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Por qué la construcción residencial necesita nuevos manifiestos

El canal de YouTube kirstendirksen es una puerta que muchos tenemos al descubrimiento de la vida, ideas, valores, proyectos y esperanzas de todo tipo de personajes, la mayoría de los cuales se han convertido en amigos y han enriquecido nuestra visión de las cosas.

Picar a la puerta de creadores, arquitectos, aficionados a la construcción o personas que prefieren considerarse ciudadanos de a pie es un ejercicio a veces dificultoso, pues implica exponer el proyecto y/o existencia de personas que, luego, observarán cómo decenas o centenares de desconocidos comentan sin ningún reparo sobre todo tipo de aspectos que conforman su intimidad.

El ejercicio requiere en ocasiones coraje, pese a encontrarnos en un momento histórico en el que la promoción interesada de la «transparencia» en Internet se convirtió en exhibicionismo.

Poco a poco, tomamos conciencia de que nuestra proyección en la Red no está desvinculada de la vida real y, por tanto, debemos aprender a proteger nuestra esfera privada, respetar la privacidad de otros como lo haríamos en situaciones cotidianas, y defender la salubridad del debate público.

No es sencillo. El chirrío de algún comentario tóxico cuyo cinismo o causticidad causen reacción se convierte a menudo en foco de atención por el simple hecho de deformar o caricaturizar una situación.

Observación entre bastidores de las comunidades virtuales

Más allá del fenómeno de la popularidad y contagio de los comentarios más tóxicos en plataformas como YouTube (creados por una minoría sobrerrepresentada), todos estos años de investigación en *faircompanies y apoyo a la labor de Kirsten con los vídeos han enriquecido mi visión del mundo. Espero poder devolver este regalo con el esfuerzo de hacer evolucionar la conversación, que será convenientemente compartida.

Esta conversación se ha convertido, en realidad, en una rica metaconversación sobre estilos y filosofías de vida, arquitectura y retazos de la condición humana y el zeitgeist que nos ha tocado a todos. El contenido del sitio y el canal de Kirsten en YouTube son, en esencia, elementos de un todo. Este todo es un sistema «emergentista» con su propia ecología, pues el significado del conjunto es superior a la suma individual y aleatoria de las partes.

Muchos de los sitios y canales de YouTube nacidos y mantenidos con el cebo de clics como objetivo principal y casi único, son incapaces de comportarse como sistema y carecen de entradas aleatorias a una meta-inteligencia documental que, humildemente, sí creo que *faircompanies y el canal «kirstendirksen» podrían ofrecer.

Habitat 67, Cité du Havre (Montreal, Canadá). Con motivo de la Expo de 1967 celebrada en Montreal, el arquitecto Moshe Safdie firmó un edificio-ciudad de 12 plantas de altura, compuesto por 354 encofrados de hormigón prefabricados y de idéntico tamaño dispuestos en combinaciones aparentemente aleatorias

Varias personas sin relación entre sí han corroborado esta impresión, y la utilidad para numerosas personas del fruto de un trabajo concienzudo que se extiende ya unos años nos hace mantener un cierto optimismo en los protocolos que, ensamblados, han armado esta capa neural que llamamos Internet y que hoy padece de centralización, cámaras de eco, solipsismo y amplificación onanista/solipsista de actividades de usuarios rentables para las plataformas (que las facilitan y promueven a través de algoritmos).

¿Una herramienta concebida para compartir que genera aislamiento?

En octubre de 1995, un simposio celebrado en el MIT congregó a algunas de las personalidades que habían contribuido a hacer Internet una realidad, para celebrar una efeméride: se cumplía el 50 aniversario de la publicación del artículo en The Atlantic en el que el ingeniero e inventor Vannevar Bush describía su máquina de conocimiento neural, Memex, un dispositivo que albergaría todo tipo de conocimiento multimedia al que podríamos acceder a través de una interfaz intuitiva.

Como ocurre con el propio pensamiento, la infinidad de referencias cruzadas entre los elementos de esta rica base de datos multimedia podría explorarse al azar; bastaba con seguir el atajo o referencia que uno deseara para combinar documentos o saltar de uno a otro.

