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¿Puede Internet volver a ser abierta? Descentralizando la Web

Internet ya no alberga la imagen posibilista, inocua y optimista de un tiempo atrás. Su percepción se ha transformado al acumularse evidencias de sus efectos menos deseables, desde su potencial adictivo a su uso como herramienta de desinformación.

Internet no sólo ha acelerado la cultura popular y las comunicaciones de todo tipo y a cualquier escala; como ocurrió con tecnologías transformadoras pretéritas, su irrupción ha modificado sociedad y comportamiento, fomentando la exigencia de inmediatez y respuesta.

La relación entre Steve Jobs (un purista de elementos como la tipografía que abjuraba del horrendo aspecto y carácter orgánico de Internet) y la Red: Tim Berners-Lee usó un ordenador personal NeXT, la estación de trabajo más potente de finales de los 80, para programar y establecer el primer servidor web del mundo en el CERN de Ginebra

Paradójicamente, el proyecto de comunicaciones digitales con diseño capilar y ausencia de centro no ha evolucionado hacia un modelo de intercambio de información y servicios mutualista, donde cualquiera presta sus habilidades o se beneficia de las aportaciones de otros. Las grandes empresas acaparan el sector en el que actúan, asfixiando cualquier alternativa potencial.

Altruismo y buenas prácticas vs. pragmatismo económico

Desde que Tim Berners-Lee publicara en marzo de 1989 la propuesta de sistema de distribución de documentos entrelazados (hipertexto) capaz de funcionar en cualquier terminal sin importar su sistema operativo, WWW, el debate sobre la importancia de la invención ha sido tan controvertido como inocente: el “laissez faire” del nuevo sistema no contribuyó a la diversificación de sus recursos, sino a lo contrario.

La infraestructura que había concebido como herramienta radical para fomentar la democracia y la educación de todos —también los más desfavorecidos—, simplemente aceleró la desigualdad entre actores con acceso a inversiones e influencia y el resto.

El sistema de comunicaciones descentralizado y subversivo, con el tono altruista y amateur heredado de los académicos que diseñaron su estructura universalista (protocolos abiertos, neutralidad en las infraestructuras, convenciones y metáforas pensadas para cualquiera que estuviera interesado) no logró mantener el espíritu ético y humanista de los inicios de la cibernética.

La ausencia de regulación e intervención en la nueva herramienta ha fomentado un debate más preocupado en la popularidad que en la responsabilidad, mientras las principales empresas de la Red invierten en algoritmos (entre ellos, los perfiles “psicográficos“) que detectan cambios en estados de ánimo individuales y colectivos; y, una vez conscientes de que las nuevas herramientas exacerban la polarización y la mentalidad de rebaño, además de alterar estado anímico, decisiones de compra o incluso voto, ciudadanos y administraciones sopesan la vieja imagen de Internet como medio inherentemente positivo.

De idea surrealista a infraestructura esencial

Y así, los viejos sueños han quedado sepultados por el potencial económico y comercial de empresas gigantescas que sustituyen a las viejas petroleras como las mayores compañías del mundo, diluyendo la generosidad y apertura de miras de los inicios por el dominio de empresas que anteponen la efectividad de su modelo de negocio a la calidad de la información servida o la propia salud de los usuarios:

  • la supuesta “ampliación” las capacidades humanas (como habían esperado Vannebar Bush, Douglas Engelbart y otros académicos);
  • la supuesta emergencia de “ciudadanos programadores” (tal y como había esperado Ted Nelson, diseñador de Xanadu, proyecto precursor del hipertexto);
  • o el sueño de una plataforma democrática para todos capaz de fomentar la responsabilidad personal “por diseño” (como soñó Tim Berners-Lee hace tres décadas, al establecer los protocolos de la WWW).

En opinión de Tim Berners-Lee, científico computacional británico que ideó la World Wide Web con ayuda de Robert Cailliau para que cualquier terminal informático pudiera acceder a información digital sin importar su lenguaje y naturaleza, la auténtica tragedia de la evolución de la Red es la concesión tácita que ciudadanos y organismos de todo el mundo han hecho a empresas que ofrecen servicios a cambio de rastreo y atención de los usuarios.

El poder inicial de Internet —se sincera el británico en una entrevista concedida a Katrina Brooker para Vanity Fair, no ha sido arrebatado por nadie:

“Todos nosotros, colectivamente, miles de millones de nosotros [se estima que la mitad de la población mundial actual, 3.500 millones de personas, usa Internet de un modo u otro], entregamos este poder con cada acuerdo de usuario firmado y cada momento íntimo compartido a través de los servicios tecnológicos.”

