(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Por qué los árboles urbanos son un recurso estratégico

Una de las narrativas más contraproducentes de las últimas décadas ha consistido en difundir la idea de que el aumento de las temperaturas y eventos climáticos extremos nos afectarían con la asimetría de siempre: los lugares más pobres —y a menudo más poblados y más próximos al ecuador— padecerían la mayor parte de las consecuencias.

Esta falacia que relaciona correlación con causalidad reforzó la dicotomía narrativa entre países desarrollados y en desarrollo que sustituyó viejos mecanismos de dependencia colonial por una relación de subordinación:

  • primero, se estableció una dependencia técnica y humanitaria entre el resto del mundo y las dos superpotencias durante la Guerra Fría;
  • luego, la narrativa del dominio de Occidente en respecto al resto del mundo se expandió a partir de los ochenta, con la caída del Muro de Berlín y el capitalismo neoliberal;
  • y, en las últimas dos décadas, la nueva política China de ayuda al desarrollo a cambio de materias primas transforma la relación de poder en el mundo.

Ocurre que los eventos de clima extremo, que se aceleran en todo el mundo, no entienden de narrativas y eventos como megaincendios, sequías y olas de calor (o de frío) no tienen por qué ocurrir de manera gradual con respecto a lo cercano o alejado que se encuentre un territorio del ecuador, o área del planeta que recibe mayor radiación solar anual.

Bochorno en la latitud 50 grados norte

La agenda informativa no sorprende ya al anunciar temperaturas superiores a 40 grados Celsius en la Siberia más septentrional, al norte del Círculo Polar Ártico; también nos acostumbramos al anuncio devastadoras temporadas de incendios en las zonas templadas de Oceanía o de la Costa Oeste de América del Norte; los incendios del invierno austral dan paso a incendios muy similares en el hemisferio norte.

Más que interceder para que los lugares más azotados por estos eventos establezcan estrategias de prevención (proactivas) y eviten resignarse al fatalismo de la actuación ante la catástrofe inevitable (estrategias reactivas), el público decide mirar a otro lado, como si estos eventos se situaran en el ámbito de lo inevitable y poco matizable, como el propio cambio climático.

Las olas de calor padecidas por Europa Occidental a principios de siglo azotan ahora lugares septentrionales que recientemente han registrado temperaturas más elevadas que ciudades mucho más cercanas al ecuador y con climas mucho más áridos.

En Estados Unidos, el calor mata a más gente anualmente que tornados, huracanes y otros eventos climáticos extremos: 12.000 personas al año según la Administración de Estados Unidos. En la costa noroeste del país, cientos de personas han fallecido a causa de una ola de calor que ha causado estragos en Oregón y Washington (Estados Unidos), así como en la Columbia Británica, al otro lado de la frontera con Canadá.

Cuando el calor se hace peligroso

A inicios de junio de 2021, Lytton, una localidad en la Columbia Británica con alrededor de 1.000 habitantes, registró en varias ocasiones la temperatura más elevada de su historia, con el termómetro a 49,5 grados, más elevada que los 47,2 grados Celsius de Las Vegas (2.000 kilómetros al sur), una temperatura ya de por sí elevada en la ciudad en pleno desierto de Nevada.

Replegados en equipamientos municipales y las escasas viviendas con aire acondicionado, los habitantes de Lytton tuvieron que abandonar su casa cuando se declaró un incendio, originado y acrecentado por el calor inusual.

La región del noroeste de Estados Unidos y del suroeste de Canadá, en la costa del Pacífico, destaca por su elevada pluviometría e inviernos exigentes; sin embargo, localidades de esta región, a una latitud (50 grados norte) similar a la de Londres o Bélgica, han registrado temperaturas que han superado en más de 15 grados las anteriores máximas, y tanto infraestructuras como la propia población han padecido las consecuencias.

Eventos tales como olas de calor que convierten entornos conocidos por su tradición de deportes invernales en lugares más calurosos que las zonas desérticas del mundo transforman no sólo nuestra visión de lo que conocíamos del mundo, sino que suscitan la reacción instantánea: la falta de concreción de un problema difuso y diferido como el cambio climático es noticiable y de interés cuando la población se enfrenta a olas de calor que matan a centenares de personas entre Portland y el norte de Vancouver, o cuando vehículos, cables o vías férreas de la zona dejan de estar operativas por un deterioro ocasionado por el calor.

