Según la creencia generalizada, una combinación de permisividad y uso precoz de nuevas tecnologías cada vez más inmersivas y con capacidad de automatización habría convertido a los adultos más jóvenes, los “millennials”, en sujetos hedonistas e hiperactivos que no leen ni se esfuerzan intelectualmente debido a las facilidades de Google y el teléfono inteligente.
¿Verdad? No.
Como ocurre con los estereotipos alimentados con leyendas urbanas y relatos facilones con voluntad de convertirse en profecías autocumplidas, la cohorte conocida como generación Y o “millennials” no sólo sería la mejor educada de la historia, sino que leería más y sería -literalmente- más inteligente que generaciones precedentes.
Educados, leídos… endeudados y sin trabajo
Los jóvenes adultos de los países ricos afrontan una situación difícil si la intención es mantener el nivel de vida y las condiciones laborales de generaciones precedentes: en Estados Unidos, la deuda contraída para financiar la educación superior obliga a muchos jóvenes a postergar sus planes de futuro sine die, cuando no a reestructurar sus préstamos.
En Europa, donde la educación secundaria o superior es más asequible y no ha generado los problemas de financiación a corta edad equiparables al caso estadounidense, el paro juvenil supera el 20% en la zona euro y alcanza cotas escandalosas en el sur de Europa.
Ser un “millennial” en España, Italia, Portugal o Grecia implica convertirse en un buscavidas y rememorar la listeza para sobrevivir sin perder el estilo demostrada por los bohemios parisinos de finales del XIX, o la Generación Perdida de la misma ciudad en los años 20 del siglo XX, o acaso el beatnik que trata de cambiar su suerte jugando al billar en The Hustler. El joven buscavidas que somos, o conocemos, u observamos a diario.
Unos contraen deuda, otros la pagarán
La falta de oportunidades y las dificultades para iniciar un proyecto vital sólido, coherente y viable, capaz de gestionar el riesgo de manera equilibrada para evitar que un único punto de rotura dé al traste con un esfuerzo de años (lo que Nassim Nicholas Taleb llama crear una estrategia “antifrágil”), no implica que los adultos más jóvenes actuales constituyan una cohorte incapaz, o menos capaz -o menos “curtida”, con menos inteligencia emocional, etc.- que generaciones anteriores.
Los “millennials” no se han encontrado en los países ricos con las situaciones dramáticas, pero también generadoras de oportunidades, que decimaron y propulsaron la existencia de generaciones anteriores a los baby boomers (los nacidos después de la II Guerra Mundial).
Sin grandes conflictos (guerras, catástrofes naturales, pogromos, luchas intestinas, epidemias, populismos catastróficos) desde el fin de la II Guerra Mundial dentro de sus fronteras, los países occidentales lograron un bienestar que, con la caída del muro de Berlín, ha llegado en gran medida a los países del Este europeo integrados en la Unión Europea.
Cuando la formación profesional pierde su prestigio
Desde los 80, el mundo se ha transformado y los trabajos industriales que hicieron prosperar a ciudades como Flint, en Michigan, o Detroit, desaparecieron hace décadas; con menos trabajos industriales (robotización, deslocalización) e insuficientes empleos estables en el sector servicios para absorber los cambios tectónicos del modelo productivo de Norteamérica o Europa Occidental, la juventud, más educada que nunca, accede a menos empleos y en peores condiciones.
La educación no se ha transformado con la rapidez del modelo productivo ni con la naturalidad y flexibilidad con que las tecnologías de la información se han integrado en la cotidianeidad de toda la población, con índices de penetración especialmente elevados en los “millennials” en indicadores como la posesión de un teléfono inteligente o el uso cotidiano de Internet.
La rigidez del modelo educativo y su desconexión de la realidad económica y productiva es especialmente patente en países donde la formación profesional ha sido arrinconada por gobernantes y opinión pública por falta de prestigio y el sueño quimérico de convertir a cada “millennial” en un exitoso graduado universitario.
“Too big to fail” vs. “too difficult to fire”
Pero la historia de los “millennials”, con todos sus matices, no se corresponde con el catastrófico y derrotista relato que tanto gusta airear a los medios, quizá alentado subconscientemente un poco más por los propios redactores de la versión on-line de medios de papel, a menudo paladines del profesional precarizado, con unas condiciones laborales a años luz de las de sus compañeros más veteranos.
Si en el sur de Europa ha habido bancos “too big to fail” y ello ha enervado a su población, los jóvenes han hecho menos aspavientos con la existencia de intereses especiales que han blindado los convenios laborales de las generaciones más veteranas, aumentando el coste de despido y obligando a las empresas a ajustar sus plantillas en momentos complejos despidiendo a los asalariados más jóvenes, la mayoría con contratos temporales.
