Viejas historias y parábolas transmitidas de generación en generación, poemas orales rememorando viejas batallas y glorias pasadas, catástrofes sobre ciudades sumergidas… El saber transmitido en forma de mitos y epopeyas a menudo esconde acontecimientos que alertan a generaciones venideras sobre eventos que ya sucedieron y pueden volver.
La Atlantis de Platón quizá se refiriese a la destrucción de la isla the Thera por una erupción volcánica sucedida hace 3.500 años (la llamada erupción minoica): acaso un acontecimiento histórico representado como una parábola para los habitantes del Egeo de un futuro remoto.
Cuando las islas Andamán (Océano Índico) fueron sacudidas por un tsunami en diciembre 2004, las zonas donde la población local había transmitido la historia de Laboon (“labún”), “la ola que se come a la gente”, apenas registraron víctimas, ya que al sentir el primer temblor de tierra se alejaron del mar: los viejos mitos les habían sugerido cómo actuar cuando la tierra temblara, para ellos un signo de la llegada de una criatura mitológica en forma de ola.
Desempolvando nuestra conexión con el largo plazo
Siguiendo la pista de pensadores pioneros en relacionar viejos mitos con acontecimientos impactantes del pasado capaces de aleccionar con alertas de sabiduría popular a las generaciones futuras, como el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, investigadores de distintas disciplinas estudian desde finales de los 60 las trazas que relacionan mitos y hechos que han dejado constancia arqueológica, o bien han sido registrados por otros pueblos del pasado.
Estudiando los mitos de los pueblos de Fiji, el geólogo australiano Patrick Nunn se topó con la remarcable historia de Tanovo, antiguo jefe de la isla de Ono. Un día, Tanovo tropieza con el jefe del volcán Nabukelevu, su principal rival; éste trata de intimidar al jefe de Ono lanzando gas y roca ardiente. Tanovo reacciona tejiendo cestos gigantes para recoger las rocas que caen, conformando nuevas islas.
El mito recopilado por Nunn era consistente con la extensión volcánica de las islas de Fiji, pero sólo había registro de erupciones 50.000 años atrás, mucho antes de la presencia humana en el archipiélago.
El mito habría permanecido como tal si no se hubiera construido una nueva carretera en las inmediaciones del volcán, que descubrieron restos de lava y cenizas de una erupción de hacía 3.000 años, 1.000 años después de la llegada de los primeros humanos a la isla.
Transmitir resiliencia con historias y parábolas
¿Por qué hay pueblos ancestrales capaces de reaccionar de manera instintiva ante el advenimiento inminente de un tsunami o las consecuencias de un fuego, una inundación? ¿Qué dice el comportamiento de clima, animales y plantas a los sabios que, en pueblos ancestrales sin tradición escrita, previenen de algo que no han vivido todavía las generaciones vivas?
La transmisión humana del conocimiento mediante historias se remonta a los inicios evolutivos del lenguaje y lo que denominamos conciencia; en las últimas décadas hemos conocido con más detalle el porqué de nuestra predilección por mitos y viejos cuentos: al rememorarlos, damos sentido a nuestro mundo, haciendo nuestras las historias y rituales de generaciones anteriores.
La neuropsicología ha trazado la capacidad humana para interpretar el mundo sirviéndonos de una narrativa a una región concreta de nuestro cerebro, que lleva el nombre de intérprete del hemisferio izquierdo; según la hipótesis del intérprete cerebral, nuestro sistema cognitivo evalúa el cuerpo y la mente, así como lo observado por nuestros sentidos, las referencias al pasado observado o mitológico, y las previsiones y esperanzas sobre el futuro.
Conocimiento útil intergeneracional antes de la ciencia
En síntesis, nuestro intérprete elabora un relato particular sobre lo percibido y lo evocado, y esta construcción parcial y reduccionista de la realidad evocada es el origen de todas las teorías filosóficas y trascendentales sobre el “Yo” (y el “error” -según Nietzsche y los existencialistas- de separar artificialmente cuerpo y alma en nuestra interpretación metafísica del ser humano).
Carrie Arnold ilustra en un artículo para Aeon cómo varios pueblos indígenas conservan mitos con avisos en forma de parábola para interpretar señales del entorno (por ejemplo, un temblor de tierra junto a la costa en el Pacífico), como avisos de catástrofes inminentes (un tsunami, etc.).
