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Pensar en las futuras generaciones… desde las Maldivas

“Pensar en las futuras generaciones” no es una frase hecha, al menos en las Maldivas. A medida que el nivel de los océanos suba en este siglo, las islas que conforman este pequeño país irán desapareciendo completamente. Las Maldivas serán la Atlántida contemporánea, y su población, los primeros refugiados climáticos. La diáspora maldiva no podrá volver en el futuro, eso sí, a su “tierra prometida”. No habrá tal lugar. 

El nivel de los océanos sube más de lo esperado, como aseguran científicos de distinto signo y credo (hasta hace poco, los seguía habiendo negacionistas del cambio climático y sus efectos) y publican medios tan poco sospechosos de militancia “verde” (algo todavía peyorativo en según qué partes del mundo, como España, claro) como el semanario británico The Economist, desde siempre se mide con una bara racionalista todo lo que se merece ser impreso. 

En las Maldivas también se toman en serio el cambio climático. Tanto, que ya han empezado a buscar un posible asentamiento en tierra firme para su nación.

Construyendo las Atlántidas del presente

No, no estoy en las Maldivas.

Aunque voy a empezar con lo que pretende ser un agradable ejercicio, en tiempos de crisis y época de trabajo duro, en la recta final de año, cuando todos nos centramos en el calendario y pretendemos cumplir unas ciertas metas profesionales antes de las fiestas navideñas.

El ejercicio consiste en pensar, simplemente pensar, en un lugar como las Maldivas. ¿Qué nos viene a la mente?

Seguramente, muchos coincidiréis conmigo. Sean placeres por los que mostremos preferencia o no, mencionar este lugar nos evoca imágenes como las que muestro en cada una de estas palabras.

Pronto, nos evocará una colección de imágenes de muy distinta naturaleza.

(Aquí acaba el “agradable ejercicio”. Sigue leyendo si te apetece, claro, pero no hay más bonus que el resto de la historia).

Nada de frases hechas o extractos de documentales

“Pensar en las futuras generaciones” no es una frase hecha, al menos en las Maldivas. A medida que el nivel de los océanos suba en este siglo, las islas que conforman este pequeño país irán desapareciendo completamente.

Las Maldivas serán la Atlántida contemporánea, y su población, los primeros refugiados climáticos. La diáspora maldiva no podrá volver en el futuro, eso sí, a su “tierra prometida”. No habrá tal lugar.

Cuando el clima importa a unos más que a otros

Mientras el mundo seguía hablando de la cumbre del G20 (más el “pack” de invitados conformado por España, Holanda y República Checa, gentileza de Nicolas Sarkozy), el primer presidente elegido democráticamente por las Maldivas, Mohamed Nasheed, tenía una apretada agenda con otras preocupaciones fundamentales.

Mohamed Nasheed es consciente de que el archipiélago de las paradisíacas Maldivas apenas sobresale del mar 150 centímetros, en los lugares de mayor altitud, mientras la mayoría de esta diminuta República del Índico, diseminada por decenas de islas descubiertas por el turismo internacional que se extienden al sudoeste de la India y Sri Lanka, se sitúa apenas medio metro por encima del agua.

El himno nacional, Gavmii mi ekuverikan matii tibegen kuriime salaam (“en unidad nacional saludamos a nuestra nación”), podría ser cantado por los ciudadanos de esta República índica con mayor sentido e intensidad que nunca: es importante conservar la unidad a través del folclore, cuando todos los estudios que maneja tu gobierno dicen que el país entero, las Islas Maldivas, desaparecerán del mapa cuando el nivel del mar haya subido unos 59 centímetros en 2100.

Aprovechando las suculentas divisas procedentes del turismo que el pequeño Estado, con 385.925 habitantes (julio de 2008) e independizado del Reino Unido en julio de 1965, recauda anualmente en la que es su única fuente de prosperidad económica, intenta ahora planificar una diáspora de toda la población, que en 3 generaciones se habrá quedado sin su tierra. Las Islas Maldivas serán la Atlántida del Cambio Climático.

Las Maldivas

La República de las Maldivas (que se puede traducir en sánscrito como “miles” -miles- de “islas” -diva-), está compuesta por 1.196 islas agrupadas en 26 atolones, de las que 203 están habitadas.

Fue colonia portuguesa, holandesa y británica, hasta 1965, cuando el pequeño sultanato se convirtió en el país musulmán con menor población, así como en el país más pequeño de Asia (menor que, por ejemplo, Bután).

La situación geográfica de Maldivas, en el camino entre el Mar Arábigo y el acceso al subcontinente indio y Sri Lanka, ha provocado visitas inesperadas, batallas y asentamientos a lo largo de la historia.

No obstante, hasta donde se pierda la memoria de las historias que cuenten las familias maldivas en sus lugares de reunión, nunca su gente había hecho frente a la situación actual: ver desaparecer las islas que les identifican como pueblo.

