vida de las personas, el aumento de la autoestima, el incremento sostenido de la productividad, un aumento de la riqueza.
¿Efectos secundarios de una dieta saludable y un ejercicio regular en todas las edades? Absolutamente ninguno.
A uno le da el efecto que las prioridades sociales están demasiado relacionadas con factores materiales y económicos.