“Los mitos y las leyendas proporcionan entretenimiento, pero también transmiten conocimiento sobre cómo actuar y cómo funciona el mundo. Descifrar estas historias, no obstante, requiere destreza. Historias de dioses que se van a jugar a bolos durante tormentas veraniegas parece un sinsentido a simple vista, pero basta evocar el estrépito repentino de un trueno y el estallido de los bolos cuando son arrasados por una bola, para que la historia tome sentido.”
Figuras, pinturas, historias, danzas…
Objetos antropomorfos y zoomorfos tallados en varios materiales hace decenas de miles de años, pinturas rupestres y lo que, por deducción comparativa entre lenguas, historias orales y costumbres de pueblos de cazadores-recolectores del presente y el pasado, nos explican la importancia de mitos y leyendas en la transmisión oral del conocimiento.
Hasta el surgimiento del pensamiento crítico (en Occidente apareció, según Karl Popper, a partir del pensador presocrático Anaximandro, que invitaba a sus discípulos a retar sus postulados con conjeturas defendibles), los mitos no sólo han ilustrado la relación entre el ser humano y un entorno del que pretendía servirse para sobrevivir.
El desconocimiento ante las cuestiones fundamentales derivadas de la observación fresca de lo que nos rodea (y que siguen abrumando a los niños de cada generación: por qué el cielo es azul, por qué se hace de día con regularidad, por qué la flecha del tiempo va en una dirección y no se dirige hacia el pasado, etc.) ha impulsado el relato fantástico de lo imprevisible o desconocido.
A medida que el estructuralismo evoluciona desde métodos limitados de estudiar la cultura y la sociedad de uno o varios pueblos a partir de ciertas evidencias (siempre fragmentadas) e hipótesis (sujetas a su refutación), hacia maneras más sofisticadas donde la interdisciplinariedad se conjuga con modelos informáticos de proceso de datos, se manifiesta una evidencia ya intuida por la filosofía clásica: las viejas historias transmitidas de padres a hijos tienen una relación con el pasado remoto colectivo.
Ritualizando el evolucionismo cultural
A menudo, estas viejas historias, convertidas en mitos que son ritualizados en forma de narraciones (orales, escritas), ceremonias y liturgias, supersticiones y tabúes, son la evolución lingüística de acontecimientos relevantes y/o traumáticos: epidemias, catástrofes naturales, migraciones y matanzas olvidadas, etc.
Y, en ocasiones, estas historias son un testimonio de la capacidad humana para adaptarse y prevenir el desastre, incluso cuando esta preparación para lo peor se lleva a cabo a través de historias que mantienen su capacidad de elocuencia, pero pierden su significado original cuando la memoria de lo ocurrido muere con protagonistas y testigos.
El pensamiento crítico clásico y, a partir de la Ilustración, el avance científico a partir de la mejora de conjeturas (y no mediante el puro positivismo empírico), relegaron las viejas historias y mitos indígenas al rincón de lo supersticioso (y, por tanto, maligno, pues Sócrates relacionó racionalismo con bondad, y pensamiento mágico con maldad, al basarse en supersticiones falsas en su interpretación literal).
Lo que ganamos (y perdimos) con el socratismo
Ahora sabemos que nuestro socratismo cultural (percibido o no; Nietzsche nos recuerda que somos herederos de una tradición de la que no hemos salido del todo desde, como mínimo, Platón y sus ideales de aspiración matemática), puede correr un velo contraproducente sobre tipos de conocimiento que no se basan en el pensamiento crítico y el racionalismo, sino en la evocación de los accidentes y traumas de la historia remota con el uso de mitos, parábolas y otros métodos de transmisión no literal (y que, debido a su falta de literalidad, incluyen múltiples interpretaciones).
Friedrich Nietzsche se sirvió de parábolas para señalar el marco de pensamiento en el que la filosofía, la religión y la ciencia se han desarrollado en Occidente. Al recurrir a parábolas, el filósofo alemán era consciente de renunciar a la aspiración a la verdad inequívoca, pues no puede haber exactitud en un mundo que depende de valores relativos, variables en función de la perspectiva del observador.
Los viejos mitos de los pueblos ancestrales, así como las pistas etimológicas sepultadas en las familias lingüísticas, explican acontecimientos vividos por individuos o pueblos, y previenen de manera inconsciente sobre el eterno retorno de la catástrofe (predecible a través de síntomas que sienten animales o humanos; o impredecible).
