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Oficina después del cubículo: biofilia para seducir la mente

La oficina moderna se ha organizado en torno a un diseño cuadriculado, en sentido real y figurado: cubículos interrumpidos por espacios de reunión y despachos “estratégicos”.

A medida que las empresas demandan la implicación intelectual y creatividad como único valor no automatizable -y, por ende, ventaja competitiva-, las cuadrículas dan paso a oficinas que entienden mejor al ser humano y su relación ancestral con la naturaleza.

La diversión de los libros sobre temáticas aburridas

Dos de los ensayos más leídos en Estados Unidos en los últimos días tratan sobre lo que, se supone, aburre y estresa a cualquiera:

  • un título sesudo y académico sobre economía y desigualdad (la recién publicada traducción al inglés el último libro de Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century);
  • y un tratado sobre la evolución de la oficina y su icónica parte divisible, el cubículo (Cubed: A Secret History of the Workplace, por Nikil Saval).

La influencia de ambos libros se aventura distinta. Ambos influirán a su modo; uno de ellos sobre lo intangible, el modelo económico; el otro, sobre la organización física de este modelo económico, cada vez más etéreo y descentralizado en una economía donde los bienes de “desmaterializan” (más servicio y valor en menos material) y “softwarizan”.

Organizar el modelo económico conceptual… y el espacial

Los principales economistas, sin importar su orientación, consideran el libro de Piketty una obra importante que será leída, subrayada y consultada en los despachos académicos, políticos y empresariales durante los próximos años.

El tratado sobre cubículos no es comparable a Capital in the Twenty-First Century, pero no por ello es irrelevante o desemerece una lectura, dicen Dwight Garner (The New York Times) y Laura Smith (The Atlantic).

NPR también ha dedicado una reseña a Cubed.

El diseño físico reacciona a transformaciones estructurales

Los tecnicismos y análisis peregrinos sobre economía han copado buena parte de la información desde 2008, al iniciar la ya llamada Gran Recesión, pero los estragos de los últimos años y sus consecuencias, más que ahuyentar a los lectores de un libro serio sobre economía que eleve la conversación, han avivado el interés por análisis serios y con más respeto académico que mediático o demagógico. 

Así, Capital in the Twenty-First Century abre un debate que será largo sobre cómo las sociedades más prósperas afrontan la desigualdad y garantizan décadas prósperas sopesando políticas de austeridad y estímulo.

(Imagen: oficina del estudio arquitectónico madrileño Selgas Cano)

Por el contrario, Cubed: A Secret History of the Workplace es un ensayo sobre los principales cambios físicos del entorno laboral y organizativo, desde el siglo XIX hasta la proliferación de los cubículos y los trabajos de gestión e intermediación (“cuello blanco”) en el siglo XX. 

La traducción, en definitiva, de los números en átomos, hasta cristalizarse en cubículos y ficheros, primero dependientes de sistemas de contabilidad mecánicos, ocupando habitaciones enteras de documentación; y luego, liberados del fichero físico con la llegada de la informatización.

Cuando la mercancía ya no es la “unidad de producción”

Cubed es algo así como el complemento ligero y anecdótico -con la vocación – a Capital in the Twenty-First Century. Mientras Capital relaciona la desigualdad con la diferencia entre las rentas de la inversión -con más retorno- y las del trabajo desde el siglo XIX a nuestros días, “Cubed” detalla la transformación desde el punto de vista físico.

Cubed es una biografía sobre el nacimiento expansión, consolidación y ocaso de un modo de organizar el trabajo que pierde vigencia con la automatización y la Internet móvil.

Los productos se convierten en servicio, y participan en su elaboración personas que a menudo trabajan de manera remota y asíncrona, en ocasiones a miles de kilómetros de distancia.

Nuevas realidades con o sin oficina

Por ejemplo, *faircompanies es un pequeño proyecto mantenido desde un apartamento de Barcelona, con apenas dos portátiles, una red conectada a fibra óptica, una videocámara y un sistema de almacenamiento RAID, pero mantiene colaboraciones en distintas partes del mundo, lo que no nos impide mantener código, desarrollar ideas o trabajar en vídeos sin importar donde estemos.