Décadas después, el concepto de Memex se enriqueció con aportaciones como el Proyecto Xanadú del científico computacional avant la lettre Ted Nelson, que tomaba las reflexiones de Memex y las trasladaba a una arquitectura práctica que hoy conocemos como hipertexto.

Aupado a los hombros de estas ideas y de los protocolos técnicos que permitían la comunicación telemática de computadoras con independencia de su sistema operativo y características, la mayoría creados en un departamento financiado con fondos militares (DARPA), Tim Berners-Lee, un experto en computación europeo, desarrollaba años más tarde en el CERN de Ginebra el conjunto de estándares que hoy conocemos como la World Wide Web (se cumplen 30 años de la Web, cuyo primer servidor se activó en 1989).

De vuelta a la celebración del 50 aniversario del artículo de Vannevar Bush para The Atlantic donde explicaba su visión de Memex. Cuando llegó el turno a Tim Berners-Lee, el programador británico aseguró compartir con los presentes, así como con el propio Vannevar Bush:

«un sueño que tomaba la forma de convicción: una red telemática que se comportara menos como una televisión y más como «un mar interactivo de conocimiento compartido».

Hacia la descentralización

El recorrido de esta herramienta entonces marginal ha sido fulgurante, como lo es su ubicuidad en nuestra vida cotidiana. Empezamos a ver las implicaciones éticas y existenciales de un medio fácilmente instrumentalizable, ya sea con intereses comerciales como propagandísticos o de vigilancia.

La expansión del riesgo sistémico (en forma de concentración de servicios usados por la mayoría en un puñado de empresas privadas, que velan por sus intereses económicos en detrimento de la salud de usuarios y sociedades) origina también sus anticuerpos de peso, a partir de llamadas a participar en lo que muchos llaman «Internet descentralizada», o protocolos y servicios que devuelvan a los usuarios el estatuto de «ciudadanos-creadores» de pleno derecho en la Red, propietarios de su contenido y actividad y poseedores de derechos y obligaciones inaliebables.

Se fraguan nuevas ideas para crear un nuevo «contrato social» en la Red, voluntario y descentralizado, que se materializa técnicamente en protocolos y arquitecturas descentralizadas (P2P) que, como blockchain o Solid (este último protocolo, promovido por el propio Tim Berners-Lee), permiten el intercambio de valor de manera segura y a prueba de falsificación, sin depender de intermediarios ni de infraestructuras centralizadas.

El metabolismo de la Red evoluciona con un debate que gana calado sobre alternativas descentralizadas y difíciles de instrumentalizar, como también lo hace, o debería hacerlo, el debate en torno a los otros grandes problemas de nuestro tiempo.

Anclados en modelos urbanísticos escleróticos

El urbanismo y la arquitectura se encuentran también en un punto de inflexión: al problema del acceso a la vivienda para jóvenes y desfavorecidos en las regiones más dinámicas del planeta, se une el estancamiento normativo y tecnológico de regulación urbanística y construcción residencial.

En muchos lugares del planeta, como ocurre en California, el aumento de la prosperidad ha ido de la mano de políticas regresivas en construcción residencial, orientadas a sustituir la densificación urbanística y el transporte público por un modelo suburbano de viviendas unifamiliares y un modelo de transporte que depende exclusivamente del vehículo privado.

En Estados Unidos, la zonificación unifamiliar y excluyente desembocó tras la II Guerra Mundial en un modelo urbanístico de separación del territorio por comunidades y usos exclusivos: el centro urbano de las ciudades perdió su clase media, diseminada en suburbios de viviendas unifamiliares, a su vez separadas de otras comunidades por barreras técnicamente infranqueables, como grandes infraestructuras viarias; en paralelo, surgían las zonas comerciales dedicadas.

Mientras Norteamérica consolidaba un modelo urbanístico disgregado y segregado de facto cuyo único nexo de unión era la obligación normativa de dedicar un porcentaje desproporcionado de plazas de aparcamiento por cada vivienda construida, Europa Occidental experimentaba —sin mucho éxito— con modelos urbanísticos más densos y aglutinados en torno a poblaciones ya existentes para facilitar tanto la movilidad —en este caso, más atenta a la evolutiva del transporte público— como el acceso a la vivienda.

