Aprovechando una visita a Madrid que Kirsten debía realizar, para preparar un vídeo para el canal de cable y sitio web norteamericano Current TV, decidimos hacer algún alto interesante en el camino en coche que une Barcelona con Madrid, a través de Zaragoza.
Un viaje que nos sirvió para comprobar con nuestros propios ojos que en algunos lugares de la geografía española todavía existen ofertas de empleo, y algunas de ellas relacionadas con el tan ansiado sector de las tecnologías verdes, tan loado y deseado por la Administración Obama. Comprobamos que en Medinaceli (Soria), por ejemplo, se buscaban trabajadores para atender un imponente parque eólico.
Una vez hubimos acabado con la grabación, partimos hacia Plasencia, Cáceres, de modo que el pasado fin de semana disfrutamos de lluvia y frío en varias comunidades autónomas. Más allá del tiempo, no hubo problema alguno. Es más, alguna de las paradas resultó especialmente placentera.
Medinaceli
A medio camino entre Zaragoza y Madrid, decidimos parar a estirar las piernas y dar un paseo por Medinaceli, ciudad medieval al sur de Soria que conserva uno de los arcos romanos mejor conservados e imponentes de la Península.
Como explicaba Andrés Campos en El País, Gerardo Diego la llamó ciudad del Cielo, jugando con su nombre (“inviolable a las mesnadas / y a los ángeles abierta”).
Tras visitar la pequeña población enmurallada, cuyo nombre recuerda al topónimo de sus moradores árabes (“la ciudad de Salim”), cobran sentido las descripciones que se han hecho de estas tierras, desde el Poema del Mío Cid a las descripciones (de campos, olmos y almas) de Antonio Machado.
La ciudad antigua, tan bien conservada como desértica en un frío mediodía de noviembre, carece de todo bullicio.
No vimos a nadie por las calles, ni su altura (sobre una fría colina en la que el viento puede soplar con fuerza, a 1.222 metros sobre el nivel del mar) invitan a abrir alguna terraza o pequeño restaurante en su hermosa plaza Mayor, con soportales que han asistido a la despoblación que Soria ha sufrido a lo largo de todo el siglo XX.
Aunque Medinaceli, antaño frontera divisoria entre cristianos y musulmanes, como recuerda el nombre de algunos de los arcos de su muralla, ya había perdido fuelle en 1900, cuando su censo registraba sólo 1.046 habitantes.
En 2007, había 749 personas censadas. Me contaba Julián Soriano, un hombre de 80 años con marcado acento castellano y amante de jugar la partida con sus amigos, que Medinaceli se despierta de su letargo en algunas fechas, como durante la fiesta del Toro Jubilo (la única fiesta de toro de fuego que queda en Castilla), que se celebra en unos días (el señor Soriano hablaba del 15 de noviembre).
La Medinaceli que desaparece
Julián Soriano y su señora tienen familia, aunque en Madrid y Barcelona; ya no queda nadie por la zona. Tras la muerte de la madre de Julián, hace ya siete años (la mujer había vivido 105 años, creo recordar), ya nadie vive en la antigua casa erigida junto al arco árabe, una de las entradas a la ciudad, donde un cartel informativo explica que se celebraban pequeños mercados de abastos. Sus antepasados habían vivido allí.
Tanto Julián como su mujer quieren vender la vieja casa, aunque el momento económico y el relativo aislamiento de la Medinaceli histórica no jueguen a su favor. Tampoco la edad de ambos.
Esta es la Medinaceli que desaparece; la que recuerda las costumbres y todavía usa las palabras que cobran sentido en el terruño pardo colindante.
Al fin y al cabo, la estación de ferrocarril, erigida al pie de la montaña, creó un barrio moderno en el que la gente prefiere vivir, ya que está situado al pie de la autovía, el tren conecta a su población con Arcos de Jalón o Calatayud, hay supermercados, bancos y otros servicios y, finalmente, no hay que subir los tres kilómetros que separan la estación y la autovía de la montaña. Vivir junto a la estación es, para muchos, más “conveniente”.
Mientras tanto, los soportales de la plaza Mayor de la ciudad vieja de Medinaceli parecen aguantar el peso de las historias y las familias que, como los Soriano, dejarán pronto el lugar.
Son soportales fuertes, que han aguantado siglos, pero el cambio es muy brusco. Aunque aguantarán.
El futuro, en el viento que moviera los gigantes de El Quijote
En un momento de crisis no ya en España, sino en todo el mundo, ¿cómo se capea el temporal en un rincón del sur de Soria como Medinaceli?