Las empresas gestionan un entorno más rígido, complejo y dependiente de la presencialidad, pero Internet y sus herramientas relativizan el valor estratégico de mantener un grupo de personas en una oficina localizada en un lugar determinado, sobre todo cuando el producto se comercializa en bits, y no en átomos.

Redefiniendo la oficina… y muchos trabajos de cuello blanco

En un momento de transformación y profunda crisis de sectores que dependían de la producción y distribución física (incluyendo los productos de información, que se esfuerzan por ganar en el mundo digital lo que pierden en el analógico), desaparecen muchos trabajos de gestión que no dependen de la creatividad.

Al desaparecer empleos de cuello blanco fácilmente automatizables, el cubículo, símbolo del trabajo urbano de cuello blanco, también se transforma. Su función se analiza fondo por las empresas más pujantes de la actualidad, cada vez más frugales al contratar personal [humano, esto es].

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Desde las oscuras oficinas de contables del XIX a las luminosas habitaciones con centenares de trabajadores separados por cubículos que dieron sentido a los rascacielos y padecen ahora los estragos de las nuevas realidades tecnológicas y laborales: menos intermediación automatizable y más flexibilidad creativa.

Facebook, Google, Airbnb, etc., han convertido el diseño y gestión de sus oficinas y personal en un recurso estratégico. 

Comedias (y dramas) de oficina

Cubed: A Secret History of the Workplace aporta la trayectoria y contexto que explica algunas de las novedades aplicadas al mecánico e impersonal cubículo de mediados del siglo XX, parodiado en filmes como las comedias:

  • The Apartment (la oficina en los 60, dominada por la máquina de escribir), dirigida por Billy Wilder y con  Jack Lemmon y Shirley MacLaine de protagonistas; el protagonista trabaja en una enorme sala sin privacidad ni flexibilidad, paso previo al cubículo en la economía de servicios;
  • y Office Space (la oficina en los 90, punto álgido de la informática personal y la ofimática).

En medio de ambas eras se sitúa la oficina que la serie Mad Men trata de recrear.

Los profesionales actuales, sobre todo quienes están a caballo entre la Generación X y la Y (los “millenials”, los últimos en incorporarse al mundo laboral), protagonizan, si se quiere, la “comedia” actual: el teletrabajo, el autoempleo, el pluriempleo altamente cualificado, la jornada parcial, la oficina móvil o “flexible”, etc.

La oficina no es una cadena de montaje

La Internet móvil desdibuja los límites entre la oficina y cualquier otro lugar y Cubed: A Secret History of the Workplace reflexiona sobre una sospecha recurrente: la mente no da lo mejor de sí en el cubículo.

Nuestra mente evolucionó para rendir con mayor eficiencia en entornos naturales, argumenta Nikil Saval. La oficina con cubículos fue el intento deliberado de arquitectos, diseñadores y ejecutivos de proporcionar un entorno de trabajo eficiente y centralizado equivalente en servicios a lo que la cadena de montaje había supuesto para la industria.

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El aumento de la productividad también debía ir de la mano, pensaron sus promotores, de la felicidad de los trabajadores. Cubed trata de exponer por qué el cubículo no cumplió con sus expectativas y por qué seguimos pagando las consecuencias.

Buscando algo más que puntualidad y trabajo impersonal ante el ordenador

Google (que diseña a partir de estudios y experiencia propia), Facebook (su futuro campus en Palo Alto lleva la firma de Frank Gehry) o, recientemente, Airbnb, tratan de mantener un entorno estimulante para sus trabajadores, con la intención de que no se limiten a producir lo mínimo tolerable, sino que superen lo que ellos mismos consideran fuera de su alcance. 

Las oficinas de estas empresas albergan espacios de introspección en forma de todo tipo de habitáculos, así como ventanas, actividades y oportunidades para entablar contacto -aunque sea a través de unas vistas, una puesta de sol, la luz primaveral, etc.- con la naturaleza y conjugar actividad con ejercicio físico.

Hasta hace poco, el cubículo había predominado incluso en estas empresas, como recuerda Clive Wilkinson, responsable del interiorismo de las oficinas de Google en su sede central de Mountain View, en una entrevista a Dezeen.

