Símbolo juvenil y contracultural, la ropa vaquera es hoy un mercado global con dependencia productiva asiática. No hay sorpresas en este sector, donde ocurre como en tanto otros.
India produce la mayor parte del algodón consumido en el mundo y la provincia China de Xintang fabrica 300 millones de pares de tejanos al año.
Producir ropa tejana requiere enormes cantidades de agua, fibras sintéticas que aportan elasticidad y resistencia, así como procesos químicos para teñir y moldear el «denim», que contaminan los cursos de agua en las zonas de producción y venta debido al deterioro del tejido.
Y, como otras prendas con un porcentaje de fibra sintética, el tejano elástico desprende microfibras con cada lavado, uno de los orígenes del aumento de microplásticos en los océanos.
La hora de la verdad para las prendas esenciales
Una nueva generación de productores y consumidores tratan de crear una producción más local, ética y que trascienda modas pasajeras, con las vistas puestas en la economía circular, y los grandes fabricantes toman nota.
Surgen iniciativas como Jeans Redesign, un programa coordinado por la Ellen MacArthur Foundation que trata de establecer metodologías y estándares entre proveedores y marcas para crear una economía circular con la ropa tejana, un proceso cada vez más complejo dada la dudosa calidad de muchas prendas tejanas actuales y el uso de fibras elásticas para aumentar su durabilidad, lo que dificulta la recuperación.
¿De dónde parte nuestra obsesión y casi dependencia por el «denim» y los tejanos, asociados por igual a la libertad de espíritu encarnada por un Oeste imaginario, la lucha obrera, la emancipación de la mujer (los primeros tejanos diseñados específicamente para el cuerpo femenino datan de 1934), el movimiento por los derechos civiles, la contracultura y la industria pop? ¿Por qué la prenda que encarna el individualismo contestatario depende de uno de los tejidos más internacionales, popularizado en plena Revolución industrial?
Orígenes del denim
La industrialización en Europa no se entiende sin la colonización ni sus consecuencias humanas, económicas y ecológicas. A gran escala, el intercambio colombino evolucionó desde las patentes de explotación al mercantilismo, mientras sobre el terreno cambiaban tanto la manera de percibir el mundo como los alimentos cosechados y producidos.
Muchos productos hasta entonces considerados de lujo, desde el chocolate al café, el té, el azúcar o las especias, llegaron en tromba a los centros de abastos gracias al mercantilismo de las potencias coloniales. En paralelo, la producción artesanal y menestral daba paso a esquemas fabriles de manufacturas textiles.
Antes de que las monarquías europeas erosionaran su poder en las Américas debido a una carga impositiva excesiva sin ofrecer a los productores locales representación en la metrópolis, los grandes ingenios agrarios (beneficiados por la esclavitud) aceleraron la industrialización con la producción masiva de materias primas esenciales: algodón y tintes naturales como el índigo para ropa, azúcar, café, tabaco, chocolate, así como excedentes agrarios no perecederos (grano y harina, conservas de pescado y carne, etc.).
Producción descentralizada y colonialismo
Las metrópolis optaron por un esquema de producción con manufacturas en Europa, mientras las materias primas procedían de las colonias; en España, la apertura del comercio colonial a toda la península a partir del siglo XVIII permitió la especialización textil en torno a Barcelona, donde se asentarían las llamadas «fábricas de indianas», capaz de producir ropa y estampados que luego partían al resto de España y a los puertos americanos de donde habían zarpado las materias primas.
El Reino Unido, Francia y los Países Bajos contaban con esquemas de fabricación similares; la producción de manufacturas británicas en torno a las factorías del norte de Inglaterra y la metrópolis de Glasgow, en Escocia era todavía una realidad a inicios del siglo XX, y fue usada por Mohandas Gandhi para espolear el movimiento «swadeshi» de retorno a la producción artesanal, local y descentralizada de la vestimenta tradicional del país, el sari.
A finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, los europeos y las ciudades coloniales pudieron aspirar a una vestimenta más económica y resistente; en este contexto de «intercambio» (un esquema, en realidad, forzoso y tributario de una producción de materias primas en el Caribe y las 13 Colonias que dependía de la esclavitud), las factorías del Mediterráneo occidental crearían el germen industrias de primera necesidad en el mundo contemporáneo: entre ellas, destacan la ropa resistente para uso diario a partir de nuevas técnicas de hilado de algodón y lino; y la industria cosmética.