Durante nuestra visita, observé con esperanza algunas pistas sobre el futuro de la periferia de alguna provincia periférica española, de esas que reivindican de vez en cuando que también son, existen:
- En una de las viejas puertas de la plaza Mayor, bajo los viejos soportales, había pegado un anuncio convencional, de esos que el interesado puede llevar consigo, al tener tiras recortadas con el teléfono de contacto en su parte inferior. Le presté atención, al ser el único cartel o pintada que vi en el lugar, además del interior de la oficina turística. El cartel: “Empresa especializada en mantenimiento de aerogeneradores “precisa personal para parques eólicos, zona de Medinaceli”. Como requisitos: experiencia en mantenimiento y contar, al menos, con el primer grado de formación profesional.
- Observando el horizonte más próximo desde la colina de la ciudad vieja de Medinaceli no sólo aparece ante uno el paisaje castellano que observaron los viajeros romanos que pasaron por Occilis la calzada de Mérida y Zaragoza, la A-2 de Hispania; o Almanzor, que en 1002, tras perder su tambor, fue enterrado en un cerrillo de los contornos; o el paisaje que divisara el mismísimo Cid Campeador. Se ven, paradojas cuasi cervantinas, decenas de molinos de viento; aunque, en este caso, aerogeneradores de última tecnología, y no gigantes capaces de derrotar al Quijote que todos llevamos dentro.
Medinaceli no sólo no es una ciudad muerta, sino que representa el futuro de la España rural, el mismo que ha llevado a algunos pueblos navarros y aragoneses a pasar desde las rentas por habitante más bajas de la Península a situarse entre las más altas de Europa, gracias a la nueva economía que aportan las energías renovables, sobre todo aerogeneradores de firmas como Iberdrola Renovables, Gamesa o Vestas, entre otras. Los parques solares también cobran importancia, tanto en el centro como en el sur de la Península.
Durante nuestra visita, tuve la impresión de que siempre es otoño para la historia que cuenta Julián Soriano.
Los jóvenes llevan décadas emigrando -primero, a sobrevivir; ahora, a estudiar o a trabajar por sueldos más elevados- a Madrid, Barcelona o el País Vasco.
Parques eólicos que despertarían a Almanzor y al Cid
Quienes quedan conservan parte de la memoria de quienes mueren, mientras las casas más atractivas son restauradas por algún turista o profesional de Madrid, que utiliza el lugar como retiro.
Pero ha cambiado algo: si se están creando los tan ansiados trabajos de “cuello verde” en España (aquellos relacionados con la economía de la sostenibilidad que defienden Barack Obama, Al Gore, Nicholas Stern o el propio ministro Miguel Sebastián), la transición se hace realidad en lugares olvidados como Medinaceli.
Poco tiempo después de haber pisado las callejas y plaza Mayor de Medinaceli, tuvimos que volver al coche, a seguir viaje hacia las afueras de Madrid, donde Kirsten grabaría para Current TV un futurista vídeo que muestra a adolescentes madrileños jugando a videojuegos tridimensionales en una futurista sala de cine acondicionada para ello.
Justo al entrar a la autovía de Aragón (A-2) hacia Madrid, un inmenso parque eólico se asoma en lo alto de varias colinas con una pendiente suave. No muy lejos de donde Almanzor fuera enterrado y los lugareños pasearan el ganado lanar y plantaran cereales durante siglos.
La demografía de la provincia de Soria, que cuenta con sólo 3 poblaciones con más de 5.000 habitantes (Soria capital, Almazán y Burgo de Osma) se parece a la de tantos otros lugares en España, país con un centro y periferias muy dinámicos, pero con un vacío de población y riqueza en los valles más apartados de las castillas, Extremadura y el norte de Andalucía.
Ruinas culturales
Mi abuelo materno, de 86 años, anda algo mal ahora; de ahí que mi lectura sobre un lugar como Medinaceli o de una historia como la de Julián Soriano, tenga un cierto tono de pérdida de una historia, la de los últimos mayores pegados a la tierra que ha tenido España.
Porque los hijos de la generación de la posguerra, nuestros padres, dieron el salto del campo a la ciudad, en ocasiones para perder para siempre los referentes rurales, algunos malos, otros tan buenos que ahora los enseñan en escuelas de arquitectura, permacultura, vida saludable y todo tipo de corrientes neo-rurales, muchas de ellas con presencia en faircompanies, TreeHugger y recursos de Internet similares.
Muchos de nosotros, aunque criaturas de ciudad, conservamos el eco de la mirada rural que perdieron nuestros padres, todavía presente en el acento de nuestros abuelos.
Por eso, visitar Medinaceli y hablar con Julián Soriano es como hacerlo con mi abuelo, o como ver el excelente documental El cielo gira (2004), dirigido por Mercedes Álvarez, que dedicó la historia, una narración tranquila sobre el discurrir de la vida que se apaga en su pueblo natal, a su padre, fallecido hace unos años.