En paralelo, se consolidó la disonancia cognitiva de la clase media europea entre la realidad cotidiana (una prosperidad periurbana asociada al edificio de pisos) y el modelo presente en el cine y los medios de masas: la prosperidad material de la cultura individualista estadounidense, asociada a paisajes amplios, vehículos sobredimensionados, viviendas unifamiliares y desplazamientos continuos en vehículo privado.

Más allá de la dicotomía casa/apartamento

La dependencia mediática y cultural europea con respecto a Estados Unidos quizá jugara su rol en la evolución legislativa del urbanismo continental europeo, dominado por la tensión entre dos concepciones de la sociedad y de la vertebración del territorio que ejemplificaron conservadores y socialdemocracia.

Esta tensión se materializó en la Francia de los años 70 y 80:

  • los socialistas en torno a François Mitterrand asumían los postulados de un desarrollo urbanístico denso e igualitarista propuesto desde el fin mismo de la II Guerra Mundial (con la construcción del barrio modernista Cité radieuse (Unité d’Habitation) de Le Corbusier en Marsella;
  • los conservadores en torno a Valéry Giscard d’Estaing promovieron un modelo de movilidad y urbanismo más individualista, lo que se tradujo en la construcción de vías rápidas en París y el resto de grandes aglomeraciones, así como en un urbanismo residencial que sustituía la densidad de los bloques sociales (HLM) por nuevos barrios de viviendas unifamiliares.

En el contexto internacional, los años 60 y 70 fueron especialmente fructíferos en la experimentación en construcción residencial: las viejas aspiraciones del movimiento Bauhaus y Le Corbusier inspiraron los densos barrios periféricos del brutalismo arquitectónico europeo:

  • en Israel, culturalmente indisociable de las principales corrientes de pensamiento europeas, una versión popular y vernacular del estilo Bauhaus encontró terreno fértil en el desarrollo urbanístico de Tel Aviv, que ya en los 70 no podía entenderse sin sus eclécticos edificios de apartamentos de estilo moderno edificados sobre pilares;
  • en el Reino Unido, surgen un brutalismo residencial experimental que rompe con el viejo modelo residencial unifamiliar de raíces victorianas: Londres (Thamesmead, Brunswick Centre —Bloomsbury—), Milton Keynes, Newcastle (Byker Wall), Sheffield (Hyde Park, Park Hill) y otras urbes asistirán al florecimiento sin precedentes de barrios verticales;
  • en Francia, la experimentación encontró terreno fértil en la planificación urbanística de protección oficial; barrios postmodernos con aspecto futurista se elevaron en la periferia de la capital, entre ellos los complejos residenciales Espaces Abraxas y Arènes de Picasso, a cargo de un entonces poco conocido arquitecto barcelonés, Ricardo Bofill;
  • el propio Bofill, miembro del grupo multidisciplinar Taller de Arquitectura, reflexionó sobre la transformación postmoderna del espacio urbano al reconvertir una fábrica de cemento abandonada en Sant Just Desvern (afueras de Barcelona) en su propio estudio, junto al cual se elevaría en paralelo Walden 7, un edificio residencial de apartamentos económicos, modulares, con acceso a luz natural y ventilación cruzada.

Cuando los arquitectos osaban experimentar más allá de la fachada

Una breve nota autobiográfica: crecí en Sant Feliu de Llobregat, no muy lejos de la colina donde se elevan tanto la chimenea de la fábrica de cemento reconvertida del estudio de Bofill como la mole de Walden 7.

De niño, desde el balcón, trataba de comprender el porqué de las formas y color de terracota cocida de un complejo residencial surgido en un contexto histórico, los años 70, en que política local y arquitectura residencial pretendían solucionar déficits sociales y económicos estructurales con un urbanismo inclusivo, intencional, radicalmente democrático.

Originalmente denominado Ciudad del Espacio, el edificio de Sant Just Desvern se inspiró en la utopía de ciencia ficción de Burrhus Frederic Skinner, Walden dos (la cual hace alusión, a su vez, al ensayo de Henry David Thoreau).

