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Peter Zumthor: edificios parcos, humanos, más allá de formas

Antes de los premios, está el creador; antes del creador consolidado, está el aprendiz; y no hay aprendiz sin contexto. Los edificios del Peter Zumthor evocan la orografía y carácter del emplazamiento de la mayoría de su trabajo, enraizado en un radio de 60 kilómetros en torno a Basilea.

La biografía de Zumthor, un hombre delgado, de pelo cano y el vestir relajado del creador que ha logrado vivir de su trabajo, aparece en sus edificios: tienen escala humana y emplean materiales sencillos, donde el vacío y la luz tienen tanta o más importancia que la aspereza y tonalidad de las superficies.

Cuando tus mejores obras no destacan por brillo, tamaño ni presupuesto

Sus edificios icónicos son tan poco pretenciosos como la pequeña iglesia de San Benedicto, de aspecto intemporal, un edificio de madera que evoca un pez con escamas (las tejuelas de la construcción tradicional), encaramado en la escarpada pendiente de un pequeño pueblo del cantón alemán de Suiza.

Primero artesano, educado con exigencia en manualidades y teórica, Zumthor culminó su formación en Nueva York, para retornar a su Basilea natal y trabajar en edificios que, partiendo de la localidad, tienen la intemporalidad y universalidad de lo humano, sencillo y bien ejecutado.

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Comprendiendo el lugar y la transitoriedad humana

La arquitectura de Peter Zumthor tiene los ecos de la exigente lucha por la supervivencia en entornos fríos, con materiales cálidos y reparables -piedra, madera local- y la búsqueda racional de la luz,

  • que penetra a través de amplios ventanales (como en los edificios funcionales y equipamientos que ha diseñado en el cantón de Graubünden: su propio hogar-estudio, un hogar de ancianos o unas termas, todos en Suiza);
  • o busca trascender (como en la iglesia de San Benedicto en Sumvitg, Suiza; y la capilla del Hermano Klaus en Wachendorf, Eifel, Alemania).

Ecos alpinos, wabi-sabi, escandinavos

Quizá por ello, por haber iniciado su vida creativa rodeado del paisaje alpino y después vivido y estudiado en lugares como Nueva York, la obra de Peter Zumthor es admirada en lugares donde la sencillez rústica y la luz -las dos búsquedas obsesivas de los edificios de Zumthor- tienen mayor seguimiento y tradición filosófica y arquitectónica:

Ello explicaría por qué, si bien la mayoría de sus proyectos se encuentran en el paisaje que lo conformó como persona, un radio de 60 kilómetros en el norte de Suiza, los encargos internacionales han llegado sobre todo de Holanda, Inglaterra, Noruega, Finlandia y Estados Unidos, países donde la alta arquitectura reivindica el uso de la tejuela (las famosas “shingles”) con el mismo tesón que los buscavidas que se abrían paso hacia el Oeste en Norteamérica.

El sabio comprometido con lo que firma

Peter Zumthor cumplió 70 años en 2013, pero mantiene el aspecto de sabio despistado y ascético que han destacado sus colaboradores y entrevistadores.

Su contribución a la arquitectura, es una reivindicación de su filosofía de vida: autorrealizarse con el trabajo y proyectar los propios valores y aspiraciones en la propia obra, como cualquier artesano o artista coherente.

Su aspiración: contribuir a la conversación universal sobre arquitectura desde la idiosincrasia local (partiendo de la artesanía, la educación teórica en Suiza y en Estados Unidos). 

Localidad desde la comprensión panteísta y cosmopolita

El cosmopolitismo de Peter Zumthor estriba en haber reconocido su pasión, haberla reforzado y haberse mantenido fiel a una visión, en lugar de plantar un edificio estrella para forrarse, como ha hecho su generación de arquitectos-estrella europeos, sin que se salve prácticamente ninguno de los excepcionales.

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En una época de exuberancia y eclecticismo en las tendencias, con países de Oriente Medio y las potencias emergentes financiando los principales proyectos arquitectónicos, Peter Zumthor combina los trabajos que acepta con temporadas como profesor en distintos países y la vida en el rincón suizo donde nació y plantó años más tarde su residencia y estudio. 