Más allá de los mitos ilustrados sobre la naturaleza humana
Uno de los estereotipos sobre la humanidad más persistentes desde inicios de la Ilustración es el que describe al hombre “salvaje” como un ser puro e inocente que convive en armonía con otros individuos y con la naturaleza: evidencia antropológica y arqueológica sobre la relación entre nuestros ancestros del paleolítico y otros miembros de la especie, así como con el entorno, refutan la hipótesis de la bondad intrínseca del ser humano, desarrollada por pensadores como Jean-Jacques Rousseau (a partir del trabajo previo de Sócrates y sus discípulos).
No sólo practicamos el canibalismo entre nuestra propia especie desde tiempos inmemoriales, sino que habríamos contribuido a catástrofes naturales como la extinción de buena parte de la megafauna, de otras especies humanas (grupos neandertales en sus últimos feudos europeos, homo floresiensis, etc.). Así lo muestran las marcas en los huesos encontrados y otras evidencias arqueológicas.
Más que bondad originaria no pervertida por los códigos de sociedades complejas a partir del neolítico, nuestros antepasados remotos vivían una existencia más apegada a la supervivencia y a necesidades que requerían el conocimiento extensivo del entorno por parte de todos los miembros adultos, imposibilitando así la especialización de tareas.
Detectores culturales de tsunamis
Al poder ser masacrados por enemigos, sacrificados por sacerdotes, atacados por animales salvajes o víctima de accidentes, intoxicaciones, etc., nuestros antepasados tuvieron que aprender a rondar el desastre inminente: es así como la interpretación del entorno se convirtió en una habilidad crucial.
Hemos vivido junto a zonas sísmicas mortíferas, en litorales susceptibles a tsunamis, en la ladera de volcanes, o en el interior de regiones habitadas por animales o enemigos peligrosos y, si bien muchos desastres azotan sin previo aviso, en ocasiones se requiere más que la suerte para sobrevivir. Como explica Carrie Arnold,
“A menudo, no obstante, se presenta una pequeña ventana temporal que concede a la gente una oportunidad para escapar. Aprender cómo interpretar esta ventana puede ser difícil cuando una catástrofe determinada se sucede únicamente una vez cada varias generaciones. Así que los humanos legaron historias a través de los tiempos que ayudaron a las culturas a reaccionar cuando el desastre se manifestara.”
Eco-pragmatismo del paleolítico
No todos los mitos y leyendas de pueblos que transmiten su conocimiento y visión del universo a través de la oralidad se refieren a acontecimientos susceptibles de repetirse, como en la concepción filosófica del eterno retorno.
No obstante, muchas de estas aventuras de viejos personajes remarcables y criaturas mitológicas muestran la intención evolutiva de nuestros antepasados de preparar a sus descendientes para la supervivencia a largo plazo, al constatar que lo que había ocurrido una vez podía volver a producirse con una cierta regularidad tan extendida en el tiempo que el siguiente evento se produciría cuando los que habían asistido al anterior llevaran mucho tiempo muertos.
Si tomamos las reflexiones sobre el “largo ahora” del editor contracultural, ensayista, teórico de la cibernética y del ecologismo pragmático Stewart Brand, la naturaleza y la cultura son los estratos de civilización que se mueven con mayor lentitud, mientras los estratos relacionados con lo cotidiano (infraestructuras, comercio, moda, etc.) se mueven con mayor rapidez.
Eterno retorno y largo ahora
Nietzsche tenía razón. Al trascender la rigidez y disciplina de la veracidad literal, los mitos y parábolas actúan como cápsulas de conocimiento interpretables desde múltiples puntos de vista, llenos de significado tanto para quienes han vivido en el pasado remoto como para quienes todavía no han nacido.
En los 70, el geólogo estadounidense Brian Atwater recabó información sobre terremotos ocurridos en la zona del Pacífico Noroeste, pero pudo remontar sus pesquisas empíricas a los últimos 200 años de registros geológicos.
Sin tirar la toalla, Atwater preguntó a los nativos americanos de la zona, que le hablaron de dioses que caminaban sobre la tierra, sacudiendo la tierra a pisotones que, a continuación, generaban olas gigantescas que inundaban las zonas costeras poco después.
Poco después, el geólogo halló restos de un terremoto en torno a 1700. Al otro lado del Pacífico, un equipo de Japón confirmó que en el año 12 de la era Genroku (1700), un tsunami había barrido la costa oriental de Japón.
El terremoto del Pacífico Noroeste y sus consecuencias en Japón se refieren a los gigantes que mueven la tierra a pisotones.
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