Estimular la creatividad y productividad 

Según Wilkinson, “el área de San Francisco y Silicon Valley es una gigantesca zona de pruebas sobre diseños organizativos”, la transformación “no es todavía completamente radical”. 

Las empresas de Internet experimentan con menos tapujos que otros sectores profesionales, tanto en entornos con miles de trabajadores -Google, Facebook- como al albergar a apenas unas decenas, como la firma Basecamp -anteriormente 37Signals- de Chicago, que el año pasado estrenó oficinas.

Fastcompany sintetizaba el objetivo de la empresa de servicios que facilitan el trabajo y la colaboración remota por Internet: “para una empresa que vende productividad, un espacio que lo genera”.

Anteriormente llamada 37Signals, la empresa fundada por Jason Fried y David Heinemeier Hansson centra ahora todos sus esfuerzos en su plataforma de productividad Basecamp, que pasa también a ser el nombre de la empresa. 

Esta intención de centrarse en lo esencial y crear intangibles que solventen problemas, más que ampliarlos, se ha trasladado al diseño de la oficina. 

Otra manera de trabajar menos intrusiva: trabajar vs. hacer que uno trabaja

Rework, un ensayo firmado por los fundadores de la empresa, sintetizaba los principales escollos de la productividad y la felicidad laboral que afrontan los entornos empresariales clásicos, a menudo dependientes de la organización en cubículos.

Entre estas barreras, destaca un diseño que premia comportamientos como la interrupción constante -llamadas, reuniones- incluso en momentos en que los trabajadores tratan de concentrarse y entrar en un momento de profunda inmersión en la actividad que ejecutan (lo que la psicología moderna llama experiencias de flujo).

El diseño físico de la oficina repercute sobre la interacción de los trabajadores y, a la larga, sobre el ambiente de trabajo, nivel de satisfacción, camaradería y felicidad. 

Investigadores de la Universidad de Tel Aviv relacionan incluso un entorno de trabajo agradable con una vida más larga.

Reconocer la singularidad individual para un mejor trabajo en grupo

¿Existe una salsa mágica, un diseño que promueva la productividad y la camaradería? Nikil Saval demuestra en Cubed: A Secret History of the Workplace que sabemos mucho más sobre qué fue mal en la era de los cubículos que sobre métodos que mejoren la oficina de manera infalible, independientemente de la ciudad, el entorno cultural, la situación de la empresa, etc.

En la era de Internet, muchas empresas reconocen que los puestos estratégicos los ocupan trabajadores que no desempeñan tareas de gestión de información, sino que la interpretan de manera creativa; el carácter estratégico de este trabajo requiere entornos -o así lo creen, por ejemplo, las empresas punteras de Internet- que faciliten el trabajo creativo:

  • tanto individual (concentración y ausencia de interrupción cuando sea necesario);
  • como colectivo (diseñando espacios y actividades que fomenten el intercambio de ideas, a menudo rodeados de plantas, jardines, patios interiores, etc.).

Trabajando en espacios diseñados en la era del dictáfono

Cubed recorre los elementos totémicos que toda persona trabajando o con experiencia en oficinas reconocería: el cajón de ficheros, los techos falsos, la iluminación fluorescente, el ascensor, el dictáfono, el departamento de recursos humanos… 

Temáticas que alimentan chistes, ocurrencias y alguna que otra dolencia/pesadilla-recurrente.

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Entre las personalidades que hicieron posible la oficina, Nikil Saval menciona a Frederick Taylor, experto en eficiencia; Katharine Gibbs, promotora de la educación e incorporación laboral de la mujer en la economía de los servicios; Willis Carrier, inventor del aire acondicionado; o Robert Propst, que concibió lo que se conocería como ergonómica y propiciaría el cubículo moderno.

La oficina activa que nunca se implantó por miedo a la autonomía individual

En 1964, Propst presentó la Action Office, un espacio de trabajo flexible y semi-cerrado, que pretendía “liberar” a los trabajadores, aunque el diseño no proliferó por su “flexibilidad” y la autonomía que pretendía otorgar a los trabajadores.