Erigido prácticamente como edificio-manifiesto, Walden 7 se concibió como un conjunto organizado de manera «orgánica» (de ahí su volumetría entre aleatoria y racional, prácticamente fractal), del que emergería un «significado» de conjunto superior a la suma de sus partes.

Las unidades del conjunto debían ser viviendas «autogestionadas». Cada una debía contar con planta, tamaño y orientación distintas, si bien siempre debían mantener el acceso a la luz y a la ventilación naturales. El objetivo era crear una pequeña ciudad en vertical en la que «casas» (grandes apartamentos), pisos, calles, tiendas y comercios ofrecieran una oportunidad de interacción reforzada por el apacible clima de la zona, que animaría a usar la mitad de la superficie de planta dedicada a usos comunitarios en forma de ágora.

Dos arcologías: Walden 7 y Habitat 67

El concepto de Ricardo Bofill en Walden 7 guarda estrechos paralelismos con otras construcciones de la época, momento histórico en que marcaba el inicio de la desindustrialización y la crisis de las grandes ideologías que habían dominado el siglo XX.

En paralelo con la evolución social y filosófica de la época, marcada por el postmodernismo, los grandes modelos centralizados de arquitectura residencial con fines sociales empezaban a fragmentarse en diseños que permitieran el dinamismo y la diferencia propias de la condición humana.

El rígido racionalismo de Le Corbusier se atomiza en edificios «metabólicos» o «moleculares», cuyas formas orgánicas están dominadas por la construcción modular y prefabricada, así como el uso de corredores para lograr espacios de encuentro: es el momento de poner en práctica las utopías residenciales para una sociedad que sea capaz de aunar libertades individuales y responsabilidad colectiva.

La arquitectura se alinea, por tanto, con muchos de los postulados del pensamiento de sistemas originado en la cibernética: Internet será el fruto intangible de una mentalidad que, en arquitectura, tendrá el aspecto de Walden 7 y «arcologías» (concepto de edificio-ciudad acuñado por Paolo Soleri, el arquitecto italiano, discípulo de Frank Lloyd Wright y creador de Arcosanti) análogas.

Es el caso del espectacular Habitat 67 en Montreal, complejo de viviendas constituido por 354 módulos rectangulares de hormigón de idéntico tamaño dispuestos de un modo aparentemente aleatorio. Moshe Safdie, el arquitecto israelí-canadiense que proyectó su diseño y construcción con motivo de la Exposición Universal de Montreal en 1967.

Diseños osados para actualizar a Vitruvio

Una década después, el arquitecto neerlandés Piet Blom concebía las «casas cubo», Kubuswoning, un barrio compuesto por viviendas en forma de cubos inclinados 45 grados sobre pilares hexagonales en torno a un espacio común elevado como zona de paso e interacción entre residentes.

Mientras Safdie desarbolaba los postulados de la arquitectura tradicional en Barcelona y París y Ricardo Bofill o Piet Blom hacían lo propio en Europa, en el otro extremo del Mediterráneo el arquitecto israelí nacido en Cracovia (Polonia) Zvi Hecker perseguía desde finales de los años 50 una utopía residencial intencional similar; los edificios de Hecker combinan las tensiones de la cultura occidental: el racionalismo euclidiano de la geometría y el capricho orgánico de la asimetría.

Tal y como Edwin Heathcote remarca en un artículo de 2013 para el Financial Times,

«Un solar de construcción moderno sigue siendo un asunto muy primitivo. La mayor parte de lo que allí sucede, desde excavar los cimientos en el lodo hasta verter el hormigón, desde la construcción de ladrillos hasta colocar tuberías de cobre, sería bastante familiar para un antiguo constructor romano.

«Sin embargo, por un momento a fines de la década de 1960, parecía que las cosas iban a cambiar. Mientras la NASA planeaba aterrizajes lunares, los arquitectos imaginaron nuevas formas de construir: explorar si podríamos vivir en cápsulas, como los astronautas que orbitan la tierra.»

Las cápsulas de Nakagin

En este contexto, ciencia ficción y arquitectura vernacular se dieron la mano para adaptar el pensamiento de sistemas (o la cibernética expuesta por Gregory Bateson en Pasos hacia una ecología de la mente) a una construcción residencial con fines sociales: gracias a la modularidad y a nuevos materiales, era posible establecer estructuras que se comportaran como un todo metabólico compuesto por unidades «personalizadas» por sus habitantes.

