Hace unas semanas moría William Baumol, uno de esos economistas más interesados en su trabajo académico que en colaborar en la prensa.
Hijo de inmigrantes de Europa del Este asentados en el Bronx, obtuvo el Nobel de Economía en 2003, cuando contaba ya con 81 años, como reconocimiento a su trabajo incisivo, realista y poco especulativo (algo remarcable en esta disciplina).
Baumol permaneció al margen de los focos, a diferencia de quienes hicieron carrera e influyeron desde sus columnas en medios de gran tirada, lo que no impidió que una de sus contribuciones académicas, la llamada enfermedad de los costes en servicios públicos, lograra reconocimiento internacional y acabara conociéndose como efecto Baumol.
Su teoría sintetiza los problemas del mundo moderno: cuando pueden elegir, pequeños ahorradores e inversores apuestan por actividades que generen rentas con poco riesgo, en detrimento de mejorar productos ya existentes o crear cosas nuevas.
Una dolencia que deberíamos conocer: la enfermedad de los costes
El efecto Baumol (o enfermedad de los costes) explica una paradoja observada en sectores donde se estanca la productividad, lo que obliga a cubrir cualquier aumento de los salarios a largo plazo con un aumento de los precios de servicios que no han mejorado ni valen más, sino que simplemente se han encarecido para compensar costes más altos sin subida de productividad.
Otra manera de adaptar los salarios a la inflación en empleos que no han mejorado su productividad es la subvención encubierta, tanto a empresas como a asalariados.
El economista neoyorquino se interesó por las causas que conducen a algunas sociedades a premiar más el trabajo menos beneficioso a largo plazo para el conjunto de la sociedad, y entre los fenómenos observados se encuentra el ciclo político: la mayor movilización y peso simbólico de determinados sectores influye sobre las contrapartidas estatales para soportar su falta de viabilidad a largo plazo.
Influencia política y malas decisiones
En las últimas elecciones estadounidenses, por ejemplo, el sector del carbón entró en campaña al ser reivindicado por un electorado rural que se siente ajeno al dinamismo de los centros urbanos, recurriendo a una tradición populista arraigada en el país desde la década de 1890.
En un artículo de 1990, William Baumol ilustraba el riesgo de que las economías avanzadas perdieran dinamismo al destinar la mayor parte de sus recursos a sectores estancados; para exponer su argumento, el economista detalló las diferencias entre los -según él- emprendedores productivos, improductivos y destructivos.
El principal error radicaba, según Baumol, en no distinguir entre empresarios que se beneficiaban de los defectos y desequilibrios del sistema, y quienes por el contrario creaban nuevos productos e industrias enteras, acelerando la productividad a partir de ideas que antes no habían sido siquiera consideradas.
El clientelismo de los autoproclamados “salvadores”
No todos los “emprendedores” se dedican a actividades del tipo “productivo”, al no crear algo superior a lo existente o nuevo, beneficiando a la sociedad -y, de paso, a ellos mismos- en el proceso.
Según Baumol, los emprendedores “no productivos” proliferan en épocas de relativa inestabilidad política y estancamiento económico, cuando el ingenio se destina entonces a explotar relaciones especiales con el poder y las autoridades regulatorias.
A menudo, quienes explotan sin tapujos el descontento social relacionado con el estancamiento económico en los sectores que hasta ahora habían sostenido la prosperidad de la clase media en el mundo desarrollado, logran beneficios políticos.
Es el caso de Donald Trump, convertido en presidente en calidad de supuesto “outsider” y protector -siempre según el relato de quienes lo apoyaron- de los intereses de los peor adaptados a la mundialización, envuelto en un patriotismo nativista y aislacionista en la tradición política de Andrew Jackson.
Una vez en el poder, el supuesto outsider anti-establishment establece la estructura más clara de capitalismo clientelista que se recuerda en Estados Unidos, con relaciones de conveniencia político-empresariales que sonrojarían a Jesús Gil y Gil o a Silvio Berlusconi.