Para la mentalidad de mediados del siglo XX, otorgar autonomía creativa y responsabilidad individual en la oficina podía conducir a un descenso en la productividad, que era concebida todavía en “unidades”, como si se tratara de la cadena de montaje.

Action Office no se impuso por miedo a la incertidumbre en un entorno laboral piramidal donde la cúspide seguía monopolizando la información (todavía cara, décadas antes de que Internet la convirtiera en una mercancía con un coste cercano a 0).

Lo que quedó de un buen diseño: el cubículo impersonal

Si se introdujo, no obstante, la parte menos polémica y “peligrosa” para la cúspide de la organización piramidal: el cubículo, aplicado en una impersonal planta en cuadrícula, sin tener en cuenta las necesidades creativas del individuo.

La sociedad de la información ha acercado a directivos y empleados, que comparten herramientas y “el puesto de trabajo con paredes delgadas, recubiertas de tela y a media altura donde el trabajador de cuello blanco mataba sus días hasta que, al fin, fuera despedido”, da sus últimos estertores.

Nikil Saval adapta a Rousseau para explicar por qué: “El hombre nace libre, pero permanece en cubículos en todas partes”.

No a partir de ahora. En la economía del conocimiento, la mejor forma de producir un trabajo intelectualmente relevante es fomentar el confort del trabajador, que deja de ser una “unidad” de ese intangible llamado “personal” y recupera su nombre, apellidos y personalidad.

Cómo diseñar para pensar más y mejor

Pero, ¿cómo diseñar para pensar mejor y dar mejores frutos en la oficina? Laura Smith aporta alguna pista en The Atlantic.

Un “trabajador del conocimiento” necesita reconciliarse con su potencial individual, y ello a menudo implica reconocer las claves de la propia evolución humana.

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Según la Enciclopedia de Cazadores Recolectores de Cambridge, “Cazar y recolectar fue la primera y más exitosa adaptación humana, ocupando al menos el 90% de la historia humana”.

Si la sabana fue nuestro espacio de trabajo primigenio, quizá las oficinas de hoy necesiten reconectar con su esencia, siguiendo la idea expresada por el biólogo E.O. Wilson con el concepto “biofilia“.

Biofilia

Según la hipótesis de la biofilia, existe una relación instintuva entre el ser humano y otros sistemas de vida, así como “la necesidad de afiliarse con otras formas de vida”, en palabras de Wilson en su ensayo de 1984 con el mismo nombre.

Entre los riesgos de la creatividad y la productividad en la oficina moderna, destacan el estrés y la inactividad física, fenómenos condicionados por el diseño del entorno post-industrial, que trató de alejar al ser humano de la naturaleza como logro del progreso.

Y, precisamente, estudios y expertos destacan el rediseño de la oficina para contrarrestar estos dos factores como métodos fáciles y baratos de integrar en cualquier entorno laboral: puestos de trabajo oxigenados, con presencia de plantas o, cuando sea posible, vistas; así como ejercicio físico y actividades que fomenten la renovación del ánimo (y el cerebro) del individuo.

Privado y público, natural e interior, individual y grupal

El estudio arquitectónico madrileño Selgas Cano ha aprovechado la reducida escala de su empresa para diseñar un entorno laboral que parece tener en cuenta los preceptos de disciplinas como la arquitectura (en su versión orgánica) y la interacción cotidiana con la naturaleza (permacultura, bioclimatismo, biofilia… como queramos llamarlo).

Como el ensayo de Piketty sobre desigualdad, el ensayo de Nikil Saval sobre la supuesta obsolescencia de un modo rígido de entender el cubículo (no del cubículo per se) alberga hipótesis que pueden ser refutadas.

La idea general, no obstante, prevalece.

Como si se tratara de una versión futurista del eterno retorno, tanto la educación como la el trabajo y la oficina del futuro se asemejan cada vez más a una versión high-tech de las academias informales y los talleres artísticos de la Grecia clásica.

¿Será por el origen etimológico del propio palabro, “cubículo”?

Cualquier oficina puede empezar a mejorar desde hoy: más ergonomía, menos objetos, buena elección cromática, presencia de plantas o naturaleza, luz natural, introspección, flexibilidad.