Los trabajadores veteranos con contratos blindados por antiguos convenios colectivos en países como España son “too difficult to fire”, y esta dualidad del mercado laboral no ha sido denunciada durante décadas ni ha podido cambiarse, debido a la connivencia con los intereses creados no sólo de cúpulas sindicales y partidos políticos mayoritarios, sino de los supuestos partidos “frescos” o ajenos a los intereses creados, al no haber gobernado con antelación.
La auténtica reforma: afrontar lo impopular
Los “millennials”, quejosos por los bancos y estructuras “too big to fail”, se han olvidado de analizar por qué los nuevos partidos de “izquierda” (Syriza, Podemos, Ganemos) no se ocupan de la labor compleja que genera los principales desajustes en el mercado laboral y genera el sinsentido de despedir a los trabajadores recién formados cada vez que hay dificultades ante la imposibilidad de acordar ajustes flexibles en función de la situación de la empresa y la coyuntura.
El argumentario ante el sinsentido de mantener a todos los trabajadores “too difficult to fire”, mientras se despide a los últimos en llegar, perdiendo el capital invertido en formación y la oportunidad de aumentar la productividad, consiste en vilipendiar al supuesto enemigo interior y exterior, y en exponer que ningún trabajador debería ser fácil de despedir y que existen recursos para que todo el mundo trabaje con salarios fabulosos.
Los “millennials” deberían ser, por formación y capacidad intelectual, los más escépticos con los partidos-milagro como Syriza o Podemos. El economista Tyler Cowen cree que Grecia necesitaría un reformador que acabase con las estructuras e intereses especiales que permitieron a Grecia creer que podía vivir mucho mejor mucho más rápido que nunca antes… con dinero prestado a bajo interés de terceros que no quieren prestar más en las mismas condiciones que en los años de la exuberancia crediticia.
Ser políticamente incorrecto cuando la radicalidad es la norma
Más que un reformador de izquierdas, dice Tyler Cowen, Grecia necesitaría un reformador impopular, que combatiese el corporativismo, las estructuras de evasión fiscal y el gasto superfluo.
Alguien, en definitiva, más próximo al pragmatismo de los socialdemócratas y verdes alemanes que hicieron realidad la Agenda 2010 en Alemania (el plan que sentó las bases de la estrategia económica e industrial alemana “antifrágil” en la última década); o, mejor aún, Grecia -dice Cowen- necesitaría a una especie de Thatcher, antes que lo opuesto.
Desde su puesta en marcha en 2003, la Agenda 2010 alemana ha sido criticada por la izquierda europea, especialmente beligerante en países que, como España, han demostrado su incapacidad para crear un mercado de trabajo homologable a su nivel de renta y estructura productiva.
Lo que olvidan los nuevos partidos del sur de Europa
La impopularidad de este tipo de reformas ha impedido su aplicación a largo plazo. No se ganan elecciones descontentando más de la cuenta a funcionarios y asalariados fijos. Los jóvenes y parados de larga duración han importado menos a sindicatos, patronal, clase política y medios de comunicación. Es un fracaso colectivo y prorrateado, como los convenios que gusta firmar.
Pero claro, decir eso es mentar la bicha. No es popular. Su titular, “Grecia necesita a Thatcheropoulos”, no ha despertado simpatías en Grecia. La razón por la cual los problemas del sur europeo no son achacables a un supuesto “enemigo exterior” es expuesta en profundidad por Michael Lewis en su reportaje sobre Grecia para Vanity Fair en octubre de 2010.
En el reportaje, Lewis explica cómo, teniendo más maestros por estudiante y mejor pagados que Finlandia, la educación griega no es homologable a la media europea, o por qué los trabajadores del problemático sistema de ferrocarriles del país disfrutaban de salarios con que pocos trabajadores soñaban en Alemania.
Thomas Piketty (y Paul Krugman, y Joseph Stiglitz) explican una parte de la historia
Cuando los problemas son complejos y acuciantes, la historia nos ha enseñado, siempre es más efectivo buscar un enemigo exterior, evitando de paso un análisis racional y sosegado que permita, con mucho esfuerzo, enderezar la situación con realismo.
Los “millennials” no han creado esta situación, ni en Grecia ni en ningún otro país. Son los buscavidas de la actualidad, auténticos “hustlers” que pagarán un pato que no han creado de un modo u otro, podrían al menos informarse sobre estrategias alternativas a las promesas más inconsistentes e ilusorias de partidos populistas.
Al fin y al cabo, los “millennials” son la población adulta actual con más años de actividad laboral por delante y pagarán con sus impuestos la deuda contraída en decisiones tomadas antes de que ellos tuvieran oportunidad de decidir con lo que votan o compran. A menor deuda añadida a la ya de por sí deuda actual, menos a pagar. Una regla de tres para que no es necesario leer El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty.
Antes y después de Perón
Y ahora, la información que demostraría que hay esperanza: al fin y al cabo, los “millennials” leen más que las generaciones anteriores -pese a los estereotipos-; y sí, son más inteligentes (su cociente intelectual es más elevado de media) que las cohortes que les preceden.