El drama sanitario estadounidense (y la industria sanitaria)
Para William Baumol, la proliferación de emprendedores que explotan redes clientelares y se limitan a acumular rentas de sectores donde la innovación se estancó hace décadas, acaba extendiéndose al conjunto de la sociedad, reforzando el capitalismo clientelista que acaba generando gobiernos disfuncionales e instituciones incapaces de funcionar con independencia.
La situación política en Brasil, por ejemplo, no se entiende sin tener en cuenta que la actividad económica del país se ha limitado a este capitalismo improductivo, capaz de explotar las debilidades del sistema para adaptar regulaciones y sectores enteros a sus intereses.
En Estados Unidos, la nueva propuesta republicana para la reforma del sistema sanitario no se centra en mejorar los numerosos defectos de Obamacare, sino que se limita a crear ventajas fiscales para los “aptos” (los asalariados y empresarios con mayor renta) y, a la vez, cede ante los intereses de las aseguradoras privadas en detrimento de los más vulnerables.
El caótico e ineficiente sistema sanitario estadounidense, el más caro por paciente y el que tiene peor cobertura del mundo desarrollado, es otro ejemplo claro de las perversiones del efecto Baumol: emprendedores “improductivos” (en forma de representantes de aseguradoras, médicos, etc.) ahondando la brecha abierta por el capitalismo clientelista.
Cómo favorecer los creadores, y no los rentistas
El capitalismo clientelista también está presente en otro sector íntimamente ligado con la política y el crimen organizado internacional: el militar. La industria militar estadounidense depende de contratos con la Administración estadounidense, pero también de su geopolítica, favoreciendo la venta de armas a terceros.
Los economistas conocen el fenómeno de optar por carreras en sectores no productivos a través de la explotación política o económico como búsqueda de rentas, definición especialmente adaptable al sector inmobiliario, pero la Administración Trump parece dispuesta a romper las barreras del decoro en su venta de privilegios para adaptar la libre competencia a los intereses de su entorno.
El fiasco demostrado hasta ahora por Trump acaba con un estereotipo en la política estadounidense que establecía que los demócratas beneficiaban con sus políticas una economía estancada, mientras los republicanos confiaban en la libre competencia y en los proyectos empresariales que favorecen la “destrucción creativa”.
El contexto donde florecen los inventores
La expresión “destrucción creativa” es obra del economista de origen austríaco Joseph Schumpeter, y se refiere a los mismos emprendedores productivos, o aquellos que benefician a la sociedad con mejores productos o nuevas ideas que originan sectores enteros de la economía, de los estudios de Baumol (el propio Baumol se consideraba “schumpeteriano”).
Nos encontramos, por tanto, en el mundo al revés: el mundo anglosajón lanza señales preocupantes de su connivencia con el clientelismo y con comportamientos de búsqueda de rentas (o improductivos a la larga, causando estancamiento) de libro, mientras varios gobiernos provocados por las declaraciones de Trump (desde los vecinos del NAFTA, México y Canadá, a la Unión Europea), tratan de aplicar políticas que reduzcan la economía improductiva y estimulen una nueva generación de lo que William Baumol llamó “emprendedores productivos”, o quienes mejoran productos y bienes, o generan con su “destrucción creativa” nuevos sectores de actividad.
Según la evidencia científica, los emprendedores “schumpeterianos”, o los que consiguen con su actividad avances rápidos en productividad y nivel de vida de sus trabajadores no sólo florecen a partir de planes ejecutivos, ventajas fiscales y ayudas, sino que benefician de entornos de relativa estabilidad y poco intervencionismo clientelar.
Por el contrario, los períodos de estancamiento de la productividad y de aumento del nivel de vida a partir de una estrategia de búsqueda de rentas, se caracterizan por un trasvase en emprendedores: descienden los que logran crear nuevas ideas y sectores, y aumentan quienes se acomodan a los defectos del sistema para rentabilizarlos a su favor.