El trayecto premoderno de Nimes a Génova
Los puertos y colonias fabriles entre Barcelona al oeste y Génova al este se beneficiarían de la liberalización del comercio en las Américas, el mercantilismo francés en torno a Marsella y la pujanza de la industria y el comercio en desde puertos italianos como el genovés.
La historia del «denim», tejido moderno por antonomasia y todavía no desbancado entre las preferencias de trabajadores manuales y jóvenes, está encapsulada en el propio origen etimológico de la palabra «denim», hoy considerada por muchos como un vocablo más de ese globish informe hablado en el comercio mundial: el «denim» llegado a las colonias americanas y a Estados Unidos no era otra cosa que prendas de indianas tejidas con algodón a la manera de las factorías de Nîmes, la ciudad occitana situada en la vieja calzada romana entre Montpellier, al oeste, y Marsella al este.
La fama de la ropa «de Nîmes» favorecería su uso generalizado y transformación en «denim». El área de influencia de comerciantes y marineros como Edmond Dantès, el joven inocentón imaginado por Alexandre Dumas que dará vida, tras un suplicio injusto, al conde de Montecristo, no sólo es el origen de la nomenclatura «denim», sino que el «jean», algo asociado por el imaginario colectivo a la historia de la Frontera estadounidense, no es más que la perversión de un tejido similar de la zona, en esta ocasión procedente de Génova («Genoa» en italiano, «Gênes» en francés).
Los distintos tejidos a base de algodón surgidos en el Mediterráneo lograron prestigio por su durabilidad: el ligamento de «sarga», a base de líneas diagonales escalonadas sobre una urdimbre uniforme, crecería con la demanda de ropa resistente; un tejido más simple, en el que se entrecruzaban hilos horizontales y verticales (hilos de urdimbre y pasados de trama) para crear una cuadrícula, o tafetán, se extendería desde España al resto del mundo gracias a una alternativa más resistente que el propio «denim»: la lona de algodón, que sustituía a la histórica lona de cáñamo (más irregular).
Antes de los tipos duros del Oeste
La lona se impondría en equipamiento de todo tipo, desde velas de barco a prendas y mochilas para marineros y ejército, mientras el «denim», más fino y menos basto que la lona, probaría sus atributos en el atuendo de trabajadores manuales, marineros y tipos duros.
Joseph Conrad, el escritor de origen polaco que ejerció de marinero en la Costa Azul antes de convertirse en escritor en lengua inglesa, se inspiró en el aspecto duro y la moral incorruptible de Dominic, un marinero corso con quien había navegado para en sus años de juventud.
El propio escritor lo reconocía en una nota aparecida en la primera edición del libro:
«(…) básicamente Nostromo [el personaje de la novela homónima] es quien es porque pude inspirarme para crearlo en mis primeros periplos como marinero en el Mediterráneo. Quienes hayan leído algunas de mis historias podrán dilucidar a qué me refiero cuando digo que Dominic, el “padrone” del Tremolino, podría haber sido, bajo ciertas circunstancias, un Nostromo».
Y así es como Conrad describe al marinero en la novela homónima:
«Por entre las paredes de la estrecha escalera se precipitaba un raudal de luz, salido del cuarto de la enferma, postrada en el piso superior; y el magnífico capataz de cargadores, al subir sin hacer ruido con sus gastadas sandalias de cuero, con recio y poblado bigote, de cuello musculoso y bronceado pecho que asomaba por la camisa de cuadros entreabierta, parecía un marinero mediterráneo recién desembarcado de alguna falúa cargada de vino o fruta».
El surgimiento de un mito
El origen europeo del «denim» quedaría sepultado por su simbolismo en el Oeste estadounidense, que Hollywood exportaba ya en el cine mudo (el protagonista del western The Untamed, 1920) con sus tejanos riveteados y botas vaqueras.
El aspecto de tipo duro en ropa «denim» precede, por tanto, a las figuras norteamericanas del vaquero, el buhonero, y el buscador de oro de la Frontera estadounidense, si bien el simbolismo del tejido como parte integrante de la cultura de masas es un fenómeno de una industria cultural moderna dominada por Estados Unidos a través del cine.