Cuando ya no haya suelo para plantar una casa

¿Qué ocurre con los “lugares comunes”, el derecho a la propiedad, el derecho a disfrutar de un paseo o el derecho a tener un pequeño huerto cuando, simple y llanamente, desaparecen todos los lugares, privados y públicos, que algún día conformaron un país entero? Sin siquiera planteárselo, los maldivos son los primeros en abrir una auténtica cuestión filosófica.

Al fin y al cabo, los países que quedan dañados, en ocasiones totalmente destruidos, tras una guerra, siempre cuentan con los supervivientes y la voluntad para erigir una nueva cotidianidad.

Mohamed Nasheed, con el sentido de la responsabilidad que infunde saberse primer presidente electo democráticamente en las Maldivas, sabe que sus compatriotas jamás podrán volver a donde nacieron, una vez el Índico anegue totalmente las zonas más altas de la nación (quizá se salve la zona de la isla de Wilingili, en el atolón de Addu, donde una pequeña porción de terreno baldío sobresale 2,4 metros por encima del nivel del mar. Es el punto más alto del país.

Pau Gasol no es mucho más bajo que el punto más alto de una nación de la Tierra, las Maldivas.

Aunque el presidente electo cree tener un plan para luchar contra la extrema vulnerabilidad climática de su pueblo, donde el documental de Al Gore habrá sido pasado como una auténtica secuela de terror: comprar tierra en lugares que recuerden a la tierra madre.

Qué comprar y dónde

Han existido y existen pueblos que, como el hebreo, han carecido del derecho de propiedad sobre la tierra de donde proceden sus ancestros. Lo que no había ocurrido hasta ahora es que la nación que conformara un pueblo desaparezca físicamente. Desaparecida la tierra, ¿desaparecida la gente?

No. Siempre se puede planear un escenario de diáspora. Como hicieran tantas gentes perseguidas en Europa Central al emigrar a Norteamérica, los maldivos deben ahora intentar conseguir un lugar donde ofrecer un futuro a sus predecesores. A poder ser, un lugar con una cultura y clima similares.

El plan estriba en comprar las tierras como seguro ante el cambio climático, usando como método de financiación una parte modesta de los elevados ingresos por turismo del país.

Mohamed Nasheed asegura haber hablado con varios países sobre esta posibilidad y ha encontrado comprensión y receptividad.

La India y Sri Lanka (de donde proceden, respectivamente, dos de las tres etnias que conforman las gentes del país, siendo el resto población árabe), son las dos opciones que el pequeño y turístico país del Índico se plantea, por la cercanía cultural y climática.

Asimismo, Australia es otro candidato que apunta Slashdot al recoger la noticia, al contar únicamente con 20 millones de habitantes que se concentran en un puñado de centros urbanos y disponer de grandes extensiones de tierra (eso sí, abundan sólo la áridez y el desierto) deshabitada.

Bill Bryson supo ilustrar cuán grande es Australia en comparación con la población que alberga, al explicar en su espléndido libro de viajes sobre la gigantesca isla que una secta japonesa logró detonar una bomba nuclear en el remoto desierto interior del país sin que nadie se diera cuenta de nada.

A buen seguro que Nasheed no busca un desierto remoto. “No queremos dejar las Maldivas -ha declarado-, pero tampoco queremos ser refugiados climáticos viviendo en tiendas durante décadas.”

Los refugiados saharauis que han sobrevivido durante ya más de 3 décadas en una polvorienta carretera sin retorno del extremo sudoeste de Argelia, que durante años sólo contaron con tiendas, o los desplazados de África Central viviendo durante años en campos que no acaban de desmantelarse, no son espejos en los que el joven presidente de un país con una población con una media de edad de 25,1 años (la mitad que en los envejecidos países europeos) se quiere mirar.

La primera diáspora climática contemporánea

Los maldivos serán simplemente los primeros de una larga lista de refugiados climáticos, que no se contarán en cientos de miles, sino en decenas de millones.

No hace falta ser demasiado catastrófico para hacer unas cuentas poco halagüeñas en cuanto a refugiados climáticos.

Por decirlo de algún modo, parece que el futuro será más como explica El Informe Lugano, y menos como habría gustado a Al Gore.

Habrá que hacer caso a buenos gestores, nuevas generaciones con capacidad de liderazgo (Obama, el mundo te espera) y trabajar mucho para que, en menos de un siglo no se cumplieran los malos presagios de James Lovelock, que cree que que muy pronto deberemos coger los fardos faltriqueras y demás bártulos vitales y encaminarnos como podamos a los polos.

Mucho mejor que los presagios de Lovelock se queden como un error de apreciación del científico, como su broma histórica para despertar la concienciación global, y no como un primer aviso preclaro de lo que se avecinará ineludiblemente.

La cuestión aquí es que ya hay un país entero que quiere comprar tierras tras comprobar cómo las islas que han habitado desde que son, simplemente desaparecerán bajo el agua. Y esto no es un cuento chino de ecologistas.