La mayor asiduidad y carácter cada vez más extremo de estos acontecimientos anulan la estrategia política de quienes creen que modificaciones incrementales o incluso ninguna actuación son preferibles a cualquier intento por mitigar los efectos del calentamiento global.

Sin nieve que refleje la radiación solar

El debate entre mitigación o solucionismo (o eventual desarrollo métodos para protegernos de los eventos extremos o incluso para modificar el clima a través de la geoingeniería) pierde su importancia cuando virtualmente cualquier zona del mundo puede padecer situaciones extremas que aumentan la mortalidad.

Un estudio en España asocia la mayor asiduidad de noches especialmente calurosas (con una temperatura superior a 25 grados) con un repunte de mortalidad del 16% entre las poblaciones más vulnerables.

A corto plazo, la ola de calor en el Noroeste del Pacífico disparará la instalación de aparatos de aire acondicionado en una región que no los había necesitado hasta ahora; a largo plazo, la inhospitalidad obligaría a una adaptación mucho más compleja.

El periodista medioambiental Eric Holthaus explica cómo una localidad como Lytton pasó de asociarse con los deportes de invierno a registrar temperaturas superiores a las registradas jamás en ciudades como Houston, urbe tejana influida por el a menudo asfixiante clima del golfo de México: el cambio climático no calienta sólo la superficie del planeta, sino la troposfera (la capa más baja de la atmósfera, donde se manifiesta el tiempo meteorológico).

En condiciones de deshielo temprano como ocurre en los últimos años, la ausencia de nieves y glaciares reduce la protección de la superficie contra la radiación solar, y el suelo de zonas frías y elevadas de regiones como la Columbia Británica se calienta con una rapidez hasta un 75% a partir de los 2.000 metros de altura. Un estudio de 2015 confirma este fenómeno.

Un elemento estratégico infravalorado: el árbol urbano

Combinada a la ola de calor de finales de mayo e inicios de junio de 2021 en el Noroeste del Pacífico, la megasequía en la costa del Pacífico de Estados Unidos recuerda que la región, una de las más prósperas del mundo, no puede permitirse el lujo de la inacción. Los incendios, especialmente cruentos en los últimos años, podrían sumarse a los otros eventos.

Si la política de la inacción o los cambios incrementales no revertirán los efectos del aumento de las temperaturas materializados en eventos como los expuestos, la tentación del solucionismo tecnológico podría suscitar falsas esperanzas u ofrecer una coartada a negacionistas y fatalistas para no cumplir con objetivos pactados como la reducción de emisiones con efecto invernadero.

A medida que las olas de calor transforman las ciudades en lugares inhóspitos durante días o semanas, estudios sobre la temperatura local en centros urbanos como Londres, Nueva York y varias zonas suburbanas de Estados Unidos confirman que la tecnología más efectiva para suavizar localmente las temperaturas en zonas urbanas es conocida, económica y deseable por la población: plantar árboles.

Las zonas arboladas de una ciudad pueden reducir el termómetro varios grados, además de combatir la polución derivada del tráfico o la climatización. Además, los árboles aumentan la biodiversidad urbana y proporcionan tanto hábitat como alimentos y sombra.

Si bien su acción no es reducible meramente a su rendimiento en tanto que sumidero de carbono, un árbol maduro puede absorber hasta 150 kilogramos de CO2 al año, además de refrescar y mejorar la calidad del aire en una pequeña proporción que, constituida en miles de árboles, garantiza la habitabilidad de las ciudades.

Solución low-tech con mayor efectividad que cualquier otra

A menudo olvidamos que, a diferencia de soluciones puramente tecnológicas como bombas de calor, los árboles proporcionan numerosos beneficios difíciles de reducir a un listado meramente utilitario: los árboles mejoran el estado del suelo y ayudan a retener el agua y la humedad, con lo que evitan inundaciones y fenómenos como la erosión del suelo; asimismo, los árboles almacenan CO2, regulan la temperatura y proporcionan hábitat a varias especies.

