Para el filósofo francés Henri Bergson, las sociedades más abiertas y tolerantes son también las más transparentes y flexibles, al respetar un sistema de mínimos (un consenso sobre lo esencial, o epistemología que todo el mundo da por válida).
Atacada la epistemología a través del desprestigio, el sistema de mínimos puede tambalearse, hasta el punto de poner en duda instituciones y servicios básicos, como la propia veracidad de la información, lo que repercute sobre temas cotidianos como el mensaje de los medios, la calidad de la sanidad o la gestión de retos medioambientales, por mencionar temas prosaicos.
¿Pueden los estadounidenses confiar en estándares medioambientales, como los referidos a la calidad del aire interior, cuando su agencia medioambiental padece los efectos de la politización?
Lo que se cuece entre bastidores
Estándares como los que regulan la calidad del aire interior dependen de regulaciones, educación del público (y, por tanto, información veraz, más allá de opiniones particulares) y normas técnicas de edificación y urbanismo.
En los próximos años, asistiremos a la tensión entre la tentación del gobierno estadounidense por minimizar el impacto de sustancias tóxicas y prácticas industriales contaminantes sobre la población y sobre situaciones medibles como la calidad del aire en los hogares. ¿Podrá la UE influir sobre prácticas más equilibradas entre ciudadanía, medio ambiente e industria?
Lo que está en juego, creen algunos analistas, no son regulaciones concretas, sino la propia estabilidad de las democracias avanzadas y su sistema de libertades, que dependen de la independencia de reguladores, el consenso político y una información mínimamente fiable. ¿Y si estos tres supuestos estuvieran siendo atacados?
Las mutaciones de lo que uno considera “normal”
En sus reflexiones acerca de lo que constituye una sociedad abierta y vibrante, capaz de confiar en sus instituciones y de garantizar con tranquilidad tanto derechos y libertades como deberes de la ciudadanía, filósofos como Henri Bergson o Hannah Arendt alertan, cada uno en su momento, sobre la intoxicación del debate público con campañas desinformación.
Para Arendt, las sociedades modernas, con su estructura burocrática y mecanismos para convencer a la opinión pública que todo está bajo control y existe un “sistema” que funciona, pueden adentrarse en actitudes totalitarias con el beneplácito de la población -e incluso su participación activa, con celebración incluida.
La teórica política y filósofa de origen judío (que había sido alumna -y amante- del controvertido Martin Heidegger), convencida de que la propaganda podía barrer el siempre débil rigor periodístico del que penden las decisiones del público en sociedades democráticas, consideraba que la población no buscaría un esclarecimiento socrático de los hechos públicos que conciernen a todos, sino el confort de “pertenecer”.
El sendero de la degradación pública
Así ocurrió al menos en las sociedades democráticas europeas de entreguerras, que se adentraron en el totalitarismo gracias a los medios de masas. Arendt:
“Cualquier cosa oculta, todo lo comunicado en silencio, alcanzó un significado mayor, más allá de su propio valor intrínseco. La muchedumbre creía realmente que la verdad era todo aquello que la sociedad respetable había hipócritamente ignorado, o sepultado con corrupción… Las masas modernas no creen en nada visible, ni en la realidad de su propia experiencia… Lo que convence a las masas no son hechos, ni siquiera hechos inventados, sino sólo la consistencia del sistema del que presumiblemente forman parte.”
La reflexión de Arendt sobre el sutil origen del comportamiento totalitario explicaría por qué la evolución errática y flagrante falta de preparación de la Administración de Estados Unidos (que celebra su primer aniversario con una simbólica, pero percibida -sobre todo entre los aliados tradicionales de Estados Unidos-, debilidad internacional), no sólo no molesta a la base de votantes incondicionales de Donald Trump, que se resisten a retirar un apoyo que consideran una delegación simbólica sobre una manera de entender la realidad.
Este proceso de degradación de convicciones públicas consensuadas hasta que son sustituidas por modelos ajenos al rigor y la supervisión, afecta también otras facetas de la sociedad: pequeñas cesiones se convierten a veces en el inicio de una degradación pública que puede afectar la educación, la sanidad, el derecho de las minorías o la regulación medioambiental.
La paradoja de la libertad maximalista
En una línea similar a la de Hannah Arendt, Karl Popper expuso la imposibilidad de mantener una sociedad abierta y vibrante sin medios de comunicación e instituciones que se sometan a una supervisión de expertos no partidista que no depende de la coyuntura política o económica (ajenos a los cantos de sirena de la clase política o los grupos de presión).