Desde allí ha proyectado su visión arquitectónica: humilde, sencilla y áspera como el wabi-sabi de los Alpes, con el modernismo minimalista de la arquitectura orgánica del norte de Europa y el apagado color parduzco de la vegetación y mineralidad de la alta montaña.

El ebanista de pueblo que se fue a Nueva York y volvió

Haber vivido la naturaleza y la ebanistería antes que comprender siquiera que asistía a una clase magistral de arquitectura (como han comprendido desde Marco Vitruvio -que equiparaba los chozos humildes a la sublime arquitectura griega clásica- hasta Antoni Gaudí, calderero antes que mago de las curvas catenarias).

Como una versión suiza, rebajada de pretensiones y testosterona del arquitecto incorruptible concebido por Ayn Rand en su novela El manantial, Peter Zumthor ha seguido su ideal de arquitectura evitando plegarse a las modas y las suculentas ofertas económicas para crear obras icónicas en grandes capitales que sí han tentado a sus colegas.

Pese a que no alardea de ello y son los propios rechazados quienes a menudo publican los detalles, se sabe, por ejemplo, que Peter Zumthor no ha querido diseñar pasarelas para Armani, mansiones para los herederos de Hugo Boss o concesionarios para Audi.

El “valle de Zumthor”

Pero la parquedad e integridad profesional no están reñidas con el agradecimiento a su profesión: Zumthor no se queja -faltaría más- de los premios que ha acumulado desde 1987, hasta 16, entre los que se encuentran el premio Pritzker de 2009, la medalla de oro RIBA en 2013 por su trayectoria, o el reconocimiento de los “maestros” japoneses (donde recibió el Praemium Imperiale de 2008).

Zumthor se resiste a santificaciones, pese a los esfuerzos de publicaciones especializadas como Dwell, que recurren al término “peregrinación” cuando se refieren a visitar sus principales obras in situ en Suiza. 

Asimismo, llaman al lugar “el Valle de Zumthor” y catalogan al autor, de nuevo recurriendo a calificativos religiosos (como si los adjetivos dirigido al hombre no fueran suficientes) un “apóstol de lo real“.

Intentos de mesianizar a un personaje muy humano (¿es malo ser humano?)

El anuncio oficial del premio Pritzker de 2009 le describía como alguien con “mítica reputación de hermitaño recluido en un abrigo de montaña, un monje de los materiales, con estándares tan exigentes que pocos clientes tienen la paciencia, o bolsillo suficiente, para satisfacer su enfoque sin concesiones”.

El áurea trascendental en torno a un personaje tan humano quizá proceda de un perfil sobre el arquitecto escrito por Paul Goldberger para Vanity Fair, titulado “mística suiza“.

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Paul Goldberger examina -explica el sumario del artículo de Vanity Fair– “el trabajo -high tech y sensual, tosco y sereno, modernista y opulento- de un hombre que empezó su vida como carpintero, conoció el mundo, y a continuación se retiró a su tranquilo dominio de una espiritualidad profundamente pragmática, casi proustiana”.

Intelectualidad sin pretensiones

Entonces, durante su entrevista con Goldberger, Peter Zumthor no había alcanzado la sesentena, pero ya combinaba los rasgos que evocan su personalidad y obra: intemporalidad contemporánea. Intelectualidad panteísta, sin pretensiones ni necesidad de parrafadas.

La combinación -dice Goldberger- entre Mies van der Rohe y Marcel Proust, “con quizá una pizca de Bob Dylan”. Se refiere al Bob Dylan crudo de Boots of Spanish Leather (The Times They Are A-Changin’, 1964).

Nada más alejado de las convicciones Peter Zumthor, formado en la artesanía, el humanismo y la ciencia a la antigua, y aspirante a individuo autorrealizado a través de su trabajo y existencia con propósito en este mundo.

Modernismo parco

Su arquitectura es minimalista, tiende a un parco modernismo y, desde lo contemporáneo y particular, aspira a la intemporalidad y universalidad. Zumthor se maravilló por los edificios del urbanismo amable de Basilea en su adolescencia, como ha explicado él mismo (discurso de aceptación del Pritzker).

