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¿Plenitud a los 100? Japón y los avances en esperanza de vida

En Japón, el 27% de la población tiene más de 65 años, la mitad de la población tiene más de 50 y el número de fallecimientos ha superado a los nacimientos desde hace más de una década; Japón es el campo de pruebas de una nueva Frontera humana, que aspira a extender la calidad de vida hasta edades que se acercan a la centuria.

¿Es Japón la primera geronto-sociedad? ¿Puede un país avanzado mantener su nivel de vida, sus infraestructuras e instituciones con una población cada vez más envejecida? ¿Qué ocurre cuando la población dependiente dificulta la solidaridad entre generaciones para financiar pensiones y beneficios al final de la vida?

Tanto la Administración japonesa como los expertos creen que no hay una solución sencilla y directa a un problema complejo: la apertura al exterior, la automatización y un estilo de vida activo y mejor salud física y mental de los mayores forman parte de la solución.

El Neo Tokio al que hemos llegado

Gracias a los hipotéticos excesos futuros de Neo Tokio evocados en Akira, Neuromante y otras obras, la pujanza comercial de la electrónica y el automóvil japoneses en durante los años 70 y 80 suscitó la admiración y el recelo de europeos y, sobre todo, estadounidenses.

Más de 3 décadas después de que William Gibson se inspirara en la prefectura de Chiba para situar el epicentro de la sociedad del futuro, Japón ha dejado de ser el gran candidato a superar la pujanza de Estados Unidos y explora, en cambio, una nueva Frontera de la humanidad: el trabajo y la vida plena hasta edades cada vez más avanzadas.

La deflación técnica que vive Japón desde inicios de los 90 no están sólo relacionados con la rigidez laboral, el nivel de deuda o la depreciación inmobiliaria. Pasearse por cualquier barrio de Tokio durante horas o días implica apreciar nuevos ritmos y compases, pero también una nueva mirada a la tercera edad: cuando la mayoría adulta supera la madurez, la “vejez” empieza a ser un término relativo.

Ningún fenómeno estructural en el país se explica sin tener en cuenta los efectos de viejas leyes, que han influido sobre el envejecimiento de la población tras las medidas de control de natalidad de finales de los años 40; y han mantenido la rigidez del rol de género en el país desarrollado con mayor desigualdad en sueldos y tasa de ocupación entre hombres y mujeres.

Cuidado personal a ambos extremos de la vida

Los afortunados que vivimos en sociedades que han aumentado radicalmente la esperanza de vida en las últimas décadas, hasta superar holgadamente los 80 años, hemos oído en círculos familiares ocurrencias en torno a paralelismos entre el día a día de retoños y ancianos: que si hoy día hay más ancianos que retoños sentados en torno a la sobremesa veraniega, que si la industria del cuidado gerontológico sustituye la del cuidado para bebés…

Y de la charla ligera de sobremesa a la realidad: en Japón, país en que el número de mayores (60 o más años) sobrepasó al de niños (14 o menos años) en 1997, registró menos de dos décadas más tarde, en 2014, el hito de vender más pañales para adultos que pañales para bebé.

Japón es también el país con un mayor porcentaje de habitantes (sobre una todavía más que considerable población de 127 millones de habitantes) con 100 años o más: el 0,048% de los japoneses supera el siglo de vida, por el 0,041% en Italia, el 0,034% en Uruguay, el 0,031% en Chile o el 0,031% en Francia.

Un año después de que se produjera el hito de los pañales para adultos, cuyo único interés consiste en prestarse convenientemente a simbolizar la transición del mundo desarrollado hacia la complacencia y un decrecimiento más hipotético que realista, visitamos Japón. Era el verano de 2015, y empezaba a notarse a pie de calle la apertura del país a la inmigración, sobre todo procedente de los países de su periferia y de los países occidentales.

La tarea quijotesca de combatir la inercia

La resistencia histórica de Japón a la inmigración fraguó a una sociedad que, tras el trauma de la II Guerra Mundial y la capitulación post-atómica, transformó su gregarismo desde el esfuerzo bélico a la creación de una sociedad de consumo y la producción de manufacturas para su exportación. En paralelo, la población pasó de los 44 millones de inicios del siglo XX a 128 millones en 2000, cuando ya había empezado el retroceso poblacional.