Catrin Einhorn recuerda en un artículo para el New York Times que plantar árboles es la inverisón más rentable para aumentar la resiliencia de las ciudades con mayores disparidades de habitabilidad entre los barrios arbolados y las zonas urbanas con menos vegetación.

El caso de Los Ángeles evidencia esta disparidad en el arbolado urbano y los efectos que produce sobre la población: zonas como Bel-Air hacen honor a su nombre y sus calles de viviendas unifamiliares con árboles frondosos relativizan los efectos locales de cualquier día de bochorno.

En otras zonas de la ciudad, la ausencia de árboles y marquesinas, así como estaciones de autobús donde apenas existe un poste informativo, se transforman en una ausencia crónica de zonas de sombra que padecen los más vulnerables: quienes trabajan en estas zonas dominadas por el asfalto y el cemento, quienes se desplazan en transporte público y quienes viven en la calle.

Hacia un nuevo urbanismo que integre más árboles

Las ciudades empiezan a velar por la salud de sus árboles más longevos. La sombra de los grandes árboles reduce el consumo de aire acondicionado e incrementa la habitabilidad de un lugar: a la sombra de calles arboladas, la vida sigue su curso incluso en días calurosos y ni juego ni rendimiento en el trabajo se resienten de manera perceptible.

Un estudio británico estima que los árboles londinenses ahorraron a la ciudad 6.500 millones de dólares en climatización entre 2014 y 2018; esta cifra aumentará dramáticamente en los próximos años.

Existen métodos de construcción y urbanismo —nuevos o ancestrales— capaces de fomentar una mayor simbiosis entre edificios y entorno; las ciudades exploran políticas de movilidad capaces de reducir la combustión, así como usos en calles y parques capaces de mejorar tanto la habitabilidad como regular el clima local y, de paso, reducir las emisiones.

Velar por la salud de los árboles en las ciudades regula, por tanto, los usos de las calles con sombra abundante (el bienestar de la población), la biodiversidad, la polución producida por partículas en suspensión y la temperatura. Los árboles actúan de sofisticado parasol, con especies que pierden su cubierta de hojas en los meses invernales, cuando la intensidad lumínica se transforma en ventaja. En momentos de intenso calor, cuando los apagones son frecuentes, su frondoso dosel garantiza la supervivencia.

Velar por la salud de los árboles urbanos

Brian Stone Jr., profesor de planificación medioambiental del Georgia Institute of Technology, sintetiza la importancia estratégica de los árboles urbanos:

«Los árboles son, simplemente, la estrategia y tecnología más eficiente que tenemos que protegernos del calor en las ciudades».

Pero la salud de los grandes árboles en las ciudades preocupa a la ciudadanía y a los consistorios, preocupados de que el propio recrudecimiento de las condiciones climáticas debilite sus defensas y produzca tanto problemas en el subsuelo como incluso el peligro y los desperfectos derivados de la caída del ramaje pesado más débil.

La solución, creen los expertos, consiste en crear un equipo experto que se haga cargo de la cobertura arbórea urbana y vele por su salud. En Des Moines, capital de Iowa, una plaga causada por un único insecto ha decimado 6.000 de los 8.000 fresnos longevos de la ciudad. Otras ciudades de este país padecen amenazas similares.

Quizá el principal obstáculo que no ha permitido hasta ahora una inversión ambiciosa en el plantado y mantenimiento de un ambicioso arbolado urbano sea la incapacidad de considerar el arbolado como «infraestructura estratégica» de las ciudades.

Pioneros

Expertos en transformación urbanística para reforzar los ecosistemas, incrementar las áreas sombreadas y evitar la erosión causada por el agua de tormentas a través de la captación por las raíces, empiezan a ser escuchados.

Es el caso del ensayista Brad Lancaster, autor de guías para captar agua en la ciudad desértica de Tucson (Arizona), que ha transformado una amplia zona con técnicas tan conocidas como difíciles de aplicar a gran escala.

El trabajo de pioneros como Lancaster podría acelerar la transición de las ciudades hacia modelos capaces de capturar agua de lluvia, regular la temperatura e incluso proporcionar alimentos tanto a animales como a la propia población.