La combinación de su experiencia rural y el primer urbanismo visitado inducieron la vocación de un oficio que para él nunca vivió en la teoría, sino en la sensación de disfrute y paso del tiempo durante el trabajo.

Polimatía en contacto con las artes manuales

La artesanía y el eclecticismo siempre han propulsado el trabajo coherente: en la Florencia del Renacimiento, las escuelas de arte eran interdisciplinares; las ideas fluían entre distintas artes con la libertad de las escuelas clásicas, en las que se basaban.

La pintura se convertía en anatomía, mientras que la esculutura se fundía con la pintura y la artesanía. La arquitectura lo hacía con todas las anteriores, y así sucesivamente.

Este entorno polímata influyó sobre el surgimiento de figuras como Leonardo. El fenómeno se ha repetido a distinta escala en otros momentos, con artistas explorando la intersección conceptual entre artesanía, humanidades y ciencias.

Encontrar el lugar estratégico desde donde contemplar

Steve Jobs destacó la misma intersección entre humanidades y ciencias, así como la artesanía, como los grandes motores de su visión del diseño y la empresa que cofundaría.

Sobre la interdisciplinariedad, Zumthor ha aceptado ser mentor académico, por ejemplo, “porque creo en el intercambio profesional de gente con distintas experiencias, talentos, habilidades y edad”.

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Volviendo a la arquitectura, Antoni Gaudí seguramente no se habría convertido en el arquitecto modernista más orgánico y destacado sin la peculiar biografía de su infancia: de salud delicada, leyó y ayudó a sus padres en el negocio de la alfarería durante sus largas convalecencias.

El libro de la naturaleza

Más tarde, Gaudí explicaría que su atención por las artes manuales y la observación contemplativa de la naturaleza en la casa de su Reus natal sirvieron de base para experimentar en sus edificios con formas de la naturaleza: hexágonos, espirales, ondas y un elemento introducido por él en la arquitectura, la curva catenaria.

Para Gaudí, “todo sale del gran libro de la naturaleza”.

Los edificios del sobrio arquitecto suizo Peter Zumthor, con ecos de la cultura ascética, parca y superviviente de la vida ancestral alpina, poco tienen que ver con la exuberancia mediterránea de Gaudí.

Cuando el oficio manual precede al conceptual

Si Gaudí fue antes alfarero por tradición familiar y espectador de la naturaleza que arquitecto, Zumthor trabajó de alfarero con su padre en el pequeño pueblo junto a Basilea del que es originario antes de estudiar diseño industrial y arquitectura. 

En ambos casos, el oficio manual precedió al conceptual e influyó sobre él.

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En el discurso de aceptación del premio Pritzker de 2009, Zumthor se refería a la integridad de su obra como un acontecimiento natural, presente desde el principio:

“Empecé a presentarme a competiciones. Gané una de ellas. Hice mis dos primeros edificios. Los dos edificios empezaron a crecer. Y recuerdo el momento en que miramos a los dos edificios, Annalisa y yo, y me sentí realmente deprimido. Fue terrible.”

“Contemplé los edificios y podía ver sus modelos. Eso fue terrible. Podía escuchar la discusión arquitectónica de la época en mis edificios. Pensé que era la última vez que debía pasarme. La primera vez que no estaba siendo yo mismo.”

Ser uno mismo

El arquitecto suizo responde a la pregunta que se formula él mismo: “¿Y qué es ser yo mismo? Es interesante que en esos edificios, que me causaron este dolor de cabeza y corazón, había cosas que me gustaban, y eran las que no procedían de una revista o una discusión que pudiera mantener con alguien”.

“Más bien, ‘¡esto soy yo!’ ¿Y qué es ‘yo’? Por supuesto, no lo sé exactamente. Pero puedo intentar explicarlo un poco a través del proceso de cómo me siento cuando esto, cuando tengo la sensación ‘este soy yo'”.

Y, a continuación, Peter Zumthor expone las características de lo que la psicología ha llamado experiencias de flujo, un momento de concentración y disfrute de lo que hacemos hasta perder la noción del tiempo y la existencia individual.

Trabajar con la claridad cognitiva de un niño

En estos momentos de “inspiración”, los psicólogos creen que se produce un desapego cognitivo entre el cuerpo y la mente, hasta el punto de que aparcamos por completo las prioridades fisiológicas.