En el Japón del boom económico posterior a la II Guerra Mundial, la arquitectura experimental trató de solventar la elevada densidad urbanística y la escasez de viviendas asequibles próximas al lugar de trabajo con nuevos conceptos modulares.

Influidos por la utopía futurista de los diseños del grupo británico Archigram, un grupo de arquitectos japoneses se sumó al manifiesto del movimiento metabolista. Uno de sus integrantes de mayor proyección, Kishō Kurokawa, firmaba en 1970-72 otro «edificio manifiesto», la «torre de cápsulas» Nakagin en Tokio.

La Nakagin Capsule Tower está compuesta por una estructura central fija de dos torres de hormigón, en torno a las cuales se disponen de manera aparentemente aleatoria 140 módulos prefabricados (o «cápsulas»), atornillados al núcleo. Tanto el edificio como las cápsulas destacaban por una modernidad radical orientada al cotidiano individual de los profesionales urbanitas que permanecían en el centro de Tokio varios días a la semana por cuestiones prácticas.

A diferencia de Walden 7, Habitat 67, Kubuswoning o los barrios residenciales brutalistas más emblemáticos, la Torre Nakagin padeció un rápido deterioro y su demolición parecía segura hace una década. Desde entonces, ni siquiera el temor a que el edificio sea capaz de soportar un terremoto especialmente violento han impedido que surjan voces en Japón y en el resto del mundo a favor de su restauración, dado su valor simbólico y arquitectónico.

Mejorar nuestro metabolismo

El crítico arquitectónico del New York Times Nicolai Ouroussoff apelaba en 2009 a la preservación de la torre Nakagin, una arquitectura que calificó de magnífica por la radicalidad de su propuesta. Como los vehículos conceptuales, los edificios residenciales conceptuales deben ayudarnos a imaginar con ingenuidad la posibilidad de nuevos modelos:

«Como todos los grandes edificios, [Nakagin Capsule Tower] es la cristalización de un lejano ideal cultural. Su existencia también actúa como un poderoso recordatorio de caminos no tomados, de la posibilidad de mundos moldeado por diferentes valores.»

A diferencia de la transmisión del conocimiento o el transporte, la construcción residencial no ha modificado radicalmente sus postulados desde la época romana, recordaba Edwin Heathcote en el Financial Times.

El estancamiento tecnológico no es el único reto que la construcción residencial debe superar. El precio del suelo y la especulación inmobiliaria no se entienden sin asociarlos al propio origen del concepto jurídico de propiedad y a la transmisión de riqueza desde la Ilustración.

Tanto tecnología como mentalidades (el zeitgeist de nuestro tiempo) perecen preparadas para experimentar con la ingenuidad y radicalidad de los modelos orgánicos, modulares y metabolistas de los complejos residenciales mencionados.

El próximo medio siglo

Hace 50 años, un grupo de jóvenes arquitectos se abría al estudio multidisciplinar con la tarea quijotesca de mejorar la sociedad a través de una arquitectura intencional y democrática, que debía combinar calidad y acceso transversal de la sociedad.

Muchas de las nuevas propuestas no lograron varios de sus objetivos, desde el carácter asequible a la calidad del mantenimiento o la amplia representatividad social de propietarios e inquilinos. Todos ellos, sin embargo, constituyen un intento ingenuo y experimental necesario para aportar mejores modelos para el futuro.

Si hay un momento en las últimas décadas en que parece necesario regenerar el diseño del lugar donde vivimos, es hoy, cuando la prosperidad material ha originado una desigualdad que, sobre la práctica, ha creado sociedades paralelas divididas por el acceso a la vivienda.

A finales de los años 60, el futuro parecía abandonar al fin las limitaciones arcaicas de un legado constructivo anclado en cánones de otras épocas y existía la licencia para experimentar. Es momento de reivindicarla y crear nuevas utopías residenciales. Aunque éstas se queden en un simple manifiesto.

A partir de sus faltas y abstracción, los manifiestos inspiran mejores modelos.