Para salvaguardar la opinión pública de perversiones como la “lucha entre libertades” antagónicas, Popper no abogaba por el intervencionismo del Estado, pero sí por mecanismos garantistas que no convirtieran a sociedades democráticas en campos de pruebas de lo que llamó “la paradoja de la libertad”: según Karl Popper, la libertad ilimitada -de un individuo o de un grupo- se anula a sí misma, pues posibilita que unos quiten la libertad a otros enarbolando sus propios maximalismos.
Debido a esta paradoja, la sociedad abierta sólo podía permanecer como tal siendo solidaria (eliminando males innecesarios, garantizando libertades y derechos) y supervisando los principales instrumentos que sostienen este sistema de solidaridad y libertades.
Ante la incapacidad de la autorregulación (el racionalismo crítico de Popper no llegaba a creer en el laissez-faire de otros pensadores liberales), los elementos estratégicos de la sociedad, entre ellos el Cuarto Estado (los medios) y las regulaciones clave (como las industriales, medioambientales, etc.) debían someterse al escrutinio público, representado en órganos no partidistas constituidos por expertos ajenos a intereses políticos o industriales.
Sociedades que ya no comparten un marco de convivencia
En sus últimos textos, y a propósito de la utilización partidista de propaganda y contrainformación en conflictos como el de los Balcanes, Popper reiteró la necesidad de consejos públicos conformados por profesionales de los medios, aunque esta regulación pública de la iniciativa privada debía ser transparente.
Si, para el pensador austro-británico, los vicios privados producen raramente beneficios públicos, la llegada de Internet, con el potencial y riesgos de su descentralización, colaboración y capacidad de manipulación personalizada, habría sido para Popper un escenario distinto al de la Televisión, donde centró su crítica (por su potencial manipulador).
Mientras el espectáculo superficial de la proyección pública de Donald Trump sigue haciendo las delicias de la opinión pública, animando consumo informativo y suscripciones a medios electrónicos y tradicionales, son los cambios más sutiles de sus políticas los que deberían preocupar a quienes pretenden actuar como salvaguarda (“watchdog”, “ombudsman”, etc.) de la sociedad abierta, que depende de un diálogo basado en hechos comprobables y no en teorías conspirativas.
Estos cambios sutiles van a la línea de flotación de lo que Arendt y Popper consideraban crucial salvaguardar: el respeto por un mismo marco sobre qué es verdadero o falso, exacto o inexacto. Este sistema epistemológico, más o menos estable en la era de los medios de masas, se ha diluido en un momento dominado por la información personalizada a través de redes sociales.
Charlatanes a sueldo contra el consejo experto
Al desconocer la importancia de los cambios realizados entre bastidores, medios y opinión pública pierden la oportunidad de combatir -y revertir- con efectividad actitudes que se oponen a la evidencia científica en cuestiones como el cambio climático, la correlación entre el número de armas por habitante y el número de muertes por armas de fuego… o la peligrosidad de determinadas sustancias tóxicas en el medio ambiente.
Cuando la evidencia científica ante eventos climáticos o sobre toxicidad de sustancias y su efecto sobre la población deja de formar parte de un marco epistemológico reconocido por la sociedad abierta, el partidismo y los intereses económicos de compañías imponen sus intereses con legislaciones a medida de la coyuntura, y no de acuerdo con los intereses del conjunto de la sociedad.
El último ejemplo en Estados Unidos, aunque el fenómeno se extiende en las principales democracias avanzadas: la Administración Trump, que sigue en su línea de desacreditar a expertos y elegir a personas con perfil político en cargos técnicos hasta ahora ajenos al partidismo, ha desmantelado la autonomía de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), para limitar o prohibir productos tóxicos, informan Juliet Eilperin y Brady Dennis en The Washington Post.
Politizar la regulación medioambiental
Con los últimos cambios, que empiezan con la propia designación de Scott Pruitt como director de la agencia, la EPA sigue los consejos de la industria afectada por su legislación e ignora varios estudios de sus propios científicos, además de marginalizar o eliminar fondos para nuevos estudios considerados “controvertidos” por la industria, ya que servirían como evidencia para limitar o prohibir el uso de sustancias con efectos tóxicos científicamente demostrados.