La productividad no se alimenta de inconsistencias
Según William Baumol:
“…los emprendedores siempre están con nosotros y juegan siempre un rol sustancial. Pero hay una variedad de roles entre los que los esfuerzos de los emprendedores pueden redistribuirse, y algunos de esos roles no se corresponden con el guión constructivo e innovador que se la convención atribuye a estas personas.
“De hecho, a veces el empresario puede llevar una existencia parasitaria que en realidad daña la economía. La manera en que un empresario actúa en un momento y lugar determinados depende en gran medida de las reglas del juego -el esquema de recompensa en la economía- que prevalecen.”
Me pregunto qué pensaría Baumol de un charlatán del calibre de Trump y de los daños colaterales que su capitalismo parasitario podrían causar a Estados Unidos.
Según la hipótesis de Baumol, los momentos de menor dinamismo económico no se caracterizan por un menor número de emprendedores (o de voluntad genuina de prosperar), sino en un cambio de mentalidad que produce el descenso de emprendedores productivos, compensado por un aumento de emprendedores improductivos.
El pantano se emponzoña como nunca antes
Hay datos que confirmarían el estancamiento productivo observado en los sectores más alejados de la sociedad de la información (único sector que ha logrado implantar una “destrucción creativa” que, sin embargo, ha creado menos empleo que en otras épocas de aumento de la productividad). En Estados Unidos, 2009 fue el primer año en 3 décadas en el que cerraron más empresas de las que fueron creadas.
Este declive tuvo lugar tanto en sectores tradicionales de la industria como en alta tecnología.
El descenso en dinamismo empresarial teorizado por el efecto Baumol no parece haber entrado en la agenda de Donald Trump, quien se presentó ante los electores como uno más de entre ellos (pese a su fortuna e historial empresarial plagado de “coincidentes” colusiones con el crimen organizado), un “outsider” que purgaría el pantano de Washington.
Tras su irrupción, y con el asesoramiento de economistas nacionalistas como Peter Navarro, el pantano se prepara para crecidas de ponzoña jamás vistas en el país que celebra su fiesta nacional en un clima crispado y dividido hasta niveles que no se recuerdan.
El equilibrio entre innovación y bienestar
James Bessen, académico de la Universidad de Boston, argumentaba en 2016 que el efecto Baumol es real en la economía estadounidense -y, por extensión, en otras economías desarrolladas-, registra un aumento de emprendedores rentistas, en detrimento de innovadores.
La maquinaria de relaciones públicas de Silicon Valley, asistida en los últimos años por el voluntarismo de periodistas poco críticos y entusiastas tecnófilos que celebraban con exultante disciplina cualquier nuevo iPhone o cualquier idea de Elon Musk, heredero del aura de Steve Jobs, contribuyó a convertir el relato de la innovación en algo indistinguible de la realidad aceptada; ocurre que esta historia se contradice con el estancamiento de la productividad en el resto de sectores en las últimas décadas.
Asistiremos en los próximos años a la batalla entre exabruptos populistas y políticas serias y, por primera vez en la historia contemporánea, el mundo anglosajón ha elegido el bando del populismo, el clientelismo y las rentas fáciles, mientras la Unión Europea trata -a trompicones, pero con consistente clarividencia- de hallar una fórmula que debería resonar entre los ciudadanos europeos: combinar el dinamismo empresarial abogado por Schumpeter con los valores de respeto de derechos, protección social y cohesión.
No hay una fórmula clara para lograrlo. Cualquier método que garantice la libertad y prosperidad de los inventores y el conjunto de la sociedad es, en sí misma, una idea “productiva”, próxima a los intereses del único capitalismo viable a largo plazo, aquel capaz de combinar libertades con prosperidad para todos.