Una infraestructura y sus dinámicas

A los 63 años, Berners-Lee, descrito como el arquetipo de académico apasionado con lo que hace (dicción viva, discurso sencillo y con voluntad didáctica), quiere contribuir de manera más activa en el futuro de la WWW; casi 30 años de culminar con sus colaboradores la estructura fundamental de la Web, considera que ha pasado el momento de mantenerse al margen y cree que la gigantesca comunidad de usuarios de Internet debe hacer más por garantizar una Red menos concentrada en contenido superficial y rastreo de datos de usuarios.

A diferencia de otros pesos pesados de la historia de la Red, como el diseñador del protocolo de transmisión de contenido digital en paquetes TCP/IP Vinton Cerf (empleado de Google), o Marc Andreessen (creador de Mosaic, el primer navegador web, empresario e inversor de capital riesgo), Tim Berners-Lee se ha mantenido al margen del desarrollo comercial de Internet, menos preocupado en las fortunas y estilo de vida de Silicon Valley que en el propio devenir estructural de Internet.

Pequeño chascarrillo televisivo de Tim Berners-Lee: quizá el único ser humano que presume de ser “desarrollador web” a secas, sin adjuntar impronunciables nomenclaturas profesionales que aderecen un poco lo que uno hace

La contribución de Berners-Lee al desarrollo de la WWW puede dividirse en tres fases:

  • el primer acto fue hacer realidad la enciclopedia multimedia universal y con diseño capilar que habían imaginado pioneros como Ted Nelson (Xanadú) y Vannevar Bush (Memex), creando el lenguaje HTML, el protocolo de transferencia de hipertexto (HTTP), y el sistema de localización de objetos en la Red, URL;
  • al éxito de la WWW siguieron las primeras frustraciones: tras crear en 1994 el consorcio de la WWW (W3C, organismo que promueve estándares y buenas prácticas) en el MIT, se acumularon tensiones geopolíticas con países que pretendían establecer estructuras de censura, empresas y grupos de presión que querían abandonar la neutralidad de red, así como ampliar los nombres de dominio, y el auge de servicios de rastreo de datos;
  • el tercer acto de Tim Berners-Lee es una llamada a la pérdida de la inocencia: los gigantes de Internet son incapaces de autorregular sus tensiones internas para acaparan cuanto tanto valor y atención de los usuarios como sea posible, aunque ello vaya en detrimento de individuos, opinión pública e incluso debate democrático.

El medio descentralizado que quisieron centralizar

En esta última fase, el creador de la WWW pretende abandonar el tono inocuo de las recomendaciones y asumir, de nuevo, la responsabilidad altruista de crear una capa técnica supletoria que devuelva a la Red a sus orígenes, desde la concentración actual en torno a los monopolios de facto de Estados Unidos y, cada vez más, China.

Berners-Lee trabaja con varios colaboradores en Solid (acrónimo de “social linked data”), un software cuyo objetivo es tan quijotesco como crear la propia WWW: este conjunto de herramientas y convenciones pretende “re-descentralizar la Web“, transformando el funcionamiento de las aplicaciones sociales, que devolverían a los usuarios la propiedad de los datos y el control sobre la propia privacidad.

O, como Tim Berners-Lee explicaba a Katrina Brooker,

“la creciente centralización de la Web ha acabado produciendo —sin la acción deliberada de la gente que diseñó la plataforma— un fenómeno emergente a gran escala que es anti-humano.”

Berners-Lee se cuida de usar términos cargados de simbología, tales como “orwelliano”, prefiriendo la expresión “anti-humano”, pero se le entiende todo.

Solid: ¿un ecosistema para recuperar la soberanía de datos?

Solid se presenta en una página dedicada al proyecto en el MIT, epicentro de las convenciones y buenas prácticas promovidas por el consorcio de la Web —W3C—, como un sistema de organización de la información “modular y extensible”, que se basa en estándares consensuados y dificulta el abuso de empresas y organismos cuando acceden a la actividad y contenido de los usuarios.

El dominio aplastante del pragmatismo de Silicon Valley en el desarrollo y evolución comercial de Internet ha fomentado el éxito de plataformas y aplicaciones que han conectado el mundo físico a la nueva infraestructura, pero en el proceso han privatizado la atención y la actividad de los propios usuarios, que han cedido de manera acrítica el control de su vida privada.

Y —teme Berners-Lee— del acto de ceder la información y la actividad privada a tolerar injerencias en la propia voluntad (qué comprar, qué votar, cómo pensar, qué filias y fobias cultivar) no hay un recorrido tan largo.