Los efectos de la erosión del consenso social en temas de interés general, en este caso relacionados con el medio ambiente, se manifiestan ya en varias actuaciones polémicas y/o contradictorias de la EPA en los últimos meses, y Scott Pruitt, contrario a que haya evidencia sobre el cambio climático, así como a actuar para mitigarlo, aplica una nueva doctrina de desregulación de leyes de protección ambiental.
La propia agencia propone rechazar estándares más estrictos sobre la contaminación de vehículos comerciales, citando un estudio celebrado por el mayor fabricante de camiones.
El precio de desprestigiar a la ciencia
The Washington Post detalla el esfuerzo de Pruitt para convertir temas consensuados en polémicas partidistas, pues la evidencia científica no es tal si no se comparte el mismo marco epistemológico, tal y como detalla David Roberts en un artículo para Vox.
“El mes pasado –detalla The Washington Post-, Pruitt tomó medidas para cambiar la composición de los consejos asesores de la EPA -incluyendo paneles que ayudan a priorizar los estudios de la agencia y establecen niveles recomendables de contaminación del aire y exposición a sustancias químicas- demostrando un esfuerzo más amplio para transformar la manera en que la agencia evalúa la información científica.”
Cuando la ciudadanía es incapaz de confiar en la legislación llevada a cabo en los mecanismos de supervisión, desaparecen consensos básicos sobre cómo hacer frente a crisis de distinto tipo, desde la ausencia de análisis sobre la presencia de metales pesados en el agua -incluyendo plomo– de boca hasta que es demasiado tarde, a niveles de toxicidad en el ambiente superiores a los recomendables por estudios y expertos.
Cuando el contaminador moldea las leyes de contaminación
Más que asegurarse de que la legislación es ponderada y se basa en evidencia científica, tal y como ha reiterado a la prensa, Scott Pruitt parece más interesado en tener en cuenta las preocupaciones de la industria afectada por regulaciones medioambientales.
Además de la revisión de los estudios previos a su llegada sobre emisiones recomendables para vehículos pesados, Pruitt ha frenado la prohibición de dos sustancias tóxicas, según un contexto científico considerado suficiente, al menos hasta su llegada:
- el pesticida clorpirifós, con efectos sobre salud humana, vida marina y abejas;
- y el cloropreno, un compuesto orgánico cuya composición orgánica había llevado a la agencia a recomendar estudios que confirmen si, como se cree desde las últimas conclusiones (2010), es en efecto cancerígeno.
Más que las acciones concretas confirmadas hasta el momento, preocupa sobre todo la estrategia de Pruitt, que apunta a la revisión de regulaciones sobre pesticidas, solventes químicos y sustancias que contaminan el aire, actuando de manera contraria a la evidencia recabada por los propios científicos y estudios previos de la EPA.
Consumer warning: Do not trust the VOC and CO2 readings from @myfoobot devices. Here are three of them placed in the same room. Real CO2 as measured by a https://t.co/V1Rjw0qxtv device is 519ppm. Garbage. pic.twitter.com/IrRoWb9fOL
— DHH (@dhh) November 9, 2017
Cuando el aire interior es más tóxico que en las calles con más tráfico
Cuando se produce un ataque sistemático a temas consensuados, ni siquiera la voluntad individual de mantener un mínimo rigor crítico con la información consultada proporciona garantías suficientes en cuestiones que las sociedades avanzadas consideran aseguradas, tales como la seguridad de las infraestructuras, la salubridad de los alimentos y el agua de boca, el funcionamiento correcto de sistemas básicos o la convicción de que una legislación básica protege contra sustancias tóxicas o contaminantes, además de mitigar los efectos de -los cada vez más habituales y crudos- eventos clima extremo.
Internet permite a cualquiera consultar información sobre cualquier temática, sin importar su carácter minoritario. Quienes se han preocupado por analizar los niveles de contaminación por partículas en entornos urbanos y en el interior de viviendas (calidad del aire interior), conocen los riesgos para la salud de niveles elevados de contaminación química, física y biológica en entornos cerrados.
Poner en riesgo el consenso científico sobre los efectos -en personas y entorno- de sustancias de toxicidad comprobada abre la puerta a un revisionismo que podría tener efectos a largo plazo, tanto en la salud humana como en el medio ambiente.
La movilización individual no sustituye a regulaciones esenciales
Sabemos, por ejemplo, que la calidad del aire interior depende de la regulación de sustancias artificiales y agentes biológicos; sólo una política consistente tendrá efectos a largo plazo en la mitigación real de dióxido de nitrógeno (NO2 de vehículos y plantas energéticas), monóxido de carbono (CO de la quema de combustibles), formaldehído, radón, amianto, mercurio, fibras minerales artificiales, compuestos orgánicos volátiles, alérgenos, inhalación de humo de tabaco e infecciones bacteriológicas.