En castellano, se ha impuesto la etimología de esta evolución posterior del tejido de indianas, convertido ya en ideal encarnado en atuendo: ropa «vaquera» o «tejana», nomenclatura que tiene mucho que ver con viajes de ida y vuelta entre las viejas y nuevas fronteras de Norteamérica de poblaciones como los «isleños» (comerciantes de origen canario) en el actual sur y suroeste de Estados Unidos, cuando el país se expandía hacia el Oeste a expensas de pueblos nativos y derechos coloniales reclamados por franceses y españoles sobre la Luisiana, el territorio de Oregón y las provincias de Nueva España anexionadas por el joven país a raíz de la guerra con México en 1846-48.
El «denim» se convirtió en la ropa de tramperos, buhoneros, buscadores de oro y demás buscavidas del Oeste americano por unos méritos difíciles de igualar en la época: fabricado con una materia prima abundante en el Sur de Estados Unidos (gracias a la economía esclavista y su consecuencia directa, la Guerra de Secesión), transpirable, versátil tanto en el frío y el calor intenso, reparable y duradera en comparación con sus alternativas.
Tejido denim, remaches sobrantes y una idea
El «denim» empezó a convertirse en ropa vaquera gracias a los remiendos personalizados de sus portadores, que reforzarían los lugares más susceptibles de ceder a la abrasión; se atribuye al sastre de Nevada Jacob W. Davis la confección de los primeros pantalones vaqueros con remaches metálicos de refuerzo entre las costuras, que había dado con el método a petición de un leñador cansado de rasgarse literalmente las vestiduras.
La solución aportada por Davis surgió del material y las herramientas a su alcance: unos remaches de cobre inspiraron los primeros bolsillos reforzados en ropa vaquera. Cuando las comandas se multiplicaron, Davis tuvo que pedir ayuda a su proveedor de fardos de tejido «denim», el marchante textil Levi Strauss, un inmigrante alemán que había abierto un almacén en San Francisco como filial de la tienda de su hermano en Nueva York.
La producción artesanal de pantalones y ropa con el nuevo tejido resistente a base de algodón y lana teñido de índigo, un procedimiento creado en Génova —la «Gêne» que originaría la nomenclatura «jean»— y estimado por para marineros y otros trabajadores, dio pie a una expansión desde los puertos de las metrópolis coloniales a las ciudades del otro lado del Atlántico.
Pero ese tejido teñido de índigo popularizado en entraría entre los marineros y trabajadores del Mediterráneo entraría en una nueva fase en la factoría creada por Levi Strauss & Co. en San Francisco para su producción a gran escala.
Con la ayuda del propio Jacob W. Davis, la firma patentó los pantalones con remaches y espoleó la industria del denim a ambos lados del Atlántico. La ropa vaquera se abrió paso en las tiendas de ultramarinos de todo el mundo, y se convertiría en el tejido de uniformes y monos de trabajo de compañías ferroviarias.
El «denim» se hace vaquero y tejano
En las décadas siguientes, pantalones y ropa denim se extenderían por la utilidad asociada (en tanto que durabilidad y prestaciones por coste de unidad), desde los pantalones de trabajadores del Oeste de Norteamérica a los «denims», el mono de trabajo integral de los mecánicos y el personal de la fuerza aérea británica (RAF) desde finales de la Segunda guerra mundial hasta 1976, de color verde oliva y tejido del que tomarían prestado el nombre.
A finales del siglo XIX, la producción a gran escala de «jeans» tenía menos que ver con las factorías de Génova que con un sistema de producción a gran escala que dependía ya de proveedores globales: el «denim» había dejado de llegar de Europa y se producía en Estados Unidos, si bien los proveedores de índigo del Caribe y el Sur de Estados Unidos competían con el principal productor de la planta de la que procedía el característico tinte azulado, la India británica.
Trabajadores del Este y el Medio Oeste, vaqueros, mineros y agricultores acapararon buena parte de la demanda de «jeans», la prenda utilitaria por excelencia, ajena a las modas textiles urbanas y procedentes de Europa. Durante el esfuerzo de producción de la II Guerra mundial, las mujeres reemplazaron a los hombres en la cadena de producción.