Sobre el papel, mayor acceso a información, unida a mayor capacidad de análisis y a una inteligencia superior, derivaría en una mayor probabilidad de decidir de manera racional y sensata sobre el futuro.
¿Verdad? Como mínimo, dudoso. La historia demuestra la asombrosa capacidad de la opinión pública para comprar todo tipo de burras en momentos de dificultad, incluso las especialmente sospechosas, si éstas ofrecen algún tipo de medida redentora a corto plazo.
Pocos intelectuales, con la ilustre excepción de Jorge Luis Borges, se opusieron desde el principio al autarquismo populista de Juan Domingo Perón en una Argentina que podía haber superado la crisis de los años 40 para seguir siendo un país del primer mundo. El peronismo se consolidó, y la historia de Argentina fue distinta desde entonces.
La potencia que nunca fue
Argentina pasó de país con más teléfonos, automóviles y clase media educada que Francia, Austria o Italia a principios del siglo XX, a país con la mitad del PIB de una España contra cuyos problemas -los hay, y numerosos- carga la muy peronista presidenta argentina, teniendo ambos una población similar.
El argumentario que garantiza la popularidad de Syriza, Beppe Grillo -en su momento de fugaz popularidad política- o Podemos no es nuevo: se requiere una regeneración política para acabar con unas supuestas “castas” enquistadas en el poder, élites a las que, por otra parte, pertenecen los dirigentes de Podemos, un partido de profesores universitarios que ha repetido en las universidades españolas todos los vicios que denuncia en la política, incluyendo los pecados capitales del clientelismo y el pucherazo.
Una universidad española que, si destaca por algo, es por su mediocridad en el contexto internacional, demostrada en la ausencia de los centros educativos del país de los primeros puestos de las clasificaciones internacionales más reconocidas.
Vendiendo la burra
Un artículo de The New York Times sobre el ascenso de los nuevos partidos-promesa en el sur de Europa pone especial atención en la irrupción meteórica de Podemos.
El inicio del artículo de The New York Times, firmado en Madrid por Raphael Minder:
“Ha prometido reestructurar la deuda. Ha dicho que es el momento de cambiar las leyes ‘que permiten a los ricos seguir robándonos’. Ha avisado de que Bruselas ‘no puede amenazarnos’ y que ‘no queremos más cabezas de gobierno que obedecen y no negocian. Si suena familiar, no, esto no es en Grecia. Es en España”.
Con la salvedad de que Podemos no tiene todavía representación en el Parlamento español, ni ha ganado unas elecciones generales como sí ha logrado Syriza. Ni las dificultades de España son las de Grecia, por muy elevado que sean su desempleo y nivel de economía sumergida.
La auténtica responsabilidad “millennial”
Podemos también debería demostrar, en caso de alcanzar las cotas de poder que auguran las encuestas, si su dialéctica se correspondería con sus políticas, lo que confirmaría la etiqueta de quienes han tildado a la formación de fenómeno populista que se alimenta, como todos los populismos, del descontento y las dificultades de los más vulnerables, entre ellos los “millennials”.
Los “millennials” españoles, como los del resto de Europa (en Francia, la extrema derecha acumula expectativas de voto preocupantes), tienen tiempo para refutar estereotipos y acudir a votar con la máxima información. El aplomo y la calidad de la prensa, tan importantes como su independencia, jugarán también su papel (peso ese es otro artículo).
Internet permite no sólo comunicarse con flexibilidad y aprovechar fenómenos como la viralidad, tan bien entendidos por la estructura que Podemos construye sobre la marcha; también acerca la prensa internacional a cualquier lector.
Volviendo al concepto de estrategias antifrágiles de Nassim Nicholas Taleb, una manera canónica de informarse en la era de Internet consistiría en contrastar la opinión mayoritaria en un lugar con lecturas más sosegadas y en profundidad sobre la materia, a poder ser escritas por personas sin filias ni intereses directamente involucrados.
Sobre los riesgos de deshacer lo andado: el progreso no apreciado sigue siéndolo
Internet no sólo genera silos informativos que producen opiniones públicas estanco, dispuestas a leer lo que les gusta y a ningunear lo del contrario; también contribuye a refutar estereotipos.
Y volviendo a los estereotipos que este artículo quería refutar: William Kremer dedica en BBC un artículo a exponer las evidencias sobre el aumento del cociente intelectual de la población en las últimas décadas; parece que ni Google, ni el teléfono inteligente están limitando nuestro potencial cognitivo.
En cuanto a la leyenda urbana del fin de la lectura, Adrienne Lafrance escribe un artículo para The Atlantic que recopila la evidencia que sugeriría que los “millennials”, en todo caso, superan de media con creces lo que sus padres y abuelos leyeron.
Se pueden combatir los estereotipos. También se puede reformar sin tirar por la borda los avances de las últimas décadas.
Lo que promete mucho, sin esfuerzo y con resultados inmediatos debería suscitar las sospechas de cualquier individuo, independientemente de su edad y preocupaciones acuciantes.