This is the part that @myfoobot doesn't seem to understand. If you project an authority of precision and you're off by 50-400%, you're worse than useless. https://t.co/Yyurqyl9Iv
— DHH (@dhh) November 9, 2017
Internet e iniciativas tecnológicas como aparatos o aplicaciones de medición de la calidad del aire interior (sobre todo, las que funcionan, ya que al parecer Foobot, el servicio de medición surgido en Silicon Valley, aporta mediciones contradictorias, denuncia el programador y empresario DHH) o exterior, no podrán contrarrestar los efectos perjudiciales de la falta de consenso social para legislar con responsabilidad sobre lo básico.
La principal derrota del primer año de Donald Trump no son los exabruptos diarios en las redes sociales, sino la erosión de la credibilidad en principios básicos de la sociedad abierta, como el consenso transversal en las reglas básicas del juego en las sociedades avanzadas, desde los derechos y límites de las libertades individual y colectiva al consenso sobre una misma epistemología, que nos permite distinguir lo verdadero de lo falso, lo exacto de lo inexacto, lo científico de lo fabricado.
Lo inocuo de lo tóxico. Lo enriquecedor de lo catastrófico.
Al explicar el funcionamiento de su dispositivo de medición de calidad del aire Foobot, DHH sentencia:
“Esta es la parte que Foobot no parece entender: si proyectas una autoridad de precisión y te equivocas en un rango 50%-400%, eres peor que inservible.”
Sobre malas y buenas mediciones
La información incorrecta es mucho peor que la ausencia de información. Alguien contesta a DHH en relación a la polémica sobre Foobot:
“Cuando vuelas un avión, es mejor ser consciente de desconocer la altitud que tener un instrumento que muestre una altitud incorrecta.”
Indoor air quality standards will eventually involve regulation, education & building codes (& better urbanism). Until then, people are trapped between partisan regulatory boards (ie EPA under Pruitt) & devices that don't quite work as advertised. Read: https://t.co/7682c1uF5m pic.twitter.com/10WbLONufY
— Nicolás Boullosa (@faircompanies) November 14, 2017
La calidad del aire importa, pero para hacer frente a los efectos de una mala calidad del aire en el interior de nuestras viviendas y en las calles de nuestras ciudades, es necesario primero conocer los niveles de contaminación y qué sustancias la causan.
Sembrar la duda en el trabajo comprobado de científicos y agencias medioambientales, y bloquear o suprimir regulaciones para mitigar los efectos de sustancias tóxicas, sólo puede empeorar una situación ya de por sí alejada de lo ideal.
¿Aliarse con filtros y plantas?
Los entornos cerrados con elevadas cantidades de monóxido de carbono, humo de tabaco, radón, formaldehído o disolventes orgánicos (VOC) presentan un problema grave para la salud; pese a ello, el desconocimiento generalizado repercute sobre las lagunas regulatorias al respecto.
De momento, apenas la concienciación individual y las “soluciones de guerrilla”, como las que aportan estudios arquitectónicos como Urbanarbolismo, una firma de Alicante que se ha especializado en paisajismo para mejorar condiciones medioambientales en entornos urbanos, tales como jardines y cubiertas vegetales en edificios, contrarrestando contaminantes en aire y entornos cerrados con instalaciones a menudo verticales que incluyen especies vegetales purificadoras, capaces de reducir la concentración de partículas nocivas en el aire.
Urbanarbolismo acaba de instalar, en colaboración con el estudio británico Fusion DNA, un exuberante jardín vertical en el interior de un restaurante londinense, Nando’s Putney Kitchen.
Jordi Serramià, de Urbanarbolismo, comparte las especies usadas, para mejorar la calidad del aire del comedor en el establecimiento y eliminar compuestos orgánicos volátiles: adiantum peruvianum, adiantum fragrans, chlorophytum comosum “Variegatum”, cyrtomium falcatum, phlebodium aureum y nephrolepis exaltata.
Pingback: Inferno-paradiso: Dante, El Bosco y la “mentalidad de asedio” – *faircompanies()
Pingback: Nostalgia vs optimismo: notas sobre creatividad y emergencia – *faircompanies()
Pingback: Hambruna de grandes ideas: ¿retorno a la curiosidad genuina? – *faircompanies()