Zumthor: “Quizá quienes juguéis al tenis, lo sabéis. Tienes que concentrarte en la pelota. Si empiezas a pensar justo un momento, ‘Oh, mi amigo se está fijando en cómo juego’, entonces estás perdido, ¿correcto?”.

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“Tienes que mantener esta concentración total en lo que quieres hacer. Este es un factor. El otro factor es que tienes que sentirte ligero. Ahora, hablo de mí mismo. Debería decir que tengo que sentirme ligero. Voy al emplazamiento. Escucho al cliente. Doy una vuelta. No conduzco una investigación”.

Largo “Ahora”: aprender sobre el terreno

Peter Zumthor prefiere aprender lentamente, imbuirse con todos los sentidos, conocer a la manera en que un artista se prepara para una obra, a realizar una investigación puramente documental y aséptica.

“Cuando empiezo a investigar, soy patético. Lo sé desde cuando estudiaba”. Más que investigar, el arquitecto suizo prefiere “deambular, escuchar, sentir, dejar que el lugar resuene un poco”.

Y entonces, de repente, “las ideas llegan con naturalidad. No sé cuándo y de dónde. Creo que esto es un proceso muy natural. Todo el mundo (…) experimenta esto. Y lo que descubrí es que, cuando tengo estos sentimientos, es como ser de nuevo un niño. De repente, pienso que es como cuando tenía 10 o 12 años”.

La fuerza del propósito profesional

“Todo -lo cual forma parte de mi biografía- está ahí. Pero no se manifiesta como un producto fruto de la investigación o como material de referencia. Me vino a la mente, como parte de mi vida”.

Entonces, concluye Zumthor, este pensamiento complejo, que puede tardar un instante, días o toda la vida en fructificar del todo, procede de algún sitio, “de mis emociones o lo que sea, mis sentimientos”.

Tener la capacidad de retornar al lugar de los pensamientos intensos y coloridos de la infancia, cuando la textura de las nuevas experiencias permite que nuestra percepción del tiempo se alargue, propulsa el alumbramiento de los edificios de Peter Zumthor.

Esta percepción y relación con su propósito profesional, que coincide con el vital, es compartido por muchos creadores de distintas disciplinas. 

Sobre concebir las líneas maestras de un proyecto

El arquitecto suizo menciona el que para él es el mayor esfuerzo durante el génesis de un proyecto arquitectónico. Después del primer momento, en el que sintiéndose con la energía y percepción de un niño le vienen las ideas, “llega la tarea realmente dura en que me ocupo de que nadie destruya mi primera imagen”.

“Porque estamos rodeados por política, leyes, dinero, clientes que tienen momentos de debilidad, todas esas cosas. La gente quiere llevarse o dañar mi ‘imagen’, mi creación. Así que esto necesita un poco de persistencia”.

La profesión que recelaba de la integridad

De nuevo, emerge la parte roarkiana de este suizo con pelo blanco, cara amable y humilde. “Quizá sea de ahí [por su fama de tenaz cuando se trata de defender su visión de un proyecto] proceda la reputación de que soy un tipo terco, lo cual no es verdad, por supuesto”.

Sobre su integridad, equiparable sólo con claridad a la de Howard Roark -aunque se evite la comparación por reticencias ideológicas veladas con Ayn Rand, la filósofa objetivista creadora del personaje-, The Guardian ha dicho que toda la alta arquitectura le profesa un velado respeto y -escribe Oliver Wainwright- quizá algo más…

Zumthor ha sido invitado recientemente por la Escuela de Arquitectura Azrieli de Tel Aviv para dar una charla sobre la “presencia en la arquitectura“.