El boom de natalidad de finales de los años 40 explica el aumento de los decesos en los últimos años con respecto a los nacimientos. La media de edad en Japón alcanza los 46,3 años, una madurez de la población sólo comparable a la que registra el Sur y Este de Europa, con una tasa de natalidad que avanza hacia un cambio natural de la población negativo.

Durante nuestro periplo familiar por las principales aglomeraciones de la isla de Honshū, nos topamos, por el contrario, con una sociedad tan ordenada en la gestión de grandes flujos como atenta y esforzada con el visitante forastero: el goteo de colas matemáticas en trenes y metros; el baile coordinado entre tráfico y pasos de viandantes en zonas céntricas; la convivencia entre las vías rápidas en pasos elevados y los niveles inferiores con tiendas, peatones y tráfico pacificado; la autonomía de grupos de niños desplazándose por sí mismos en pleno centro de Tokio…

El peso de la costumbre

¿Cómo una sociedad legendariamente gregaria y disciplinada tanto en códigos sociales como en el devenir cotidiano ha sido incapaz de revertir con políticas estatistas tendencias incubadas con una inercia de décadas, tales como el envejecimiento de la población, la deflación técnica —relacionada con el estancamiento de la población— o una deuda exterior que en 2018 ha alcanzado el 258% del PIB?

Sin el fomento de la inmigración controlada, Japón sería incapaz de cubrir vacantes laborales, mantener su Estado del Bienestar o, simplemente, evitar el decrecimiento de una población cada vez más envejecida, que pasaría desde los 127 millones actuales a los 85 millones a finales del presente siglo.

De momento, tanto Japón como Corea del Sur muestran más reticencias culturales a trabajadores inmigrantes que Estados Unidos, Reino Unido, Italia o Alemania, muestra Isabel Reynolds en un artículo para Bloomberg.

Crisis de bebés

Un puñado de estadísticas expresan la dialéctica entre la tasa negativa del crecimiento vegetativo de la población del país y el esfuerzo, inédito hasta los últimos años, de captar a trabajadores extranjeros dispuestos a echar raíces en un país cuya cultura ha cultivado un celoso hermetismo:

  • en 2017 nacieron 946.060 bebés en Japón, con una tasa de natalidad estancada en el 1,47% (es todavía inferior el sur de la UE); en el mismo año, el país registró 1.340.433 muertes en el mismo periodo, con una diferencia negativa de 400.000 personas;
  • el número de trabajadores extranjeros registrados, tradicionalmente marginal, ha aumentado radicalmente en la década presente, pasando de 300.000 en 2007 a 1,3 millones en 2017 (de momento, sólo un porcentaje de estos trabajadores recibe el estatus de residente permanente).

La cifra es todavía tímida en comparación con los trabajadores foráneos activos en Alemania y Reino Unido, que ambos casos superan los 3 millones. Pero la clase política de Japón, con una población mayor y todavía más envejecida, se resiste a pagar un precio político por la apertura de su mercado laboral: el partido del primer ministro Shinzō Abe, los demócratas liberales del PLD, mantienen una estratégica ambivalencia con respecto a las medidas de apertura, tal y como explica Mitsuru Obe en Nikkei Asian Review.

Mientras tanto el país debate medidas para fomentar la natalidad, consciente de fenómenos como el aparente desencanto de un elevado porcentaje de la juventud japonesa con respecto a las relaciones de pareja.

Los hijos del boom de natalidad

La postura de Abe con respecto a un Japón más joven y cosmopolita apunta a un pragmatismo también observado en la liberalización de sectores como el del juego, que hasta ahora conformaban la columna vertebral del crimen organizado y había fortalecido a la yakuza.

A medida que la cohorte “baby-boomer” (nacida con la explosión de natalidad de mediados del siglo pasado) dirime si debe continuar trabajando o aparcar la vida laboral de manera definitiva, los sectores de la economía que demandan mayor esfuerzo físico contrarrestan el envejecimiento de sus plantillas con obreros cualificados de países asiáticos con menor renta, como Vietnam, China y Filipinas.