A medida que Estados Unidos se convertía en potencia industrial y geopolítica, la influencia a ambos lados del Atlántico cambió de sentido y el tosco utilitarismo del Medio Oeste y el Oeste de Estados Unidos alcanzó su aureola inspiradora en un fenómeno del siglo XX: la cultura de masas.
Atuendos transclase
La ropa vaquera, resistente y sin pretensiones, realizaría el recorrido de la economía de posguerra, que bascularía desde una economía basada en la necesidad a otra basada en el ocio y la capacidad de compra, tal y como describiría el sociólogo Thorstein Veblen en su «Teoría de la clase ociosa».
En plena reconstrucción europea, la vieja colonización daba paso al mundo bipolar, con dos modelos de civilización compitiendo en Europa y en las viejas colonias, el capitalista —en torno a Estados Unidos y sus aliados de Europa occidental— y el soviético.
En moda, los medios de masas exportarían el estilo utilitarista de los suburbios y zonas rurales de Estados Unidos como el atuendo casual de una juventud irreverente y ajena a las convenciones, que transformaría el viejo individualismo idealizado por el género Western (la ropa «denim» del joven John Wayne en «La diligencia», el clásico de John Ford de 1939) por el idealismo contestatario de beatniks en los años 50.
Los tejanos raídos de Neal Cassady y Jack Kerouac (atuendo «hobo» y beatnik en la novela de Kerouac En la carretera, 1952) encontrarían un equivalente para todos los públicos en el cine a través de nuevos iconos juveniles, James Dean (Rebelde sin causa, 1955) y Marlon Brando (Salvaje, 1953). Los dos actores transformarían en todo el mundo la percepción del pantalón vaquero y la camiseta de algodón, hasta entonces prendas de trabajo y ropa interior, respectivamente.
Aureola de ropa dura para economías en marcha
Desde entonces, la ropa tejana bifurcó su trayectoria: el viejo tejido del trabajo rural y manual (representado por firmas del Medio Oeste como Carhartt, así como las marcas «vaqueras» Lee y Wrangler, entre otras) conviviría en adelante con la ropa casual tejana, destinada al público joven y urbano de todo el mundo.
Poco a poco, la eclosión de formas y estilos de los años 60 asociaría el tejido a la contracultura y a la persistencia postmoderna de viejos mitos centrifugados por la sociedad de consumo. Las marcas europeas desarrollarían sus propios modelos y volverían, de manera inesperada, a celebrar un tejido originado entre marineros y trabajadores manuales del Mediterráneo occidental.
Desde el estreno de «Rebeldes» (The Outsiders, 1983) el clásico adolescente de Francis Ford Coppola dominado por el atuendo tejano personalizado, a la película testosterónica Drive (2011), la industria del denim transformó procesos de fabricación y centros de producción.
Los costes se redujeron a medida que aumentaban la producción y el impacto medioambiental debido a la propia composición del tejido: desde los primeros tintes sintéticos, desarrollados por la firma química alemana BASF a finales del siglo XIX, a los procesos que permitirían, en los 80 del siglo XX, los primeros tejanos elásticos. Estos incorporaban polímeros de plástico como el Spandex, fibra de poliuretanos segmentados desarrollada en 1958 que incorpora un pequeño porcentaje de tejido elástico.
El impacto actual de un tejido ubicuo
Los procesos químicos en colores y tejido, hoy generalizados en la industria del denim, convierten su producción en una de las más contaminantes del sector textil mundial y dificultan los esfuerzos para crear una economía circular que permita reciclar las fibras para crear nueva ropa tejana.
El ciclo de producción de la ropa tejana empieza con el propio algodón, cosecha no sólo asociada a las tensiones raciales que, dos siglos después, condicionan todavía la vida pública estadounidense. India es el principal productor mundial de algodón, con un impacto severo en el río Indo.
La necesidad de agua de la planta es tan perentoria que se estima que más del 90% del caudal de este río se destina a producir algodón, el desastre medioambiental causado por la combinación de la cosecha con la planificación hídrica soviética causó la desecación de buena parte del mar de Aral en Asia Central.