Cocinas típicas, evocando la música, casas sin forma

El arquitecto de Basilea destacó 7 puntos en su visión de la presencia:

  • alargar el Ahora: “la presencia es como un hueco en el flujo de la historia, donde de repente no es ni pasado ni futuro”;
  • como un árbol: “Miro a un árbol y el árbol no me dice nada”. Un árbol, según Zumthor, es un objeto digno de fascinación y admiración, por su ausencia de pretensiones. Un árbol es un ser puro de “presencia obsoleta”. En sus términos simples: “Nada especial: increíblemente poderoso”;
  • “construcción pura”: para explicar este concepto, Zumthor explicó su reacción ante un encargo tan difícil como crear el edificio del Museo del Terror (“la topografía del terror”) en el antiguo cuartel de la Gestapo en Berlín. “Todo lo allí ocurrido me vino a la mente. Era un centro de destrucción (…). No puedo hacer nada aquí -se dijo- (…). ¿Cómo puedo encontrar la forma?”. Así que se decantó por ser fiel a su dificultad para encontrar la forma… Un edificio “sin significado, sin comentarios”;
  • el epítome de una cocina: o “hazla típica, y luego se convertirá en especial”. Para Zumthor, expresiones del tipo “es bonita, pero difícil de usar” son propias del “típico arquitecto”. En una ocasión, explicó a sus estudiantes que hicieran una cocina típica. El ejercicio “demostró el hecho de que, cuando haces algo realmente típico, se convierte en especial”;
  • la forma sigue cualquier cosa: partiendo de la célebre máxima “forms follow function“, Zumthor aclara que “para mí, la arquitectura no tiene que ver principalmente con la forma, nada de eso”. El arquitecto creó un simposio bajo el título “La forma sigue cualquier cosa”. Creo, dice, “que es un gran título (…) la arquitectura se puede usar para hacer cualquier cosa. (…) La forma está abierta”;
  • la casa sin forma: cuando impartía clases en Harvard, Zumthor encargó a sus estudiantes el diseño de una “casa sin forma” para alguien con quien compartieran una relación estrecha, emocional. Pretendía inspirar un nuevo tipo de espacio, descrito por sonidos, olores y descripción verbal. “Cuando observo este tipo de casa sin forma, lo que más me interesa es el espacio emocional”;
  • evocando la música: Peter Zumthor propone la Sonata número 2 en Mi bemol mayor para Viola y piano de Johannes Brahms interpretada por Kim Kashkashian. “Recuerdo cuando escuchaba esta pieza. (…) tras un fragmento de un segundo, ya estaba en ella. La música tiene esta capacidad de ir directamente al corazón, mucho más que la arquitectura. Para mí la música puede cambiar la química dentro tuyo”.

Las ideas no se pierden (sí se pueden pervertir)

La idea de Peter Zumthor sobre la existencia y su propósito en ella, la arquitectura, podría resumirse en la trayectoria del que debía ser el Museo del Horror en Berlín.

La obra paró en 1994 y permaneció parada una década hasta lograr nuevos fondos, pero los cambios políticos readjudicaron el proyecto. Pero la idea del museo “sin significado ni comentarios” fue recuperada por el arquitecto al llegar un nuevo encargo: el Steilneset Memorial de Noruega.

El memorial, en este caso una ligera y alargada estructura inspirada en andamios compuesta por marcos prefabricados de madera, compuso en el paisaje desnudo peinado por el viento un sistema binario de “vacíos y estacas” que envuelven una estrecha pasarela interior.

Según el arquitecto suizo, “las ideas nunca se pierden. De alguna manera, una vez has encontrado algo como arquitecto, has trabajado en algo, siempre puedes recuperarlo.”

10 edificios de Peter Zumthor

Recopilamos algunos de los edificios obra de Peter Zumthor, la mayoría situados en un radio de apenas 60 kilómetros del nordeste suizo.

1. Capilla de San Benedicto (Sumvitg, Graubünden, 1988)

2. Estudio-vivienda Zumthor (Haldenstein, Graubünden, Suiza)

3. Capilla del Hermano Klaus (Wachendorf, Eifel, Alemania, 2007)

4. Casa Truog Gugalun (Versam, Suiza, 1994)

5. Casa de invitados (Leis, Vals, Suiza, 2009)

6. Viviendas sociales para la tercera edad (Masans, Graubünden, Suiza, 1993)

7. Termas (Vals, Suiza, 1996)

8. Museo Kolumba-Diözesanmuseum (archivo diocesano en Colonia, Alemania, 2007)

9. Memorial Steilneset (Vardø, Noruega, 2011)

10. Pabellón en Serpentine Gallery (Londres, Reino Unido, 2011)