Mientras Tokio acelera sus proyectos de infraestructuras para acoger los Juegos Olímpicos de 2020, un tercio de los trabajadores del sector de la construcción en el país tienen 55 o más años, mientras la plantilla con 29 o menos año s supone apenas el 11%.

Y mientras el urbanista Richard Florida se pregunta sobre las ciudades que relativizarán la importancia de Silicon Valley en el desarrollo de la industria tecnológica (apostando, como todo el mundo, por China, y descartando —también como todo el mundo— a Europa Occidental y Japón), otros académicos prefieren explorar otra Frontera igual de estratégica: la de la extensión de la calidad de vida hasta alcanzar edades que se acercan a la meta simbólica del “siglo de vida”.

La vida a los 100 años

A mediados de 2016, la académica Lynda Gratton publicó un ensayo al liderazgo de Japón en lo que ella llama “la vida a los 100 años“.

El libro apenas interesó al público occidental pese a las buenas reseñas; no ocurrió lo mismo en Japón, donde la versión traducida se situó entre los ensayos más vendidos, donde ha permanecido desde entonces.

Leo Lewis explica en un artículo para el Financial Times que, en Japón,

“la tesis central del libro —el hecho que los individuos, las instituciones, el gobierno, las finanzas y las infraestructuras requieren una preparación urgente para una época en que millones pueden aspirar razonablemente a vivir un siglo— tocó la fibra sensible [de la población]. Se convirtió en un gran éxito de ventas, transformando el debate público y cristalizando lo que había sido una discusión turbia sobre esperanzas y temores en torno a la demografía.”

Hasta ahora, la opinión pública japonesa se había centrado en los relatos en torno a las peores consecuencias de una población envejecida e incapaz de mantener a flote su crecimiento vegetativo; el ensayo de Lynda Gratton analiza también las oportunidades de una sociedad envejecida, pero con un alto poder adquisitivo y un estilo de vida que retrasa los efectos degenerativos de la senescencia.

Vejez y filosofía de vida

En 2017, por ejemplo, el grupo demográfico mayor de 59 años aumentó su gasto de un modo proporcional a las expectativas de mantener una buena salud y un estilo de vida activo hasta edades cada vez más avanzadas: el consumo de automóviles, teléfonos inteligentes o paquetes turísticos se beneficia del nuevo escenario.

Mientras robótica y algoritmos asumen tareas que hasta ahora habían permanecido manuales, aparecen equipamientos hasta ahora asociados con la primera edad adulta que se adaptan a una clientela con edades más avanzadas, tales como centros deportivos y de cuidado personal.

Florian Kohlbacher, experto en demografía japonesa, cree que el dinamismo de la “tercera edad activa” debería haberse notado antes, si bien mantiene la convicción de que el país asiático puede convertir su supuesto hándicap generacional en una ventaja para innovar en el terreno del envejecimiento y la calidad de vida más allá de los 80 años y con el objetivo a medio plazo de generalizar una existencia plena que convierta a la centuria en la nueva normalidad (la esperanza de vida en Japón, la más alta entre los países con población significativa, es de 87 años).

Energía vital

Los expertos se preguntan si los cambios en patrones de consumo acabarán reflejándose también en la filosofía de vida de una población que extiende su plenitud física y mental: patrones de voto, actitud en inversiones o participación social, entre otros fenómenos, se orientan hacia posiciones más conservadoras a medida que la senescencia mina las fuerzas y autoestima de quienes alcanzan edades hasta hace poco consideradas avanzadas.

¿Puede una tercera edad mayoritariamente activa y en buenas condiciones físicas y mentales comportarse con el optimismo de quien se cree todavía con una larga vida por delante?

El experimento japonés inspirará evoluciones similares en varios países de la Europa mediterránea, en los que la baja tasa de natalidad, la elevada esperanza de vida y una tasa de ocupación moderada obligan a innovar.

Habrá que empezar con el ánimo de Pitágoras, al declarar:

“Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida.”