Estados Unidos es el segundo productor mundial, seguido de China, Brasil, Pakistán, Turquía, y dos repúblicas ex soviéticas de Asia Central: Uzbekistán y Turkmenistán.
Todavía hoy, se requieren unos 20.000 litros de agua para producir un kilogramo de algodón, cantidad equivalente a un pantalón tejano y una camiseta de algodón. Un 0,7% de la producción mundial de algodón es orgánica: Estados Unidos, América Latina, Oriente Próximo, Asia Central y el África subsahariana han aumentado la producción de algodón orgánico en los últimos años, si bien su peso en el mercado mundial es todavía testimonial pese al esfuerzo de organizaciones como la Organic Trade Association (OTA, Estados Unidos), iniciativas como BetterCotton.org y marcas como la también estadounidense Patagonia, pionera en el uso de tejidos reciclados (y reciclables) y fibras sostenibles (a través de su programa «e-fibers»).
El algodón no debería engañar
Marcas asociadas a la moda rápida, como las del grupo Inditex (integrante de BetterCotton.org para producir algodón con menor impacto), se preparan para integrar procesos de economía circular, empezando por el uso mayoritario de fibras sostenibles en los próximos años.
La preocupación por el impacto medioambiental de la ropa tejana está transformando la industria; hasta hace unos años, el dominio del viejo modelo publicitario asociado a estilos de vida y belleza (bajo premisas como la que atribuye capacidad de venta a la sensualidad) dominaba de manera aplastante.
Hoy, las consideraciones éticas y utilitarias —similares a las que condicionaban la venta del «denim» en sus orígenes, como la durabilidad— llegan a las revistas con peso en el sector, desde las publicaciones del grupo Condé Nast a sus competidores internacionales en mercados clave como el francés, el italiano o el japonés.
No compres estos tejanos
Iniciativas como Jeans Redesign, en la que puede participar cualquier marca o proveedor interesado en desarrollar un plan creíble para mejorar la durabilidad, el reciclaje y la trazabilidad del «denim» desde la cosecha de algodón hasta el fin de la vida útil del producto acabado, aumentan sus adherentes a medida que los consumidores se interesan por el impacto de la ropa que consideran más estratégica.
El mercado de ropa de segunda mano crece en centros de la moda como París y Milán, mientras varias marcas, Levi Strauss & Co. entre ellas, tratan de emular prácticas de firmas como Patagonia, que facilita el remiendo y reacondicionamiento de viejas prendas y ha publicado anuncios en los que invita a su clientela a comprar concienciados (entre los anuncios, uno bajo el lema «No compres esta chaqueta», aparecido en el Black Friday de 2011 en el New York Times).
En paralelo, cambia la relación entre diseñadores, marcas y proveedores: pequeños diseñadores colaboran con marcas y se lanzan a producir sus pequeñas colecciones, que ofrecen a través de la Red o de circuitos multimarca especializados. Como consecuencia, la demanda de fibras orgánicas y métodos de tratado más sostenibles se diversifica.
La década del denim sostenible
La Ellen MacArthur Foundation exige a los miembros de su programa unos estándares presentes en el viejo denim, pero abandonados por la industria hace décadas: los tejanos deben resistir a, al menos, 30 lavados sin deteriorarse; las marcas deben explicar a sus clientes cómo aumentar la vida útil de la prenda; las fibras usadas deben ser proceder de la agricultura orgánica, regenerativa o en transición; asimismo los tejanos no deben haber sido sometidos a métodos de abrasión que reducen su vida útil, como el tratamiento a la piedra o con sustancias químicas.
Make Fashion Circular es una iniciativa similar a Jeans Redesign, explica Rachel Cernansky en un artículo para Vogue; su director, François Souchet, cree que la manera de reducir el consumo de agua y energía, así como eliminar la dependencia de pesticidas y otros derivados químicos, pasa por escuchar a la creciente clientela con aspiraciones éticas y fomentar la transparencia del sector.
«A medida que salgamos de esta pandemia —argumenta Souchet— nos enfrentaremos a un dilema: reconstruir la industria de la moda tal y como era antes —derrochadora, contaminante y frágil— o rediseñarla y crear una industria capaz de prosperar a largo plazo».
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