Necesitamos más Mercedes Álvarez
El pueblo en el que nació la catalana Mercedes Álvarez es Aldeaseñor, un pequeño pueblo de los páramos altos de Soria que, como Medinaceli, cambia su pasado rural por un futuro de cuello verde: en el documental aparece la construcción de un parque eólico.
Los vientos helados que hicieron de los fieros celtíberos de la región, los temibles numantinos, un enemigo extremadamente difícil para la maquinaria de guerra de Roma, propulsan ahora centrales de energía renovable. Y representan una garantía de futuro para las nuevas generaciones.
España rural: ¿de la cola del país a la vanguardia de Europa?
La despoblada Soria no es el único lugar donde desaparecen memorias y puestos de trabajo nacidos en décadas pasadas.
Daimiel: de la quijotesca Sáez Merino a la europea Vestas.
Poco más de 300 kilómetros al sur de Medinaceli, a 3 horas y media en coche, la localidad ciudadrealeña de Daimiel, declarada ciudad en 1887, no dice mucho a quien no esté ligado de algún modo a Castilla-La Mancha, o siga la lamentable situación ecológica de las Tablas de Daimiel.
Quien haya leído El Quijote, recordará que Cervantes inmortalizó al alcalde de Daimiel en el IV pasaje.
La población, en la comarca del Campo de Calatrava, con 18.000 habitantes, vive de la agricultura -viñedos y olivares, fundamentalmente- sigue siendo el motor económico de esta población y su área de influencia.
También destaca la ganadería, con la producción de leche y queso manchego como principales salidas comerciales. Los motores de la economía local eran similares cuando Alonso Quijano.
Asimismo, hay una presencia arraigada de la industria agroalimentaria, las actividades artesanales, el tratamiento de madera y la industria textil.
La firma Sáez Merino, propietaria de las firmas de ropa vaquera Lois, Cimarrón, Caroche y Caster, ha cerrado recientemente su planta de Daimiel, con 85 trabajadores.
La empresa valenciana Sáez Merino mantenía una situación delicada desde hace años. Presentó un primer Expediente de Regulación de Empleo (ERE) en 2004, rescindiendo el contrato a 541 trabajadores. En 2006, la marca solicitó la declaración de concurso de acreedores para “acometer un plan de reorganización capaz de garantizar la continuidad de la empresa”.
La empresa ha argumentado que la falta de liquidez actual ha llevado a la empresa a cerrar las dos plantas existentes.
Como ocurre en Medinaceli, Daimiel no sólo dependerá, de ahora en adelante, de la agricultura y, en el caso de Daimiel, de una industria tradicional que basaba su modelo de competitividad en la producción barata, algo imposible de realizar en la Europa de los 27 y la economía global de la crisis crediticia y la pujanza continuada de los países emergentes.
El futuro laboral, en Daimiel, como en los alrededores de Medinaceli, pasa por la generación de puestos de trabajo de cuello verde, relacionados con las energías renovables y la sostenibilidad.
La empresa danesa Vestas, principal proveedor mundial de soluciones eólicas, ha confirmado que fabricará en Daimiel 1.200 palas eólicas al año.
En la nueva planta, cuya apertura tiene el mensaje optimista añadido de abrirse en plena crisis de liquidez, trabajarán 500 personas de manera permanente, según la empresa.
Desaparecen 85 puestos de trabajo de una firma textil con problemas de supervivencia desde 2004, debido a la competencia textil asiática; a cambio, abre una planta de producción de palas para aerogeneradores, motores para la creación de energía renovable.
No siempre será posible reconstruir economías locales, dañadas en ocasiones durante décadas, con la creación de trabajos de cuello verde.
Futuro económico sostenible
No puede haber, no obstante, un mensaje más positivo para Julián Soriano, mi abuelo y todos aquellos mayores que vieron desfallecer los rincones de la España rural: si bien la anémica economía de estas zonas sufre con la crisis, el mejor modo de asegurar el futuro es usando el sol que cae con fuerza en los secarrales, o el viento que en invierno hiela hasta al campesino más curtido, pese a que, según dice Julián, “ya no nieva como antes en Medinaceli”.
Un anciano afable, amante de las cartas y el dominó. Sobre el horizonte, un parque eólico. Un nuevo retrato que el pintor Pello Azkera de El cielo gira, de no haberse quedado ciego, podría reproducir en sus cuadros.
Tras grabar en Madrid, Kirsten, Inés y yo fuimos a visitar a mi abuelo. El lunes volvimos a casa, en Barcelona.