En el contexto actual, dominado por el culto a las empresas tecnológicas con un crecimiento meteórico de su valor percibido (según críticos como el creador del lenguaje Ruby y empresario David Heinemeier Hansson, a menudo siguiendo oscuras metodologías de dudosa precisión), la opinión pública y los emprendedores más loados han olvidado (¿por conveniencia? ¿por desinterés o desidia?) que el crecimiento meteórico de la WWW se nutre del altruismo de su principal programador y promotor: hace tres décadas, Berners-Lee publicó el código fuente de las convenciones en las que había trabajando, renunciando a su propiedad.

La Internet previa a los gigantescos jardines vallados

Al proclamar que la WWW carecía de dueño y cualquiera con un ordenador podía contribuir a la nueva infraestructura, Berners-Lee intuyó que la herramienta proliferaría al carecer de patentes, derechos de autor o regalías, pero el auge del uso utilitario de la herramienta conduciría a un uso comercial cada vez más agresivo e imposible de regular, dada la estructura abierta y espíritu libertario de la herramienta.

El científico computacional británico, que hace unos años —cuando ya había sido apartado por los nuevos próceres de la Red en el panteón de ilustres de la era tecnológica— se definió irónicamente como “desarrollador web” durante una entrevista concedida a un noticiario televisivo, no se equivocó: estudiantes y académicos, los usuarios más activos en los inicios, cedieron terreno a usuarios casuales “surfeando” en busca de contenido e ideas comerciales que resultarían rompedoras.

Un público poco hipster: académicos asisten —seguramente aburridos y escépticos— a la demostración de Tim Berners-Lee de la World Wide Web (San Antonio, Texas)

Los años en que el usuario carecía de herramientas sofisticadas al alcance si no las programaba él mismo, pero a la vez contaba con la sensación de control individual perdido en las dos últimas décadas, dieron paso a los experimentos sobre análisis de datos que condujeron en última instancia al momento político actual.

La sofisticación de los algoritmos de compañías que recaban información de centenares de millones de usuarios de todo el mundo, acelera la obsolescencia de las instituciones surgidas de la Ilustración, incapaces de mantener una mínima salubridad del debate público en las democracias liberales ante nuevas maneras de consumir información, influir y desinformar.

Mejorar un complejo sistema inmunitario

El riesgo actual, cree Berners-Lee, es sistémico, y ha llegado el momento de que iniciativas como Solid, capaces de crearse en “infraestructura” al no pertenecer a nadie y haber sido diseñadas para evitar la manipulación de los actores más poderosos (monopolios digitales, gobiernos):

“Estudiar la manera en que los algoritmos alimentan a la gente y establecer normas de responsabilidad para los algoritmos: son temas realmente importantes para la Internet abierta.”

¿Puede un sistema diseñado para el uso y capacitación de todos recuperar su espíritu abierto sin necesidad de que los gobiernos establezcan leyes locales para proteger a sus ciudadanos del abuso de servicios transnacionales (los cuales anteponen sus intereses económicos al bienestar de sus usuarios)?

El “desarrollador web” que posibilitó nuestra experiencia digital, creando la infraestructura técnica necesaria y regalándola a continuación, cree que el simbolismo del momento podría actuar como revulsivo: nos acercamos a dos efemérides, las tres décadas de vida de la Red y cruzar la barrera psicológica de la mitad de la población mundial accediendo a Internet.

Elogio de los retos quijotescos

La solución a los retos actuales podría surgir en proyectos tan quijotescos como los creados por Berners-Lee y sus colaboradores en el CERN de Ginebra en los años 80:

  • bases de datos distribuidas con contenido encriptado e historial de transacciones compartido por todos los participantes (plataformas fundadas sobre tecnologías como blockchain)…
  • o un nuevo ecosistema (erigido o no sobre blockchain) que conceda a los usuarios la capacidad de controlar quién consulta y de qué manera su contenido y actividad digital: la idea de Berners-Lee y sus colaboradores con el proyecto Solid.

La visión se perfila. Los idealistas que ofrecen sus capacidades a los proyectos que pretenden devolver la soberanía de la Internet abierta a los usuarios ofrecen su asistencia.

El viento en contra, desde los grupos de presión financiados por los gigantes de Internet a la propia dinámica de relaciones públicas, publicidad y eco viral que emanan de Silicon Valley, dificultará cualquier intención radical de transformar Internet en la promesa capacitadora y mutualista de sus orígenes.